Notas

Los sobornos en la Iglesia antigua. La corrupción de la Iglesia en la antigüedad 556 (VI)

Redactado por Antonio Piñero el Viernes, 9 de Enero 2015 a las 12:27

Hoy escribe Antonio Piñero

Dentro de este panorama general realizado con algunas pinceladas, desearía detenerme en algunos casos concretos.

El primero es el de los sobornos en la Iglesia de los siglos IV al VI. La compra de cargos y el soborno fueron los grandes cánceres de la Antigüedad tardía y los especialistas insisten en que la Iglesia cristiana participaba igualmente de esta lacra. La consecución del cargo de obispo llevó a muchos abusos. Uno de los mejores especialistas en este período, A. H. M. Jones, insiste repetidas veces en este aspecto de la sociedad. La Iglesia cristiana participaba igualmente de esta lacra.

Algunos casos fueron realmente escandalosos, como el de Dámaso obispo de Roma (366-384), de origen hispano, que fue uno de los obispos de Roma con más ansias de poder y falta de escrúpulos a la hora de obtener sus pretensiones. Según el documento titulado Gesta inter Liberium et Felicem hubo una disputa entre Dámaso y Ursino para conseguir la sede de Roma. Dámaso salió vencedor por el apoyo imperial, y para obtener el triunfo, acudió al soborno.


Cito ahora a José María Blázquez en su artículo “El soborno en la Iglesia antigua, del libro 249-264, del libro ya citado G. Bravo - R. González Salinero (eds.), LA CORRUPCIÓN EN EL MUNDO ROMANO, Editorial Signifer, Madrid 2008.


Cuando Dámaso, que siempre había ambicionado el episcopado, se enteró de esto reúne a sueldo a todos los cocheros de cuádrigas y a la plebe inculta y armado con bastones irrumpe en la basílica de Julio y durante tres días se entrega a una desenfrenada matanza de fieles. Siete días después, acompañado de todos los perjuros y de gladiadores que había comprado con grandes sumas de dinero, ocupó la basílica de Letrán y fue ordenado allí obispo. Sobornando al juez de la Urbe, Vivencio, y al prefecto de la Annona Juliano, logró que Ursino, varón venerable, que había sido ordenado obispo con antelación, fuese enviado al exilio junto con Amancio y Lupo. Después de esto, comenzó Dámaso a reducir con bastonazos y matanzas de todo tipo a la plebe romana que no quería entregarse. Se esfuerza también por expulsar de la Urbe a siete presbíteros que habían sido detenidos por la autoridad. Pero el pueblo fiel, saliendo al encuentro, rescató a estos presbíteros y los llevó sin demora a la basílica de Liberio.

Entonces Dámaso reúne mediante perfidias a los gladiadores, a los cocheros de cuadrigas y a los enterradores y a todo el clero con hachas, espadas y bastones y pone sitio a la basílica en la segunda hora del día 26 de octubre durante el consulado de Graciano y Dagalaiso (366) y provocó una gran batalla. Forzaba y prendía fuego a las puertas para encontrar la manera de irrumpir dentro. Por su parte, algunos de sus acompañantes, tras destruir el techo de la basílica, hacían perecer arrojándoles tejas al pueblo fiel. Después todos los damasianos irrumpieron en el interior de la basílica y mataron a 160 de la plebe, tanto hombres como mujeres, e hirieron también a muchísimos otros, muchos de los cuales murieron. Por el contrario, del partido de Dámaso no murió ninguno.

Los sobornos de Melania la Joven

Es una de las mujeres ascetas más fascinantes de la Tarda Antigüedad (383-439), conocida gracias a la vida que escribió Geroncio, que la acompañó en vida. Era de procedencia hispana y poseía uno de los capitales más fuertes del Imperio en su tiempo, pues tenía unos ingresos de 12.000 miríadas de libras de oro y posesiones en Hispania, Campania, Sicilia, África, Mauritania, Britannia y otros países (Ger., VM., 11). Cuando determinó dedicarse al ascetismo y vender sus fincas, la ley prohibía que salieran de la familia. Los regalos de Melania a la emperatriz y al personal de la corte imperial, aunque eran frecuentes en la época, suponían una especie de soborno camuflado o de compra, para alcanzar el fin de la entrevista, es decir, que el emperador ordenara poder vender las fincas de Melania Como el cargo de obispo en el Bajo Imperio tenía muchas ventajas económicas y fiscales, la compra de obispados, sobornando a la plebe y al clero, que eran los que tenían voto, era frecuente.

Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, en el sínodo celebrado en Éfeso en el año 401, descubrió seis casos de simonía episcopal. Los obispos acusados aceptaron los sobornos sin rodeos. «Hemos pagado sobornos, lo reconocemos ―afirmaron― con el fin de que nos designaran obispos y nos eximieran de los gravámenes civiles». Reclamaron o que se les confirmara o que se les devolviera el dinero, si ello era posible. También afirman que: «algunos hemos entregado los muebles que pertenecían a nuestras esposas». Se les devolvió el dinero de los sobornos. Después de la expulsión de Juan Crisóstomo de Constantinopla, incluso los obispos, mientras duró el episodio, estuvieron con sus esposas. Los casos de soborno en la elección de obispos eran muy frecuentes, según se deduce de algunas frases de Basilio de Cesarea.

Pronto, según J. M. Blázquez, se pudo hablar de corrupción en las elecciones episcopales de la Antigüedad tardía. Como el cargo de obispo en el Bajo Imperio tenía muchas ventajas económicas, la compra de obispados, sobornando a la plebe y al clero, que eran los que tenían voto, era frecuente. El reconocimiento a los obispos de un prestigio social, de unos privilegios económicos y de una inmunidad fiscal de los que carecían en épocas anteriores. De ahí que a partir del siglo IV el cargo episcopal se convirtiera en algo extraordinariamente atractivo y, por ello, que el número de aristócratas aspirantes a entrar en el clero aumentara considerablemente, en la misma proporción en que iba decayendo el interés por la administración civil, debido tal vez a su progresivo deterioro. Precisamente por lo apetecible del cargo, muchos candidatos carecían de las cualidades necesarias Algunos autores cristianos se lamentaban por eso, como Gregorio de Nacianzo en sus discursos y Juan Crisóstomo se quejaron de esta lacra. Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, en el sínodo celebrado en Éfeso en el año 401, descubrió seis casos de simonía episcopal. Los obispos acusados aceptaron los sobornos sin rodeos.

Cito de nuevo a J. María Blázquez a propósito de TEÓFILO, PATRIARCA DE ALEJANDRÍA, tío de CIRILO de Alejandría, quien también utilizó los sobornos para alcanzar sus fines, como veremos a continuación:

Teófilo, patriarca de Alejandría, y tío del famoso Cirilo utilizó los sobornos para alcanzar sus propósitos, como indica Paladio de Helenópolis (Diálogo sobre la Vida de Juan Crisóstomo), empleando grandes cantidades de libras de oro a las personas más influyentes de la corte de Constantinopla, para que influyeran en el emperador. Cirilo también hizo otros regalos a muy diferentes personas: Cuando se trataba de sobornar, no se mostraba tacaño. El oro de Cirilo de Alejandría compró de voluntades y sobornos en el Concilio ecuménico de Éfeso I (431). La práctica de los regalos xenia o munuscula fue tomada por la Iglesia y ampliamente explotada. En principio como medio de «comunión» entre obispos. En el lenguaje eclesiástico tomaron el eufemístico nombre de eulogiai, benedictiones en latín. Primeramente se aludía con este término a los dones de hospitalidad con que se obsequiaba a los huéspedes o personas que estaban de paso. Pero, como en el caso de los xenia, los límites se podían superar fácilmente, sobre todo si se trataba de obispos con poder y riqueza y sin escrúpulos como fue el caso de Cirilo de Alejandría.

Existe una carta suya que pone muy bien de manifiesto los excesos a que podía llegar la tradición de los eulogiai en un obispo sin escrúpulos como Cirilo. Se trata de una carta escrita, a instancias de Cirilo, por su archidiácono Epifanio al obispo de Constantinopla Maximiano a finales del 432 o inicios del 433, es decir, poco después de la celebración del Concilio de Éfeso del 431 y en estrecha relación con los sucesos ocurridos en éste. Por orden de Cirilo, su archidiácono Epifanio escribe a Maximiano y explica que Cirilo ha escrito a la emperatriz Pulqueria, al Praepositus Sacri Cubiculi, al cubicularius y a las dos cubiculariae de la emperatriz Pulqueria, Marcella y Droseria y que les había enviado dignas benedictiones (eulogiai). El obispo Maximiano debía solicitar personalmente a Pulqueria que mostrase de nuevo su celo por Cristo, es decir, por Cirilo.

La carta del archidiácono de Cirilo pone de manifiesto lo bien que Cirilo y sus representantes, en especial su sobrino Pablo, sabían moverse en los ambientes cortesanos de Constantinopla. Confirma también la veracidad de las informaciones de Nestorio y otros obispos contemporáneos de que Cirilo primero había logrado escapar de la cárcel en que era retenido en Éfeso por orden imperial y, después, que el emperador ratificase los acuerdos tomados por su facción de obispos en el Concilio gracias a los sobornos. Confirma también que las lamentaciones de Nestorio de que los eunucos y los principales cortesanos que rodeaban a Teodosio II y a la emperatriz Pulqueria «se transformaron en otras personas» gracias a las «generosidades» de Cirilo. Puede explicar también la carta por qué Cirilo accedió un año después a firmar un acuerdo de compromiso con el líder de los obispos de la facción contraria, Juan de Antioquía, al que hasta entonces se había opuesto con firmeza: las arcas de la iglesia de Alejandría estaban ya agotadas y no era fácil obtener nuevos créditos.

Seguiremos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
Www.antoniopinero.com

Viernes, 9 de Enero 2015
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