hoy escribe Antonio Piñero
Como dijimos en la nota anterior, he aquí como veo que fue el contenido de esa llamada tal como se deduce del conjunto de las cartas conservadas de Pablo. La llamada significó ciertamente una verdadera conversión intelectual y se fue perfilando con el tiempo.
Los rasgos del “nuevo Evangelio” fueron los siguientes:
• A pesar de la cruz y el aparente fracaso, Jesús es el verdadero mesías. Tras su muerte, que ha de interpretarse como sacrificio expiatorio querido y aceptado por Dios, éste había hecho a Jesús señor y mesías.
• Estos acontecimientos inauguran el tiempo mesiánico, preparatorio para la salvación final de la humanidad y para la instauración definitiva del poder de Dios sobre ella.
• Hay un nuevo plan de Dios para la salvación; comienza una era de gracia; se va a cumplir la promesa a Abrahán. El mesías no es sólo el redentor de Israel tal como lo entiende la masa de los judíos, sino del Israel completo o restaurado, que en los últimos tiempos acogerá también en su seno a un cierto número de gentiles. Todo el pueblo de Dios, judíos y gentiles por igual, está siendo reunido por Dios en aquellos momentos gracias a la obra de Jesús.
• Los elegidos, antes pecadores pero luego declarados justos por su fe en Jesús y en lo sucedido con él, tenían que darse prisa para lograr dos objetivos del plan de Dios sobre los últimos tiempos:
a) que todo Israel aceptara el mesianismo de Jesús;
b) que se completara cuanto antes el número de los gentiles predeterminado por la divinidad para integrar el verdadero pueblo de Dios.
• El fin del mundo está muy cerca. El tiempo que resta es muy escaso. Pronto, muy pronto, habrá de venir Jesús como juez definitivo de vivos y muertos. En ese momento se instaurará la soberanía de Dios. Ello significará el final del mundo presente, y la inauguración de un reinado divino ultramundano y eterno.
Esta revelación incluía una noción clara de lo que significaba la figura y misión de Jesús, a saber qué es lo que él, Pablo, tenía que predicar acerca del que ahora creía el verdadero y único mesías.
Fue tan clara, definitiva y contundente esa percepción que no necesitó el refrendo de nadie:
« “Os hago saber hermanos, que el ‘evangelio’ (es decir, su mensaje sobre Jesús) por mi predicado no es de hombres, pues yo no lo recibí o aprendí de los hombres, sino por revelación de Jesucristo” (Gál 1,11-12). »
Sólo hay un “evangelio”, el suyo. Escribe a sus conversos en Galacia:
« “Me maravillo de que tan pronto, abandonando al que os llamó en la gracia de Cristo, os hayáis pasado a otro evangelio. Y no es que haya otro; lo que hay es que algunos os turban y pretenden pervertir el evangelio de Cristo. Pues aunque nosotros, o un ángel del cielo, os anunciase otro evangelio distinto al que os hemos anunciado, sea maldito. Os lo he dicho antes y ahora de nuevo os lo digo: si alguno os predica otro evangelio distinto al que habéis recibido, sea maldito” (Gál 1,6-9). »
Así que Pablo sigue siendo tan “celoso y apasionado” como lo era antes de la “llamada”. Ya vemos que afirma con rotundidad: Quien no crea en lo que predico sea maldito (anatema).
Esta nota está tomada de mi obra Guía para entender el Nuevo Testamento, Editorial Trotta, Madrid 32008, pp. 267-268.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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