Hoy escribe Antonio Piñero
Sobre los discípulos de Jesús escribe nuestro autor:
“Eran hombres de temperamento calenturiento y predispuestos a todo tipo de milagros. Es posible que Simón, apodado “piedra” o Pedro (Pétros, en griego; Kefas, en arameo) tuviera una alucinación o visión de Jesús, que acabaría por contagiarse a otros. Pedro, pescador galileo que había seguido a Jesús, tenía un temperamento especialmente ardiente. Según el Evangelio de Juan, defendió a Jesús a espadazos durante su prendimiento, aunque luego renegó de él, negando haberlo conocido, por miedo a ser arrestado. Fue uno de los tres dirigentes de la comunidad jesusita de Jerusalén, junto a Jacobo y Juan. Murió hacia 64. Las presuntas epístolas de Pedro del Nuevo Testamento fue escritas después de su muerte, y reflejan más las ideas de Pablo que las suyas.
“La Iglesia Católica ha mantenido la tradición de que Pedro en algún momento se trasladó a Roma, donde fue crucificado, tradición fundamental para toda la ideología del papado. De todos modos, no sabemos si Pedro fue a Roma o no. En 1968, el papa Pablo VI anunció que los huesos de un hombre adulto del siglo I encontrados en una excavación en el Vaticano eran los de Pedro, como si no hubiera habido otros hombres adultos en la Roma del siglo I. Es cierto que el nombre ‘Simón’ aparece en algunas lápidas, pero también aparecen otros nombres judaicos frecuentes en la época, como los de Jesús, María y Jacobo, sin que nadie pretenda que esos personajes bíblicos estén enterrados allí.
Apostilla por mi parte:
No hay que rasgarse las vestiduras por el adjetivo calenturiento. Entiéndase en el contexto. Predispuestos a la creencia de todo tipo de milagros era lo normal según las creencias de los judíos piadosos de la época… y los no judíos igualmente.
Escribe Mosterín sobre la primera división entre los seguidores de Jesús: la tensión entre ‘hebraizantes y helenizantes’
“Tanto los Hechos de los Apóstoles como las cartas de Pablo reflejan la creciente tensión entre “los hebreos” (es decir, los jesusitas de Jerusalén, que aún guardaban el recuerdo de Yeshúa, hablaban en arameo y seguían siendo judíos y fieles a la Torá, la ley judía, liderados por Jacobo/Santiago, el hermano del Señor, y que incluían a Pedro, Juan y otros discípulos de Jesús) y los “helenistas”, es decir, los cristianos paulinos de la diáspora, ninguno de los cuales había tenido el más mínimo contacto con Jesús, que ellos identificaban meramente con el invento teológico de un dios resucitado y redentor universal, que habría abolido la ley judía y en especial la obligación de la circuncisión, lo que no dejaba de causar conflictos en las sinagogas en las que seguían apoyándose. Parece que hacia 49 hubo un encuentro de Pablo con los líderes jesusitas para evitar la ruptura entre las dos facciones.
“Por otro lado, parece que la secta judeocristiana irritaba a los sumos sacerdotes del templo con su desprecio de la autoridad establecida y con su constante denuncia de la casta sacerdotal como caduca y sorda al mensaje de Jesús. A la muerte del procurador romano Festo, en 62, Jerusalén quedó sumida en la anarquía, hasta la llegada del procurador siguiente, Albino. El sumo sacerdote, Ánano, extralimitándose, sin autorización romana y contra la opinión de los fariseos del Sanedrín, condenó a Jacobo, el hermano de Jesús, y a algunos otros “por transgresión de la Ley” a muerte por lapidación. Como señala Josefo, “los más escrupulosos cumplidores de la Ley” protestaron airadamente por este atropello, y poco después Ánano fue destituido.
“Las tendencias sediciosas de los nacionalistas judíos seguían tomando auge, y los agitadores antirromanos atizaban las expectativas mesiánicas liberadoras. En esta tarea los celotes resultaron mucho más eficaces que los jesusitas, con los que no dejaban de tener puntos en común. Finalmente la rebelión judía de 66-70 acabó no solo con el templo de Jerusalén, con la teocracia judía y con los propios rebeldes celotes, sino también con la comunidad cristiana de Jerusalén, diezmada y forzada a dispersarse y desaparecer como tal, dejando el campo abierto al predominio del cristianismo helenístico y paulino, cada vez más alejado de la ortodoxia judía y más preocupado por la expansión entre los gentiles que por sus raíces en Israel.
Apostilla por mi parte:
Parece prematuro, en este momento de la narración, el que Mosterín califique a ese grupo judeocristiano de lengua griega en la Jerusalén de los primeros instantes de las secta como “los helenistas, es decir, los cristianos paulinos de la diáspora”. Eso vendrá más tarde históricamente. Por no decir que el que ‘los helenistas’ fueran auténticos precursores de Pablo es tesis muy discutida entre los historiadores judíos del primer cristianismo que han escrito en el sigo XX sobre todo. Para Hyam Maccoby, por ejemplo, The Mythmaker, p. 79, “no hay razón seria alguna para suponer que hubo algún tipo de judíos helenistas ‘librepensadores’ en la iglesia de Jerusalén, aunque tal ficción sea muy del gusto de los comentaristas”. También este extremo es discutible, pero –desde luego- los helenistas al principio no eran ‘paulinos’.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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