Escribe Antonio Piñero
Como contrapeso a los criterios de autenticidad, y para para descender aún más a la realidad, me parece conveniente traer aquí a colación un artículo de Fernando Bermejo, que creo haber citado alguna vez. Su título ya dice bastante: “La figura histórica de Jesús y los patrones de recurrencia por qué los límites de los criterios de autenticidad no abocan al escepticismo”, que nuestro colega y amigo publicó en la revista “Estudios Bíblicos” 70,3 (2012) 371-401. Creo muy interesante detenerse un tanto en sus resultados.
Escribe este autor al inicio de su trabajo:
“La validez de los criterios de autenticidad para la reconstrucción de la figura histórica de Jesús ha sido repetidamente cuestionada en las últimas décadas, y este cuestionamiento parece recrudecerse actualmente en las obras de un número creciente de estudiosos, que abogan por marginalizar o incluso abandonar esos criterios”.
Luego promete hacer una síntesis de las las principales objeciones efectuadas en trabajos recientes a la utilización de los criterios de historicidad y, posteriormente argumenta que estas no conducen necesariamente al escepticismo: la existencia recurrente de “patrones convergentes” en las fuentes disponibles, entre otras razones, permite proceder a una recuperación razonablemente fiable de la figura histórica de Jesús.
¿Qué son los “patrones recurrentes”? Son temas o motivos repetidos que aparecen una y otra vez en los evangelios, a menudo esparcidos acá y allá, que reunidos forman un mosaico que representan un aspecto consistente de las acciones o dichos de Jesús. Esta convergencia de “pistas” es interesante –una vez que se prueba su consistencia– porque permite formarse una idea de un aspecto de la vida de Jesús probablemente auténtico, ya que la repetición de un tema determinado en múltiples lugares de la tradición permite concluir que nace de una fuente segura y constante de esa tradición y no es un puro invento.
Pongo unos ejemplos: menciones breves sobre el “reino de Dios”, distribuidas aquí y allá, pero que reunidas permiten formarnos una idea de cómo concebía Jesús ese Reino. Otro: alusiones breves aquí y allá sobre “ricos y pobres” y su papel en el presente y en el futuro de Israel. Otro: menciones al “mesianismo” o el “profetismo” de Jesús, a veces no claras en sí mismas, al papel desempeñado en el Nazareno por las concepciones mesiánicas o proféticas tradicionales de Israel que reunidos pueden dar pistas sobre o que Jesús pensaba de sí mismo, de su figura y misión. Otro caso: alusiones a la filiación divina de Jesús y a su especial relación con Dios, que convenientemente reunidas pueden iluminar sobre la autoconciencia de Jesús en cuanto mensajero o heraldo de la divinidad. Otro caso: “ruido de sables”, innegable, en los evangelios que, concentrados, nos indica la relación de Jesús y su grupo con el Imperio Romano y qué papel podía tener, o no tener, la violencia en la instauración el reino de Dios.
Al respecto comenta Fernando Bermejo otro ejemplo tomado de Charles Harold Dodd, en su obra History and the Gospel, New York, 1938. Indica Bermejo que este investigador rúne los datos de los siguientes episodios evangélicos:
“La llamada de Leví (Mc 2,14); la fiesta con publicanos y pecadores (Mc 2,15-17); Zaqueo (Lc 19,2-10); la pecadora en casa de Simón (Lc 7,36-48); la adúltera (Jn 7,53–8,11); la parábola de las ovejas perdidas (Lc 15,4-7; Mt 18,12-13); la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,10-14); la parábola de los niños en el mercado (Mt 11,16-19; Lc 7,31-35), y el dicho sobre publicanos y prostitutas que entran en el Reino (Mt 21,32)”.
Y añade esta observación:
“Tenemos aquí material extraído de gran variedad de fuentes y formas. Aunque los incidentes individuales no suelen repetirse, sí lo hace el motivo general. Y esto permite concluir a Dodd que la idea de que Jesús tuvo una actitud abierta hacia los marginados corresponde a la realidad histórica”.
Este racimo de textos, esta reiteración de motivos tomados de contextos y géneros literarios distintos, apunta a que estamos ante una actitud de Jesús con indudable base histórica. El historiador puede construir algo seguro a partir de estos datos reunidos, que precisarán sin duda de otros que ofrezcan igualmente una posible pretensión de historicidad. Y si se llaga a conclusiones probables en el ámbito de la historia antigua, el escepticismo absoluto no es de recibo.
Y una última observación. Me acaba de escribir un lector algo que puede llegar a aburrir por la repetición continua sin pruebas: “¿Para qué perder tanto tiempo sobre una figura, la de Jesús, tratando de decir que fue esto o lo otro si ese Jesús es un personaje de ficción que nunca existió?”. Y mi respuesta es doble: esta afirmación nace a) de un grave despiste inicial, metodológico; b) de una ignorancia notable de cómo son las fuentes históricas acerca de todos los personajes de la Antigüedad y sobre cómo hay que tratarlas científicamente.
Expando ahora solo a). El grave despiste es no saber separar / distinguir entre el hombre “Jesús de Nazaret” y el “Cristo de la fe”, que los evangelios y la tradición cristiana juntan indisolublemente. Naturalmente, esa fusión produce la figura de “Jesucristo”, que es una mezcla de una posible realidad histórica y de un concepto teológico, el “Cristo celestial”. Y, sin duda, esa entidad producto de la tal mezcla o fusión no existió nunca, porque la teología no es historia…, y el pegar teología sobre un personaje de carne y hueso lleva a la formación de un ente ahistórico. Pero no distinguir y afirmar que la primera parte de la tal fusión, Jesús de Nazaret, un personaje en sí relativamente corriente en el Israel del siglo I, un carpintero de ese siglo con pretensiones de saber explicar la ley de Moisés como el zapatero Hillel, o de ser un sanador y exorcista, como algún que otro rabino de la época, no existió nunca es totalmente gratuito y no conduce a ninguna parte. Habría que negar la existencia a la mayoría delos personajes que nos ha transmitido la historia antigua.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Como contrapeso a los criterios de autenticidad, y para para descender aún más a la realidad, me parece conveniente traer aquí a colación un artículo de Fernando Bermejo, que creo haber citado alguna vez. Su título ya dice bastante: “La figura histórica de Jesús y los patrones de recurrencia por qué los límites de los criterios de autenticidad no abocan al escepticismo”, que nuestro colega y amigo publicó en la revista “Estudios Bíblicos” 70,3 (2012) 371-401. Creo muy interesante detenerse un tanto en sus resultados.
Escribe este autor al inicio de su trabajo:
“La validez de los criterios de autenticidad para la reconstrucción de la figura histórica de Jesús ha sido repetidamente cuestionada en las últimas décadas, y este cuestionamiento parece recrudecerse actualmente en las obras de un número creciente de estudiosos, que abogan por marginalizar o incluso abandonar esos criterios”.
Luego promete hacer una síntesis de las las principales objeciones efectuadas en trabajos recientes a la utilización de los criterios de historicidad y, posteriormente argumenta que estas no conducen necesariamente al escepticismo: la existencia recurrente de “patrones convergentes” en las fuentes disponibles, entre otras razones, permite proceder a una recuperación razonablemente fiable de la figura histórica de Jesús.
¿Qué son los “patrones recurrentes”? Son temas o motivos repetidos que aparecen una y otra vez en los evangelios, a menudo esparcidos acá y allá, que reunidos forman un mosaico que representan un aspecto consistente de las acciones o dichos de Jesús. Esta convergencia de “pistas” es interesante –una vez que se prueba su consistencia– porque permite formarse una idea de un aspecto de la vida de Jesús probablemente auténtico, ya que la repetición de un tema determinado en múltiples lugares de la tradición permite concluir que nace de una fuente segura y constante de esa tradición y no es un puro invento.
Pongo unos ejemplos: menciones breves sobre el “reino de Dios”, distribuidas aquí y allá, pero que reunidas permiten formarnos una idea de cómo concebía Jesús ese Reino. Otro: alusiones breves aquí y allá sobre “ricos y pobres” y su papel en el presente y en el futuro de Israel. Otro: menciones al “mesianismo” o el “profetismo” de Jesús, a veces no claras en sí mismas, al papel desempeñado en el Nazareno por las concepciones mesiánicas o proféticas tradicionales de Israel que reunidos pueden dar pistas sobre o que Jesús pensaba de sí mismo, de su figura y misión. Otro caso: alusiones a la filiación divina de Jesús y a su especial relación con Dios, que convenientemente reunidas pueden iluminar sobre la autoconciencia de Jesús en cuanto mensajero o heraldo de la divinidad. Otro caso: “ruido de sables”, innegable, en los evangelios que, concentrados, nos indica la relación de Jesús y su grupo con el Imperio Romano y qué papel podía tener, o no tener, la violencia en la instauración el reino de Dios.
Al respecto comenta Fernando Bermejo otro ejemplo tomado de Charles Harold Dodd, en su obra History and the Gospel, New York, 1938. Indica Bermejo que este investigador rúne los datos de los siguientes episodios evangélicos:
“La llamada de Leví (Mc 2,14); la fiesta con publicanos y pecadores (Mc 2,15-17); Zaqueo (Lc 19,2-10); la pecadora en casa de Simón (Lc 7,36-48); la adúltera (Jn 7,53–8,11); la parábola de las ovejas perdidas (Lc 15,4-7; Mt 18,12-13); la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,10-14); la parábola de los niños en el mercado (Mt 11,16-19; Lc 7,31-35), y el dicho sobre publicanos y prostitutas que entran en el Reino (Mt 21,32)”.
Y añade esta observación:
“Tenemos aquí material extraído de gran variedad de fuentes y formas. Aunque los incidentes individuales no suelen repetirse, sí lo hace el motivo general. Y esto permite concluir a Dodd que la idea de que Jesús tuvo una actitud abierta hacia los marginados corresponde a la realidad histórica”.
Este racimo de textos, esta reiteración de motivos tomados de contextos y géneros literarios distintos, apunta a que estamos ante una actitud de Jesús con indudable base histórica. El historiador puede construir algo seguro a partir de estos datos reunidos, que precisarán sin duda de otros que ofrezcan igualmente una posible pretensión de historicidad. Y si se llaga a conclusiones probables en el ámbito de la historia antigua, el escepticismo absoluto no es de recibo.
Y una última observación. Me acaba de escribir un lector algo que puede llegar a aburrir por la repetición continua sin pruebas: “¿Para qué perder tanto tiempo sobre una figura, la de Jesús, tratando de decir que fue esto o lo otro si ese Jesús es un personaje de ficción que nunca existió?”. Y mi respuesta es doble: esta afirmación nace a) de un grave despiste inicial, metodológico; b) de una ignorancia notable de cómo son las fuentes históricas acerca de todos los personajes de la Antigüedad y sobre cómo hay que tratarlas científicamente.
Expando ahora solo a). El grave despiste es no saber separar / distinguir entre el hombre “Jesús de Nazaret” y el “Cristo de la fe”, que los evangelios y la tradición cristiana juntan indisolublemente. Naturalmente, esa fusión produce la figura de “Jesucristo”, que es una mezcla de una posible realidad histórica y de un concepto teológico, el “Cristo celestial”. Y, sin duda, esa entidad producto de la tal mezcla o fusión no existió nunca, porque la teología no es historia…, y el pegar teología sobre un personaje de carne y hueso lleva a la formación de un ente ahistórico. Pero no distinguir y afirmar que la primera parte de la tal fusión, Jesús de Nazaret, un personaje en sí relativamente corriente en el Israel del siglo I, un carpintero de ese siglo con pretensiones de saber explicar la ley de Moisés como el zapatero Hillel, o de ser un sanador y exorcista, como algún que otro rabino de la época, no existió nunca es totalmente gratuito y no conduce a ninguna parte. Habría que negar la existencia a la mayoría delos personajes que nos ha transmitido la historia antigua.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com