Escribe Antonio Piñero
Prometí en la entrega anterior ponderar con mayor amplitud la tesis de James D. G. Dunn en “Redescubrir a Jesús de Nazaret. Lo que la investigación histórica ha olvidado”, pero releyendo lo escrito, no creo que deba explayarme más. Para mí el “Jesús recordado” y la descripción de los fallos de la investigación es totalmente decepcionante. Insistiría en que los fallos que detecta Dunn en la investigación se dan en la exégesis tradicional y no en la independiente.
Y a mediados del siglo XIX se conocían los rasgos generales y básicos, “característicos” o “emblemáticos” de la figura de Jesús…, y no digamos desde los tiempos de las llamadas “tesis modernistas” a inicios del siglo XX en donde la investigación francesa con Alfred Loisy a la cabeza, seguido por Maurice Goguel y Charles Guignebert, quienes dibujaron en algunos puntos de la imagen del Jesús histórico casi loa rasgos definitivos… hasta hoy. Pero claro…: Dunn no los tuvo en cuenta porque no era bibliografía confesional. Ese sesgo, yo dir2ía que sectarismo, ha sido nefasto en esta bibliografía confesional y solo hoy día empieza a remediarse y no en todo.
Por tanto, C¡comienzo hoy una miniserie dedicada al comentario de esta obra, publicada por Sígueme, Salamanca, 4ª edición, 669 páginas; ISBN 978-84-301-2101-4. Precio 34 euros.
Esta obra ha tenido un buen éxito como se deduce del hecho que esta nueva edición ha sido cuidadosamente revisada y aumentada por el autor, catedrático de Nuevo Testamento de la Universidad Pontificia de Salamanca.
El libro se divide en dos partes básicas con una Introducción importante, cuyo tema es el porqué de la selección de cuatro evangelios entre una cierta multitud de ellos que podía haber ya a finales del siglo I. Una descripción de la visión panorámica del conjunto de los libros sobre Jesús en el cristianismo naciente permite al lector exponer cómo eran recibidos estos libros variados en las primeras comunidades, por qué se escogió el término “evangelio” para designarlos como grupo (primero a los cuatro canónicos; luego también a los otros) y cómo tal selección de cuatro “oficiales”, muy firme y bien asentada en general en la Iglesia, se observa en los primeros manuscritos conservados hasta hoy, normalmente papiros, que copian esos cuatro y no otros.
La parte primera se ocupa de “la formación de los Evangelios” y tiene cuatro grandes temas o apartados. El primero trata de la relación de los cuatro evangelios canónicos entre sí, a menudo un tanto sorprendente.
La segunda aborda una cuestión importantísima en el origen de los evangelios: la tradición oral. Esta fue sin duda lo más trascendente y básico en los inicios del grupo judeocristiano de seguidores de Jesús, puesto que el Israel de la época era una sociedad de cultura oral y no literaria. Es interesante aquí cómo Guijarro prueba, o mejor muestra, que la tradición oral tuvo su origen en Jesús mismo, cómo se desarrolló en la época de los apóstoles y qué papel fundamental desempeñó posteriormente en la composición de los evangelios.
La tercera sección explica que hubo un cierto número de composiciones previas a los cuatro evangelios canónicos, puestas por escrito, que reunían dichos y acciones de Jesús. Guijarro aclara el contenido y valor de las más importantes: 1. El relato primitivo, anónimo, de la pasión, previo al Evangelio de Marcos y que este utilizó sin duda. 2. El famoso “Documento Q”, o “Fuente Q”, del que no se ha conservado copia alguna, pero que muy probablemente existió a pesar de ello. Aquí aclara Guijarro su contenido y propósito y la discusión sobre su existencia, exponiendo otras propuestas que procuran explicar los parecidos, o contactos, entre los Evangelios sin recurrir a esta fuente “Q” en realidad hipotética. Es interesante para el lector, porque será para bastantes algo desconocido, cómo Guijarro explica la posible existencia de una “Fuente los signos”, o milagros de Jesús, y cómo debe deducirse su realidad por medio del análisis del Evangelio de Juan y sus contactos con los otros evangelios, sobre todo Marcos y Lucas.
Finalmente la cuarta sección aborda directamente el género literario de los evangelios, discutiendo extensamente si pueden considerarse relatos biográficos de Jesús y en qué sentido, si la respuesta fuere positiva. Trata también cómo los Evangelios son en parte reescritura de la tradición a la luz de otros tipos de reescrituras de textos ya sagrados entre los judíos, bíblicos obre todo. En esta sección se vuelve a tratar muy brevemente la historia del canon del Nuevo Testamento en lo que se refiere a la selección de los evangelios: la formación de un “evangelio con cuatro formas complementarias”, el “evangelio tetramorfo”. Naturalmente también se tocan en esa sección las cuestiones de fecha de composición, lectores a los que van dirigidos cada uno de los evangelios, y la autoría –también posible– de cada uno de ellos.
La segunda y última parte del libro de Guijarro es una lectura de cada uno de los evangelios en la que se incluyen los Hechos de Apóstoles, porque el autor supone que el autor es el mismo que el del Evangelio de Lucas. El desarrollo de cada sección es en esencia tripartito: cómo se compuso el evangelio en cuestión; cómo debe leerse cada uno de ellos y los temas típicos de fecha de composición y autoría, que el autor engloba bajo la rúbrica “La situación retórica” de cada Evangelio más los Hechos.
La conclusión, titulada “La memoria de Jesús”, resume las tesis del libro e insiste en el acierto de la “iglesia apostólica” (designación errónea a todas luces si se contempla el canon del Nuevo Testamento, compuesto por obras que no son apostólicas, ni muchísimo menos) de escoger a cuatro evangelios entre otros que ya existían…, y en mantener la pluralidad que supone cuatro acercamientos diferentes a Jesús, puesto que esta vía plural de acceso a Jesús “expresaba una doble convicción: que no hay un solo camino para llegar a Jesús, y que él está más allá de todos los caminos” (p. 601). El libro concluye con tres interesantes “Apéndices”, los textos (reconstruidos por la tarea filológica) del “Relato premarcano de la Pasión”, la “Fuente Q” y la “Fuente de los signos”, y finaliza con una amplia bibliografía
Todo este interesante conjunto permite algunos comentarios que iremos desgranando en posteriores entregas.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Prometí en la entrega anterior ponderar con mayor amplitud la tesis de James D. G. Dunn en “Redescubrir a Jesús de Nazaret. Lo que la investigación histórica ha olvidado”, pero releyendo lo escrito, no creo que deba explayarme más. Para mí el “Jesús recordado” y la descripción de los fallos de la investigación es totalmente decepcionante. Insistiría en que los fallos que detecta Dunn en la investigación se dan en la exégesis tradicional y no en la independiente.
Y a mediados del siglo XIX se conocían los rasgos generales y básicos, “característicos” o “emblemáticos” de la figura de Jesús…, y no digamos desde los tiempos de las llamadas “tesis modernistas” a inicios del siglo XX en donde la investigación francesa con Alfred Loisy a la cabeza, seguido por Maurice Goguel y Charles Guignebert, quienes dibujaron en algunos puntos de la imagen del Jesús histórico casi loa rasgos definitivos… hasta hoy. Pero claro…: Dunn no los tuvo en cuenta porque no era bibliografía confesional. Ese sesgo, yo dir2ía que sectarismo, ha sido nefasto en esta bibliografía confesional y solo hoy día empieza a remediarse y no en todo.
Por tanto, C¡comienzo hoy una miniserie dedicada al comentario de esta obra, publicada por Sígueme, Salamanca, 4ª edición, 669 páginas; ISBN 978-84-301-2101-4. Precio 34 euros.
Esta obra ha tenido un buen éxito como se deduce del hecho que esta nueva edición ha sido cuidadosamente revisada y aumentada por el autor, catedrático de Nuevo Testamento de la Universidad Pontificia de Salamanca.
El libro se divide en dos partes básicas con una Introducción importante, cuyo tema es el porqué de la selección de cuatro evangelios entre una cierta multitud de ellos que podía haber ya a finales del siglo I. Una descripción de la visión panorámica del conjunto de los libros sobre Jesús en el cristianismo naciente permite al lector exponer cómo eran recibidos estos libros variados en las primeras comunidades, por qué se escogió el término “evangelio” para designarlos como grupo (primero a los cuatro canónicos; luego también a los otros) y cómo tal selección de cuatro “oficiales”, muy firme y bien asentada en general en la Iglesia, se observa en los primeros manuscritos conservados hasta hoy, normalmente papiros, que copian esos cuatro y no otros.
La parte primera se ocupa de “la formación de los Evangelios” y tiene cuatro grandes temas o apartados. El primero trata de la relación de los cuatro evangelios canónicos entre sí, a menudo un tanto sorprendente.
La segunda aborda una cuestión importantísima en el origen de los evangelios: la tradición oral. Esta fue sin duda lo más trascendente y básico en los inicios del grupo judeocristiano de seguidores de Jesús, puesto que el Israel de la época era una sociedad de cultura oral y no literaria. Es interesante aquí cómo Guijarro prueba, o mejor muestra, que la tradición oral tuvo su origen en Jesús mismo, cómo se desarrolló en la época de los apóstoles y qué papel fundamental desempeñó posteriormente en la composición de los evangelios.
La tercera sección explica que hubo un cierto número de composiciones previas a los cuatro evangelios canónicos, puestas por escrito, que reunían dichos y acciones de Jesús. Guijarro aclara el contenido y valor de las más importantes: 1. El relato primitivo, anónimo, de la pasión, previo al Evangelio de Marcos y que este utilizó sin duda. 2. El famoso “Documento Q”, o “Fuente Q”, del que no se ha conservado copia alguna, pero que muy probablemente existió a pesar de ello. Aquí aclara Guijarro su contenido y propósito y la discusión sobre su existencia, exponiendo otras propuestas que procuran explicar los parecidos, o contactos, entre los Evangelios sin recurrir a esta fuente “Q” en realidad hipotética. Es interesante para el lector, porque será para bastantes algo desconocido, cómo Guijarro explica la posible existencia de una “Fuente los signos”, o milagros de Jesús, y cómo debe deducirse su realidad por medio del análisis del Evangelio de Juan y sus contactos con los otros evangelios, sobre todo Marcos y Lucas.
Finalmente la cuarta sección aborda directamente el género literario de los evangelios, discutiendo extensamente si pueden considerarse relatos biográficos de Jesús y en qué sentido, si la respuesta fuere positiva. Trata también cómo los Evangelios son en parte reescritura de la tradición a la luz de otros tipos de reescrituras de textos ya sagrados entre los judíos, bíblicos obre todo. En esta sección se vuelve a tratar muy brevemente la historia del canon del Nuevo Testamento en lo que se refiere a la selección de los evangelios: la formación de un “evangelio con cuatro formas complementarias”, el “evangelio tetramorfo”. Naturalmente también se tocan en esa sección las cuestiones de fecha de composición, lectores a los que van dirigidos cada uno de los evangelios, y la autoría –también posible– de cada uno de ellos.
La segunda y última parte del libro de Guijarro es una lectura de cada uno de los evangelios en la que se incluyen los Hechos de Apóstoles, porque el autor supone que el autor es el mismo que el del Evangelio de Lucas. El desarrollo de cada sección es en esencia tripartito: cómo se compuso el evangelio en cuestión; cómo debe leerse cada uno de ellos y los temas típicos de fecha de composición y autoría, que el autor engloba bajo la rúbrica “La situación retórica” de cada Evangelio más los Hechos.
La conclusión, titulada “La memoria de Jesús”, resume las tesis del libro e insiste en el acierto de la “iglesia apostólica” (designación errónea a todas luces si se contempla el canon del Nuevo Testamento, compuesto por obras que no son apostólicas, ni muchísimo menos) de escoger a cuatro evangelios entre otros que ya existían…, y en mantener la pluralidad que supone cuatro acercamientos diferentes a Jesús, puesto que esta vía plural de acceso a Jesús “expresaba una doble convicción: que no hay un solo camino para llegar a Jesús, y que él está más allá de todos los caminos” (p. 601). El libro concluye con tres interesantes “Apéndices”, los textos (reconstruidos por la tarea filológica) del “Relato premarcano de la Pasión”, la “Fuente Q” y la “Fuente de los signos”, y finaliza con una amplia bibliografía
Todo este interesante conjunto permite algunos comentarios que iremos desgranando en posteriores entregas.
Saludos cordiales de Antonio Piñero