Hoy escribe Fernando Bermejo
Es bien sabido –si prescindimos de buena parte de nuestros alumnos de la ESO y la Universidad– cómo consideraba, y considera, el pueblo judío a ese noble animal que es el cerdo (cf. Levítico 11, 7), que llegó a ser tanto más abominable cuanto que servía de animal sacrificial en la mayor parte de los cultos helenísticos. Hasta tal punto, que la ausencia de restos del animal se considera en ocasiones un marcador cultural de asentamientos judíos.
Su ausencia de la dieta judía atrajo mucha atención en la Antigüedad, hasta el punto de que hubo autores paganos que discutieron sobre si los judíos honraban a los cerdos o los aborrecían, y esta restricción se convirtió con frecuencia en ocasión para la ridiculización o la broma. De hecho, el escritor Macrobio atribuyó al césar Augusto la afirmación de que habría preferido ser el cerdo de Herodes que uno de sus hijos: Herodes observó en términos generales la ley judía, y por tanto no comió cerdo, pero hizo ejecutar a tres de sus hijos.
(Entre paréntesis: Macrobio escribió en latín en el s. V, y el contexto que dio para el dicho de Augusto no solo no es correcto sino que es legendario: él sostuvo que cuando, supuestamente, Herodes hizo matar a los bebés de Belén (Mt 2:16), uno de sus propios hijos estaba entre las víctimas).
Este es precisamente uno de los aspectos que hay que tener en cuenta a la hora de interpretar el episodio del endemoniado (resp. endemoniados) y la piara de cerdos, con sus variantes en Marcos 5 y en Mt 8.
Hace unos días, un comercio de la ciudad en la que resido habitualmente preparó en el escaparate un elaboradísimo belén para celebrar la Navidad. En él no faltaba detalle. Pero, como en otros belenes, algunos cerdos andaban hozando cerca del portal. Por un momento, una de las personalidades descabelladas que llevo dentro consideró la posibilidad de entrar en el comercio y llamar la atención de su dueño sobre el carácter chirriante, histórica y culturalmente hablando, del detalle de su belén, así como de la desjudaización de Jesús que supone. Por fortuna, me detuve a tiempo. Al fin y al cabo, y si de falta de sentido histórico se trata ¿no están también en el belén los reyes y sus pajes, los ángeles, la estrella y hasta el caganer de Messi?
Los cerdos del belén: toda una metáfora.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo y Feliz Navidad a todos
Es bien sabido –si prescindimos de buena parte de nuestros alumnos de la ESO y la Universidad– cómo consideraba, y considera, el pueblo judío a ese noble animal que es el cerdo (cf. Levítico 11, 7), que llegó a ser tanto más abominable cuanto que servía de animal sacrificial en la mayor parte de los cultos helenísticos. Hasta tal punto, que la ausencia de restos del animal se considera en ocasiones un marcador cultural de asentamientos judíos.
Su ausencia de la dieta judía atrajo mucha atención en la Antigüedad, hasta el punto de que hubo autores paganos que discutieron sobre si los judíos honraban a los cerdos o los aborrecían, y esta restricción se convirtió con frecuencia en ocasión para la ridiculización o la broma. De hecho, el escritor Macrobio atribuyó al césar Augusto la afirmación de que habría preferido ser el cerdo de Herodes que uno de sus hijos: Herodes observó en términos generales la ley judía, y por tanto no comió cerdo, pero hizo ejecutar a tres de sus hijos.
(Entre paréntesis: Macrobio escribió en latín en el s. V, y el contexto que dio para el dicho de Augusto no solo no es correcto sino que es legendario: él sostuvo que cuando, supuestamente, Herodes hizo matar a los bebés de Belén (Mt 2:16), uno de sus propios hijos estaba entre las víctimas).
Este es precisamente uno de los aspectos que hay que tener en cuenta a la hora de interpretar el episodio del endemoniado (resp. endemoniados) y la piara de cerdos, con sus variantes en Marcos 5 y en Mt 8.
Hace unos días, un comercio de la ciudad en la que resido habitualmente preparó en el escaparate un elaboradísimo belén para celebrar la Navidad. En él no faltaba detalle. Pero, como en otros belenes, algunos cerdos andaban hozando cerca del portal. Por un momento, una de las personalidades descabelladas que llevo dentro consideró la posibilidad de entrar en el comercio y llamar la atención de su dueño sobre el carácter chirriante, histórica y culturalmente hablando, del detalle de su belén, así como de la desjudaización de Jesús que supone. Por fortuna, me detuve a tiempo. Al fin y al cabo, y si de falta de sentido histórico se trata ¿no están también en el belén los reyes y sus pajes, los ángeles, la estrella y hasta el caganer de Messi?
Los cerdos del belén: toda una metáfora.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo y Feliz Navidad a todos