Hoy escribe Fernando Bermejo
Hace ya varias décadas, el joven misionero norteamericano Daniel Everett, animado por su profunda fe y sus deseos de convertir a los modernos paganos, decidió irse con su familia –su mujer y sus tres hijos – a un remoto rincón de la Amazonia brasileña. Más exactamente, a un lugar en el que vivían algunos cientos de personas que componen la tribu de cazadores-recolectores de los Piraha, en unas pocas aldeas repartidas en las riberas del río Maici, afluente del Amazonas.
Tras casarse con Keren Graham, hija de misioneros, ambos estudiaron en el Summer Institute of Linguistics, cuya function consistía en formar a misioneros en el ámbito de la lingüística y la traducción con el objeto de que fueran capaces de traducir la Biblia a todas las lenguas del mundo (una tarea de la que algún día un equipo de lingüistas sensatos tendría que hacer una evaluación). Tras algunos años de estudio allá se fueron, listos para arrancar a los nativos de las garras del Maligno.
Pero aunque Everett había llegado a Brasil seguro de sí mismo y de su Dios, la cosa no fue como se esperaba. El contacto con los Piraha, cuyo bienestar espiritual parecía evidente, fue sembrando perplejidades acerca de la bondad y el sentido de la tarea misionera para la que se había preparado. En un libro reciente, Everett confesó que pocos años después de llegar, ya en 1982, había empezado a tener dudas, y que había perdido toda fe religiosa en 1985. Cuando a finales de los 90 se sinceró con su mujer y sus hijos acerca de su ateísmo, su matrimonio acabó en divorcio y dos de sus tres hijos rompieron todo contacto con él (luego restablecido).
Más tarde, Everett afirmaría que el intento de “convertir” a un grupo de personas de una cultura diferente es una forma de colonialismo mental. Y el hecho de que esas personas no parecían necesitar ni querer lo más mínimo ser “convertidas” volvía la tarea no solo absurda, sino también algo rayano en lo inmoral. Por lo demás, tras 25 años de contacto no consiguió convertir a un solo Piraha. Para que luego hablen de los irreductibles galos…
El cambio experimentado por Everett no es de extrañar, una vez que uno tiene la suerte de escuchar a los sabios de la tribu Piraha hablar sobre supuestas divinidades: “No queremos nada que esté arriba, queremos las cosas que están en el suelo”. Qué mentes tan paupérrimamente elementales, dirán unos; qué sabiduría tan obviamente extraordinaria, dirán otros. “‘Dios’ es un forastero: no lo conocemos, no lo queremos”. Que palabras tan sensatas les parezcan a muchos blasfemias quizás da el tono del verdadero estado espiritual de buena parte de la humanidad. Everett diría también que llevar el mensaje de la “salvación” a los Piraha es como llevar hielo a los esquimales.
Como es sabido, las tesis de Everett acerca de la lengua de los Piraha –que parece poseer una llamativa anomalía gramatical, pues no se detectan en ella pruebas de la recursividad que es la condición de posibilidad para la formación de estructuras sintácticas complejas – ponen en cuestión aspectos básicos de la teoría chomskiana del lenguaje, lo que ha llevado al ahora lingüista a un enfrentamiento con el establishment. Tengo un gran respeto intelectual por Chomsky, y no soy quién para pronunciarme en este contencioso, aunque no me extrañaría que el establishment estuviera equivocado: la experiencia me ha demostrado en varias ocasiones que lo que parecen las más sólidas construcciones intelectuales están a menudo edificadas sobre arena.
Lo que sí tengo claro es que, aun si la naturaleza de la lengua Piraha no pudiera aducirse como falsación de la idea de la gramática universal, el bienestar espiritual y sin dioses de los Piraha sí parece representar una enésima y elocuente falsación práctica de los solemnes y universalizantes discursos teológicos.
Bienaventurados los Piraha, porque de ellos es el reino de la tierra.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Hace ya varias décadas, el joven misionero norteamericano Daniel Everett, animado por su profunda fe y sus deseos de convertir a los modernos paganos, decidió irse con su familia –su mujer y sus tres hijos – a un remoto rincón de la Amazonia brasileña. Más exactamente, a un lugar en el que vivían algunos cientos de personas que componen la tribu de cazadores-recolectores de los Piraha, en unas pocas aldeas repartidas en las riberas del río Maici, afluente del Amazonas.
Tras casarse con Keren Graham, hija de misioneros, ambos estudiaron en el Summer Institute of Linguistics, cuya function consistía en formar a misioneros en el ámbito de la lingüística y la traducción con el objeto de que fueran capaces de traducir la Biblia a todas las lenguas del mundo (una tarea de la que algún día un equipo de lingüistas sensatos tendría que hacer una evaluación). Tras algunos años de estudio allá se fueron, listos para arrancar a los nativos de las garras del Maligno.
Pero aunque Everett había llegado a Brasil seguro de sí mismo y de su Dios, la cosa no fue como se esperaba. El contacto con los Piraha, cuyo bienestar espiritual parecía evidente, fue sembrando perplejidades acerca de la bondad y el sentido de la tarea misionera para la que se había preparado. En un libro reciente, Everett confesó que pocos años después de llegar, ya en 1982, había empezado a tener dudas, y que había perdido toda fe religiosa en 1985. Cuando a finales de los 90 se sinceró con su mujer y sus hijos acerca de su ateísmo, su matrimonio acabó en divorcio y dos de sus tres hijos rompieron todo contacto con él (luego restablecido).
Más tarde, Everett afirmaría que el intento de “convertir” a un grupo de personas de una cultura diferente es una forma de colonialismo mental. Y el hecho de que esas personas no parecían necesitar ni querer lo más mínimo ser “convertidas” volvía la tarea no solo absurda, sino también algo rayano en lo inmoral. Por lo demás, tras 25 años de contacto no consiguió convertir a un solo Piraha. Para que luego hablen de los irreductibles galos…
El cambio experimentado por Everett no es de extrañar, una vez que uno tiene la suerte de escuchar a los sabios de la tribu Piraha hablar sobre supuestas divinidades: “No queremos nada que esté arriba, queremos las cosas que están en el suelo”. Qué mentes tan paupérrimamente elementales, dirán unos; qué sabiduría tan obviamente extraordinaria, dirán otros. “‘Dios’ es un forastero: no lo conocemos, no lo queremos”. Que palabras tan sensatas les parezcan a muchos blasfemias quizás da el tono del verdadero estado espiritual de buena parte de la humanidad. Everett diría también que llevar el mensaje de la “salvación” a los Piraha es como llevar hielo a los esquimales.
Como es sabido, las tesis de Everett acerca de la lengua de los Piraha –que parece poseer una llamativa anomalía gramatical, pues no se detectan en ella pruebas de la recursividad que es la condición de posibilidad para la formación de estructuras sintácticas complejas – ponen en cuestión aspectos básicos de la teoría chomskiana del lenguaje, lo que ha llevado al ahora lingüista a un enfrentamiento con el establishment. Tengo un gran respeto intelectual por Chomsky, y no soy quién para pronunciarme en este contencioso, aunque no me extrañaría que el establishment estuviera equivocado: la experiencia me ha demostrado en varias ocasiones que lo que parecen las más sólidas construcciones intelectuales están a menudo edificadas sobre arena.
Lo que sí tengo claro es que, aun si la naturaleza de la lengua Piraha no pudiera aducirse como falsación de la idea de la gramática universal, el bienestar espiritual y sin dioses de los Piraha sí parece representar una enésima y elocuente falsación práctica de los solemnes y universalizantes discursos teológicos.
Bienaventurados los Piraha, porque de ellos es el reino de la tierra.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo