Hoy escribe Antonio Piñero
Mi opinión general sobre el libro de González Echegaray, cuyo título corresponde al de esta postal, es positiva: estimo que este libro es tan rico en información sintética que es válido no sólo para el aparente profano en estas materias, sino también para muchos biblistas que tienen más interés en la exégesis de los textos, o en el mundo de las ideas, de la teología, pero a los que no les viene mal conocer los datos históricos, extrabíblicos, resultado de excavaciones y de la investigación histórica y sociológica.
Sin embargo, echo de menos en el libro, especialmente en el capítulo primero una visión un tanto más compleja y completa del problema de la historicidad de los Hechos de los apóstoles, tema que se trata demasiado rápidamente. Se dice poco de ella, y se da la impresión -probablemente falsa en la realidad conociendo la mentalidad crítica del autor manifestada en otras obras- de que se admite casi sin más el esquema mental del autor de los Hechos en la presentación de Pablo y de sus viajes…, cuando en verdad el autor sabe que es materia harto discutible.
Opino que si se preguntase hoy a un Pablo de Tarso redivivo si está o no de acuerdo con la división en tres partes tan claras (primer, segundo, tercer viaje misioneros) de sus aventuras apostólicas, estoy seguro de que se asombraría mucho y se mostraría escéptico. Puesto que -como dijimos- el libro presente de González Echegaray es un “compañero” (en inglés es éste el término ya consagrado, “companion”) de los Hechos, alguien diría que no tiene por qué abordar necesariamente tal problemática. Respondería que no en profundidad, pero sí al menos mencionarla y dar su opinión crítica.
Igualmente ocurre con el discutido tema de la ciudadanía romana de Pablo, nunca sostenida por éste en sus cartas auténticas, sino sólo por los Hechos. Las cárceles y castigos corporales descritos en sus epístolas ponen en seria duda esta ciudadanía. Deberían, pues, mencionarse tales dudas.
Recordemos además que hemos dedicado muchas postales a la imagen de Pablo y al sesgo o tendencia del autor de Hechos, que presenta una imagen del Apóstol muy unilateral, inexacta en mi opinión, en lo que se refiere a su formación y estancia en Jerusalén antes de la “llamada”/“conversión”, y hemos señalado repetidas veces también la notable ausencia de cualquier mención a sus cartas auténticas en los Hechos de los apóstoles. Sería importante haberlo señalado también, ya que los más señero y nuclear de la teología que hace que Pablo se distancia muy nítidamente del fariseísmo que dice profesar él mismo en los Hechos.
Opino que de algún modo esta problemática debería de haber estado presente, aunque sea de pasada, en esta obra. Y el autor la conoce de sobra. Opino también que la verdadera imagen de Pablo puede influir sobre el modo cómo se presentan las religiones en el Imperio romano, objeto del capítulo IX de la obra que comentamos. No creo suficientemente destacado el contacto “teología paulina” – “cultos de misterio”, al menos por contraste y superación.
Pienso, por otra parte, que el tenor histórico de los Hechos hace que Lucas sea una mina preciosa de conocimientos para el lector sobre detalles pequeños que va diseminando Lucas en su obra a la vez que narra la historia de sus personajes preferidos, Pablo sobre todo. La investigación ha caído en la cuenta de cuán preciso es Lucas en el uso de vocablos que se refieren a la administración romana y cuán exacto, en la descripción de las cosas tangibles que rodean a los personajes…, pero que es muy sesgado en la presentación ideológica del conjunto.
En general soy de los que piensa que Lucas es fidelísimo en lo mínimo, en detalles, pero muy peculiar y tendencioso en lo máximo, en lo importante, en las líneas generales de interpretación del ambiente y de los hechos. Por ejemplo, el trato que los romanos, y su ejército, dispensan a Pablo en los Hechos. Para mí es un tanto dudoso que fueran tan amables y favorables a la causa del Apóstol como pinta Lucas y como señala González Echegaray.
Otro punto discutible es el significado de la casa y de la ciudad, sobre todo la primera, en el desarrollo del cristianismo, ya que éste es ante todo un movimiento urbano, como afirmó ya Max Weber: es altamente improbable, sostenía, que el cristianismo hubiera podido desarrollarse como lo hizo fuera de un entorno urbano. Echegaray está totalmente de acuerdo con este punto de vista. Por ello pienso que nuestro autor debería de haber desarrollado no sólo lo que era en sí la ciudad y sus casas (describe sobre todo la romana, y la de los ricos, la casa con peristilo), sino también el modo de vida en ellas, llevando de la mano al lector para que obtenga una perspectiva más amplia y más importantes consecuencias de la exposición.
Si queremos entender la atracción popular que generó la iglesia primitiva, debemos comprender cómo el mensaje del Nuevo Testamento (y en especial de los Hechos respecto a Pablo) y las relaciones sociales que éste promovía resolvieron agudos problemas que afligían a las ciudades y casas de las clases medias grecorromanas. De todo esto, por ejemplo, la miseria crónica urbana, el caos social, la inseguridad, etc., me parece que deberían haber ocupado un puesto destacado en el libro de González Echegaray, quien pasa de puntillas sobre ello.
De todos modos, a pesar de estos “desiderata”, de estas lagunas, pienso que el libro que comentamos merece la pena. Es un excelente compañero de viaje, pues por medio de los “realia” (las cosas palpables del entorno) se entiende mejor el mensaje cristiano, el por qué de algunos temas y sus efectos sociales y religiosos. El libro es, pues recomendable, tanto para los cristianos de “a pie”, pero interesados en profundizar en su religión, como para los más “especialistas”, quienes muchas veces, es verdad, olvidan que la superestructura ideológica, el mundo de la teología y de las ideas, está muy condicionado por la infraestructura material en donde se desarrolla.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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