Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía XI
I
Encuentro de Matidia con Pedro
Los datos de la novela incrustada entre los textos de las Homilías griegas y los relatos latinos de los sucesos narrados en la obra del Pseudo Clemente reciben un golpe decisivo en la Homilía XII. En las tierras lejanas de Fenicia coinciden los protagonistas de la novela con la predicación del Evangelio, desempeñada por Pedro y sus colaboradores. El día pasado pudimos conocer los datos esenciales de los sucesos transmitidos por la madre de la familia romana zarandeada por una suerte adversa. Los motivos de la separación de los miembros de la familia, el enamoramiento del cuñado de Matidia, su sueño fingido y su ausencia de Roma en compañía de sus dos hijos gemelos.
El naufragio y sus consecuencias
El naufragio del barco que los llevaba al destierro dio al traste con los proyectos de la familia, que acabó en una situación inesperada y por demás desesperada. La lógica de los sucesos puso especial énfasis en el relato del naufragio. Una tempestad violenta como las conocidas por los habitantes del mar Egeo había puesto punto final a la huida en común de la matrona romana y sus hijos. Por su relato conocemos los detalles del terrorífico acontecimiento. Lo peor en principio para la mujer era la obligada separación de sus hijos, a los que suponía perecidos en las profundidades del mar embravecido. Ella cuenta su situación, su desolación, el favor de los habitantes de la zona y su encuentro con la viuda joven y generosa que le ofreció hospedaje y compañía. De las distintas opciones que se le ofrecían, Matidia eligió la oferta de una joven viuda, cuya situación era paralela a la suya propia. Su soledad era consecuencia de un naufragio que se había llevado a su joven marido. Ella recordaba y respetaba la memoria del difunto, gesto que movió a Matidia a preferir la opción de su compañía. La anfitriona ofrecía un proyecto de vida generoso y lleno de cariño: “Tendremos, pues, en común lo que las dos podamos conseguir con nuestras manos” (Hom XII 17,4).
La enfermedad de las dos mujeres
La narración de la mendiga prosigue su exposición a Pedro de los detalles y desarrollo de su convivencia. Las dos mujeres vivían una vida llena de gestos de cariño y generosidad. La compañera de Matidia sufrió una enfermedad de sus manos, que Matidia define como consecuencia de picaduras o mordeduras. El resultado fue la inutilidad en que quedaron sus manos para cualquier clase de trabajo manual. Todo quedaba ahora en manos de Matidia, que sufrió igualmente una enfermedad de las manos que las dejaron inútiles para el trabajo. No quedaba otra solución que la mendicidad, vergonzosa en opinión de Pedro, pero necesaria para dos personas enfermas. Matidia, la matrona romana, casada con un pariente del emperador se veía obligada a practicar la mendicidad para ella y su generosa compañera.
Sospecha de Pedro acerca de la mendiga
Pedro, que ya conocía la versión de los hechos de la familia por el relato de Clemente, tuvo la corazonada de que algo gozoso estaba a punto de suceder. Pues, en efecto, el relato de Matidia tenía puntos paralelos con la versión de los hechos dada por Clemente. La prudencia de Matidia, deseosa de ocultar su verdadera identidad personal, cambió intencionadamente algunos detalles que desconcertaron a Pedro. Cuando Pedro le preguntó sobre los detalles concretos de su familia, afirmó que ella era de Éfeso, que su marido era siciliano y cambió los nombres de sus hijos. En base a estos datos, la sospecha de Pedro se disipaba. Su sospecha era nada menos que la mendiga podía ser la madre del Clemente que le acompañaba en su ministerio.
Pedro insistió en su deseo de descubrir lo que sospechaba. Y continuó contando a la mendiga datos por demás interesantes: “Hay un cierto joven que me sigue, deseoso de oír las palabras sobre la religión y es ciudadano romano, que me ha contado que tenía un padre y también dos hermanos gemelos, a ninguno de los cuales ha vuelto a ver. Pues mi madre, según dice, tal como mi padre me contaba, al tener un sueño, salió de la ciudad de Roma durante cierto tiempo con sus hijos gemelos, para no morir de mala muerte. Salió, pues, con ellos, y no se la ha vuelto a ver. Su marido y padre del joven marchó también en busca de ella, y tampoco se lo encuentra” (Hom XII 20,1-3). El misterio se despejaba en medio de unos sucesos narrados al margen de alegorías o metáforas. Matidia y su hijo menor, al que dejara la mujer para consuelo de su padre estaban ahí con sus identidades íntegras y un deseo intacto del mutuo reconocimiento.
Comenzaba uno de los pasos interesantes y esenciales de la obra literaria en opinión de Aristóteles. Primero venía la “peripecia” (peripéteia), el cambio de una situación de desgracia a otro de felicidad. Y en coincidencia, el “reconocimiento” o anagnórisis. Pero es mejor que uno de los pasajes más interesantes de la obra nos llegue con la realidad del texto sin mayores comentarios:
Cuando Pedro hubo dicho estas cosas, la mujer que había escuchado atentamente, se desmayó como fuera de sí. Pedro se acercó, la tomó y le recomendó que volviera en sí convenciéndola para que confesara qué era lo que le pasaba. Pero ella, incapacitada en todo el cuerpo como por la embriaguez, se recuperó como para poder soportar la magnitud de la esperada alegría, y frotándose el rostro, dijo: - “¿Dónde está ese joven?” Y él, comprendiendo ya todo el asunto, dijo: - “Habla tú primero, de lo contrario, no podrás verlo”. Ella dijo a toda prisa: - “Yo soy la madre del joven”. Y dijo Pedro: - “¿Cuál es su nombre?” Ella respondió: - “Clemente”.Y Pedro dijo: - “Es él, y él era el que hace un momento estaba hablando conmigo, al que ordené que me esperara en el barco”.
Y ella, cayendo a los pies de Pedro, le suplicaba que se diera prisa en ir al barco. Y Pedro le dijo: - “Si me guardas lo pactado, también cumpliré esto”. Ella dijo: - “Todo lo haré, sólo muéstrame a mi único hijo. Pues tendré la sensación de que veré a través de él a mis dos hijos que murieron aquí”. Pedro replicó: - “Cuando lo veas, permanece tranquila hasta que salgamos de la isla”. Y ella dijo: - “Así lo haré” (Hom XII 21,1-6).
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Homilía XI
I
Encuentro de Matidia con Pedro
Los datos de la novela incrustada entre los textos de las Homilías griegas y los relatos latinos de los sucesos narrados en la obra del Pseudo Clemente reciben un golpe decisivo en la Homilía XII. En las tierras lejanas de Fenicia coinciden los protagonistas de la novela con la predicación del Evangelio, desempeñada por Pedro y sus colaboradores. El día pasado pudimos conocer los datos esenciales de los sucesos transmitidos por la madre de la familia romana zarandeada por una suerte adversa. Los motivos de la separación de los miembros de la familia, el enamoramiento del cuñado de Matidia, su sueño fingido y su ausencia de Roma en compañía de sus dos hijos gemelos.
El naufragio y sus consecuencias
El naufragio del barco que los llevaba al destierro dio al traste con los proyectos de la familia, que acabó en una situación inesperada y por demás desesperada. La lógica de los sucesos puso especial énfasis en el relato del naufragio. Una tempestad violenta como las conocidas por los habitantes del mar Egeo había puesto punto final a la huida en común de la matrona romana y sus hijos. Por su relato conocemos los detalles del terrorífico acontecimiento. Lo peor en principio para la mujer era la obligada separación de sus hijos, a los que suponía perecidos en las profundidades del mar embravecido. Ella cuenta su situación, su desolación, el favor de los habitantes de la zona y su encuentro con la viuda joven y generosa que le ofreció hospedaje y compañía. De las distintas opciones que se le ofrecían, Matidia eligió la oferta de una joven viuda, cuya situación era paralela a la suya propia. Su soledad era consecuencia de un naufragio que se había llevado a su joven marido. Ella recordaba y respetaba la memoria del difunto, gesto que movió a Matidia a preferir la opción de su compañía. La anfitriona ofrecía un proyecto de vida generoso y lleno de cariño: “Tendremos, pues, en común lo que las dos podamos conseguir con nuestras manos” (Hom XII 17,4).
La enfermedad de las dos mujeres
La narración de la mendiga prosigue su exposición a Pedro de los detalles y desarrollo de su convivencia. Las dos mujeres vivían una vida llena de gestos de cariño y generosidad. La compañera de Matidia sufrió una enfermedad de sus manos, que Matidia define como consecuencia de picaduras o mordeduras. El resultado fue la inutilidad en que quedaron sus manos para cualquier clase de trabajo manual. Todo quedaba ahora en manos de Matidia, que sufrió igualmente una enfermedad de las manos que las dejaron inútiles para el trabajo. No quedaba otra solución que la mendicidad, vergonzosa en opinión de Pedro, pero necesaria para dos personas enfermas. Matidia, la matrona romana, casada con un pariente del emperador se veía obligada a practicar la mendicidad para ella y su generosa compañera.
Sospecha de Pedro acerca de la mendiga
Pedro, que ya conocía la versión de los hechos de la familia por el relato de Clemente, tuvo la corazonada de que algo gozoso estaba a punto de suceder. Pues, en efecto, el relato de Matidia tenía puntos paralelos con la versión de los hechos dada por Clemente. La prudencia de Matidia, deseosa de ocultar su verdadera identidad personal, cambió intencionadamente algunos detalles que desconcertaron a Pedro. Cuando Pedro le preguntó sobre los detalles concretos de su familia, afirmó que ella era de Éfeso, que su marido era siciliano y cambió los nombres de sus hijos. En base a estos datos, la sospecha de Pedro se disipaba. Su sospecha era nada menos que la mendiga podía ser la madre del Clemente que le acompañaba en su ministerio.
Pedro insistió en su deseo de descubrir lo que sospechaba. Y continuó contando a la mendiga datos por demás interesantes: “Hay un cierto joven que me sigue, deseoso de oír las palabras sobre la religión y es ciudadano romano, que me ha contado que tenía un padre y también dos hermanos gemelos, a ninguno de los cuales ha vuelto a ver. Pues mi madre, según dice, tal como mi padre me contaba, al tener un sueño, salió de la ciudad de Roma durante cierto tiempo con sus hijos gemelos, para no morir de mala muerte. Salió, pues, con ellos, y no se la ha vuelto a ver. Su marido y padre del joven marchó también en busca de ella, y tampoco se lo encuentra” (Hom XII 20,1-3). El misterio se despejaba en medio de unos sucesos narrados al margen de alegorías o metáforas. Matidia y su hijo menor, al que dejara la mujer para consuelo de su padre estaban ahí con sus identidades íntegras y un deseo intacto del mutuo reconocimiento.
Comenzaba uno de los pasos interesantes y esenciales de la obra literaria en opinión de Aristóteles. Primero venía la “peripecia” (peripéteia), el cambio de una situación de desgracia a otro de felicidad. Y en coincidencia, el “reconocimiento” o anagnórisis. Pero es mejor que uno de los pasajes más interesantes de la obra nos llegue con la realidad del texto sin mayores comentarios:
Cuando Pedro hubo dicho estas cosas, la mujer que había escuchado atentamente, se desmayó como fuera de sí. Pedro se acercó, la tomó y le recomendó que volviera en sí convenciéndola para que confesara qué era lo que le pasaba. Pero ella, incapacitada en todo el cuerpo como por la embriaguez, se recuperó como para poder soportar la magnitud de la esperada alegría, y frotándose el rostro, dijo: - “¿Dónde está ese joven?” Y él, comprendiendo ya todo el asunto, dijo: - “Habla tú primero, de lo contrario, no podrás verlo”. Ella dijo a toda prisa: - “Yo soy la madre del joven”. Y dijo Pedro: - “¿Cuál es su nombre?” Ella respondió: - “Clemente”.Y Pedro dijo: - “Es él, y él era el que hace un momento estaba hablando conmigo, al que ordené que me esperara en el barco”.
Y ella, cayendo a los pies de Pedro, le suplicaba que se diera prisa en ir al barco. Y Pedro le dijo: - “Si me guardas lo pactado, también cumpliré esto”. Ella dijo: - “Todo lo haré, sólo muéstrame a mi único hijo. Pues tendré la sensación de que veré a través de él a mis dos hijos que murieron aquí”. Pedro replicó: - “Cuando lo veas, permanece tranquila hasta que salgamos de la isla”. Y ella dijo: - “Así lo haré” (Hom XII 21,1-6).
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro