Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía XII
Vía hacia el reconocimiento
El relato de Clemente aborda el caso de su padre, que cambia su método de búsqueda de su familia perdida en el silencio y la lejanía. Convencido de que sus familiares estarían por cualquier rincón de Grecia, tomó la determinación de emprender personalmente las tareas de buscar a sus seres queridos. “Me tomó consigo, -cuenta Clemente-, bajó al puerto y preguntó a muchos con insistencia dónde cada uno había visto o escuchado que hubiera sucedido un naufragio hacía cuatro años” (Hom XII 10,1). Ante la variedad de opiniones y la real ignorancia de los interrogados, el padre de la familia dejó a su hijo en manos de unos tutores y se lanzó armado apenas de su cariño tras los posibles vestigios de su perdida familia.
Clemente tenía a la sazón doce años y cuando esto contaba a Pedro habían pasado ya veinte años. Con razón comentaba que lo más probable es que hubiera fallecido en cualquier clase de calamidad, pues el silencio resultaba demasiado prolongando. Pedro lamentaba la penosa situación de Clemente, pero recurría a la fe cristiana como refugio de las penas y esperanza de su liberación. Era la ventaja que tenían los creyentes frente a las oscuridades de los gentiles y de “los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,12).
La visita a la isla de Árados
Uno de los presentes interrumpió el comentario de Pedro para pedirle el permiso de dirigirse a la isla de Árados, distante menos de treinta estadios de la costa. Pedro se lo concedió con la recomendación de que no acudieran en tropel para no llamar la atención. Había en la isla restos de unas posibles obras de Fidias. En la isla, denominada actualmente Arwad, se conservan efectivamente restos de monumentos antiguos. Compañeros de Pedro sentían curiosidad, mientras Pedro se sentía extrañamente atraído por una mendiga, anciana y enferma, con la que entabló una conversación que resultó muy útil para el desarrollo de la novela incrustada en el curso del relato.
Conversación de Pedro con la mendiga
Pedro inició la conversación con la mendiga, que resultará ser nada menos que la madre de Clemente, matrona romana de familia aristocrática, llegada a ese estado como efecto del naufragio sufrido por el barco que la transportaba con sus hijos. Sus gemelos, obsesión de la náufraga, habían sido raptados por unos piratas que los habían vendido en el comercio de eslavos. La suerte los había llevado a la propiedad de Justa, la mujer cananea, cuya hija Berenice había sido curada por Jesús según refiere el texto del evangelio de Marcos (Mc 8,24-30, par.).
“Mujer, -le preguntó Pedro- ¿qué es lo que te falta de tus miembros para que aceptes tal vergüenza, -me refiero al hecho de mendigar-, y no trabajes más bien con las manos que Dios te ha dado para procurarte el alimento de cada día?” La mendiga sufría una enfermedad que la tenía impedida para otra clase de trabajos. La viuda que la había acogido en la situación de su naufragio también había sufrido una enfermedad. Pero la mendiga explicaba su situación con palabras llenas de una gran carga de sentimientos: Todo era “enfermedad del alma y nada más. Pues si yo tuviera una mentalidad masculina, había un precipicio o un abismo, desde donde hubiera podido arrojarme para poner fin a mis torturantes desgracias”. Le había faltado valor para precipitarse en el abismo y reunirse con sus hijos perecidos presuntamente en el abismo del naufragio.
Pedro promete a la mendiga su curación
Ella presentaba su suicidio como remedio para sus penas. Pedro explicó a la mendiga las penas de los suicidas y le prometió la curación de sus desgracias. Las palabras del apóstol sonaban lisonjeras a los oídos de la mendiga: “Mujer, yo quería saber qué es lo que te causa tristeza. Pues si me lo enseñas, en recompensa por este favor, yo te demostraré que las almas continúan vivas en el Hades. Y te daré una medicina en lugar de un precipicio o un abismo para que puedas cambiar de vida sin sufrimiento” (Hom XII 14,3). Fue una especie de pacto entre dos propuestas tentadoras.
La situación suponía una explicación de la mendiga, que aclarara los pasos que la habían llevado a su estado actual. Ello exigía una exposición que acababa declarando la vida de la mendiga y de su familia. Es decir, para la curiosidad de Pedro, sería una historia que podía resolver las aporías de la mendiga. Mucho más cuanto que ya tenía Pedro la versión de los sucesos acaecidos a la familia. La versión de la mendiga podía aportar la solución definitiva, sobre todo, por la referencia de datos y detalles concretos, que ofrecerían una definición convincente del cambio de una matrona romana en una pobre mendiga.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Homilía XII
Vía hacia el reconocimiento
El relato de Clemente aborda el caso de su padre, que cambia su método de búsqueda de su familia perdida en el silencio y la lejanía. Convencido de que sus familiares estarían por cualquier rincón de Grecia, tomó la determinación de emprender personalmente las tareas de buscar a sus seres queridos. “Me tomó consigo, -cuenta Clemente-, bajó al puerto y preguntó a muchos con insistencia dónde cada uno había visto o escuchado que hubiera sucedido un naufragio hacía cuatro años” (Hom XII 10,1). Ante la variedad de opiniones y la real ignorancia de los interrogados, el padre de la familia dejó a su hijo en manos de unos tutores y se lanzó armado apenas de su cariño tras los posibles vestigios de su perdida familia.
Clemente tenía a la sazón doce años y cuando esto contaba a Pedro habían pasado ya veinte años. Con razón comentaba que lo más probable es que hubiera fallecido en cualquier clase de calamidad, pues el silencio resultaba demasiado prolongando. Pedro lamentaba la penosa situación de Clemente, pero recurría a la fe cristiana como refugio de las penas y esperanza de su liberación. Era la ventaja que tenían los creyentes frente a las oscuridades de los gentiles y de “los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,12).
La visita a la isla de Árados
Uno de los presentes interrumpió el comentario de Pedro para pedirle el permiso de dirigirse a la isla de Árados, distante menos de treinta estadios de la costa. Pedro se lo concedió con la recomendación de que no acudieran en tropel para no llamar la atención. Había en la isla restos de unas posibles obras de Fidias. En la isla, denominada actualmente Arwad, se conservan efectivamente restos de monumentos antiguos. Compañeros de Pedro sentían curiosidad, mientras Pedro se sentía extrañamente atraído por una mendiga, anciana y enferma, con la que entabló una conversación que resultó muy útil para el desarrollo de la novela incrustada en el curso del relato.
Conversación de Pedro con la mendiga
Pedro inició la conversación con la mendiga, que resultará ser nada menos que la madre de Clemente, matrona romana de familia aristocrática, llegada a ese estado como efecto del naufragio sufrido por el barco que la transportaba con sus hijos. Sus gemelos, obsesión de la náufraga, habían sido raptados por unos piratas que los habían vendido en el comercio de eslavos. La suerte los había llevado a la propiedad de Justa, la mujer cananea, cuya hija Berenice había sido curada por Jesús según refiere el texto del evangelio de Marcos (Mc 8,24-30, par.).
“Mujer, -le preguntó Pedro- ¿qué es lo que te falta de tus miembros para que aceptes tal vergüenza, -me refiero al hecho de mendigar-, y no trabajes más bien con las manos que Dios te ha dado para procurarte el alimento de cada día?” La mendiga sufría una enfermedad que la tenía impedida para otra clase de trabajos. La viuda que la había acogido en la situación de su naufragio también había sufrido una enfermedad. Pero la mendiga explicaba su situación con palabras llenas de una gran carga de sentimientos: Todo era “enfermedad del alma y nada más. Pues si yo tuviera una mentalidad masculina, había un precipicio o un abismo, desde donde hubiera podido arrojarme para poner fin a mis torturantes desgracias”. Le había faltado valor para precipitarse en el abismo y reunirse con sus hijos perecidos presuntamente en el abismo del naufragio.
Pedro promete a la mendiga su curación
Ella presentaba su suicidio como remedio para sus penas. Pedro explicó a la mendiga las penas de los suicidas y le prometió la curación de sus desgracias. Las palabras del apóstol sonaban lisonjeras a los oídos de la mendiga: “Mujer, yo quería saber qué es lo que te causa tristeza. Pues si me lo enseñas, en recompensa por este favor, yo te demostraré que las almas continúan vivas en el Hades. Y te daré una medicina en lugar de un precipicio o un abismo para que puedas cambiar de vida sin sufrimiento” (Hom XII 14,3). Fue una especie de pacto entre dos propuestas tentadoras.
La situación suponía una explicación de la mendiga, que aclarara los pasos que la habían llevado a su estado actual. Ello exigía una exposición que acababa declarando la vida de la mendiga y de su familia. Es decir, para la curiosidad de Pedro, sería una historia que podía resolver las aporías de la mendiga. Mucho más cuanto que ya tenía Pedro la versión de los sucesos acaecidos a la familia. La versión de la mendiga podía aportar la solución definitiva, sobre todo, por la referencia de datos y detalles concretos, que ofrecerían una definición convincente del cambio de una matrona romana en una pobre mendiga.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro