Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía XI
La verdad y el error
Vamos siguiendo un prolijo discurso de Pedro con recomendaciones acerca de la vida que debe practicar el bautizado. Los que han recibido el bautismo han elegido el camino y la práctica de la verdad. Su vida es contraria a los que viven en el error. Bien entendido que los cristianos deben superar en bondad y justicia a los que viven en el error. Pedro matiza este principio con detalles significativos con los que se siente identificado:
“De modo que si los que están en el error no matan, nosotros ni siquiera nos irritemos; si el que está en el error no comete adulterio, nosotros ni lo pensemos siquiera; si el que está en el error ama al que lo ama, nosotros incluso a los que nos odian” (Hom XI 32,1). Los que viven en el error suelen dar prestado a los que tienen, los cristianos deben dar incluso a los que no tienen. En una palabra, los que esperan heredar la vida eterna, deben hacer mejores obras que las que hacen los que sólo conocen la vida presente, sabiendo que si sus obras, comparadas con las de los justos en el día del juicio fueran iguales en bondad, los justos pasarían vergüenza, y sus adversarios perecerían por obrar siempre sumidos en el error.
Pedro dice lo de avergonzarse por eso, si los cristianos no hicieron más que los que no conocieron la verdad, siendo así que tenían más conocimientos. Y si es posible, prosigue Pedro, que nos avergoncemos al demostrar una bondad igual a la suya y no mayor, ¿cuánto más si demostramos que nuestra bondad es inferior?
Los ejemplos de la historia bíblica
Pero que realmente en el día del juicio, las obras de los que conocieron la verdad son comparadas con las obras buenas de los que vivieron en el error, el mismo Profeta verídico nos lo enseñó, diciendo a los que se descuidaban en venir a escucharle: “La reina del mediodía se levantará con esta generación y la condenará, porque vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; y aquí hay uno mayor que Salomón, y no creéis” (Mt 12,42). Y a los del pueblo que no querían creer en su predicación les dijo: “Los ninivitas se levantarán con esta generación y la condenarán, porque escucharon la predicación de Jonás e hicieron penitencia; y aquí hay uno mayor que Jonás, y nadie cree” (Mt 12,41).
Y así, poniendo frente a toda su impiedad a los gentiles que habían obrado el bien para condena de los que vivían en la religión de Dios, y que no habían hecho el mismo bien que los que vivían en el error, exhortaba a los que tenían razonamiento a realizar no solamente el mismo bien que los gentiles, sino mucho más.
Pedro proclama que se le ocurrió este discurso con el pretexto de que era necesario observar el tiempo de la separación frente a los incrédulos, lavarse después de la relación sexual y no rechazar esta forma de pureza aunque los que viven en el error la practiquen. Porque están para condena de los que viven en la verdadera religión los que obran bien estando en el error, además de no estar salvados. Pues su honor de la pureza procede del error y no de la religión del que es verdadero Padre y Dios del universo (Hom XI 33).
La Providencia y el gobierno del mundo
Terminado el largo discurso, Pedro despidió a las turbas no sin antes ratificar con su palabra una de las afirmaciones más destacadas en los debates de toda la obra. Se trata del hecho debatido sobre el gobierno del mundo. Entre los gentiles prevalecía la opinión de que el mundo era gobernado por fuerzas ocultas al margen de toda creencia en un Dios poderoso y providente. Los datos astrológicos del momento del nacimiento determinaban los detalles reales del destino de los hombres y de la historia.
En situación diametralmente opuesta se encontraba la doctrina cristiana, para la que el universo con su orden y su concierto era producto lógico de una mente soberana y poderosa. No solamente la creación del mundo, sino su orden y conservación era fruto de la Providencia de una divinidad poderosa y sabia. Un Dios personal empleaba una misericordia generosa en los caminos de la historia de la humanidad, creada para la felicidad eterna en el reino de Dios, que es la meta prometida para los justos después de un juicio universal y justo.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Homilía XI
La verdad y el error
Vamos siguiendo un prolijo discurso de Pedro con recomendaciones acerca de la vida que debe practicar el bautizado. Los que han recibido el bautismo han elegido el camino y la práctica de la verdad. Su vida es contraria a los que viven en el error. Bien entendido que los cristianos deben superar en bondad y justicia a los que viven en el error. Pedro matiza este principio con detalles significativos con los que se siente identificado:
“De modo que si los que están en el error no matan, nosotros ni siquiera nos irritemos; si el que está en el error no comete adulterio, nosotros ni lo pensemos siquiera; si el que está en el error ama al que lo ama, nosotros incluso a los que nos odian” (Hom XI 32,1). Los que viven en el error suelen dar prestado a los que tienen, los cristianos deben dar incluso a los que no tienen. En una palabra, los que esperan heredar la vida eterna, deben hacer mejores obras que las que hacen los que sólo conocen la vida presente, sabiendo que si sus obras, comparadas con las de los justos en el día del juicio fueran iguales en bondad, los justos pasarían vergüenza, y sus adversarios perecerían por obrar siempre sumidos en el error.
Pedro dice lo de avergonzarse por eso, si los cristianos no hicieron más que los que no conocieron la verdad, siendo así que tenían más conocimientos. Y si es posible, prosigue Pedro, que nos avergoncemos al demostrar una bondad igual a la suya y no mayor, ¿cuánto más si demostramos que nuestra bondad es inferior?
Los ejemplos de la historia bíblica
Pero que realmente en el día del juicio, las obras de los que conocieron la verdad son comparadas con las obras buenas de los que vivieron en el error, el mismo Profeta verídico nos lo enseñó, diciendo a los que se descuidaban en venir a escucharle: “La reina del mediodía se levantará con esta generación y la condenará, porque vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; y aquí hay uno mayor que Salomón, y no creéis” (Mt 12,42). Y a los del pueblo que no querían creer en su predicación les dijo: “Los ninivitas se levantarán con esta generación y la condenarán, porque escucharon la predicación de Jonás e hicieron penitencia; y aquí hay uno mayor que Jonás, y nadie cree” (Mt 12,41).
Y así, poniendo frente a toda su impiedad a los gentiles que habían obrado el bien para condena de los que vivían en la religión de Dios, y que no habían hecho el mismo bien que los que vivían en el error, exhortaba a los que tenían razonamiento a realizar no solamente el mismo bien que los gentiles, sino mucho más.
Pedro proclama que se le ocurrió este discurso con el pretexto de que era necesario observar el tiempo de la separación frente a los incrédulos, lavarse después de la relación sexual y no rechazar esta forma de pureza aunque los que viven en el error la practiquen. Porque están para condena de los que viven en la verdadera religión los que obran bien estando en el error, además de no estar salvados. Pues su honor de la pureza procede del error y no de la religión del que es verdadero Padre y Dios del universo (Hom XI 33).
La Providencia y el gobierno del mundo
Terminado el largo discurso, Pedro despidió a las turbas no sin antes ratificar con su palabra una de las afirmaciones más destacadas en los debates de toda la obra. Se trata del hecho debatido sobre el gobierno del mundo. Entre los gentiles prevalecía la opinión de que el mundo era gobernado por fuerzas ocultas al margen de toda creencia en un Dios poderoso y providente. Los datos astrológicos del momento del nacimiento determinaban los detalles reales del destino de los hombres y de la historia.
En situación diametralmente opuesta se encontraba la doctrina cristiana, para la que el universo con su orden y su concierto era producto lógico de una mente soberana y poderosa. No solamente la creación del mundo, sino su orden y conservación era fruto de la Providencia de una divinidad poderosa y sabia. Un Dios personal empleaba una misericordia generosa en los caminos de la historia de la humanidad, creada para la felicidad eterna en el reino de Dios, que es la meta prometida para los justos después de un juicio universal y justo.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro