Notas

Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.

Redactado por Antonio Piñero el Domingo, 15 de Febrero 2015 a las 21:03

Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía XI

Los idólatras están bajo el poder de los demonios

Pedro insiste casi obsesivamente sobre el peligro de la idolatría. Frente a la actividad contradictoria de la serpiente, que trata de sembrar en el alma humana deseos estériles y silencios nocivos, el apóstol rompe esos silencios para proclamar los postulados de la religión del Dios verdadero. Podría tomarse como un resumen de la conducta cristiana: “En la religión de Dios, se predica que se debe vivir sobriamente, ser casto, dominar la ira, no sustraer lo ajeno, vivir justamente, moderadamente, con firmeza, mansamente, contenerse a sí mismo en las necesidades, más que cuando no se tiene nada saciarse injustamente quitando lo de otro” (Hom XI 15,2).

La religión del Dios verdadero

Es un resumen de los mandamientos en su esencia. Es justamente lo contrario de lo que postulan los ídolos, portavoces de la serpiente oculta en el interior del corazón humano. Los silencios de la serpiente hacen surgir y fortalecerse la ignorancia de las cosas de Dios, presentada por Pedro como raíz y causa de todos los males. Más todavía, esta ignorancia es propiamente el suficiente castigo para la actitud e indiferencia del hombre. La consecuencia lleva a algunos a saturarse de furores entusiastas, a otros de absurdos alimentos, a otros a dedicarse a la lascivia y a otros al robo y al homicidio. Frutos todos estos de la actitud indiferente de la conducta modelada según los perfiles funestos de la ignorancia.

Daños de los cultos a los falsos dioses

Bajo pretexto de las llamadas víctimas sagradas, los hombres se llenan de crueles demonios, que los destruyen astutamente sin que realmente se enteren, para que no se den cuenta de la conjura que los amenaza. Con la excusa de cierta ofensa, o necesidad, amor, ira o tristeza los demonios los ahogan con un lazo o con agua, los arrojan de un precipicio y les quitan la vida mediante suicidio, apoplejía o cualquiera otra dolencia. Pero Pedro ofrece siempre solución a los problemas del hombre. Todos los daños que los demonios provocan en la vida de sus devotos se disuelven en el sentimiento básico de la piedad para con Dios, que no es otra cosa que el cumplimiento de la Ley.

Pedro aclara sus palabras y define su concepto de piedad. El piadoso con Dios, de quien hablo, es aquel que realmente lo es, no el que solamente lo es de nombre; pero el que realmente lo es cumple perfectamente las disposiciones de la Ley que se le ha entregado. Pues el judío que cree realmente en Dios cumple la Ley, y por la fe en ella, aleja incluso los otros padecimientos por semejantes y pesados que sean como montañas. Pero el que no cumple la Ley, por no creer en Dios, se convierte evidentemente en desertor; y de ese modo, al no ser judío es pecador; y por su pecado es víctima de los sufrimientos preparados para castigar a los pecadores.

Los bienes de la religión

Los cristianos tienen la ventaja de saber que “para todos hay una recompensa”. Es la consecuencia de su libre albedrío. Pero no son pocos los que, desconociendo lo que les conviene, corren el riesgo de no recibir los bienes eternos a causa de los placeres temporales. Por eso nosotros, dice Pedro, intentamos demostraros lo que os conviene, para que bien informados sobre las promesas de la religión, podáis por las buenas obras heredar con nosotros el mundo bienaventurado. Las cosas que consideramos verdaderas y buenas, no hemos tenido reparo en ofrecéroslas, sino al contrario, nos hemos apresurado en haceros coherederos de los bienes que nosotros estimamos como tales. Pero que realmente decimos la verdad sobre lo que hablamos, no de otro modo podréis conocerlo si antes no escucháis con deseo de conocer la verdad. Es decir, la vida eterna feliz forma parte esencial de las promesas de la religión de Dios que Pedro y los apóstoles predican, o lo que es lo mismo, parte de la Verdad con mayúscula.

Pero aunque es verdad que la serpiente habita en el interior del hombre, Dios le ofrece la posibilidad de encantarla para acallar sus arrullos. Y Pedro, consciente de que se mueve en el terreno de la alegoría, se adelanta a explicar el término y su eficacia: “Cuando hablo de “encantar”, quiero decir oponerse a sus malos consejos con vuestro razonamiento, recordando que en el principio introdujo la muerte en el mundo con la promesa de conocimiento” (Hom XI 18,2). El conocimiento, es decir, lo opuesto a la ignorancia. Lo que buscaban nuestros primeros padres en el Paraíso y lo que los hizo caer en la desobediencia.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro







Domingo, 15 de Febrero 2015
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