Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía XI
Cuarto día en Trípolis
La obsesión de Pedro se apoya en el rechazo de la idolatría. Frente a esa actitud se alza el hecho de que el hombre es y representa la imagen de Dios. Un afán presente en la historia de la humanidad es la mirada hacia un ser supremo que lleva las riendas del universo, al que todos llaman Dios. Los distintos pueblos y las diversas civilizaciones han señalado realidades muy diferentes en su deseo de dar culto a ese ser. Pero las divergencias han sido profundas y hasta contradictorias. Elementos como el sol, ciertas plantas, fuentes o determinados animales han ocupado la cima del poder sobre el universo. Y en otros ambientes, los ídolos resultaban ser muy diversos en su origen y su significado.
En busca de la imagen de Dios
Los hombres sabían que debían honrar a personajes divinos, así calificados en base a razones muy divergentes. Pero la historia demostró que esa imagen de Dios que los humanos buscaban y trataban de honrar con honores divinos se apartaba cada vez con mayor evidencia de la imagen de Dios, una imagen que el Creador quiso reflejar en el hombre. Algunos atribuyen a Dios la existencia de la idolatría, porque su poder infinito podría evitar esos desvíos de los hombres hacia realidades supuestas como divinas. Podría, sin más, eliminar a todos los seres que han sido adorados a lo largo de la historia humana. Los creyentes en un Dios supremo responden que en tal caso, dejarían de existir realidades insustituibles en la vida de la humanidad.
Muchos “dioses” no reflejan la imagen de Dios
Desaparecerían entonces el sol, la luna, el agua, la tierra, las montañas, los árboles, las semillas, e incluso el hombre, como era el caso de Egipto. Era preciso que Dios no hubiera dejado nada, ni siquiera a nosotros, para que no hubiera nada que fuera adorado o que adorara. Eso es lo que verdaderamente quiere que suceda la terrible serpiente que está oculta dentro de vosotros y que ni siquiera se abstiene en estos casos. Pero no será así, clama el autor del texto, pues nada peca el que es adorado, sino que padece violencia de parte del que quiere adorarlo. Y aunque se dé un juicio injusto de parte de todos los hombres, no se da de parte de Dios. Ya que no sería justo que recibiera el mismo castigo el que sufre que el que hace sufrir, a no ser que aquél acepte de buen grado el honor debido al único que realmente lo merece (Hom XI 6).
La paciencia de Dios y el libre albedrío del hombre
Lo que pasa es que Dios es eterno y no está sujeto a prisas ni aceleraciones. Tiene paciencia con todos los que viven en la impiedad, como padre compasivo y filántropo, pues sabe que los impíos pueden volverse piadosos. Y muchos de los que veneran a los seres infames e insensibles, volviéndose moderados, cesan de venerarlos y de pecar; y acudiendo al Dios verdadero con oraciones y buenas obras, obtienen la salvación hasta los griegos más recalcitrantes. Y es que todo en la vida de los hombres depende en proporciones inmensas del libre albedrío. No puede decirse que la conducta del hombre está determinada de forma fija por Dios o por el horóscopo.
Si todo estuviera fijado por Dios, se concluiría que Dios era responsable de fornicaciones, insolencias, ambiciones y toda clase de blasfemias. En cuanto al horóscopo o destino señalado por la posición de los astros en el momento del nacimiento, ya hemos hablado de la serie de absurdos que se seguirían y que no se dan en la historia real de las civilizaciones. “Y no digáis que Dios no reclama ningún honor. Pues si él no reclama nada, no reclama nada, era preciso que vosotros miréis por lo que es justo correspondiendo con palabras agradecidas al que nos ha favorecido en todo.” (Hom XI 8,5).
La realidad de la creación es el gran argumento a favor de Dios
A pesar de todo, Dios es un Dios celoso, como dice la Escritura. No es que necesite ni de la gratitud ni del honor que puedan prestarle los hombres. Pero al ser autosuficiente, no necesita nada de nadie ni sufre daño. Propio del hombre es el poder ser ayudado y dañado. “Pues de la misma manera que el César, ni cuando se habla mal de él, sufre daño, ni cuando es objeto de gratitud, reporta utilidad, sino que el que es agradecido se libra de peligro, y el que habla mal de él, perece, así también los que hablan bien de Dios en nada le favorecen, sino que se salvan a sí mismos, igualmente también los que blasfeman de él no le causan daño, sino que perecen” (Hom XI 9,6).
Daludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
cg[
Homilía XI
Cuarto día en Trípolis
La obsesión de Pedro se apoya en el rechazo de la idolatría. Frente a esa actitud se alza el hecho de que el hombre es y representa la imagen de Dios. Un afán presente en la historia de la humanidad es la mirada hacia un ser supremo que lleva las riendas del universo, al que todos llaman Dios. Los distintos pueblos y las diversas civilizaciones han señalado realidades muy diferentes en su deseo de dar culto a ese ser. Pero las divergencias han sido profundas y hasta contradictorias. Elementos como el sol, ciertas plantas, fuentes o determinados animales han ocupado la cima del poder sobre el universo. Y en otros ambientes, los ídolos resultaban ser muy diversos en su origen y su significado.
En busca de la imagen de Dios
Los hombres sabían que debían honrar a personajes divinos, así calificados en base a razones muy divergentes. Pero la historia demostró que esa imagen de Dios que los humanos buscaban y trataban de honrar con honores divinos se apartaba cada vez con mayor evidencia de la imagen de Dios, una imagen que el Creador quiso reflejar en el hombre. Algunos atribuyen a Dios la existencia de la idolatría, porque su poder infinito podría evitar esos desvíos de los hombres hacia realidades supuestas como divinas. Podría, sin más, eliminar a todos los seres que han sido adorados a lo largo de la historia humana. Los creyentes en un Dios supremo responden que en tal caso, dejarían de existir realidades insustituibles en la vida de la humanidad.
Muchos “dioses” no reflejan la imagen de Dios
Desaparecerían entonces el sol, la luna, el agua, la tierra, las montañas, los árboles, las semillas, e incluso el hombre, como era el caso de Egipto. Era preciso que Dios no hubiera dejado nada, ni siquiera a nosotros, para que no hubiera nada que fuera adorado o que adorara. Eso es lo que verdaderamente quiere que suceda la terrible serpiente que está oculta dentro de vosotros y que ni siquiera se abstiene en estos casos. Pero no será así, clama el autor del texto, pues nada peca el que es adorado, sino que padece violencia de parte del que quiere adorarlo. Y aunque se dé un juicio injusto de parte de todos los hombres, no se da de parte de Dios. Ya que no sería justo que recibiera el mismo castigo el que sufre que el que hace sufrir, a no ser que aquél acepte de buen grado el honor debido al único que realmente lo merece (Hom XI 6).
La paciencia de Dios y el libre albedrío del hombre
Lo que pasa es que Dios es eterno y no está sujeto a prisas ni aceleraciones. Tiene paciencia con todos los que viven en la impiedad, como padre compasivo y filántropo, pues sabe que los impíos pueden volverse piadosos. Y muchos de los que veneran a los seres infames e insensibles, volviéndose moderados, cesan de venerarlos y de pecar; y acudiendo al Dios verdadero con oraciones y buenas obras, obtienen la salvación hasta los griegos más recalcitrantes. Y es que todo en la vida de los hombres depende en proporciones inmensas del libre albedrío. No puede decirse que la conducta del hombre está determinada de forma fija por Dios o por el horóscopo.
Si todo estuviera fijado por Dios, se concluiría que Dios era responsable de fornicaciones, insolencias, ambiciones y toda clase de blasfemias. En cuanto al horóscopo o destino señalado por la posición de los astros en el momento del nacimiento, ya hemos hablado de la serie de absurdos que se seguirían y que no se dan en la historia real de las civilizaciones. “Y no digáis que Dios no reclama ningún honor. Pues si él no reclama nada, no reclama nada, era preciso que vosotros miréis por lo que es justo correspondiendo con palabras agradecidas al que nos ha favorecido en todo.” (Hom XI 8,5).
La realidad de la creación es el gran argumento a favor de Dios
A pesar de todo, Dios es un Dios celoso, como dice la Escritura. No es que necesite ni de la gratitud ni del honor que puedan prestarle los hombres. Pero al ser autosuficiente, no necesita nada de nadie ni sufre daño. Propio del hombre es el poder ser ayudado y dañado. “Pues de la misma manera que el César, ni cuando se habla mal de él, sufre daño, ni cuando es objeto de gratitud, reporta utilidad, sino que el que es agradecido se libra de peligro, y el que habla mal de él, perece, así también los que hablan bien de Dios en nada le favorecen, sino que se salvan a sí mismos, igualmente también los que blasfeman de él no le causan daño, sino que perecen” (Hom XI 9,6).
Daludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
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