Notas

Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.

Redactado por Antonio Piñero el Lunes, 19 de Enero 2015 a las 00:17

Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía XI

Cuarto día en Trípolis

Inicia así Clemente su relato del cuarto día de la estancia de Pedro en Trípolis: “El cuarto día de su estancia en Trípoli, se levantó Pedro. Y al ver que nosotros estábamos despiertos, nos saludó y salió hacia la piscina con la idea de bañarse y rezar, lo que igualmente hicimos nosotros a continuación” (Hom XI 1,1). Era la forma de comenzar un nuevo día. No faltaba ni el baño ni la plegaria en compañía de sus acompañantes. Muchos días, la jornada terminaba de la misma manera.

Recomendación de la vida de castidad

Pedro inició su discurso con una recomendación sobre la importancia de la vida de castidad. Se trataba de una recomendación dirigida a sus íntimos. Pero cuando la multitud se acercó para escuchar al apóstol, dirigió a todos las palabras siguientes, que podían condensarse en el aforismo “contra pereza diligencia”. Pedro censuraba la negligencia de su auditorio, como fuente de numerosos errores. Por esa razón se habían convertido sus oyentes en algo así como en una tierra inculta por falta de un agricultor diligente. Necesitaban, por eso, mucho esfuerzo para recuperar el tiempo perdido en orden a la completa purificación. La buena semilla no debe volverse estéril para las obras que llevan a la salvación, ahogándola con las malas preocupaciones.

Diligencia en corregir los desvíos

Es preciso, pues, que los que se preocupan de su propia salvación escuchen con mayor constancia, a fin de que las torpezas, cometidas durante largo tiempo, queden compensadas en el breve tiempo que resta de vida con un cuidado constante en orden a la necesaria purificación. Pero dado que para cada cual es incierto el final de la propia vida, hay que darse prisa en arrancar las abundantes espinas de nuestros corazones; y no poco a poco, pues no llegaríamos a tiempo, ya que muchos han permanecido demasiado tiempo en la esterilidad del barbecho.

Pedro se mueve con agilidad en el campo de la alegoría. Recomienda a su auditorio un arranque de ira contra su negligencia, como para arrojar brasas encendidas sobre las pajas de su barbecho con la idea de recuperar las ocasiones perdidas y acelerar la retrasada purificación. Porque la verdad es que todo es todavía recuperable. O con palabras del mismo Pedro, “si quieren los desviados, pueden enderezarlo todo”.

Los dos caminos para la recuperación

Dos caminos se abren ante los hombres para volver a la pureza original: La doctrina de las bienaventuranzas y la regla de oro. Las bienaventuranzas marcan la solidaridad con los necesitados “dando honor a la imagen de Dios -que es el hombre-, de este modo: dando de comer al hambriento, de beber al sediento, vistiendo al desnudo, cuidando al enfermo, dando refugio al peregrino, visitando al que está en prisión y ayudándole en la medida de lo posible” (Hom XI 4,3). Y con estas recomendaciones, la denominada regla de oro, que ordena “no hacer a otro lo que nosotros no queremos que nos hagan a nosotros mismos”. Una regla común a los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, convertido en un principio básico de la conducta del fiel cristiano.

Los hombres son la imagen del Dios invisible

Los hombres son para Pedro la verdadera imagen de Dios. En consecuencia, el que quiere ser piadoso con Dios hace bien al hombre practicando las bienaventuranzas y viviendo de acuerdo con la regla de oro. Porque el cuerpo del hombre lleva la imagen de Dios; pero no todos llevan su semejanza, sino la mente pura del alma buena. Y como nosotros, añadía Pedro, sabemos que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, decimos que todos deben ser piadosos con él, para que la gracia se atribuya a Dios, de quien el hombre es la imagen. Afirmamos igualmente que deben huir de la idolatría y de dar a los ídolos los honores debidos a Dios.

Todo el bien que uno quiere para sí mismo, que se lo ofrezca a otro que lo necesite. Pues entonces el que es piadoso con la imagen de Dios puede conseguir una buena recompensa. De acuerdo con este razonamiento, el que no acepta hacer estas cosas, será castigado como negligente con la imagen de Dios. Porque apartaba su corazón de la atención debida al que fue creado a imagen y semejanza de su Creador.

Los ídolos son la oposición a la imagen de Dios

No es posible decir que por causa de la piedad para con Dios, veneran los hombres cualquier forma de Dios, cuando al hombre, que es realmente la imagen de Dios, lo ultrajan de todas las maneras con homicidios, adulterios, robos y deshonras de todas clases. Es preciso no hacer mal alguno, que provoque tristeza en el hombre. Pero ahora es frecuente ver hacer todas las cosas que producen en el hombre desaliento. Pues la injusticia se convierte en desaliento por el hecho de que te pueden matar o desposeerte de tus propiedades y cuantas cosas sabes que nadie quiere padecer. Pero muchos, engañados para su mal por cierto reptil maligno bajo la sugestión de una doctrina politeísta, actúan impíamente contra la verdadera imagen de Dios, que es el hombre, mientras que dan la impresión de que son, o pretenden ser, piadosos con los seres insensibles, como son los ídolos.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro




Lunes, 19 de Enero 2015
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