Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía X
Tercer día de Pedro en Trípolis
El texto de la Homilía X comienza con la referencia de la estancia de Pedro en Trípolis por tercer día. Cuenta que Pedro se despertó muy temprano y se dirigió a un jardín donde había una gran alberca en la que fluía un agua abundante. Pedro se bañó, realizó sus rezos y se sentó. A su alrededor se sentaron sus acompañantes esperando escuchar su palabra, que les llegó en abundancia con generosidad. El tema fue una de las preocupaciones de Pedro en sus alocuciones: la ignorancia y el error.
Diferencia entre la ignorancia y el error
Explica que entre la ignorancia y el error existe la misma diferencia que se da entre los ignorantes frente a los extraviados. Pues el ignorante es semejante a un hombre que no quiere ir a una ciudad floreciente porque desconoce los bienes que hay en ella. Pero el extraviado es semejante al que conoce los bienes de la ciudad, pero al marchar cambia el camino correcto y por eso se extravía (Hom X 2,1). Es la misma diferencia que se da entre los que veneran a los ídolos y los que yerran en la verdadera religión. Los que veneran a los ídolos desconocen la vida eterna, por lo que ni siquiera la desean; pues lo que no conocen no lo pueden amar. Pero los que han elegido venerar al Dios único y han conocido la vida eterna que se da a los buenos, si creen o hacen algo contra lo que a Dios agrada, se parecen a los que han abandonado la ciudad del castigo para ir a la ciudad floreciente, pero durante la marcha se desvían del camino recto.
El hombre domina sobre la creación
Mientras Pedro estaba hablando entró un emisario suyo para anunciar que grandes multitudes estaban aguardando el permiso para entrar y formar parte de su auditorio. Pedro autorizó su entrada, se puso sobre un estrado, saludó según su religiosa costumbre:
Cuando Dios creó el cielo, la tierra y todo lo que contienen, -como nos dijo el Profeta Verdadero-, el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, fue constituido para mandar y dominar. Me refiero a los seres que viven en el aire, en la tierra y en las aguas, como es posible comprobar por los hechos. Porque en virtud de su inteligencia el hombre derriba a los seres que están en el aire, pesca a los que están en el abismo y caza a los terrestres, aunque son mucho más fuertes que él. Hablo de los elefantes, los leones y otros animales semejantes.
El pecado y el dolor humano
En consecuencia, cuando el hombre era justo, estaba por encima de todos los sufrimientos y tenía una existencia sin pesadumbres. De forma que no podía ni siquiera experimentar el dolor en un cuerpo realmente inmortal. Pero llegó a la humanidad la desgracia de la caída. El hombre inmortal se hizo mortal, sometido al dolor, a la enfermedad y hasta a la muerte. De hombre feliz, libre y dominante acabó convertido en esclavo del pecado con todas las consecuencias. El cambio era la consecuencia de un juicio justo. Pues, -añade Pedro-, “no era razonable que los dones permanecieran en poder de los ingratos cuando había sido abandonado el donante. De ahí que, por su sobreabundante misericordia, envió Dios a su Profeta para que nosotros recibiéramos también a la vez que los anteriores los futuros bienes eternos” (Hom X 4,2).
El Profeta, que no es otro que Jesús de Nazaret, envió a sus apóstoles para decir a los hombres lo que deben pensar y practicar. En concreto: Venerar al Dios que ha creado todas las cosas; si lo reciben en su mente, recibirán de él a la vez que los bienes primitivos los futuros bienes eternos. Era sencillamente la reparación del error de la caída y la renovación de los dones concedidos en la creación.
El temor de Dios devuelve la libertad
La solución es el temor de Dios. Con toda razón conviene temer a Dios solo, continúa diciendo Pedro. Porque si no teméis a un solo Señor y Creador de todas las cosas, seréis esclavos de todos los males para vuestro daño. Quiero decir de los demonios, de los sufrimientos y de cualquier otra cosa que pueda produciros daño. Es decir, el temor de Dios libra de todas las eventuales ataduras que convierten al hombre en un esclavo (Hom X 5,4).
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Homilía X
Tercer día de Pedro en Trípolis
El texto de la Homilía X comienza con la referencia de la estancia de Pedro en Trípolis por tercer día. Cuenta que Pedro se despertó muy temprano y se dirigió a un jardín donde había una gran alberca en la que fluía un agua abundante. Pedro se bañó, realizó sus rezos y se sentó. A su alrededor se sentaron sus acompañantes esperando escuchar su palabra, que les llegó en abundancia con generosidad. El tema fue una de las preocupaciones de Pedro en sus alocuciones: la ignorancia y el error.
Diferencia entre la ignorancia y el error
Explica que entre la ignorancia y el error existe la misma diferencia que se da entre los ignorantes frente a los extraviados. Pues el ignorante es semejante a un hombre que no quiere ir a una ciudad floreciente porque desconoce los bienes que hay en ella. Pero el extraviado es semejante al que conoce los bienes de la ciudad, pero al marchar cambia el camino correcto y por eso se extravía (Hom X 2,1). Es la misma diferencia que se da entre los que veneran a los ídolos y los que yerran en la verdadera religión. Los que veneran a los ídolos desconocen la vida eterna, por lo que ni siquiera la desean; pues lo que no conocen no lo pueden amar. Pero los que han elegido venerar al Dios único y han conocido la vida eterna que se da a los buenos, si creen o hacen algo contra lo que a Dios agrada, se parecen a los que han abandonado la ciudad del castigo para ir a la ciudad floreciente, pero durante la marcha se desvían del camino recto.
El hombre domina sobre la creación
Mientras Pedro estaba hablando entró un emisario suyo para anunciar que grandes multitudes estaban aguardando el permiso para entrar y formar parte de su auditorio. Pedro autorizó su entrada, se puso sobre un estrado, saludó según su religiosa costumbre:
Cuando Dios creó el cielo, la tierra y todo lo que contienen, -como nos dijo el Profeta Verdadero-, el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, fue constituido para mandar y dominar. Me refiero a los seres que viven en el aire, en la tierra y en las aguas, como es posible comprobar por los hechos. Porque en virtud de su inteligencia el hombre derriba a los seres que están en el aire, pesca a los que están en el abismo y caza a los terrestres, aunque son mucho más fuertes que él. Hablo de los elefantes, los leones y otros animales semejantes.
El pecado y el dolor humano
En consecuencia, cuando el hombre era justo, estaba por encima de todos los sufrimientos y tenía una existencia sin pesadumbres. De forma que no podía ni siquiera experimentar el dolor en un cuerpo realmente inmortal. Pero llegó a la humanidad la desgracia de la caída. El hombre inmortal se hizo mortal, sometido al dolor, a la enfermedad y hasta a la muerte. De hombre feliz, libre y dominante acabó convertido en esclavo del pecado con todas las consecuencias. El cambio era la consecuencia de un juicio justo. Pues, -añade Pedro-, “no era razonable que los dones permanecieran en poder de los ingratos cuando había sido abandonado el donante. De ahí que, por su sobreabundante misericordia, envió Dios a su Profeta para que nosotros recibiéramos también a la vez que los anteriores los futuros bienes eternos” (Hom X 4,2).
El Profeta, que no es otro que Jesús de Nazaret, envió a sus apóstoles para decir a los hombres lo que deben pensar y practicar. En concreto: Venerar al Dios que ha creado todas las cosas; si lo reciben en su mente, recibirán de él a la vez que los bienes primitivos los futuros bienes eternos. Era sencillamente la reparación del error de la caída y la renovación de los dones concedidos en la creación.
El temor de Dios devuelve la libertad
La solución es el temor de Dios. Con toda razón conviene temer a Dios solo, continúa diciendo Pedro. Porque si no teméis a un solo Señor y Creador de todas las cosas, seréis esclavos de todos los males para vuestro daño. Quiero decir de los demonios, de los sufrimientos y de cualquier otra cosa que pueda produciros daño. Es decir, el temor de Dios libra de todas las eventuales ataduras que convierten al hombre en un esclavo (Hom X 5,4).
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro