Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía IX
Pedro estaba hablando sobre la posesión diabólica y sus circunstancias concomitantes. Los demonios son conscientes de sus deficiencias, pero pretenden suplirlas entrando en las almas y en los cuerpos de los hombres. Toman ciertas cualidades inherentes a la especie humana. Ello condiciona el natural desarrollo de la vida de los posesos. Pero éstos disponen del poder de Dios, muy superior a todos los poderes de los demonios. Para gozar de la ayuda divina, el hombre debe conquistar de alguna manera la voluntad de Dios por medio de las buenas obras.
La posesión está siempre limitada por la vida de fe
La posesión demoníaca está condicionada y limitada o hasta anulada por la fe del poseso. Una fe sincera es incompatible con la posesión diabólica. Una fe débil aumenta el poder del demonio posesor, como lo debilita una fe fuerte. La tarea principal del poseso ha de ser descubrir la forma de ahuyentar al demonio. Si tiene buena voluntad, puede estar seguro de que Dios estará a su lado para devolverle su libertad personal. Pero si el demonio está oculto en el interior del poseso, le infunde ideas, pensamientos y hasta terrores que privan al poseso de la libertad necesaria para actuar con rectitud de conciencia. Porque entre los efectos de la posesión se produce el falso convencimiento de que las ideas de los demonios son los razonamientos lógicos del alma.
La moderación puede ser una solución
Pedro trata de aclarar lo que sucede. Y explica que “los demonios que están ocultos en las almas de los posesos los hacen pensar que no es un demonio el que los aflige, sino una enfermedad corporal, tal como una materia áspera, o una bilis, una inflamación, un exceso de sangre, una meningitis o cualquier otra cosa. Y si también esto fuera así, nada impide que sean una forma del demonio” (Hom IX 12.3). El demonio y su magia pueden enmascarar su conducta real engañando a los posesos con la apariencia de una enfermedad o indisposición corporal. Una manera corriente de engañar es el desorden en la comida y la bebida. El poseso actúa llevado por la inteligente magia del diablo, que domina las técnicas del engaño con experiencias multiseculares. Pero lo material del alimento permanece en el cuerpo como un veneno terrible. De lo que se desprende que un medio de combatir la posesión diabólica es una vida de moderación. Es como quitar a los demonios la posibilidad de servirse de las facultades corporales de sus poseídos.
Engaños y asechanzas de los demonios
La impresión que se desprende de la posesión diabólica es que los demonios no tienen prisa. Es frecuente que en el principio traten de mantener en secreto el hecho mismo de su posesión para no alarmar al hombre indefenso e impedir que tome precauciones. Pero en el momento adecuado, bien por una circunstancia negativa, arranque de ira, contrariedad en el amor o cualquier otra causa, el demonio produce un daño al cuerpo del poseso. Y de todos modos, cuando los demonios se dirigen al fuego de su castigo, arrastran a las almas unidas a ellos y las hacen partícipes del fuego y del castigo que para los demonios es su destino natural.
Estrategias nuevas de los demonios
Hay otros hombres a los que los demonios engañan haciéndoles creer que las pesadumbres que sufren son consecuencia del abandono de los dioses porque los hombres se han olvidado de ellos. Lo que los lleva a recurrir al presunto y falso remedio del culto y los sacrificios. Todo es puro engaño y seguro castigo por una vida de idolatría y de injusticia generalizada. También caen en la desconfianza en los hombres buenos y justos que podrían prestarles ayuda y orientación en sus aporías. Los demonios se encargan de sembrar en las almas de los hombres la idea de que la religión es una forma de desviar a los creyentes del camino de la salvación. Por esa razón renuncian de hecho a la ayuda de los justos como si fueran precisamente los enemigos de sus almas. Es decir, se quedan sin el servicio de los hombres más generosos y dispuestos a prestar su ayuda a los necesitados.
Los demonios presentan a los fieles como enemigos de la humanidad. Con ello alejan a los posesos del camino y los medios de su salvación. Penetrados por la magia de los demonios, los posesos son incapaces de descubrir el origen de los malos pensamientos que se imponen a todos sus actos. Por si algo faltaba, los demonios tienen la habilidad de aparecérseles en formas diversas. A veces recomiendan remedios eficaces para graves enfermedades, con lo que consiguen honores divinos. Y tratan de ocultar hasta el hecho de que existen demonios para evitar las cautelas de los descuidados. A unos los atemorizan, a otros dan oráculos, solicitan sacrificios y ordenan comer con ellos con el fin de devorar sus almas. Desde el interior de los posesos practican los demonios toda una teoría de estrategias para consumar la perdición de los posesos.
Pedro resume su doctrina con claridad absoluta. Según él, “como las terribles serpientes atraen con su aliento a los gorriones, así también los demonios atraen a su voluntad a los que participan de su mesa, mezclándose con su mente mediante la comida y la bebida. Se transforman a sí mismos en sueños según la figura de las estatuas, para aumentar el error” (Hom IX 15,1). Los sueños son, en efecto, un medio de embaucar a los hombres incautos, tanto más cuanto que los sueños suelen confundirse frecuentemente con la realidad.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Homilía IX
Pedro estaba hablando sobre la posesión diabólica y sus circunstancias concomitantes. Los demonios son conscientes de sus deficiencias, pero pretenden suplirlas entrando en las almas y en los cuerpos de los hombres. Toman ciertas cualidades inherentes a la especie humana. Ello condiciona el natural desarrollo de la vida de los posesos. Pero éstos disponen del poder de Dios, muy superior a todos los poderes de los demonios. Para gozar de la ayuda divina, el hombre debe conquistar de alguna manera la voluntad de Dios por medio de las buenas obras.
La posesión está siempre limitada por la vida de fe
La posesión demoníaca está condicionada y limitada o hasta anulada por la fe del poseso. Una fe sincera es incompatible con la posesión diabólica. Una fe débil aumenta el poder del demonio posesor, como lo debilita una fe fuerte. La tarea principal del poseso ha de ser descubrir la forma de ahuyentar al demonio. Si tiene buena voluntad, puede estar seguro de que Dios estará a su lado para devolverle su libertad personal. Pero si el demonio está oculto en el interior del poseso, le infunde ideas, pensamientos y hasta terrores que privan al poseso de la libertad necesaria para actuar con rectitud de conciencia. Porque entre los efectos de la posesión se produce el falso convencimiento de que las ideas de los demonios son los razonamientos lógicos del alma.
La moderación puede ser una solución
Pedro trata de aclarar lo que sucede. Y explica que “los demonios que están ocultos en las almas de los posesos los hacen pensar que no es un demonio el que los aflige, sino una enfermedad corporal, tal como una materia áspera, o una bilis, una inflamación, un exceso de sangre, una meningitis o cualquier otra cosa. Y si también esto fuera así, nada impide que sean una forma del demonio” (Hom IX 12.3). El demonio y su magia pueden enmascarar su conducta real engañando a los posesos con la apariencia de una enfermedad o indisposición corporal. Una manera corriente de engañar es el desorden en la comida y la bebida. El poseso actúa llevado por la inteligente magia del diablo, que domina las técnicas del engaño con experiencias multiseculares. Pero lo material del alimento permanece en el cuerpo como un veneno terrible. De lo que se desprende que un medio de combatir la posesión diabólica es una vida de moderación. Es como quitar a los demonios la posibilidad de servirse de las facultades corporales de sus poseídos.
Engaños y asechanzas de los demonios
La impresión que se desprende de la posesión diabólica es que los demonios no tienen prisa. Es frecuente que en el principio traten de mantener en secreto el hecho mismo de su posesión para no alarmar al hombre indefenso e impedir que tome precauciones. Pero en el momento adecuado, bien por una circunstancia negativa, arranque de ira, contrariedad en el amor o cualquier otra causa, el demonio produce un daño al cuerpo del poseso. Y de todos modos, cuando los demonios se dirigen al fuego de su castigo, arrastran a las almas unidas a ellos y las hacen partícipes del fuego y del castigo que para los demonios es su destino natural.
Estrategias nuevas de los demonios
Hay otros hombres a los que los demonios engañan haciéndoles creer que las pesadumbres que sufren son consecuencia del abandono de los dioses porque los hombres se han olvidado de ellos. Lo que los lleva a recurrir al presunto y falso remedio del culto y los sacrificios. Todo es puro engaño y seguro castigo por una vida de idolatría y de injusticia generalizada. También caen en la desconfianza en los hombres buenos y justos que podrían prestarles ayuda y orientación en sus aporías. Los demonios se encargan de sembrar en las almas de los hombres la idea de que la religión es una forma de desviar a los creyentes del camino de la salvación. Por esa razón renuncian de hecho a la ayuda de los justos como si fueran precisamente los enemigos de sus almas. Es decir, se quedan sin el servicio de los hombres más generosos y dispuestos a prestar su ayuda a los necesitados.
Los demonios presentan a los fieles como enemigos de la humanidad. Con ello alejan a los posesos del camino y los medios de su salvación. Penetrados por la magia de los demonios, los posesos son incapaces de descubrir el origen de los malos pensamientos que se imponen a todos sus actos. Por si algo faltaba, los demonios tienen la habilidad de aparecérseles en formas diversas. A veces recomiendan remedios eficaces para graves enfermedades, con lo que consiguen honores divinos. Y tratan de ocultar hasta el hecho de que existen demonios para evitar las cautelas de los descuidados. A unos los atemorizan, a otros dan oráculos, solicitan sacrificios y ordenan comer con ellos con el fin de devorar sus almas. Desde el interior de los posesos practican los demonios toda una teoría de estrategias para consumar la perdición de los posesos.
Pedro resume su doctrina con claridad absoluta. Según él, “como las terribles serpientes atraen con su aliento a los gorriones, así también los demonios atraen a su voluntad a los que participan de su mesa, mezclándose con su mente mediante la comida y la bebida. Se transforman a sí mismos en sueños según la figura de las estatuas, para aumentar el error” (Hom IX 15,1). Los sueños son, en efecto, un medio de embaucar a los hombres incautos, tanto más cuanto que los sueños suelen confundirse frecuentemente con la realidad.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro