Notas

Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.

Redactado por Antonio Piñero el Domingo, 5 de Octubre 2014 a las 19:46

Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía VIII

Dios envía su ley a la humanidad

Veíamos el otro día las consecuencias de la ingratitud humana frente a la bondad de Dios, la caída de los ángeles con las consecuencias para la humanidad y la necesaria purificación del mundo mediante el cataclismo del diluvio universal. Pero el Pseudo Clemente, defensor incansable de un Dios creador y organizador de su obra creadora, no podía dejar al mundo en una situación de ruina. Su actuación después del cataclismo vino a ser algo así como una nueva creación. Para los supervivientes del diluvio “fijó Dios una ley por medio de un ángel sobre el modo como se debe vivir” (Hom VIII 18,1). La humanidad nacida de los ángeles caídos, al quedar compuesta de unos seres bastardos hijos de ángeles y mujeres, tendían a constituir una nueva raza que Dios quiso enderezar por el buen camino mediante la Ley.

Criterios de conducta recta según Dios

Dios, en efecto, les envió un ángel para expresarles su voluntad. La Ley era el criterio de una conducta recta y justa, acorde con la voluntad del Creador del mundo y del que había proyectado para los hombres una vida eterna de felicidad sin límites. Pedro traza detalladamente las líneas esenciales del criterio de Dios, bueno y justo: “No dominéis a ningún hombre, ni molestéis a nadie, a no ser que alguien se someta voluntariamente a vosotros, os adore, os ofrezca sacrificios y libaciones, participe de vuestras mesas o realice alguna de las cosas que no conviene, o derramando sangre, o comiendo carnes muertas, o restos de cadáver de fieras, o saciándose de carne cortada, o de ahogado, o de cualquier otro alimento impuro. Pero a los que se refugian en mi ley, no sólo no los toquéis, sino honradlos y huid de su presencia. Porque lo que a ellos, que son justos, les parezca mal de vosotros, eso lo tendréis que sufrir. Pero si algunos de los que me son familiares se equivocan, o cometen adulterio, o practican la magia, o viven de forma impura o realizan obras de las que me desagradan, entonces será preciso que, por orden mía, sufran algo de vuestra parte o de la de otros. Y sobre aquellos que se arrepienten, pronunciaré sentencia juzgando si su arrepentimiento es digno de perdón o no lo es. Pues tenéis la obligación de recordar esto y practicarlo, sabiendo perfectamente que ni siquiera vuestros pensamientos podrán estar ocultos para él” (Hom VIII 19,1-4).

La Ley es garantía de libertad (Hom VIII 20)

El ángel portador de la Ley dejó numerosas recomendaciones antes de regresar al cielo. Una vez que el ángel les recomendó estas cosas, se marchó. Recordaba en su mensaje que si alguien adora a los demonios, o les ofrece sacrificios o participa de su mesa, al convertirse en su esclavo, recibirá toda clase de castigos de ellos como de unos malos dueños. Por esta ignorancia, que es causa de la ruina de la humanidad, caísteis bajo su potestad, y no os enteráis de que están siendo ultrajados vuestros cuerpos de todas las maneras. Los demonios no tienen poder sobre los fieles, que no han convivido con ellos y se han sometido voluntariamente a su poder.

Ahí está la razón de la esperanza del cristiano. Es preciso que sepan que los demonios no tienen poder sobre nadie, si alguien no ha tenido antes su mismo género de vida, cuando ni siquiera su jefe puede hacer algo al margen de la ley que Dios les ha impuesto. Por eso ningún demonio tiene poder sobre alguien que no lo adore; pero tampoco puede nadie recibir de ellos algo de lo que desea, ni sufrir daño alguno. La Ley señala una línea roja, como quien dice, que los demonios no podrán traspasar, si los fieles no les abren las puertas de su voluntad violando las normas y criterios de la voluntad de Dios expresada en la Ley.

Las tentaciones de Cristo

Pedro remata su argumentación recordando las tentaciones que Cristo sufrió de parte del jefe de los demonios. Con estas palabras presenta los términos de la tentación: “Todos los reinos de este mundo actual están sometidos a mí; más aún, el oro, la plata y todo lujo de este mundo queda bajo mi poder. Por eso, cayendo a mis pies, adórame, y te lo daré todo” (cf. Mc 1,12-13 par.). El tentador sabía que si Cristo se postraba ante él y lo adoraba, perdería todo su poder, su gloria y su reino. El Hijo de Dios recurrió a la palabra de la Ley y a sus criterios: “Está escrito: Al Señor tu Dios temerás y a él solo servirás” (Mt 4,10; Lc 4,8; Dt 6,13).

El discurso de Pedro terminará con toda una teoría de remedios para vencer en la lucha que espera a los cristianos en su camino hacia la salvación eterna. Unos remedios que tienen la garantía del poder infinito de Dios.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro



Domingo, 5 de Octubre 2014
| Comentarios