Notas

Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.

Redactado por Antonio Piñero el Domingo, 10 de Agosto 2014 a las 20:45

Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilías griegas

Vuelve el debate entre Pedro y Simón Mago

La Homilía VII da un giro para regresar al enfrentamiento entre Pedro y Simón Mago, los dos actores principales del relato. Era el cuarto día de la estancia de Pedro en Tiro, que se inició con la aclamación de la turba dedicada a Pedro. Reclamaban de Pedro su magisterio frente a los engaños de Simón y sus milagros frente a la magia de su oponente. Pedro se encaramó sobre una piedra elevada para ser observado y escuchado con facilidad por la muchedumbre presente.

Pedro desenmascara la maldad de Simón

Las palabras de Pedro van encaminadas a desenmascarar al Mago y dejar patentes sus intenciones malvadas. Simón es, en efecto, la potencia siniestra de Dios, que trata de perder a los que no conocen a Dios. La tendencia natural de Dios de hacer el bien a los hombres y buscar su salvación y su libertad frente a los que procuran su perdición está discutida y rechazada por Simón. Como ya anunciaba Berenice, la hija de Justa la cananea, Simón resultaba peligroso para los inocentes por su habilidad dialéctica. Una habilidad que desempeñaba sin remilgos ni reparos. Una prueba más de la razón de Berenice es el testimonio de Pedro: Con sus artes mágicas, Simón “ha sido capaz de rodearos de enfermedades, que, consentidas por la amable providencia de Dios, os han obligado a buscar y encontrar al que puede curarlas. Y con ocasión de la curación del cuerpo, aceptasteis confiar en lo que a Dios agrada, para que de este modo a la vez que serán curados vuestros cuerpos, tengáis también sanas vuestras almas” (Hom VII 2,3).

La providencia de Dios siempre presente

La Providencia de Dios está siempre despierta y alerta en defensa de lo suyos, de los que lo buscan y buscan la verdad que lleva a la salvación. La presencia del mal y del engaño provoca la reacción de Dios y del cuidado que tiene sobre sus criaturas. Donde está la magia, Dios pone su poder y su misericordia. Sus milagros tienen siempre como finalidad aliviar el mal de loa humanidad, nunca son como los prodigios de Simón, esfuerzos por exhibir unos poderes que vienen por la vía de los demonios y sus caminos torcidos.

Pedro delata la estrategia de Simón para procurar el mal de los hombres. Con sus banquetes encuentra la ocasión propicia para sumar los efectos del vino a los de su magia. Lo que es lo mismo que añadir a su magia el apoyo de los poderes de los demonios, cuyo jefe es el mismo Simón. Por eso, lo que debiera ser una reunión de hermandad se convierte en ocasión de enfrentamiento armado entre ebrios movidos por la magia de Simón y de sus servidores los demonios. Ya lo había dicho Pedro en otras ocasiones, cuando los hombres se convierten en comensales de los demonios, se hacen sus siervos y esclavos. Es lo que Simón consigue fácilmente con su estrategia de invitar a hombres bien intencionados a sus banquetes y a sus comensales infernales.

El peligro de los comensales

Era el gran argumento para apartar a los cristianos de los convites de los paganos. La convivencia convierte a los comensales en esclavos de la mentalidad de los que participan de la misma mesa y los mismos alimentos. Pedro proclama solemnemente que Dios es el remedio contra la maldad de Simón (Hom VII 3). Pues ya desde el principio procuró Dios que los jefes del bien o del mal no tuvieran potestad sobre nadie si antes no lo habían hecho su comensal. Simón aprovechaba esta estrategia para desviar a hombres bien intencionados del camino recto.

Pedro desarrolla su argumento con palabras claras y contundentes: “En consecuencia, así como al participar de los sacrificios ofrecidos a los demonios, quedasteis sometidos al jefe de la maldad, así cuando abandonándolos, os refugiáis en Dios por medio del jefe bueno y de su derecha, haciendo lo que él quiere con honras sin sacrificios, sabed bien que con la salud del cuerpo tendréis también sanas vuestras almas” (Hom VII 3,4). Dios puede lo mismo herir que levantar al caído, así como librar a los hombres amenazados por la magia de Simón con su gracia y su luz para encontrar siempre el camino de la justicia.

La penitencia y la regla de oro

Por eso, los que han sido engañados por la magia de Simón pueden recuperar por la penitencia la fuerza de sus cuerpos y la gracia de sus almas. El camino recto consiste en hacer lo que a Dios agrada: “Orar a Dios, pedirle que otorgue todas las cosas con una ley equitativa, apartarse de la mesa de los demonios, no gustar carne muerta, no tocar sangre, lavarse de cualquier suciedad”. Lo demás queda comprendido en la denominada regla de oro: “No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti”. La Homilía VII la explica y desarrolla de forma muy clara: “No quieres que te maten, pues no mates a otro; no quieres que otro cometa adulterio con tu mujer, no lo cometas tú con la esposa de otro. No quieres que te roben nada de lo tuyo, no robes nada de otro” (Hom VII 4,4).

Dicho de otra manera, debemos hacer lo que nos parece razonable. Ello nos hará aceptos a Dios y nos abrirá el camino para la salvación eterna. La conducta contraria nos producirá tormentos para nuestro cuerpo en el tiempo presente y el castigo para nuestras almas en el mundo futuro.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro




Domingo, 10 de Agosto 2014
| Comentarios