Notas

Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.

Redactado por Antonio Piñero el Lunes, 30 de Junio 2014 a las 01:15

Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilías IV-VI

Disensión de los adversarios dialécticos

En los días anteriores fuimos testigos de las posturas encontradas de los dos amigos contendientes. Según Clemente, el adulterio era uno de los errores o pecados más censurables para una conducta cristiana. Su amigo Apión tenía una visión diametralmente opuesta, hasta el punto de dejar escapar de su dialéctica un elogio no solamente de la lascivia en general, sino del adulterio en particular. Clemente presenta el remedio de ambas actitudes para la mentalidad cristiana. El remedio es simplemente el matrimonio legítimo (Hom V 25).

Raíces del temor

Clemente aduce en su argumentación las penas del enamorado que piensa continuamente en la mujer amada sin poder conseguirla. Su vida se convierte en un tormento. Ello sucede porque no existe en su mente razón para rechazar los malos deseos. El fuego se apaga con el agua, la concupiscencia se domina con el temor al juicio final de la vida humana. Temor ausente prácticamente en los paganos griegos. Para enfado de Apión, Clemente insiste en que aprendió sus criterios de las doctrinas de los judíos. Confiesa, además, que toda la historia de su enamoramiento, que provocó encendidas recomendaciones de Apión, fueron una mera ficción sin fundamento.

La verdad de toda su historia, dice Clemente, es que “Yo no me enamoré de una mujer ni de otro alguno, pues mi alma estaba totalmente ocupada en otros intereses y en el descubrimiento de los dogmas verdaderos. Y hasta ahora, examinadas muchas opiniones de filósofos, no me incliné hacia ninguna de ellas, sino solamente a la de los judíos. Un cierto mercader de ellos que vendía telas, vivía aquí en Roma. Por un feliz encuentro casual, me expuso la idea de la unidad de Dios” (Hom V 28,1-2). El interés del gramático sufrió una contrariedad sin escapatoria. El convencimiento de su amigo cristiano era igual a la fuerza de su dialéctica, contra la que se encontraba sin argumentos.

Enfado de Apión

El enfado de Apión hizo que huyera decididamente del debate, con sentimiento palpable de una derrota sin paliativos. Pero siempre con excusas o pretextos. Decía entonces Clemente: “Yo no me enamoré de una mujer ni de otro alguno, pues mi alma estaba totalmente ocupada en otros intereses y en el descubrimiento de los dogmas verdaderos. Y hasta ahora, examinadas muchas opiniones de filósofos, no me incliné hacia ninguna de ellas, sino solamente a la de los judíos. Un cierto mercader de ellos que vendía telas, vivía aquí en Roma. Por un feliz encuentro casual, me expuso la idea de la unidad de Dios” (Hom V 28,1-2). La unidad de Dios era la doctrina cristiana que alejaba más las posiciones de los dos contendientes.

Gran enfrentamiento doctrinal

Pero Apión, que odiaba de corazón la doctrina y la cultura de los judíos, y que huyó del debate, tuvo que encontrarse de nuevo con Clemente, que le interrogó abiertamente ante el presente auditorio qué tenía que decir acerca de los llamados dioses, cuyas vidas, llenas de toda clase de pesadumbres, están narradas en la mitología, y son cantadas públicamente con toda intención para ser imitadas. Además de las reconocidas debilidades de los dioses, se muestran por todas partes sus sepulcros. De nuevo Apión tenía que afrontar la dialéctica de Clemente, que censuraba las doctrinas paganas sobre las impiedades de los supuestos dioses y el absurdo de los sepulcros de los llamados inmortales.

Explicación alegórica de los Mitos

Acorralado en cierto modo por los argumentos de Clemente, Apión se lanzó a una explicación alegórica de los Mitos. La alegoría borraba todo lo defendido por los filósofos, los poetas y los mitógrafos. Por ejemplo, no era historia ni realidad que Urano y la Tierra hubieran engendrado doce hijos. Tampoco lo era que Crono amputó los genitales de su padre y los arrojó al fondo del mar. Era pura alegoría el relato de la salvación de Zeus con el engaño con que su madre lo salvó de ser devorado por Crono. No responde a la verdad lo que se cuenta de Zeus, en el sentido de que se dejara llevar por el deseo de miles de mujeres o que yaciera con hermanas, hijas o cuñadas y hasta con niños.

Zeus no participó como invitado en el banquete de las bodas de Tetis y Peleo. Ni tuvo realidad histórica el relato sobre el juicio de Paris sobre la manzana de oro. Todos estos sucesos, afirmaba Apión, “tienen una cierta razón propia y filosófica, que puede explicarse alegóricamente”. Dentro del contexto alegórico, Cronos no es otra cosa que el tiempo, como Rea es el principio original de la esencia húmeda.

Sigue luego explicando con el mismo criterio los relatos sobre Poseidón, Zeus y Metis, sobre Palas y Hera, Ártemis y Dioniso. Hera es considerada como la buena temperatura, por lo que es fecundísima. Atenea y Ártemis son tenidas por vírgenes, una por no poder engendrar por el calor excesivo; la otra igualmente por el excesivo frío. Todas estas cosas tienen un cierto sentido alegórico. Por ejemplo, Apolo es el sol que vaga girando y es hijo de Zeus, al que también llaman Mitra, que tarda un año en cumplir un giro completo.

Alegoría de las bodas de Tetis y Peleo

Pero Clemente, atento a las reflexiones de su amigo, aplica sus teorías a la letra de los Mitos. Un ejemplo explicado por Clemente es el banquete nupcial de las bodas de Tetis y Peleo. El significado es el siguiente dentro del contexto de la alegoría: “El banquete es el mundo, los doce son los fundamentos de las regiones celestiales, que denominan signos del Zodíaco. Prometeo es la providencia, por la que todo fue hecho. Peleo, el barro, proyectado para producir el nacimiento de un hombre a partir de la tierra al unirse con la nereida, es decir, con el agua” (Hom VI 14,1-2). Y podemos comentar que así sucede sucesivamente en la visión alegórica de los Mitos.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro













Lunes, 30 de Junio 2014
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