Notas

Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.

Redactado por Antonio Piñero el Domingo, 30 de Marzo 2014 a las 21:50

Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

La dignidad y autoridad del obispo

La importancia de la sucesión en el gobierno de la Iglesia queda bien plasmada en la obsesión de Pedro de buscar un digno sucesor. Lo encontró en la persona del antiguo jefe de publicanos Zaqueo, conocido por su encuentro con Jesús (Lc 19) y por el hospedaje que le ofreció junto con un cambio de conducta que lo convertía en digno de la salvación. Es uno de los personajes del Nuevo Testamento que el Pseudo Clemente incluye en el elenco de los actores de su historia. La función desempeñada en esta literatura por Zaqueo no desmerecía de la categoría de su dignidad de jefe de los publicanos.

Nolentes quaerit ecclesia

En el caso de Zaqueo, como en el de Clemente, se cumple el axioma eclesiástico de que para obispos nolentes quaeruit ecclesia, la Iglesia busca a los que no lo desean, generalmente por humildad. Pedro trata de animar a su candidato con argumentos tan sinceros como cariñosos. Es verdad que el cargo comporta riesgos y sacrificios, pero también lo es que la recompensa prometida logra igualar los platillos de la balanza: “Lo mismo que lleva consigo esfuerzo y peligro el gobernar la Iglesia de Cristo, tanto mayor es la recompensa” (Hom III 65,1).

El cargo de obispo para el mejor

Del mismo modo, el castigo será mayor para el que puede asumir el cargo, pero rehúsa. Y Pedro no duda de que Zaqueo es “el más erudito de los presentes”. Tiene las dotes necesarias para el cargo de obispo. Su renuncia lleva también consigo el riesgo de un eventual castigo, que será consecuencia de la tentación de falsas humildades. Además, el resultado podría ser efecto del refugio en la comodidad del anonimato. Un anonimato que podría representar una pérdida para el caudal de la Iglesia.

Por eso Pedro insiste con argumentaciones de hombre enterado y consciente de su pretensión. Porque conoce las obligaciones del cargo y los valores de Zaqueo. Su ataque dialéctico no tiene vuelta de hoja y anula todas las excusas posibles que pueden aducir los nolentes. Ésta es la postura del apóstol frente a las dudas de su candidato. “Pero si no quieres ser constituido como buen custodio de la Iglesia, señala a otro en tu lugar, que sea más erudito y más fiel. Mas no lo podrás, pues tú conviviste con el Señor, contemplaste sus obras maravillosas y aprendiste la administración de la Iglesia” (Hom III 3-4).

Si no aceptas, busca a otro mejor

El ataque de Pedro ad hominem deja diáfana su opinión sobre el antiguo publicano. Busca a un buen custodio para la Iglesia. Piensa en el mejor y no encuentra a otro que supere a Zaqueo en erudición y fidelidad. En consecuencia, lanza un reto a su candidato. Si rehúsas por tus razones personales, señala a otro que supere tus cualidades. Intento imposible en opinión de Pedro. En Zaqueo coinciden unas circunstancias exclusivas, que nadie posee. Convivió con el Señor, fue testigo ocular de sus obras maravillosas, es un experto en la administración de la Iglesia. Evidentemente, no hay quien dé más. Zaqueo no tiene, pues, escapatoria posible.

La labor del obispo y el valor de su palabra

Mucho menos por las razones que Pedro destaca en la labor del obispo. Ocupa el lugar de Cristo, su palabra goza de la autoridad de su Maestro, es decir, de Dios. La obediencia de sus fieles a su palabra y sus normas es la garantía de la salvación. Proclama esta doctrina con claridad y contundencia para que los fieles sepan lo que se juegan. Deja ya la tercera persona normativa y casi legal para poner ante los ojos de Zaqueo las consecuencias de su autoridad: “El que desobedece tus órdenes, desobedece a Cristo, y el que desobedece a Cristo exaspera a Dios”.

Y continúa concretando su pensamiento en detalles nimios y sencillos, pero sobre todo, claros. La Iglesia es como la ciudad edificada en alto, que es objeto de contemplación del mundo. Por ello merece “una organización piadosa y un buen gobierno”. El obispo es el jefe, sus palabras son la norma. Los presbíteros deben esforzarse en que esa norma se cumpla. Los diáconos deben cuidar sus relaciones con los fieles y dar parte al obispo, a quien corresponde la decisión decisiva. La actitud esencial y normativa es la concordia. Toda clase de problemas puede y debe resolverse co0n la reconciliación, por la que trabajarán los servidores de la Iglesia, que llevarán sus experiencias al obispo.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro




Domingo, 30 de Marzo 2014
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