Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía III (40)
El problema de las Escrituras
Nos encontramos en pleno debate del apóstol Pedro con Simón Mago. El tema fundamental gira en torno al carácter de Dios, su unidad, sus cualidades y su poder. Simón pretendía aferrarse a las Escrituras en el convencimiento de que Dios está sometido a toda clase de deficiencias y padecimientos. Tal visión de las cosas abonaba su concepto de un Dios creador ignorante y deficiente en múltiples aspectos. Para Pedro, esa manera de explicar las cosas no bajaba de la categoría de blasfemia.
Contradicciones de las Escrituras
Pedro replicaba argumentando igualmente a partir de las Escrituras. Dios es el responsable de que la Ley cuente los errores cometidos por el creador. Esta actitud demuestra su honradez, cuando no tiene reparo en que la Biblia publique de forma solemne sus deficiencias. Así libra a los hombres de los errores a los que podía conducir su conducta. Si Dios fuera realmente malo y perverso, no le gustaría en absoluto reconocerse culpable de sus errores. Para Pedro, pues, Dios no puede ser malo ni perverso cuando por voluntad propia sus defectos han sido presentados en público por escrito. Para Simón, esta argumentación de Pedro no tiene otra escapatoria, sino reconocer que ha sido otra mano ajena la que ha propalado tales deficiencias en Dios.
Pedro responde que si Dios se acusa a sí mismo, como Simón parecía reconocer unas frases antes, Dios no es perverso, sino honrado; pero si es otro poder el que atribuye a Dios sus deficiencias, se debe investigar quién ha sido el osado de atribuir toda clase de males al único que es bueno por naturaleza. Simón, como hace con frecuencia en estos debates, acusa a Pedro de no querer escuchar por sistema las acusaciones de las Escrituras contra Dios. Pero Pedro, a su vez, echa en cara a Simón su actitud negativa a seguir el orden lógico de una disputa. Porque lo que interesa a los adversarios dialécticos es dejar claro quién es el autor de las afirmaciones contra la bondad de Dios.
Simón quiere conocer la verdad de Dios
La reconocida habilidad dialéctica de Simón busca sus intereses contra las posturas de Pedro. Según Simón, lo primero y principal es examinar lo que las Escrituras afirman de Dios, si son o no son verdad. Porque entonces quedaría demostrado que el Creador no es el Dios supremo, sino sometido a toda clase de errores y defectos. Una vez aclarado este principio, procede examinar quién ha sido el autor de tales afirmaciones. Pedro se refugia en su personal seguridad, afirmando que “aunque las cosas escritas contra Dios fueran verdaderas, todavía no prueban que Dios sea malvado” (Hom III 41,4). Simón pide lógicamente a su adversario razones de afirmaciones tan seguras, al menos en apariencia.
El tenor de las Escrituras
Pedro y Simón se enfrascan en una discusión acerca del tenor de las Escrituras. Pedro reconoce abiertamente que “se han escrito cosas contrarias a las voces que hablan mal de Dios, por eso no es posible confirmar ni una cosa ni otra”. Es decir, en las Escrituras se habla de dioses en plural, a los que no hay que seguir; pero a la vez de repite con insistencia que sólo hay un Dios supremo, autor del universo y organizador de su estructura y de su marcha. Por eso, la Escritura resulta problemática porque parece afirmar cosas y sus contrarias.
Simón pregunta a Pedro “cómo es que siendo así que unas Escrituras hablan mal de Dios, y otras bien, ¿cómo es posible reconocer la verdad?” La respuesta de Pedro lleva a su actitud inconmovible y repetitiva: “Aquellas palabras de las Escrituras que están de acuerdo con la creación hecha por él, son verdaderas, y las que le son contrarias son falsas”. Pero esta afirmación, en opinión de Simón, equivaldría a demostrar que las Escrituras son contrarias a ellas mismas.
Pensamientos curvilíneos de los contendientes
El debate transcurre por unos derroteros llenos de regates y pensamientos curvilíneos. Pedro acusa a Simón de haber presentado a Adán como ciego e ignorante cuando fue capaz de imponer a las criaturas los nombres más idóneos a sus naturalezas. La ceguera de Adán, dice Simón, se refería a su ceguera mental. Pero Simón replica a Pedro preguntando cómo es que no supo advertir de antemano que su mujer sería engañada por la serpiente. Pedro contesta que Adán tenía presciencia, como lo demuestra el hecho de que en el momento de nacer sus dos primeros hijos, les impuso los nombres más convenientes a sus futuras conductas. Al primero lo llamó “Caín”, que significa envidia, porque por envidia mató a su hermano. Al segundo lo llamó Abel, que quiere decir “duelo”, porque fue el primer hombre por el que sus madres hicieron duelo.
Adán, pues, tenía presciencia como obra de Dios que era, ser omnisciente por naturaleza. En consecuencia, “es falso lo que está escrito «consideró Dios» (Gén 6,6), como si necesitara reflexionar a causa de su ignorancia. Y lo mismo si el Señor tentaba a Abrahán para conocer si le obedecería (Gén 22,1). En ambos casos, como en otros muchos, Dios no necesitaba informarse de lo que por natural presciencia ya conocía con todo detalle.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Homilía III (40)
El problema de las Escrituras
Nos encontramos en pleno debate del apóstol Pedro con Simón Mago. El tema fundamental gira en torno al carácter de Dios, su unidad, sus cualidades y su poder. Simón pretendía aferrarse a las Escrituras en el convencimiento de que Dios está sometido a toda clase de deficiencias y padecimientos. Tal visión de las cosas abonaba su concepto de un Dios creador ignorante y deficiente en múltiples aspectos. Para Pedro, esa manera de explicar las cosas no bajaba de la categoría de blasfemia.
Contradicciones de las Escrituras
Pedro replicaba argumentando igualmente a partir de las Escrituras. Dios es el responsable de que la Ley cuente los errores cometidos por el creador. Esta actitud demuestra su honradez, cuando no tiene reparo en que la Biblia publique de forma solemne sus deficiencias. Así libra a los hombres de los errores a los que podía conducir su conducta. Si Dios fuera realmente malo y perverso, no le gustaría en absoluto reconocerse culpable de sus errores. Para Pedro, pues, Dios no puede ser malo ni perverso cuando por voluntad propia sus defectos han sido presentados en público por escrito. Para Simón, esta argumentación de Pedro no tiene otra escapatoria, sino reconocer que ha sido otra mano ajena la que ha propalado tales deficiencias en Dios.
Pedro responde que si Dios se acusa a sí mismo, como Simón parecía reconocer unas frases antes, Dios no es perverso, sino honrado; pero si es otro poder el que atribuye a Dios sus deficiencias, se debe investigar quién ha sido el osado de atribuir toda clase de males al único que es bueno por naturaleza. Simón, como hace con frecuencia en estos debates, acusa a Pedro de no querer escuchar por sistema las acusaciones de las Escrituras contra Dios. Pero Pedro, a su vez, echa en cara a Simón su actitud negativa a seguir el orden lógico de una disputa. Porque lo que interesa a los adversarios dialécticos es dejar claro quién es el autor de las afirmaciones contra la bondad de Dios.
Simón quiere conocer la verdad de Dios
La reconocida habilidad dialéctica de Simón busca sus intereses contra las posturas de Pedro. Según Simón, lo primero y principal es examinar lo que las Escrituras afirman de Dios, si son o no son verdad. Porque entonces quedaría demostrado que el Creador no es el Dios supremo, sino sometido a toda clase de errores y defectos. Una vez aclarado este principio, procede examinar quién ha sido el autor de tales afirmaciones. Pedro se refugia en su personal seguridad, afirmando que “aunque las cosas escritas contra Dios fueran verdaderas, todavía no prueban que Dios sea malvado” (Hom III 41,4). Simón pide lógicamente a su adversario razones de afirmaciones tan seguras, al menos en apariencia.
El tenor de las Escrituras
Pedro y Simón se enfrascan en una discusión acerca del tenor de las Escrituras. Pedro reconoce abiertamente que “se han escrito cosas contrarias a las voces que hablan mal de Dios, por eso no es posible confirmar ni una cosa ni otra”. Es decir, en las Escrituras se habla de dioses en plural, a los que no hay que seguir; pero a la vez de repite con insistencia que sólo hay un Dios supremo, autor del universo y organizador de su estructura y de su marcha. Por eso, la Escritura resulta problemática porque parece afirmar cosas y sus contrarias.
Simón pregunta a Pedro “cómo es que siendo así que unas Escrituras hablan mal de Dios, y otras bien, ¿cómo es posible reconocer la verdad?” La respuesta de Pedro lleva a su actitud inconmovible y repetitiva: “Aquellas palabras de las Escrituras que están de acuerdo con la creación hecha por él, son verdaderas, y las que le son contrarias son falsas”. Pero esta afirmación, en opinión de Simón, equivaldría a demostrar que las Escrituras son contrarias a ellas mismas.
Pensamientos curvilíneos de los contendientes
El debate transcurre por unos derroteros llenos de regates y pensamientos curvilíneos. Pedro acusa a Simón de haber presentado a Adán como ciego e ignorante cuando fue capaz de imponer a las criaturas los nombres más idóneos a sus naturalezas. La ceguera de Adán, dice Simón, se refería a su ceguera mental. Pero Simón replica a Pedro preguntando cómo es que no supo advertir de antemano que su mujer sería engañada por la serpiente. Pedro contesta que Adán tenía presciencia, como lo demuestra el hecho de que en el momento de nacer sus dos primeros hijos, les impuso los nombres más convenientes a sus futuras conductas. Al primero lo llamó “Caín”, que significa envidia, porque por envidia mató a su hermano. Al segundo lo llamó Abel, que quiere decir “duelo”, porque fue el primer hombre por el que sus madres hicieron duelo.
Adán, pues, tenía presciencia como obra de Dios que era, ser omnisciente por naturaleza. En consecuencia, “es falso lo que está escrito «consideró Dios» (Gén 6,6), como si necesitara reflexionar a causa de su ignorancia. Y lo mismo si el Señor tentaba a Abrahán para conocer si le obedecería (Gén 22,1). En ambos casos, como en otros muchos, Dios no necesitaba informarse de lo que por natural presciencia ya conocía con todo detalle.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro