Notas

Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.

Redactado por Antonio Piñero el Domingo, 16 de Febrero 2014 a las 21:30

Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía III

Los misterios de Dios en la creación

La pasada semana dejábamos a Pedro pronunciando una introducción a su debate, en la que dejaba claro su sentido de Dios, su naturaleza y las infinitas lejanías de su ser. Nuestra imaginación se perdía sin remedio en la multiplicidad de sus misterios. El mundo visible es apenas un insignificante apéndice de la obra de Dios. Y si no somos capaces de penetrar en sus secretos, ¿qué podemos decir de lo que está más allá del mundo visible? En el cielo que contemplamos hay vientos, truenos, nubes, ríos, mares y miles de maravillas que nos llenan de admiración. Las aves, los animales, el hombre, las plantas con sus frutos, las estaciones están ahí con sus sucesiones puntuales como los eclipses.

Admiración y gratitud

Ante toda esta teoría de grandezas, el hombre apenas sabe prestar otra respuesta que la admiración y la gratitud. Y todo, sin dar el salto a lo invisible, a lo desconocido, que ahora sabemos que es mucho más que lo conocido en unas medidas sin límites. De todo el único dueño y señor es el Dios creador, con quien ningún ser comparte el dominio y el gobierno. Porque es el único que es y merecer ser llamado Dios. El que se atreve a compartir la posibilidad de ese dominio y atribuir a otros seres el nombre de Dios, será reo de un castigo eterno. El autor de las Pseudo Clementinas repite con reiteración la idea de que el gran pecado de la humanidad es la idolatría, que introdujo la serpiente del Paraíso en el mundo y en la historia (Hom III 37).

Interpelación de Simón

Simón no pudo guardar silencio ante las afirmaciones de Pedro y le dirigió una amarga interpelación en estos términos: “¿Por qué pretendes engañar con mentiras a la multitud ignorante que está a tu lado, convenciéndola de que no es lícito ni creer en dioses ni decir que existen, cuando los libros públicos de los judíos dicen que hay muchos dioses?” (Hom III 38,1). Pedro había sido claro y contundente en la presentación de sus teorías sobre las calidades del ser divino. Pero Simón tampoco ocultaba sus cartas, sino que las exhibía con toda contundencia. Pedro se verá obligado a responder a Simón por cuanto que Simón se valía en su argumentación de afirmaciones de la misma Sagrada Escritura, en la que desde el Paraíso se habla de otros dioses. La promesa a nuestros primeros padres era que, si comían del árbol del centro del Paraíso, se convertirían en “conocedores de bien y del mal”. Es decir, serían como Dios, otros seres que igualarían o superarían a Dios en la amplitud eterna de su ciencia.

Pero Simón añade nuevos argumentos y nuevas referencias a la Ley y las Escrituras. De la misma manera que Adán ignoraba muchas cosas, igualmente las ignoraba Dios que lo había creado. Así se expresaba en medio de la multitud: “De la misma manera, también Dios que lo formó, como no ve desde todas partes, dice cuando sucedió la catástrofe de Sodoma: «Venid, y bajemos para ver si están actuando según el clamor que llega hasta mí; y si no para que lo sepa» (Gén 18,21). Lo que demuestra que lo ignoraba”. Simón argumenta, no sin razón, que si Dios necesitaba informarse de algún dato en particular, es porque su ignorancia le impedía conocerlo todo, como Pedro presumía.

Simón insistía que “El escribir «olió el Señor el perfume suave» es propio de un necesitado, y disfrutar con la grasa de la carne (Gén 8,21) no es propio de una buena persona. Lo de «tentar», como está escrito: «Tentó el Señor a Abraham» (Gén 22,1), es de mala persona y de alguien que desconoce el resultado de la paciencia”.

La Ley va contra el concepto de Dios defendido por Pedro

Simón demostraba de este modo que Dios, según las Escrituras, está sometido a toda clase de padecimientos, lo que va contra el concepto de Dios, proclamado por Pedro. La réplica de Pedro recurre al hecho de que Dios permite que en la Escritura alguien escriba lo que parece ir contra su absoluta ciencia y bondad: “¿Pero cómo puede ser malo y perverso Dios, si por voluntad suya las maldades contra él han sido presentadas en público por escrito?” (Hom III 40,2) Algo así como si Pedro quisiera demostrar que Dios está por encima de los pasajes dudosos de la Escritura. Más adelante se aferrará al argumento categórico de que cualquier afirmación contraria a la bondad de Dios es simplemente una falsedad.

Sigue replicando Pedro: “Investiguemos sobre este tema. Si se culpó Dios a sí mismo por propia voluntad, como hace un momento confesabas, no es perverso; pero si fue por otro poder, se debe investigar y examinar con todo interés si alguien ha atribuido todos los males al único que es bueno” (Hom III 40,3). El primero de los grandes debates entre Pedro y el Mago estaba planteado en toda su extensión y con toda intención. Seguiremos viendo los resultados.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro











Domingo, 16 de Febrero 2014
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