Notas

Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.

Redactado por Antonio Piñero el Domingo, 19 de Enero 2014 a las 23:19

Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía III

Magisterio del Profeta de la verdad

La Homilía III recoge el debate entre Pedro y Simón acerca del concepto de Dios. La pasada semana usamos argumentos tomados de la versión latina de las Recognitiones, lo que podría desviar nuestra atención de la línea argumental de la Homilía. Pedro hablaba de uno de los conceptos esenciales de su doctrina, del Profeta de la verdad. Entre los que pretenden hablar de la verdad como maestros, Pedro zanja la discusión asegurando que la solución está en el Profeta de la verdad. Porque reúne todas las características del poseedor de la verdadera profecía.

En efecto, “el profeta verdadero es aquel que sabe todo siempre, incluso los pensamientos de todos, infalible, como bien informado sobre el juicio de Dios” (III 11,2). Repetimos la cita para volver al verdadero camino del autor de la Homilía. El colmo de los conocimientos del Profeta verdadero abarca presente, pasado y futuro. Por lo tanto, el que desea conocer la verdad en todos sus aspectos y circunstancias, no tiene otra opción que recurrir a su magisterio.

Carácter perpetuo del Profeta de la verdad

Otro aspecto del conocimiento del Profeta de la verdad es su carácter de perpetuo. Los que piensan que conoce las cosas y los hechos de forma intermitente, están muy equivocados. Como ya hemos dicho, lo conoce “todo siempre”. No necesita esperar que llegue la inspiración o suplicar que venga. La posee por esencia. Por eso, si se descubre que un presunto profeta se equivoca en algún tema o en alguna ocasión, ha perdido la garantía de verdad. Queda evidente que es un falso profeta, que a lo más podría profetizar alguna cosa verdadera por casualidad, pero no con las garantías de absoluta certidumbre, que va adherida a la personalidad del verdadero profeta.

El mejor argumento de lo que decimos es el caso del Maestro Jesús. No mintió en nada, no enseñó falsedades ni embaucó a sus oyentes en ningún detalle. Vino a dar testimonio de la verdad y su palabra se cumplía en afirmaciones y hasta en deseos. Su forma de hablar demostraba la realidad de su autoridad doctrinal. “En verdad, en verdad os digo” era su forma de asegurar con autoridad su doctrina. La necesidad de un Profeta de la verdad era debida al hecho de la existencia de numerosos heraldos de la mentira. Ya lo decía Pedro: “Son muchos los heraldos de la mentira, que tienen un jefe de la maldad”. Pero para que la verdad sobreviva en el mundo, es preciso que también haya uno “que es el único jefe de la verdad y también de la piedad” (III 16,1).

Heraldos de la mentira

Esos que Pedro llama “heraldos de la mentira” son “los que no han comprendido la doctrina de los pares, que no cesaré de exponeros sumariamente por separado en cada momento” (III 16,2). En medio del debate sobre el concepto de Dios, introduce Pedro el tema de la creación con detalles como la caída de Adán. Pero no por ello perdió Adán muchos de sus privilegios. El hombre es la imagen de Dios y merece por ello veneración y respeto. Pues la misma Escritura recoge la reflexión de Dios cuando dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. Adán tuvo conocimiento de su destino y tuvo ciertos aspectos propios de profeta.

El reinado de Cristo

Los errores que siguieron tras la caída de Adán quedan corregidos por le presencia del reinado de Cristo. Los errores fueron fruto de la ignorancia, que a su vez es expulsada por al conocimiento traído por el Profeta de la verdad (cf. también Recogn., V 4-5; VI 4). Nuestro Maestro nos dio lecciones definitivas para el establecimiento de su reino: “Porque amaba a los que lo odiaban, lloraba por los desconfiados, bendecía a los que lo ultrajaban, oraba por sus enemigos”. Dios había enviado bienes a justos e injustos, para quienes hacía salir el sol o caer la lluvia.

El profeta prometido apareció en diversas edades de la humanidad. En efecto, la promesa de la existencia de un profeta comienza a cumplirse en la persona y la misión de Adán. Era en palabras de Pedro “el único verdadero Profeta, puso los nombres idóneos a cada animal según los méritos de su naturaleza” (III 21,1). Imponer un nombre es en la mentalidad hebrea una forma de dominio. A pesar de su caída, Adán tenía la gracia o el espíritu de sabiduría suficiente como para dar a cada animal el nombre más idóneo a su naturaleza. Así lo afirma Pedro después de recordar que Dios concedió al hombre la facultad de dominar sobre todas las criaturas.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro



Domingo, 19 de Enero 2014
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