Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
HOMILÍA II
Recordamos que nos movemos en el contexto de los informes que Pedro requería para disponer de elementos necesarios para su debate con Simón Mago. Justa la cananea le había facilitado el contacto precioso con dos antiguos amigos de Simón, nada menos que los dos hijos gemelos de la familia de Clemente, el nuevo ayudante de Pedro en su tarea de debatir con su gran enemigo Simón.
Testimonio de los hermanos Niceta y Aquila
El testimonio de ambos hermanos, Niceta y Aquila, era tanto más importante cuanto que conocían los datos de su testimonio de primera mano. No contaban lo referido por otros testigos, sino los hechos de los que habían sido partícipes directos. En un principio participaban de los conocimientos y convencimientos de Simón Mago. Fue precisamente el influjo del obispo Zaqueo el que abrió sus ojos para distinguir la conducta del Mago y alejarlos de la amistad y del influjo de Simón. El atrevimiento de Simón había llegado hasta presumir de ser superior al Dios Creador. Los dos hermanos le recordaban su origen y su identidad humana: “Tú no puedes ser Dios; teme al Dios verdadero; reconoce que eres hombre y que es breve el tiempo de tu vida” (II 28,2).
Contradicciones de Simón Mago
Le recordaban el valor y el sentido de la vida y la seguridad de un juicio futuro que daría a cada uno el premio de sus obras. Esta afirmación implicaba el hecho de que las almas de los hombres eran inmortales. Pero con esto tocaban uno de los puntos sensibles de la doctrina del Mago. Él se suponía superior a estas consecuencias. Si había un juicio al final de la vida, él era libre de las pesadumbres que se cernían sobre los pobres mortales. Simón se reía de la ignorancia de los dos hermanos, que a su vez no comprendían las afirmaciones del Mago, que había visto con sus propios ojos el alma del joven asesinado. Los hermanos habían comentado con él la opinión de los griegos sobre el valor de los testimonios en el sentido de que lo que se ve ofrece mayor seguridad que lo se oye. Y Simón había visto el alma del joven, cuya figura conservaba en su dormitorio.
En efecto, Simón había separado el alma del asesinado de su cuerpo, le había hablado y le había dado órdenes. Era, por tanto, extraño que ahora negara la existencia de las almas inmortales. La respuesta de Simón era una escapatoria poco hábil. Lo que llamaban alma no era tal, ya que el alma no existe. Era más bien un demonio que operaba como si fuera el alma del difunto. Pero Niceta no se daba por satisfecho, sino que pasó al contraataque: “¿Acaso, estando nosotros presentes, no te escuchamos cuando separabas con juramentos el alma de su cuerpo? ¿Cómo es que si uno era conjurado, otro sin serlo te obedece como si tuviera miedo?” (II 30,4). Más aún, Niceta le recuerda que en una ocasión les habló del tiempo que las almas tenían que pasar en el cuerpo. Después de ese tiempo, se dirigen al Hades, donde son custodiadas. No valían, pues, sus argucias dialécticas. La presunción de sus poderes superiores pesaba ahora en la balanza donde se balanceaban sus engaños.
En el desarrollo del debate, Aquila planteó a Simón una pregunta comprometedora: “Ya sea el alma, ya un demonio lo que es objeto de tus conjuros, ¿qué es lo que teme como para no aceptar tus juramentos? Simón respondió: “Pues sabe que tendrá que sufrir si no obedece” (II 31,1). La rápida respuesta de Simón dejaba al descubierto la debilidad de sus principios. Ni había alma inmortal, ni juicio, afirmaba Simón. Pero Aquila le planteó un argumento del que no podía escapar inmune: “Luego si el alma, al ser objeto de conjuro, acude, entonces es que también hay un juicio. Por consiguiente, si las almas son inmortales, de todas maneras se produce también un juicio. De modo que aseguras que los que son objeto de conjuros a causa de sus malas acciones son condenados por haber desobedecido” (II 31,2).
Airada reacción de Simón
La reacción de Simón fue la consecuencia de su falta de argumentos contra la dialéctica de los dos hermanos: “Montó en cólera amenazándonos de muerte si no guardábamos silencio acerca de sus acciones”. Es otra forma de hacer callar al adversario dialéctico. El silencio exigido abarcaba todo el arco de su conducta y de sus artes mágicas. Pero Niceta y Aquila no partían de supuestos o referencias extrañas. Contra la fuerza de los hechos nada pueden ni la ira ni las amenazas.
WEHNERT JÜRGEN, Pseudoklementinische Homilien: Einführung und Übersetzung. Kommentare zur apokryphen Literatur, I 1, Göttingen, 2010.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
HOMILÍA II
Recordamos que nos movemos en el contexto de los informes que Pedro requería para disponer de elementos necesarios para su debate con Simón Mago. Justa la cananea le había facilitado el contacto precioso con dos antiguos amigos de Simón, nada menos que los dos hijos gemelos de la familia de Clemente, el nuevo ayudante de Pedro en su tarea de debatir con su gran enemigo Simón.
Testimonio de los hermanos Niceta y Aquila
El testimonio de ambos hermanos, Niceta y Aquila, era tanto más importante cuanto que conocían los datos de su testimonio de primera mano. No contaban lo referido por otros testigos, sino los hechos de los que habían sido partícipes directos. En un principio participaban de los conocimientos y convencimientos de Simón Mago. Fue precisamente el influjo del obispo Zaqueo el que abrió sus ojos para distinguir la conducta del Mago y alejarlos de la amistad y del influjo de Simón. El atrevimiento de Simón había llegado hasta presumir de ser superior al Dios Creador. Los dos hermanos le recordaban su origen y su identidad humana: “Tú no puedes ser Dios; teme al Dios verdadero; reconoce que eres hombre y que es breve el tiempo de tu vida” (II 28,2).
Contradicciones de Simón Mago
Le recordaban el valor y el sentido de la vida y la seguridad de un juicio futuro que daría a cada uno el premio de sus obras. Esta afirmación implicaba el hecho de que las almas de los hombres eran inmortales. Pero con esto tocaban uno de los puntos sensibles de la doctrina del Mago. Él se suponía superior a estas consecuencias. Si había un juicio al final de la vida, él era libre de las pesadumbres que se cernían sobre los pobres mortales. Simón se reía de la ignorancia de los dos hermanos, que a su vez no comprendían las afirmaciones del Mago, que había visto con sus propios ojos el alma del joven asesinado. Los hermanos habían comentado con él la opinión de los griegos sobre el valor de los testimonios en el sentido de que lo que se ve ofrece mayor seguridad que lo se oye. Y Simón había visto el alma del joven, cuya figura conservaba en su dormitorio.
En efecto, Simón había separado el alma del asesinado de su cuerpo, le había hablado y le había dado órdenes. Era, por tanto, extraño que ahora negara la existencia de las almas inmortales. La respuesta de Simón era una escapatoria poco hábil. Lo que llamaban alma no era tal, ya que el alma no existe. Era más bien un demonio que operaba como si fuera el alma del difunto. Pero Niceta no se daba por satisfecho, sino que pasó al contraataque: “¿Acaso, estando nosotros presentes, no te escuchamos cuando separabas con juramentos el alma de su cuerpo? ¿Cómo es que si uno era conjurado, otro sin serlo te obedece como si tuviera miedo?” (II 30,4). Más aún, Niceta le recuerda que en una ocasión les habló del tiempo que las almas tenían que pasar en el cuerpo. Después de ese tiempo, se dirigen al Hades, donde son custodiadas. No valían, pues, sus argucias dialécticas. La presunción de sus poderes superiores pesaba ahora en la balanza donde se balanceaban sus engaños.
En el desarrollo del debate, Aquila planteó a Simón una pregunta comprometedora: “Ya sea el alma, ya un demonio lo que es objeto de tus conjuros, ¿qué es lo que teme como para no aceptar tus juramentos? Simón respondió: “Pues sabe que tendrá que sufrir si no obedece” (II 31,1). La rápida respuesta de Simón dejaba al descubierto la debilidad de sus principios. Ni había alma inmortal, ni juicio, afirmaba Simón. Pero Aquila le planteó un argumento del que no podía escapar inmune: “Luego si el alma, al ser objeto de conjuro, acude, entonces es que también hay un juicio. Por consiguiente, si las almas son inmortales, de todas maneras se produce también un juicio. De modo que aseguras que los que son objeto de conjuros a causa de sus malas acciones son condenados por haber desobedecido” (II 31,2).
Airada reacción de Simón
La reacción de Simón fue la consecuencia de su falta de argumentos contra la dialéctica de los dos hermanos: “Montó en cólera amenazándonos de muerte si no guardábamos silencio acerca de sus acciones”. Es otra forma de hacer callar al adversario dialéctico. El silencio exigido abarcaba todo el arco de su conducta y de sus artes mágicas. Pero Niceta y Aquila no partían de supuestos o referencias extrañas. Contra la fuerza de los hechos nada pueden ni la ira ni las amenazas.
WEHNERT JÜRGEN, Pseudoklementinische Homilien: Einführung und Übersetzung. Kommentare zur apokryphen Literatur, I 1, Göttingen, 2010.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro