Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Literatura Pseudo Clementina. Análisis de los textos
La Carta de Clemente a Santiago (3)
Continuamos el repaso a la Carta de Clemente a Santiago, reflejo fiel, como ya hemos dicho de la mentalidad de toda esta literatura. Como vamos viendo y veremos a lo largo del análisis in extenso de los textos, el autor, presunto siempre, tanto de esta carta como de la Literatura Pseudo Clementina, deja escapar de su pluma las ideas y las obsesiones que formarán el fondo de la obra en sus elementos fundamentales.
Como constatamos en días anteriores, la carta abunda en recomendaciones necesarias para la correcta administración de la comunidad cristiana. Recordemos que es Pedro el que habla en una larga recomendación a su sucesor Clemente. El obispo es el que preside y manda, pero junto a él aparece ya el conjunto de ministros y servidores, entre los que ocupan un lugar señalado los presbíteros. A ellos se dirige Pedro en el fragmento del capítulo VII de la carta. Y apunta a una especie de reparto de trabajos y preocupaciones. Es el momento y hora de la juventud con los problemas característicos de la edad. Ante todo, dice el texto, los presbíteros deben procurar un honesto matrimonio para los jóvenes, remedio de la concupiscencia, que dice la moral católica. La carta insiste en la misma idea en el sentido de que el matrimonio es la forma de escapar de los lazos de las pasiones, propias de la juventud.
Pero para el autor de la carta, relator de las palabras de Pedro, esas pasiones no son exclusivas de la juventud. Entre las ocupaciones de los presbíteros está igualmente la atención al matrimonio entre ancianos. Las personas mayores no están exentas de las tentaciones de la carne; en muchas de ellas se da también una akmaía epithymía (poderosa concupiscencia). El matrimonio es también en estos casos el remedio que aleja de la comunidad la peste de la fornicación y apaga el fuego amenazador del adulterio, en metáforas del autor.
El adulterio es, en efecto, un gran mal, hasta el punto de que ocupa el segundo lugar entre los pecados castigados. Sólo tiene delante al error. Ya hemos insistido en la obsesión del autor por la verdad, cuyo antónimo es el error, como ya hemos dicho. Es, pues, el error el mayor pecado, seguido por el adulterio; y nada libra a los equivocados el hecho de que vivan una vida de castidad. Este criterio recuerda la doctrina de Tertuliano en su De Pudicitia V. El capítulo de Tertuliano trata de la comparación del adulterio con la idolatría y el homicidio. El pecado más importante y rechazable es la idolatría. El segundo es, como en la carta de Clemente, el adulterio, situado en el lugar entre la idolatría y el homicidio.
En los capítulos VII y VIII de la carta se subraya la idea de que “la castidad es la principal preocupación de los presbíteros”. Una preocupación que el texto envuelve en un contexto metafórico. “Presbítero” es una denominación hebrea que va más allá del sentido etimológico de “anciano”. Pero como ancianos deben procurar la práctica de la castidad en la esposa de Cristo, que es la Iglesia. Pues la impureza es particularmente odiosa a los ojos de Dios. Es una idea que recorre todos los rincones de la literatura pseudo clementina. Pero se trata de una castidad dentro del matrimonio, porque la castidad absoluta como forma de vida no es en esta literatura como en el campo de los Hechos Apócrifos, donde la vida de castidad absoluta es una actitud de garantía de salvación. Según los Hechos de Nereo y Aquiles, la vida de castidad perfecta es calificada como la virtud más importante y apreciada después del martirio.
Es curiosa la apreciación de que la caridad viene a ser como el antídoto del adulterio, una caridad que está definida en este contexto con el término “filantropía”. El adulterio, comenta Pedro, reviste diversas formas. La primera de ellas es el hecho de que el marido no se contenta con su propia mujer, ni la mujer con su propio marido. Y así como el adulterio es un gran mal, “la filantropía es el más grande de los bienes”. Dentro de los márgenes de la filantropía, el texto enumera la ayuda a los huérfanos y a las viudas. Su necesidad forma parte de la preocupación de la comunidad cristiana. La ayuda a los necesitados incluye el cuidado de procurar a todos una forma de ganarse la vida.
Una de las recomendaciones es el fomento de las comidas en común, (literalmente “la participación en común de la sal”), de las que se deriva una comunión de sentimientos humanitarios. La ampliación de esta recomendación termina con la enumeración de las obras de misericordia: dar de comer a los hambrientos, de beber a los sedientos, vestir a los desnudos, visitar a los enfermos, ayudar a los prisioneros y a los extranjeros. En resumen practicar la filantropía con todos fomenta el ejercicio de las buenas obras, como lo contrario, la “misantropía” es el signo de los que no piensan en su salvación.
En respuesta al ruego de un amable lector, daré poco a poco la referencia de obras sobre esta literatura. Pongo en primer lugar la de ANDRÉ SIOUVILLE, Homélies Clémentines, Dijon, 1933, con prefacio de Christian Jambert. La espléndida traducción y las notas son de A. Siouville.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Literatura Pseudo Clementina. Análisis de los textos
La Carta de Clemente a Santiago (3)
Continuamos el repaso a la Carta de Clemente a Santiago, reflejo fiel, como ya hemos dicho de la mentalidad de toda esta literatura. Como vamos viendo y veremos a lo largo del análisis in extenso de los textos, el autor, presunto siempre, tanto de esta carta como de la Literatura Pseudo Clementina, deja escapar de su pluma las ideas y las obsesiones que formarán el fondo de la obra en sus elementos fundamentales.
Como constatamos en días anteriores, la carta abunda en recomendaciones necesarias para la correcta administración de la comunidad cristiana. Recordemos que es Pedro el que habla en una larga recomendación a su sucesor Clemente. El obispo es el que preside y manda, pero junto a él aparece ya el conjunto de ministros y servidores, entre los que ocupan un lugar señalado los presbíteros. A ellos se dirige Pedro en el fragmento del capítulo VII de la carta. Y apunta a una especie de reparto de trabajos y preocupaciones. Es el momento y hora de la juventud con los problemas característicos de la edad. Ante todo, dice el texto, los presbíteros deben procurar un honesto matrimonio para los jóvenes, remedio de la concupiscencia, que dice la moral católica. La carta insiste en la misma idea en el sentido de que el matrimonio es la forma de escapar de los lazos de las pasiones, propias de la juventud.
Pero para el autor de la carta, relator de las palabras de Pedro, esas pasiones no son exclusivas de la juventud. Entre las ocupaciones de los presbíteros está igualmente la atención al matrimonio entre ancianos. Las personas mayores no están exentas de las tentaciones de la carne; en muchas de ellas se da también una akmaía epithymía (poderosa concupiscencia). El matrimonio es también en estos casos el remedio que aleja de la comunidad la peste de la fornicación y apaga el fuego amenazador del adulterio, en metáforas del autor.
El adulterio es, en efecto, un gran mal, hasta el punto de que ocupa el segundo lugar entre los pecados castigados. Sólo tiene delante al error. Ya hemos insistido en la obsesión del autor por la verdad, cuyo antónimo es el error, como ya hemos dicho. Es, pues, el error el mayor pecado, seguido por el adulterio; y nada libra a los equivocados el hecho de que vivan una vida de castidad. Este criterio recuerda la doctrina de Tertuliano en su De Pudicitia V. El capítulo de Tertuliano trata de la comparación del adulterio con la idolatría y el homicidio. El pecado más importante y rechazable es la idolatría. El segundo es, como en la carta de Clemente, el adulterio, situado en el lugar entre la idolatría y el homicidio.
En los capítulos VII y VIII de la carta se subraya la idea de que “la castidad es la principal preocupación de los presbíteros”. Una preocupación que el texto envuelve en un contexto metafórico. “Presbítero” es una denominación hebrea que va más allá del sentido etimológico de “anciano”. Pero como ancianos deben procurar la práctica de la castidad en la esposa de Cristo, que es la Iglesia. Pues la impureza es particularmente odiosa a los ojos de Dios. Es una idea que recorre todos los rincones de la literatura pseudo clementina. Pero se trata de una castidad dentro del matrimonio, porque la castidad absoluta como forma de vida no es en esta literatura como en el campo de los Hechos Apócrifos, donde la vida de castidad absoluta es una actitud de garantía de salvación. Según los Hechos de Nereo y Aquiles, la vida de castidad perfecta es calificada como la virtud más importante y apreciada después del martirio.
Es curiosa la apreciación de que la caridad viene a ser como el antídoto del adulterio, una caridad que está definida en este contexto con el término “filantropía”. El adulterio, comenta Pedro, reviste diversas formas. La primera de ellas es el hecho de que el marido no se contenta con su propia mujer, ni la mujer con su propio marido. Y así como el adulterio es un gran mal, “la filantropía es el más grande de los bienes”. Dentro de los márgenes de la filantropía, el texto enumera la ayuda a los huérfanos y a las viudas. Su necesidad forma parte de la preocupación de la comunidad cristiana. La ayuda a los necesitados incluye el cuidado de procurar a todos una forma de ganarse la vida.
Una de las recomendaciones es el fomento de las comidas en común, (literalmente “la participación en común de la sal”), de las que se deriva una comunión de sentimientos humanitarios. La ampliación de esta recomendación termina con la enumeración de las obras de misericordia: dar de comer a los hambrientos, de beber a los sedientos, vestir a los desnudos, visitar a los enfermos, ayudar a los prisioneros y a los extranjeros. En resumen practicar la filantropía con todos fomenta el ejercicio de las buenas obras, como lo contrario, la “misantropía” es el signo de los que no piensan en su salvación.
En respuesta al ruego de un amable lector, daré poco a poco la referencia de obras sobre esta literatura. Pongo en primer lugar la de ANDRÉ SIOUVILLE, Homélies Clémentines, Dijon, 1933, con prefacio de Christian Jambert. La espléndida traducción y las notas son de A. Siouville.
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro