Notas

Latrocinios compostelanos

Redactado por Antonio Piñero el Miércoles, 11 de Julio 2012 a las 01:44

Hoy escribe Fernando Bermejo

A la ineluctable cuota de estulticia e indignidad que toca a cualquier lugar habitado por una colectividad considerable de seres humanos, Santiago de Compostela añade el plus de infamia y corrupción consistente en ser un pueblo que pivota en buena parte en torno a un gran templo administrado por una corporación eclesiástica que se regodea en sus prebendas seculares (de siglos, y del Siglo). Gratulantes celebremus festum.

Ese plus de corrupción es, por lo demás, directamente proporcional a la envergadura del embuste capital que fundó hace muchos siglos en su momento la mencionada población y que la mantiene hasta hoy en su carácter enmarañado y pueblerino (Iacobe, virginei frater pretiose Ioannis…): la invención de Teodomiro y sus adláteres, para apuntalar la cual un buen número de eclesiásticos y sus cómplices han vertido toneladas de las acostumbradas mentiras, sandeces y pamplinas, que desde hace tanto tiempo les permiten vivir del cuento. Aunque me consta de manera fehaciente que algunos de los canónigos compostelanos no creen siquiera en la existencia de divinidad alguna, ello no es óbice para que sigan predicando con voz engolada desde los púlpitos catedralicios y gozando de los privilegios de siempre. Sancte Iacobe, ora pro nobis.

El verdadero alcance de la fenomenal corrupción que alberga ese pueblo se vislumbra cuando se cae en la cuenta de que en ella participa una gran caterva de individuos. Dado que la economía compostelana depende en buena parte del turismo, y que el turismo se alimenta en singular medida de la atracción circense de la catedral –alrededor de la cual se multiplican tiendas de recuerdos (también dentro de ella), bares, restaurantes y demás–, en la ceremonia de corrupción la implicación es general: eclesiásticos, políticos y comerciantes forman una entente cordial que se ve apoyada (économie oblige) por buena parte de los lugareños, desde notarios y periodistas hasta agentes del orden.

Los que se rasgan ahora las vestiduras por las cantidades de dinero que circulan por la catedral compostelana o son tontos de remate o son hipócritas (o ambas cosas). Cualquiera que sepa mínimamente cómo funciona el mundo sabe que los centros de peregrinación –y desde luego la Catedral de Santiago– generan cuantiosas sumas de dinero, de las que los miembros de las corporaciones eclesiásticas (en este caso, los canónigos del Cabildo) se aprovechan sobremanera mediante el reparto de pingües beneficios. Los donativos particulares son lo de menos. La Catedral de Santiago está generosamente financiada por las instituciones regionales (autonómicas), nacionales y europeas. Y, desde siempre, los miembros de la corporación –orgullosos celadores, por cierto, de esa bonita imagen de concordia católica que es el “Santiago Matamoros”– se han repartido anualmente inmensos dividendos (¿o por qué creen Vds. que los clérigos han tenido siempre tanto interés en convertirse en canónigos…?). Así ha sido siempre, así es y así seguirá siendo.

Por lo demás, la corrupción económica es lo de menos. ¿Alguien sabe algo de la verdadera corrupción, la corrupción moral más flagrante, y no me refiero a la derivada del embuste en el que se basa todo el tinglado compostelano (y que, en última instancia, ciertamente a nadie le interesa), sino a los abusos de poder que el Cabildo compostelano ha practicado durante años en relación con sus inmuebles, a las coacciones sobre huérfanos y viudas, a los chantajes… por algunos de los cuales algún que otro canónigo de la corporación catedralicia –por actos de los que es responsable directa y moralmente la totalidad del Cabildo compostelano– ha sido condenado con sentencia firme por los Juzgados de Santiago de Compostela? ¿Sabe alguien, por lo demás, la cantidad de ocasiones en que estos flagrantes y miserables abusos no han llegado a los tribunales de justicia, o –cuando han llegado – han sido oportunamente acallados?

¿Cuántos peregrinos tienen la menor idea de tales latrocinios morales cuando llegan al Monte del Gozo? ¿Cuántos ciudadanos españoles? ¿Tiene la menor idea de esto el señor José Manuel Vidal, que ha escrito –evidentemente sin tener la menor idea de lo que dice– que Julián Barrio es “un amigo de la verdad” y que Santiago tiene “un cabildo de altura”…?

Pero no teman: aquellos de Vds. que conserven la capacidad de indignarse no deben preocuparse lo más mínimo. No leerán en los periódicos nada al respecto. Solo interesa la historia de un pobre diablo que sustrajo un códice que –seamos claros– no interesaba hasta ahora prácticamente a nadie, pero con el cual desde ahora los canónigos compostelanos aumentarán sus negocios.

Resulta significativo el video donde aparece el presidente del Gobierno/desfacedor de entuertos –el mismo que nos iba a sacar de la crisis, el mismo que perrunamente se inclina ante otros jerarcas eclesiásticos– junto al presidente de la Xunta (otro que tal baila) entregando el Códice de marras al arzobispo y los canónigos de marras. En la inanidad, la confusión, la incompetencia, la indignidad que traslucen sus principales y facinerosos actores, la escena no tiene desperdicio, y podría ser calificada de surrealista si lo surreal no fuera, en la repugnante y mafiosa combinación político-eclesiástica, la realidad cotidiana de este país. (Por cierto, y dicho sea de paso, al mentor de los políticos y amigo de los clérigos del video, el egregio Manuel Fraga, entre otras muchas cosas, los gallegos y Compostela le deben una totalmente inútil Ciudad de la Incultura en la que se han derrochado miles de millones de euros, y cuyo mero mantenimiento asciende anualmente a decenas de millones. At Iacobus gaudet carnali carcere liber).

Ignoro cuál es la calidad personal del caballero que sustrajo el Códice calixtino y algunas otras cosas de la Catedral compostelana (Dum sic fructificat gladio sub Herode feritur). Pero sé perfectamente y sin la menor duda que lo preferiría como compañero de piso a cualquiera de los miembros del Cabildo compostelano o al titular de su arzobispado. Al menos, ese electricista ha dicho algunas verdades (“Allí robaba todo el mundo”) y es capaz de hacer algo de verdadero provecho para sus semejantes. Y dice el conocido refrán que el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Debería tenerlos, pobre hombre, pero no los tendrá.

La cantidad de bazofia que sobreabunda en todo este asunto de la Santa, Apostólica y Metropolitana Iglesia Catedral (el embuste va ya en el primer adjetivo) en de tal calibre y apesta hasta tal punto, que le entran a uno arcadas que le impiden seguir escribiendo. Benedicat ergo plebs fidelis.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 11 de Julio 2012
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