Hoy escribe Antonio Piñero
Del 22 por tarde al 26 de junio 2014 se celebrará en Roma, en la Facultad de Teología Valdense (un pensamiento reformador del cristianismo cuyos orígenes se hunden en el siglo XI d.C., que fue luego cátaro y que hoy se incluye mas o menos entre los protestantes), un Congreso sobre muy diversas cuestiones de interpretación de Pablo. Está organizado por los responsables del Henoch Seminar, que llevan el peso de la revista internacional Henoch (sobre cuestiones de teología de historia del judaísmo de la época del Segundo Templo, es decir, desde la vuelta del exilio de Babilonia hasta el 70 d.C.), y financiado en parte por un mecenas llamado Nangeroni.
La participación en este Congreso es por invitación a gentes que han estudiado a Pablo y publicado cosas sobre él. Somos en total unos 35/38 de muy diversas nacionalidades (hay cuatro españoles, Carlos Segovia de Saint Louis University y de la Camilo José Cela, Juan Carlos Osandón y Eusebio González, de la Pontificia Università della Santa Croce en Roma y yo mismo, de la Universidad Complutense de Madrid .
Este Congreso tiene la particularidad de que la mayoría de las colaboraciones presentadas (23 trabajos) no se leen en público y luego se comentan, sino que se han escrito previamente, se han reunido en la Página Web de este Congreso, han sido leídas por todos (se supone) y luego en las reuniones --divididas por grupos, según temas-- se discuten con el texto delante. Cada una de las ponencias principales, entregadas también previamente por escrito, se exponen muy brevemente por sus autores y tienen un contraponente que responden a sus tesis y suscitan cuestiones. Como se ve, se trata de fomentar al máximo el contraste colectivo y muy reflexivo de pareceres y la aportación de ideas. Pablo es tan difícil de interpretar en ocasiones, que a lo largo de la historia, desde finales del el siglo I –por sus discípulos inmediatos, a saber los autores de Colosenses, Efesios, 2ª Tesalonicenses y Pastorales-- hasta hoy no se ha parado de generar interpretaciones divergentes de su pensamiento.
Mi intención, en una serie de postales es resumir y reseñar brevemente los puntos que creo importantes tanto de las “ponencias” como de las “comunicaciones” a este Congreso, exponiendo en cada caso, si es pertinente, mi propia opinión al respecto. El título de esta postal es el de la primera ponencia del Congreso defendida por Gabriele Bocaccini, de la Universidad de Michigan
GABRIELE BOCACCINI, discípulo de Paolo Sacchi --el promotor en Italia de estudios sobre la época del Segundo Templo, con especial hincapié en los Apócrifos y Pseudoepígrafos del Antiguo Testamento (súper importantes para comprender la teología de Jesús de Nazaret y de Pablo y en general de todo el Nuevo Testamento)— presenta un trabajo sobre “Las tres vías de salvación según Pablo, el judío”.
Este tema parte de una doble posición:
A. La interpretación actual, común, sobre todo en círculos protestantes, luteranos en especial, de Pablo lo presenta como un judío fanático, luego converso a una entidad que ya existía denominada “cristianismo”. Pablo denuncia luego las debilidades teológicas y a veces las “maldades” del judaísmo en el que ha nacido, y propone que el sistema teológico de este judaísmo queda corregido y superado por el cristianismo, de modo que este último es la perfección de la fe judía. Si el judaísmo no acepta a Jesús como mesías, y su sistema se queda a medio camino en el plan divino de redención de la humanidad por parte de Dios, deja de tener su valor y consecuentemente también su Ley.
Naturalmente, este Pablo abjura del judaísmo --es presentado como un traidor a su pueblo por los judíos-- y se autopresenta como un abogado del universalismo en contra del particularismo del pueblo elegido que piensa que es el único que va a salvarse plenamente. A la vez, Pablo es el paladín del exclusivismo cristiano: solo hay un salvador, el mesías Jesús, para toda la humanidad. Este exclusivismo será la base para que en unos decenios después de la muerte de Pablo comience a elaborarse la doctrina de que fuera “de los seguidores de Jesús, es decir, la Iglesia, no hay salvación posible”.
B. El nuevo paradigma interpretativo de Pablo: “Nueva Perspectiva Radical”. El hincapié de esta propuesta –que defiende Bocaccini-- es sintéticamente la siguiente: Pablo es totalmente judío, lo fue siempre y jamás fue un traidor a su pueblo. El tarsiota no fue un cristiano, entre otras razones porque como tal no existía ese movimiento en el instante de su denominada, erróneamente, “conversión”. En esos momentos, unos dos o tres años tras la muerte de Jesús, el “cristianismo” no era más que una secta judía, un movimiento mesiánico, es decir, que proclamaba que el mesías había venido ya, y que era Jesús de Nazaret. Por tanto las cartas de Pablo a sus comunidades han de considerarse escritos de un autor judío --¡no podía ser otra casa!-- de su época, el tiempo inmediatamente anterior a la destrucción del Templo (se cree, por tradición que Pablo murió en el 64 d.C., en Roma, durante la mal llamada persecución de Nerón, quien no persiguió a los cristianos por cristianos sino por incendiarios).
Pablo nació judío, de padres judíos, fue circuncidado, y –si se examinan a fondo sus cartas auténticas— hay que concluir que no hay nada en ellas, ni siquiera un leve apunte, de que fuera un apóstata del judaísmo, ni que pretendiera fundar una religión o culto nuevo. Por el contrario, Pablo formó parte de un movimiento de Jesús que proclamaba con toda claridad su judeidad, que declaraba que Dios no había rechazado ni rechazaría jamás a su pueblo, puesto que Dios sería siempre fiel a su alianza (Rom 11,1: «1 Digo, pues: ¿acaso ha rechazado Dios a su pueblo? ¡De ningún modo! ¡También yo soy israelita, del linaje de Abrahán, de la tribu de Benjamín! 2 “No ha rechazado Dios a su pueblo” (1 Sm 12,22 + Sal 94,14) a quien de antemano conoció», texto corroborado por Flp 3,5: «Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo, hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo».
Llevar hasta sus últimas consecuencias esta constatación del judaísmo de Pablo tendrá importantísimas repercusiones en la manera de interpretarlo y, por tanto, en la teología que de él se deriva. Y como esta teología --o mejor, la interpretación del ideario de Pablo por sus “discípulos”-- es la base de la teología cristiana, hay que decir que –si se va imponiendo la nueva perspectiva sobre Pablo-- se vislumbra una época de fuertes discusiones y cambios en la interpretación de esta teología.
El problema de la comprensión de Pablo radica, en opinión de Bocaccini en la escasa comunicación entre los estudiosos del Nuevo Testamento y los especialistas en el judaísmo de la época del Segundo Templo –o dicho de un modo más suave-- en la poca atención prestada por los estudiosos del corpus cristiano a la teología que se desprende de ese judaísmo que es la atmósfera que respiraron tanto Jesús de Nazareno como Pablo. Y entender bien a Jesús y a Pablo hace cambiar la teología que de esa comprensión se deduce.
Bocaccini llama la atención sobre tres “caveat”, tres ideas previas que han de tenerse en cuenta para juzga la judeidad de Pablo
1. El primero es no caer en la tentación de considerar que cualquier idea original de Pablo, que no encaje a primera vista bien en lo que creemos el conjunto del pensamiento judío del Segundo Templo, es “no judía”. Si cualquier idea nueva, que se sale de lo corriente, se denomina no judía, habría que declarar no judías muchas concepciones del Maestro de Justicia de Qumrán, de Filón de Alejandría, de Flavio Josefo o del mismísimo Hillel, uno de los padres del fariseísmo.
2. Al acentuar el judaísmo de Pablo no hay que perder de vista que él era personalmente un personaje controvertido…La interpretación clásica hasta hoy es que Pablo –teniendo ante sus ojos ya una suerte de cristianismo más o menos completo-- intentó separar este conjunto del judaísmo. Pero esta perspectiva es muy incorrecta ya que los dos entidades --judaísmo de la época y la interpretación mesiánica de Jesús a partir de su muerte y la creencia firme en su resurrección-- deben considerarse dentro del pluralismo tremendo e increíble del judaísmo de la época. Tengamos en cuenta que se era “totalmente judío” defendiendo que la Biblia constaba solo del Pentateuco (negando la inspiración y canonicidad de los libros históricos, los Salmos y los Profetas), que el alma no era inmortal, que la vida se acababa acá abajo en la tierra, que no hay retribución futura, por tanto ni cielo ni infierno ni nada de nada = postura saducea… y sosteniendo todo lo contrario = postura farisea. Sin embargo, a ningún judío de la época se le ocurría decir que los saduceos —o los fariseos-- no eran judíos. Los pilares básicos del judaísmo eran la aceptación de que Israel era el pueblo elegido, que Dios le había dado una tierra y una Ley… ¡ y poco más! El resto era todo discutible.
3. Hay que eliminar la pretensión de que la teología de Pablo estaba exclusivamente orientada a la admisión de los paganos dentro de Israel, y que él no decía nada, ni tenía nada que decir a los judíos, es decir, nada que tuviera que ver con el judaísmo en sí fuera del mesianismo de Jesús y su implicación respecto a los paganos. Por el contrario hay que tener en cuenta que Pablo como judío seguía siendo judío aunque manifestara una crítica radical hacia su propia tradición religiosa o contra otras formas competidoras de judaísmo. Si se restringe el discurso teológico de Pablo sólo a su teología sobre la incorporación de los paganos a Israel, se sitúa ya al Apóstol en los márgenes del judaísmo y no se tienen en cuenta las implicaciones que su teología tiene dentro del amplio pensamiento judío de la época del Segundo Templo.
A partir de esta premisa –Pablo como pensador judío del siglo I y los tres “caveat” arriba expresados-- se pueden ya formular algunas conclusiones. Y la primera es que Pablo no se “convirtió” al cristianismo como si, a los dos o tres años de la muerte de Jesús, este cristianismo estuviera ya formado…; y la segunda sería en qué sentido debemos pensar que Pablo era un seguidor de Jesús. O dicho de otra manera: cuando Pablo se declara seguidor del Mesías, ¿cómo hay que entender este movimiento de seguidores del Jesús muerto y resucitado dentro de la teología judía de la época?
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Del 22 por tarde al 26 de junio 2014 se celebrará en Roma, en la Facultad de Teología Valdense (un pensamiento reformador del cristianismo cuyos orígenes se hunden en el siglo XI d.C., que fue luego cátaro y que hoy se incluye mas o menos entre los protestantes), un Congreso sobre muy diversas cuestiones de interpretación de Pablo. Está organizado por los responsables del Henoch Seminar, que llevan el peso de la revista internacional Henoch (sobre cuestiones de teología de historia del judaísmo de la época del Segundo Templo, es decir, desde la vuelta del exilio de Babilonia hasta el 70 d.C.), y financiado en parte por un mecenas llamado Nangeroni.
La participación en este Congreso es por invitación a gentes que han estudiado a Pablo y publicado cosas sobre él. Somos en total unos 35/38 de muy diversas nacionalidades (hay cuatro españoles, Carlos Segovia de Saint Louis University y de la Camilo José Cela, Juan Carlos Osandón y Eusebio González, de la Pontificia Università della Santa Croce en Roma y yo mismo, de la Universidad Complutense de Madrid .
Este Congreso tiene la particularidad de que la mayoría de las colaboraciones presentadas (23 trabajos) no se leen en público y luego se comentan, sino que se han escrito previamente, se han reunido en la Página Web de este Congreso, han sido leídas por todos (se supone) y luego en las reuniones --divididas por grupos, según temas-- se discuten con el texto delante. Cada una de las ponencias principales, entregadas también previamente por escrito, se exponen muy brevemente por sus autores y tienen un contraponente que responden a sus tesis y suscitan cuestiones. Como se ve, se trata de fomentar al máximo el contraste colectivo y muy reflexivo de pareceres y la aportación de ideas. Pablo es tan difícil de interpretar en ocasiones, que a lo largo de la historia, desde finales del el siglo I –por sus discípulos inmediatos, a saber los autores de Colosenses, Efesios, 2ª Tesalonicenses y Pastorales-- hasta hoy no se ha parado de generar interpretaciones divergentes de su pensamiento.
Mi intención, en una serie de postales es resumir y reseñar brevemente los puntos que creo importantes tanto de las “ponencias” como de las “comunicaciones” a este Congreso, exponiendo en cada caso, si es pertinente, mi propia opinión al respecto. El título de esta postal es el de la primera ponencia del Congreso defendida por Gabriele Bocaccini, de la Universidad de Michigan
GABRIELE BOCACCINI, discípulo de Paolo Sacchi --el promotor en Italia de estudios sobre la época del Segundo Templo, con especial hincapié en los Apócrifos y Pseudoepígrafos del Antiguo Testamento (súper importantes para comprender la teología de Jesús de Nazaret y de Pablo y en general de todo el Nuevo Testamento)— presenta un trabajo sobre “Las tres vías de salvación según Pablo, el judío”.
Este tema parte de una doble posición:
A. La interpretación actual, común, sobre todo en círculos protestantes, luteranos en especial, de Pablo lo presenta como un judío fanático, luego converso a una entidad que ya existía denominada “cristianismo”. Pablo denuncia luego las debilidades teológicas y a veces las “maldades” del judaísmo en el que ha nacido, y propone que el sistema teológico de este judaísmo queda corregido y superado por el cristianismo, de modo que este último es la perfección de la fe judía. Si el judaísmo no acepta a Jesús como mesías, y su sistema se queda a medio camino en el plan divino de redención de la humanidad por parte de Dios, deja de tener su valor y consecuentemente también su Ley.
Naturalmente, este Pablo abjura del judaísmo --es presentado como un traidor a su pueblo por los judíos-- y se autopresenta como un abogado del universalismo en contra del particularismo del pueblo elegido que piensa que es el único que va a salvarse plenamente. A la vez, Pablo es el paladín del exclusivismo cristiano: solo hay un salvador, el mesías Jesús, para toda la humanidad. Este exclusivismo será la base para que en unos decenios después de la muerte de Pablo comience a elaborarse la doctrina de que fuera “de los seguidores de Jesús, es decir, la Iglesia, no hay salvación posible”.
B. El nuevo paradigma interpretativo de Pablo: “Nueva Perspectiva Radical”. El hincapié de esta propuesta –que defiende Bocaccini-- es sintéticamente la siguiente: Pablo es totalmente judío, lo fue siempre y jamás fue un traidor a su pueblo. El tarsiota no fue un cristiano, entre otras razones porque como tal no existía ese movimiento en el instante de su denominada, erróneamente, “conversión”. En esos momentos, unos dos o tres años tras la muerte de Jesús, el “cristianismo” no era más que una secta judía, un movimiento mesiánico, es decir, que proclamaba que el mesías había venido ya, y que era Jesús de Nazaret. Por tanto las cartas de Pablo a sus comunidades han de considerarse escritos de un autor judío --¡no podía ser otra casa!-- de su época, el tiempo inmediatamente anterior a la destrucción del Templo (se cree, por tradición que Pablo murió en el 64 d.C., en Roma, durante la mal llamada persecución de Nerón, quien no persiguió a los cristianos por cristianos sino por incendiarios).
Pablo nació judío, de padres judíos, fue circuncidado, y –si se examinan a fondo sus cartas auténticas— hay que concluir que no hay nada en ellas, ni siquiera un leve apunte, de que fuera un apóstata del judaísmo, ni que pretendiera fundar una religión o culto nuevo. Por el contrario, Pablo formó parte de un movimiento de Jesús que proclamaba con toda claridad su judeidad, que declaraba que Dios no había rechazado ni rechazaría jamás a su pueblo, puesto que Dios sería siempre fiel a su alianza (Rom 11,1: «1 Digo, pues: ¿acaso ha rechazado Dios a su pueblo? ¡De ningún modo! ¡También yo soy israelita, del linaje de Abrahán, de la tribu de Benjamín! 2 “No ha rechazado Dios a su pueblo” (1 Sm 12,22 + Sal 94,14) a quien de antemano conoció», texto corroborado por Flp 3,5: «Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo, hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo».
Llevar hasta sus últimas consecuencias esta constatación del judaísmo de Pablo tendrá importantísimas repercusiones en la manera de interpretarlo y, por tanto, en la teología que de él se deriva. Y como esta teología --o mejor, la interpretación del ideario de Pablo por sus “discípulos”-- es la base de la teología cristiana, hay que decir que –si se va imponiendo la nueva perspectiva sobre Pablo-- se vislumbra una época de fuertes discusiones y cambios en la interpretación de esta teología.
El problema de la comprensión de Pablo radica, en opinión de Bocaccini en la escasa comunicación entre los estudiosos del Nuevo Testamento y los especialistas en el judaísmo de la época del Segundo Templo –o dicho de un modo más suave-- en la poca atención prestada por los estudiosos del corpus cristiano a la teología que se desprende de ese judaísmo que es la atmósfera que respiraron tanto Jesús de Nazareno como Pablo. Y entender bien a Jesús y a Pablo hace cambiar la teología que de esa comprensión se deduce.
Bocaccini llama la atención sobre tres “caveat”, tres ideas previas que han de tenerse en cuenta para juzga la judeidad de Pablo
1. El primero es no caer en la tentación de considerar que cualquier idea original de Pablo, que no encaje a primera vista bien en lo que creemos el conjunto del pensamiento judío del Segundo Templo, es “no judía”. Si cualquier idea nueva, que se sale de lo corriente, se denomina no judía, habría que declarar no judías muchas concepciones del Maestro de Justicia de Qumrán, de Filón de Alejandría, de Flavio Josefo o del mismísimo Hillel, uno de los padres del fariseísmo.
2. Al acentuar el judaísmo de Pablo no hay que perder de vista que él era personalmente un personaje controvertido…La interpretación clásica hasta hoy es que Pablo –teniendo ante sus ojos ya una suerte de cristianismo más o menos completo-- intentó separar este conjunto del judaísmo. Pero esta perspectiva es muy incorrecta ya que los dos entidades --judaísmo de la época y la interpretación mesiánica de Jesús a partir de su muerte y la creencia firme en su resurrección-- deben considerarse dentro del pluralismo tremendo e increíble del judaísmo de la época. Tengamos en cuenta que se era “totalmente judío” defendiendo que la Biblia constaba solo del Pentateuco (negando la inspiración y canonicidad de los libros históricos, los Salmos y los Profetas), que el alma no era inmortal, que la vida se acababa acá abajo en la tierra, que no hay retribución futura, por tanto ni cielo ni infierno ni nada de nada = postura saducea… y sosteniendo todo lo contrario = postura farisea. Sin embargo, a ningún judío de la época se le ocurría decir que los saduceos —o los fariseos-- no eran judíos. Los pilares básicos del judaísmo eran la aceptación de que Israel era el pueblo elegido, que Dios le había dado una tierra y una Ley… ¡ y poco más! El resto era todo discutible.
3. Hay que eliminar la pretensión de que la teología de Pablo estaba exclusivamente orientada a la admisión de los paganos dentro de Israel, y que él no decía nada, ni tenía nada que decir a los judíos, es decir, nada que tuviera que ver con el judaísmo en sí fuera del mesianismo de Jesús y su implicación respecto a los paganos. Por el contrario hay que tener en cuenta que Pablo como judío seguía siendo judío aunque manifestara una crítica radical hacia su propia tradición religiosa o contra otras formas competidoras de judaísmo. Si se restringe el discurso teológico de Pablo sólo a su teología sobre la incorporación de los paganos a Israel, se sitúa ya al Apóstol en los márgenes del judaísmo y no se tienen en cuenta las implicaciones que su teología tiene dentro del amplio pensamiento judío de la época del Segundo Templo.
A partir de esta premisa –Pablo como pensador judío del siglo I y los tres “caveat” arriba expresados-- se pueden ya formular algunas conclusiones. Y la primera es que Pablo no se “convirtió” al cristianismo como si, a los dos o tres años de la muerte de Jesús, este cristianismo estuviera ya formado…; y la segunda sería en qué sentido debemos pensar que Pablo era un seguidor de Jesús. O dicho de otra manera: cuando Pablo se declara seguidor del Mesías, ¿cómo hay que entender este movimiento de seguidores del Jesús muerto y resucitado dentro de la teología judía de la época?
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com