Hoy escribe Antonio Piñero
Preguntábamos en la última postal: ¿Es legítimo retrotraer la atmósfera generada por esta situación antirromana al entorno de los años 28-30 cuando desarrollaron su ministerio Juan Bautista y Jesús? Mi respuesta es que sí. Y por dos razones fundamentales:
• Una porque el proceso siguiente, desde el punto de vista de los años 28-30 d.C., no fue ninguna novedad, sino un acrecentamiento de los que hemos visto en la notas anteriores: no hubo tanta paz en Judea y Galilea como dio a entender Tácito
• Otra: porque tanto las autoridades judías como Herodes Antipas y Poncio Pilato cayeron en la cuenta de que había que quitar de en medio tanto a Juan Bautista como a su discípulo convertido en autónomo, Jesús. Los dos fueron condenados precisamente para evitar que no siguiera creciendo la temperatura mesiánica.
El episodio del 70 al 73 d.C. en Masada que desembocó en el suicido colectivo de unos 960 supervivientes al asedio antes de entregarse a los romanos (una nota entre paréntesis: los judíos venden mejor Masada que nosotros Numancia… ¡como siempre!) se debió a un espíritu parecido, sólo que con ribetes distintos de mayor violencia física, al que animó a Jesús en sus últimos tiempos en Jerusalén: un esfuerzo más, un poco más de heroísmo, un poco más de sangre (en el prendimiento, seguro; en la purificación del Templo, posible; aunque está en los textos ciertamente) y Yahvé se decidiría a enviar sus doce legiones de ángeles que ayudarían a los miserables humanos que se oponían locamente a un Imperio a priori invencible… y éste sería vencido en toda la línea… ¡se instauraría el reino de Dios en la tierra de Israel!
Me interesa la primera conclusión de Marvin Harris a este capítulo, porque responde a muchas preguntas que me han formulado muchas veces: “¿fue Jesús el único mesías?”. Si se lee la historia de la “Guerra Judía” en Flavio Josefo se llega a la conclusión siguiente: sin contar a Juan Bautista ni a Jesús de Nazaret, hubo –desde el año 4 a.C. al 66 d.C., fecha en la que estalló la Gran Revolución contra Roma— por lo menos diez u once mesías: Simón, que incendió el palacio de Jericó, Atronges, Judas el galileo en dos actuaciones entre el 4-6 d.C.; un gran jefe de celotas muerto en el 44 d.C., Teudas –del que hablan los Hechos de los apóstoles (5,36), el “profeta egipcio”, Eleazar Ben Dineo, Menahén, Simeón Bar Giora. Y añádanse a éstos, para completar el número, otros personajes anónimos que nombra Josefo sin describir concretamente sus acciones, pues serían de importancia menor.
Y añade Harris:
“Por añadidura parece muy probable que el linaje entero de guerrilleros-“bandidos”-celotas, descendientes de Ezequías (el “bandido” que se suicidó junto con su mujer y siete hijos cuando estaba a punto de ser asesinado o tomado prisionero por el joven Herodes, aún no rey de Israel hacia el 40 a.C.) a través de Judas el galileo, Menahén y Eleazar, fuera considerado por muchos de sus seguidores mesías o profetas mesiánicos. En otras palabras, en la época de Jesús había tantos mesías en Palestina como en tiempos cercanos había profetas de los cultos ‘cargo’ en los Mares del Sur” (p. 154).
Opino que por muy “pacifista” que pueda considerarse a Jesús desde una óptica puramente evangélica, el lector crítico de hoy ha de saber que éste el cuadro en el que hay que situar histórica y religiosamente a Juan Bautista y a Jesús mismo, al fin y al cabo receptor de su bautismo (luego estaba de acuerdo con sus ideas) y seguidor de Juan durante meses… probablemente.
Se pregunta luego Harris si se debe concluir “siguiendo a Josefo y a los rabinos que luego condenaron a Simón Bar Kochba, (muerto en el 135, tras el fracaso de la Segunda Gran Revolución), que los judíos perdieron su tierra natal (hasta 1947/8) al permitir que la quimera mesiánica los embaucara para atacar el poder invencible de Roma?” (p. 155). Es decir: lo malo ocurrió porque los judíos del siglo I fueron irracionales.
Harris responde que no, que el movimiento fue en el fondo no un movimiento quimérico sino, como tantos otros, una revuelta puramente anticolonial, movida por el resorte natural contra los ocupantes, sólo que se encontraron enfrente un sistema mejor adaptado a la realidad y más poderoso.
No me acaba de convencer este argumento. Mi pregunta es: si el resorte mental anticolonial es casi automático y está adaptado a las exigencias prácticas de una lucha anticolonial, si tuvo éxito como medio de movilizar la resistencia de masas en ausencia de un aparato formal para reclutar y entrenar un ejército, ¿por qué no se produjeron en el siglo I otros movimientos revolucionarios contra Roma con semejante fanatismo?
Podría mencionar alguno para el siglo I a germanos, britanos, y cántabros y astures contra Roma, más los persas en el Oriente. Pero la repulsión por las armas de los germanos, britanos, astures-cántabros y persas no tenía el carácter de ninguna revolución contra un colonialismo que no existía todavía en sus territorios. Especialmente no puede hablarse de pulsión anticolonial de la resistencia de cántabros y astures contra Roma, que le costó a Augusto casi una enfermedad de muerte. Ni tampoco la de los partos en las fronteras orientales del Imperio.
En mi opinión, y tal como lo vio claramente Flavio Josefo, era el fanatismo mesiánico, no el puro anticolonialismo, el que llevó a los judíos a perecer ante Roma. Cuando, antes del tiempo de Cristo, Persas (dos siglos) y Lágidas (casi siglo y medio) colonizaron suavemente Israel no hubo problemas especiales. La revolución macabea fue muy distinta: era cultural y “mesiánico-religiosa” y sirvió de ejemplo y de enseña para los “macabeos mesiánicos” posteriores.
Siempre he defendido que los que citan el "Testimonium Flavianum”, el texto sobre Jesús de las “Antigüedades de los judíos” (XVIII 63-64, cito de memoria) de Flavio Josefo, y discuten ante todo si Jesús existió o no, se olvidan de lo que observó ya Robert Eisler: lo importante es también que el texto que habla de Jesús está situado en una lista de personajes que por su ideología religiosa resultaron dañinos, según Josefo, para la evolución ideológica del mesianismo judío… que condujo a la Gran Guerra.
Y cuando termina el texto sobre Jesús, Josefo continúa escribiendo: “Y otro mal (además de la acción de Jesús) le ocurrió al pueblo…”…
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid.
www.antoniopinero.com
Preguntábamos en la última postal: ¿Es legítimo retrotraer la atmósfera generada por esta situación antirromana al entorno de los años 28-30 cuando desarrollaron su ministerio Juan Bautista y Jesús? Mi respuesta es que sí. Y por dos razones fundamentales:
• Una porque el proceso siguiente, desde el punto de vista de los años 28-30 d.C., no fue ninguna novedad, sino un acrecentamiento de los que hemos visto en la notas anteriores: no hubo tanta paz en Judea y Galilea como dio a entender Tácito
• Otra: porque tanto las autoridades judías como Herodes Antipas y Poncio Pilato cayeron en la cuenta de que había que quitar de en medio tanto a Juan Bautista como a su discípulo convertido en autónomo, Jesús. Los dos fueron condenados precisamente para evitar que no siguiera creciendo la temperatura mesiánica.
El episodio del 70 al 73 d.C. en Masada que desembocó en el suicido colectivo de unos 960 supervivientes al asedio antes de entregarse a los romanos (una nota entre paréntesis: los judíos venden mejor Masada que nosotros Numancia… ¡como siempre!) se debió a un espíritu parecido, sólo que con ribetes distintos de mayor violencia física, al que animó a Jesús en sus últimos tiempos en Jerusalén: un esfuerzo más, un poco más de heroísmo, un poco más de sangre (en el prendimiento, seguro; en la purificación del Templo, posible; aunque está en los textos ciertamente) y Yahvé se decidiría a enviar sus doce legiones de ángeles que ayudarían a los miserables humanos que se oponían locamente a un Imperio a priori invencible… y éste sería vencido en toda la línea… ¡se instauraría el reino de Dios en la tierra de Israel!
Me interesa la primera conclusión de Marvin Harris a este capítulo, porque responde a muchas preguntas que me han formulado muchas veces: “¿fue Jesús el único mesías?”. Si se lee la historia de la “Guerra Judía” en Flavio Josefo se llega a la conclusión siguiente: sin contar a Juan Bautista ni a Jesús de Nazaret, hubo –desde el año 4 a.C. al 66 d.C., fecha en la que estalló la Gran Revolución contra Roma— por lo menos diez u once mesías: Simón, que incendió el palacio de Jericó, Atronges, Judas el galileo en dos actuaciones entre el 4-6 d.C.; un gran jefe de celotas muerto en el 44 d.C., Teudas –del que hablan los Hechos de los apóstoles (5,36), el “profeta egipcio”, Eleazar Ben Dineo, Menahén, Simeón Bar Giora. Y añádanse a éstos, para completar el número, otros personajes anónimos que nombra Josefo sin describir concretamente sus acciones, pues serían de importancia menor.
Y añade Harris:
“Por añadidura parece muy probable que el linaje entero de guerrilleros-“bandidos”-celotas, descendientes de Ezequías (el “bandido” que se suicidó junto con su mujer y siete hijos cuando estaba a punto de ser asesinado o tomado prisionero por el joven Herodes, aún no rey de Israel hacia el 40 a.C.) a través de Judas el galileo, Menahén y Eleazar, fuera considerado por muchos de sus seguidores mesías o profetas mesiánicos. En otras palabras, en la época de Jesús había tantos mesías en Palestina como en tiempos cercanos había profetas de los cultos ‘cargo’ en los Mares del Sur” (p. 154).
Opino que por muy “pacifista” que pueda considerarse a Jesús desde una óptica puramente evangélica, el lector crítico de hoy ha de saber que éste el cuadro en el que hay que situar histórica y religiosamente a Juan Bautista y a Jesús mismo, al fin y al cabo receptor de su bautismo (luego estaba de acuerdo con sus ideas) y seguidor de Juan durante meses… probablemente.
Se pregunta luego Harris si se debe concluir “siguiendo a Josefo y a los rabinos que luego condenaron a Simón Bar Kochba, (muerto en el 135, tras el fracaso de la Segunda Gran Revolución), que los judíos perdieron su tierra natal (hasta 1947/8) al permitir que la quimera mesiánica los embaucara para atacar el poder invencible de Roma?” (p. 155). Es decir: lo malo ocurrió porque los judíos del siglo I fueron irracionales.
Harris responde que no, que el movimiento fue en el fondo no un movimiento quimérico sino, como tantos otros, una revuelta puramente anticolonial, movida por el resorte natural contra los ocupantes, sólo que se encontraron enfrente un sistema mejor adaptado a la realidad y más poderoso.
No me acaba de convencer este argumento. Mi pregunta es: si el resorte mental anticolonial es casi automático y está adaptado a las exigencias prácticas de una lucha anticolonial, si tuvo éxito como medio de movilizar la resistencia de masas en ausencia de un aparato formal para reclutar y entrenar un ejército, ¿por qué no se produjeron en el siglo I otros movimientos revolucionarios contra Roma con semejante fanatismo?
Podría mencionar alguno para el siglo I a germanos, britanos, y cántabros y astures contra Roma, más los persas en el Oriente. Pero la repulsión por las armas de los germanos, britanos, astures-cántabros y persas no tenía el carácter de ninguna revolución contra un colonialismo que no existía todavía en sus territorios. Especialmente no puede hablarse de pulsión anticolonial de la resistencia de cántabros y astures contra Roma, que le costó a Augusto casi una enfermedad de muerte. Ni tampoco la de los partos en las fronteras orientales del Imperio.
En mi opinión, y tal como lo vio claramente Flavio Josefo, era el fanatismo mesiánico, no el puro anticolonialismo, el que llevó a los judíos a perecer ante Roma. Cuando, antes del tiempo de Cristo, Persas (dos siglos) y Lágidas (casi siglo y medio) colonizaron suavemente Israel no hubo problemas especiales. La revolución macabea fue muy distinta: era cultural y “mesiánico-religiosa” y sirvió de ejemplo y de enseña para los “macabeos mesiánicos” posteriores.
Siempre he defendido que los que citan el "Testimonium Flavianum”, el texto sobre Jesús de las “Antigüedades de los judíos” (XVIII 63-64, cito de memoria) de Flavio Josefo, y discuten ante todo si Jesús existió o no, se olvidan de lo que observó ya Robert Eisler: lo importante es también que el texto que habla de Jesús está situado en una lista de personajes que por su ideología religiosa resultaron dañinos, según Josefo, para la evolución ideológica del mesianismo judío… que condujo a la Gran Guerra.
Y cuando termina el texto sobre Jesús, Josefo continúa escribiendo: “Y otro mal (además de la acción de Jesús) le ocurrió al pueblo…”…
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid.
www.antoniopinero.com