Hoy escribe Fernando Bermejo
La cuestión planteada en el post anterior –la de la relación de la doctrina y la predicación de las Iglesias cristianas con el virtual exterminio de los judíos europeos a mediados del s. XX – es manifiestamente compleja y requiere una respuesta no menos compleja (aunque, ciertamente, no menos clara). Una manera esperable de abordarla sería limitarse a analizar las manifestaciones (o ausencia de ellas) de las autoridades eclesiásticas en relación con el Tercer Reich durante unos pocos años.
No obstante, una respuesta consistente a la pregunta exige, nos tememos, remontarse mucho más atrás. De hecho, es menester aclarar ya que la cuestión que planteábamos como posibilidad –“el cuasi-bimilenario antijudaísmo cristiano sentó realmente las bases de un antisemitismo racial y genocida, al estigmatizar no solo al judaísmo sino a los propios judíos, haciéndolos objeto de oprobio y de desprecio, y abonando con ello el terreno para el genocidio nazi” no proviene de ningún oscuro libelo anticristiano, sino que está tomada literalmente –donde aparece en sentido afirmativo– de un documento tan poco sospechoso de anticlericalismo como “Catholic Teaching on the Shoah: Implementing the Holy See’s We Remember” (2001), escrito proveniente de la Conferencia de obispos católicos de Estados Unidos.
Que el antijudaísmo cristiano es bimilenario es un hecho que conoce cualquiera que haya estudiado con un mínimo de atención la historia del cristianismo. Y lo cierto es que merece la pena seguir –aunque sea a grandes rasgos– esa historia, que a su vez permitirá comprender la política eclesiástica y pontificia hacia los judíos en el s. XIX y principios del XX, y otras circunstancias reveladoras para entender lo ocurrido a mediados de este último siglo en la cristiana Europa. Tanto más, cuanto que –como veremos– algunos aspectos de ese antijudaísmo no parecen haber desaparecido.
Dado que –a menos que nos aburramos o nos sorprenda la Parusía– previsiblemente hay materia para docenas –y aun varios cientos– de notas, habrá ocasión para abordar muchas cuestiones diferentes. Agradezco ya de antemano a los lectores sus comentarios informados, aunque en ocasiones –como ha ocurrido con la avalancha de comentarios durante la semana previa, que ahora constato– su mismo número imposibilita (acostumbran a poder leerse solo los 40 últimos) el tenerlos todos en cuenta.
Postdata: Aprovecho para responder brevemente a una cuestión que –creo recordar– planteaba la semana pasada un amable lector. Los intentos de desacreditar al pueblo judío relacionándolo con una supuesta avidez financiera proviene de uno de esos mecanismos perversos que se dan en las relaciones humanas. Es cierto que el derecho canónico, mediante normas que se desarrollaron a finales del s. XII y en el XIII, prohibió a los cristianos el préstamo con interés (pero también lo es que estas medidas fueron frecuentemente ignoradas por comerciantes y también por monasterios, obispos y hasta los papas). Y es cierto que la prohibición de poseer tierras y de participar en los negocios controlados por los gremios sirvió de ulterior acicate a judíos para prosperar en el mundo de las finanzas. Esta fue una de las ocupaciones de los llamados “Hofjuden” o “judíos de corte”.
El desarrollo de un sistema moderno de banca y altas finanzas a lo largo del s. XIX debió no poco a judíos, algo que ilustra bien el caso de los Rothschild –aunque ciertamente esta familia no fue un caso típico, dada su extraordinaria riqueza e influencia–. Lo perverso radica en que una ocupación que fue implementada tanto por no judíos como por judíos (y que, a veces, en algunos de estos últimos casos, pudo estar condicionada por un trato originalmente discriminatorio contra ellos) llegó a ser interpretada in malam partem como expresión de una supuesta avidez judía cuando se quiso buscar en este pueblo a un fácil chivo expiatorio de crisis sociales y/o emocionales.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo