Hoy escribe Fernando Bermejo
Los intentos recientes de Joseph Ratzinger de dar a entender la existencia de una conexión directa entre el laicismo y el ateísmo y la Shoah ("Holocausto"), y de ese modo negar o minimizar la posible conexión entre las Iglesias cristianas y el virtual exterminio de los judíos europeos en la cristiana Europa (y quizás también alejar momentáneamente la atención de los delitos y escándalos de que son protagonistas constantes sus colegas y subordinados eclesiásticos, y -en calidad de encubridor- quizás también él mismo) no son algo nuevo.
En 1987, el papa Juan Pablo II pidió a la Comisión Vaticana para las Relaciones Religiosas con los judíos determinar qué responsabilidad tenía la Iglesia –si alguna– en el asesinato de millones de judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial. Un cuarto de siglo antes (1963), la obra de Rolf Hochhuth, Der Stellvertreter (El vicario), había planteado públicamente la acusación de la complicidad papal en el Holocausto, suscitando el malestar católico por doquier.
En marzo de 1998, el cardenal australiano Edward Cassidy, presidente de la Comisión, dio a conocer el informe. Si bien este admitía que los judíos habían sido discriminados durante siglos y usados como chivos expiatorios, y si bien lamentablemente ciertas interpretaciones de las enseñanzas cristianas habían alimentado ocasionalmente tal comportamiento, consideraba todo eso una vieja historia que en el s. XIX se había dejado atrás. En la visión de la Comisión, este siglo era el período clave para comprender las raíces del Holocausto y, en particular, las razones por las que la Iglesia no tenía responsabilidad en él. Fue en ese siglo turbulento cuando emergieron nuevas corrientes intelectuales y políticas asociadas con el nacionalismo extremo; en tales circunstancias, la gente empezó a acusar a los judíos de ejercer una influencia desproporcionada en la sociedad, de modo que –argüía la Comisión - “se empezó a extender un antijudaísmo que era esencialmente más sociológico y político que religioso”. Esta nueva forma de antagonismo hacia los judíos habría sido ulteriormente conformada por teoíras raciales que aparecieron por primera vez en la segunda mitad del siglo XIX y que alcanzarían su culmen en la glorificación nazi de una raza aria superior. Lejos de respaldar estas ideologías racistas, afirmaba la Comisión, la Iglesia siempre las había condenado.
¿Cuánto hay de verdad en esta explicación que hace de la Shoah una “obra de un típico régimen moderno profundamente antipagano”, y cuyo antisemitismo “echaba sus raíces fuera del cristianismo”? ¿No es más bien cierto que el cuasi-bimilenario antijudaísmo cristiano sentó realmente las bases de un antisemitismo racial y genocida, al estigmatizar no solo al judaísmo sino a los propios judíos, haciéndolos objeto de oprobio y de desprecio, y abonando con ello el terreno para el genocidio nazi?
En próximos posts intentaremos analizar con tranquilidad estas cuestiones. Comenzaremos con la Iglesia católica, aunque más adelante analizaremos las Iglesias protestantes, el movimiento de los Deutsche Christen (“Cristianos alemanes”), etc. Resulta obvio que, no siendo las Iglesias cristianas entidades monolíticas, será necesario introducir diversas distinciones, aunque lo que aquí nos interesará en primer lugar será intentar discernir las posturas que puedan ser caracterizadas como “oficiales”.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Los intentos recientes de Joseph Ratzinger de dar a entender la existencia de una conexión directa entre el laicismo y el ateísmo y la Shoah ("Holocausto"), y de ese modo negar o minimizar la posible conexión entre las Iglesias cristianas y el virtual exterminio de los judíos europeos en la cristiana Europa (y quizás también alejar momentáneamente la atención de los delitos y escándalos de que son protagonistas constantes sus colegas y subordinados eclesiásticos, y -en calidad de encubridor- quizás también él mismo) no son algo nuevo.
En 1987, el papa Juan Pablo II pidió a la Comisión Vaticana para las Relaciones Religiosas con los judíos determinar qué responsabilidad tenía la Iglesia –si alguna– en el asesinato de millones de judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial. Un cuarto de siglo antes (1963), la obra de Rolf Hochhuth, Der Stellvertreter (El vicario), había planteado públicamente la acusación de la complicidad papal en el Holocausto, suscitando el malestar católico por doquier.
En marzo de 1998, el cardenal australiano Edward Cassidy, presidente de la Comisión, dio a conocer el informe. Si bien este admitía que los judíos habían sido discriminados durante siglos y usados como chivos expiatorios, y si bien lamentablemente ciertas interpretaciones de las enseñanzas cristianas habían alimentado ocasionalmente tal comportamiento, consideraba todo eso una vieja historia que en el s. XIX se había dejado atrás. En la visión de la Comisión, este siglo era el período clave para comprender las raíces del Holocausto y, en particular, las razones por las que la Iglesia no tenía responsabilidad en él. Fue en ese siglo turbulento cuando emergieron nuevas corrientes intelectuales y políticas asociadas con el nacionalismo extremo; en tales circunstancias, la gente empezó a acusar a los judíos de ejercer una influencia desproporcionada en la sociedad, de modo que –argüía la Comisión - “se empezó a extender un antijudaísmo que era esencialmente más sociológico y político que religioso”. Esta nueva forma de antagonismo hacia los judíos habría sido ulteriormente conformada por teoíras raciales que aparecieron por primera vez en la segunda mitad del siglo XIX y que alcanzarían su culmen en la glorificación nazi de una raza aria superior. Lejos de respaldar estas ideologías racistas, afirmaba la Comisión, la Iglesia siempre las había condenado.
¿Cuánto hay de verdad en esta explicación que hace de la Shoah una “obra de un típico régimen moderno profundamente antipagano”, y cuyo antisemitismo “echaba sus raíces fuera del cristianismo”? ¿No es más bien cierto que el cuasi-bimilenario antijudaísmo cristiano sentó realmente las bases de un antisemitismo racial y genocida, al estigmatizar no solo al judaísmo sino a los propios judíos, haciéndolos objeto de oprobio y de desprecio, y abonando con ello el terreno para el genocidio nazi?
En próximos posts intentaremos analizar con tranquilidad estas cuestiones. Comenzaremos con la Iglesia católica, aunque más adelante analizaremos las Iglesias protestantes, el movimiento de los Deutsche Christen (“Cristianos alemanes”), etc. Resulta obvio que, no siendo las Iglesias cristianas entidades monolíticas, será necesario introducir diversas distinciones, aunque lo que aquí nos interesará en primer lugar será intentar discernir las posturas que puedan ser caracterizadas como “oficiales”.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo