Hoy escribe Antonio Piñero
Hay en el Evangelio de Marcos (4,26-29) una breve parábola que sirve también para nuestro propósito de presentar a un Jesús con gran consciencia de la enorme diferencia entre su persona y actividad y las del Dios de Israel, no según nuestra idea, sino según el Evangelista mismo: la parábola de la “semilla que crece sola”. El texto dice así:
También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega.»
La interpretación teológica de esta parábola, o mejor “comparación”, de Jesús -que creo auténtica en su núcleo esencial- ayuda también a nuestro propósito de dibujar la imagen de Dios en Jesús, y la diferencia que éste sentía respecto a la divinidad. La comparación propone considerar un hecho de la vida cotidiana: la siembra y sus efectos: el labrador siembra, ciertamente, pero la semilla germina y crece por sí sola; el ser humano no sabe cómo; la tierra produce el fruto por sí misma y él, el labrador, en cierto modo permanece inactivo.
El mensaje parece claro: Jesús, como labrador, ha sembrado la semilla del anuncio de la venida del Reino de Dios, pero una vez sembrada, la potencia de la tierra (que él, como el labrador, no controla en absoluto) hace el resto. La potencia de la tierra representa el poder de Dios que otorga casi como un regalo el fruto, la mies, que simboliza los bienes del Reino futuro.
Evidentemente, tanto Jesús en su vida de predicación como el labrador, no permanecen en realidad inactivos hasta la siega. Jesús no lo ignora porque conoce la realidad del campo de su Galilea natal. Pero recalcar la imagen de cierta inactividad no tiene otro fin que el de resaltar la misteriosa potencia divina que lleva al Reino. La cosecha era en la Biblia una metáfora para designar el “día del Señor”, el futuro Reino.
La no intervención del labrador/Jesús da a entender que en el pensamiento de éste había una convicción profunda: por mucho que él predicara la penitencia y la preparación para su venida, el Reino y su realidad no es cosa suya; es competencia absoluta de Dios. Jesús por el contrario –la comparación exagera un poco para potenciar la finalidad del mensaje-, conforma la imagen del labrador (casi) inactivo e impotente ante el crecimiento de la semilla.
Desde otra perspectiva: dado que el futuro Reino de Dios significa el “fin” del mundo, es decir, un transformación radical de lo que se veía en Israel, la modesta actividad de Jesús en el presente era como un inicio insignificante de la grandeza de la realidad futura. Aunque Jesús realice curaciones y exorcismos…, todo ello es poco para lo que va a venir.
Según los exegetas, esta comparación de la semilla que crece por sí sola es un “llamamiento a la fe y a disipar las dudas”. “A pesar de sus comienzos oscuros y modestos, es posible esperar para la soberanía de Dios un triunfo seguro –su Reino- de una amplitud sorprendente”. Con otras palabras, Jesús destaca con su comparación el carácter insignificante de su obra, en contraste con lo que Dios va a hacer.
Concluye Schlosser su interpretación de esta parábola del modo siguiente:
“Si Jesús quiere suscitar fe y confianza en Dios es porque él mismo está animado por estas mismas disposiciones respecto a Dios. A través de la parábola, Jesús refleja su propia experiencia de Dios y expresa su fe, aunque la parábola sea demasiado esquemática para autorizar –sólo por sí misma- más precisiones en cuanto esta imagen de Dios. Por lo menos esboza una silueta a través de la cual reconocemos al Dios (de Jesús), al Dios de la Biblia: un Dios que actúa soberanamente para llevar a término su plan; un Dios cuya fidelidad es indefectible y ante el cual, por consiguiente, la fe y la confianza radicales son las única actitudes adecuadas” (p. 103).
Nos parece, una vez, más que la pintura de Jesús del evangelista Marcos apunta una vez en la misma dirección: recalcar los rasgos de un Jesús intensamente humano, en cuya figura un lector sencillo de los Evangelios no puede percibir aún ningún rasgo de una consciencia divina. Esto vendrá después con la teología propiamente cristiana.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopiñero.es
Hay en el Evangelio de Marcos (4,26-29) una breve parábola que sirve también para nuestro propósito de presentar a un Jesús con gran consciencia de la enorme diferencia entre su persona y actividad y las del Dios de Israel, no según nuestra idea, sino según el Evangelista mismo: la parábola de la “semilla que crece sola”. El texto dice así:
También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega.»
La interpretación teológica de esta parábola, o mejor “comparación”, de Jesús -que creo auténtica en su núcleo esencial- ayuda también a nuestro propósito de dibujar la imagen de Dios en Jesús, y la diferencia que éste sentía respecto a la divinidad. La comparación propone considerar un hecho de la vida cotidiana: la siembra y sus efectos: el labrador siembra, ciertamente, pero la semilla germina y crece por sí sola; el ser humano no sabe cómo; la tierra produce el fruto por sí misma y él, el labrador, en cierto modo permanece inactivo.
El mensaje parece claro: Jesús, como labrador, ha sembrado la semilla del anuncio de la venida del Reino de Dios, pero una vez sembrada, la potencia de la tierra (que él, como el labrador, no controla en absoluto) hace el resto. La potencia de la tierra representa el poder de Dios que otorga casi como un regalo el fruto, la mies, que simboliza los bienes del Reino futuro.
Evidentemente, tanto Jesús en su vida de predicación como el labrador, no permanecen en realidad inactivos hasta la siega. Jesús no lo ignora porque conoce la realidad del campo de su Galilea natal. Pero recalcar la imagen de cierta inactividad no tiene otro fin que el de resaltar la misteriosa potencia divina que lleva al Reino. La cosecha era en la Biblia una metáfora para designar el “día del Señor”, el futuro Reino.
La no intervención del labrador/Jesús da a entender que en el pensamiento de éste había una convicción profunda: por mucho que él predicara la penitencia y la preparación para su venida, el Reino y su realidad no es cosa suya; es competencia absoluta de Dios. Jesús por el contrario –la comparación exagera un poco para potenciar la finalidad del mensaje-, conforma la imagen del labrador (casi) inactivo e impotente ante el crecimiento de la semilla.
Desde otra perspectiva: dado que el futuro Reino de Dios significa el “fin” del mundo, es decir, un transformación radical de lo que se veía en Israel, la modesta actividad de Jesús en el presente era como un inicio insignificante de la grandeza de la realidad futura. Aunque Jesús realice curaciones y exorcismos…, todo ello es poco para lo que va a venir.
Según los exegetas, esta comparación de la semilla que crece por sí sola es un “llamamiento a la fe y a disipar las dudas”. “A pesar de sus comienzos oscuros y modestos, es posible esperar para la soberanía de Dios un triunfo seguro –su Reino- de una amplitud sorprendente”. Con otras palabras, Jesús destaca con su comparación el carácter insignificante de su obra, en contraste con lo que Dios va a hacer.
Concluye Schlosser su interpretación de esta parábola del modo siguiente:
“Si Jesús quiere suscitar fe y confianza en Dios es porque él mismo está animado por estas mismas disposiciones respecto a Dios. A través de la parábola, Jesús refleja su propia experiencia de Dios y expresa su fe, aunque la parábola sea demasiado esquemática para autorizar –sólo por sí misma- más precisiones en cuanto esta imagen de Dios. Por lo menos esboza una silueta a través de la cual reconocemos al Dios (de Jesús), al Dios de la Biblia: un Dios que actúa soberanamente para llevar a término su plan; un Dios cuya fidelidad es indefectible y ante el cual, por consiguiente, la fe y la confianza radicales son las única actitudes adecuadas” (p. 103).
Nos parece, una vez, más que la pintura de Jesús del evangelista Marcos apunta una vez en la misma dirección: recalcar los rasgos de un Jesús intensamente humano, en cuya figura un lector sencillo de los Evangelios no puede percibir aún ningún rasgo de una consciencia divina. Esto vendrá después con la teología propiamente cristiana.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopiñero.es