Notas

“La teología ¡vaya timo!”. Interesante y respetuoso análisis de la teología cristiana y su historia (494)

Redactado por Antonio Piñero el Viernes, 11 de Abril 2014 a las 09:03

Hoy escribe Antonio Piñero

Comento de nuevo un libro de la colección “¡Vaya timo!” de la Editorial Laetoli de Pamplona. El anterior fue el de Gonzalo Puente Ojea, “La religión ¡vaya timo!”. Esta serie está dirigida por Javier Armentia (1962), astrofísico y director del Planetario de Pamplona (el normal marchamo de la página de créditos, Printed in Spain”, ha sido sustituido por “Printed in the European Union”), que forma parte de un interesante grupo que lleva por título “Sociedad para el avance del pensamiento crítico”. La ficha del libro que hoy comentamos es:

Gabriel Andrade, La teología ¡vaya timo! (nº 21 de la colección), Laetoli, Pamplona, 188 pp., con bibliografía. ISBN: 978-84-92422-68-5.

Mantuve a propósito de la reseña del libro de Puente Ojea, y mantengo ahora, que el título de la colección puede ser muy pernicioso para los legítimos intereses de difusión y comercialización de estas obras, pues muchos posibles lectores pasarán de largo al creer que se trata de un panfleto o libelo difamatorio. ¡Todo lo contrario! Al menos en lo que se refiere a los dos libros que he leído. Son los dos totalmente científicos, razonativos/discursivos al máximo, y ofrecen todos los argumentos de los adversarios para luego exponer las razones propias.

El libro de G. Andrade no es un análisis de la teología en general de todas las religiones, aunque haya alguna que otra alusión, sino de la cristiana y en particular de la católica. Es un libro muy didáctico, claro, bien escrito, breve, sin notas a pie de página, que puede servir como prontuario o manual para la discusión amable de muchos temas, en sí teológicos, que se plantean en la cotidianidad de muchas personas interesadas por la cultura.

La introducción expone sucintamente la diferencia entre ciencia, filosofía, teología natural y mera teología especulativa. Consiste ante todo en que –en cada cuestión-- se ofrecen pruebas tangibles, de experimentos repetibles, de raciocinios que no afecta nen absoluto a ningún ámbito sobrenatural. Incluso la filosofía y la teología natural, que pueden no tener directamente como objetivo el razonamiento sobre entidades palpables, presentan razones y argumentos que no se apoyan en absoluto en dogma alguno, sino en la mera razón humana, es decir son autónomas (tienen y observan las leyes y razonamientos puramente humanos), y no heterónimas (se apoyan en razonamientos que proceden de otro ámbito, el sobrenatural o divino que supera esencialmente al hombre).

Comenta Andrade al respecto: “Los científicos resuelven sus disputas con el peso de la prueba, la cual en principio está disponible para todo el mundo…Pero en las disputas teológicas, por ejemplo, si el Espíritu Santo procede exclusivamente del Padre o también del Hijo… no hay nada observable que nos permita decidirnos por una u otra alternativa” (p. 13): hay que recurrir a la fe, que se apoya en la revelación y en la tradición tutelada por ella. “La teología es una disciplina meramente especulativa, y no posee una base sólida. Salvo contadas excepciones, sus voluminosas doctrinas no cuentan con el menor indicio empírico o racional de que sean verdaderas… Es, por tanto, una disciplina vacía” ( pp. 15-17).

Por consiguiente, sostiene el autor repetidas veces en el libro, la teología debe desaparecer de las universidades (no existe en España en la universidad pública; sí en ciertas privadas; pero en Europa es muy frecuente encontrar facultades de teología católica o protestante en todos los países). No por ello deja de reconocer G. Andrade en el capítulo 1 (“¿Qué se puede rescatar de la teología?”) que la “historia de la teología”, y la “historia de las religiones” son disciplinas importantísimas en nuestras Facultades, pues sin ellas no se entiende la vida humana. Incluso admite el autor que la teología ha tenido en algunas ocasionas consecuencias positivas para la civilización; por ejemplo, el predestinacionismo calvinista (Dios sabe de antemano quién se va a salvar o a condenar; es más los ha predestinado para uno u otro fin) condujo a la creencia de que el éxito en el trabajo y la riqueza en este mundo eran signos de que uno se hallaba entre los predestinados por para la salvación…, lo que de hecho produjo grandes avances en el comercio, la industria e incluso en las ciencias.

Me han parecido un interesante resumen, con su correspondiente discusión, las páginas dedicadas a la teología natural, fundamentalmente al tema de las “pruebas” de la existencia de Dios: el argumento ontológico (La idea de Dios presupone que no hay nada más perfecto posible que Dios; ahora bien, si Dios es la entidad más perfecta posible, entonces tiene que existir, pues una entidad para ser perfecta tiene que existir); el argumento cosmológico (Si todo cuanto existe tiene una causa –y como no se puede postular una causación hasta el infinito—, es necesario que exista una Causa Primera, que sin ser ella causada, sea la causa de todo lo existente); el argumento teleológico (El mundo muestra un propósito, un orden y un diseño; luego tiene que existir un Gran Diseñador, que es Dios). El autor discute los pros y los contras de estos y otros razonamientos. Igualmente aborda esta sección los argumentos contra la existencia de Dios, que se centran en la palpable realidad del mal: ¿por qué Dios lo permite incluso admitiendo que Él no lo haya causado? La discusión de las diversas respuestas --san Agustín, Leibniz, Kant, Mackie, Plantinga, etc.—está bien sintetizada y criticada a su vez. Pienso que esta sección puede ser de las más interesantes del libro

Otras cuestiones, planteadas en distintos capítulos son: el problema de la Trinidad: ¿Qué es una misma esencia en tres personas?; la solución arriana; la distinción entre “homoousios” (Padre, Hijo y Espíritu Santo tiene una misma esencia o sustancia, eterna) y “homoioousios” (Padre, Hijo y Espíritu Santo tienen una esencia solo similar; luego hay gradación en la divinidad). Andrade recorre breve y sustanciosamente el debate trinitario, con lo que el lector se hace una idea básica, pero correcta, de los problemas racionales que afectan a la Trinidad. Este capítulo está gobernado por el principio de que no puede ser voluntad divina que el ser humano, para salvarse, haya de creer en algo que es absolutamente incomprensible y contradictorio --respecto al ser divino-- para el instrumento único de conocimiento que ese mismo ser divino ha otorgado al hombre.

Otros capítulos están dedicados a la existencia histórica de Jesús; a los graves problemas de credibilidad de los evangelios, tanto en los relatos de la infancia, la pasión y la resurrección, así como al concepto del Cristo o mesías, y al supuesto cumplimiento en Jesús de las profecías del Antiguo Testamento.

Un capítulo especialmente cáustico puede ser para algunos la discusión de G. Andrade de la soteriología (“teología de la salvación”): “¿De qué nos ha salvado Cristo?”: ¿Cómo una culpa finita, cometida por un ser humano, finito, puede tener un castigo infinito? Aquí se halla la ponderación y discusión del concepto de expiación, envío del Hijo eterno y muerte en cruz, etc., que tantos problemas suscitan a la sensibilidad intelectual moderna.

En torno a la cuestión del Espíritu Santo, su esencia, sus efectos en los mortales como la inspiración, la glosolalia, las lenguas de fuego en Pentecostés (Hch 2), las herejías pneumatológicas y la ortodoxia en torno a la esencia del Espíritu, etc. se desarrolla otro capítulo que el autor define como “cosas raras” (p. 105) que un ser humano del siglo XXI difícilmente puede aceptar.

“El alma y otros mitos”, la discusión sobre los modernos avances de la neurobiología, unidas a la cuestión del pecado original (cristianismo) o de la mala tendencia agravada que heredan los mortales tras el pecado de Adán (judaísmo) ocupa otro denso, pero claro capítulo. Entre otras cosas interesantes el autor discute el argumento de Descartes para probar la existencia del alma y su separabilidad del cuerpo: “Todo hombre puede imaginarse una existencia incorpórea, es decir que exista su mente sin el cuerpo. Al poder imaginar esto, debe admitirse que mente y cuerpo no son una misma sustancia; pues si lo fuesen, no sería posible imaginar la existencia de la una sin imaginar la existencia de la otra”. Dejo al lector que piense él mismo la respuesta.

El fin del mundo, el infierno, el “apocalipsis” final, el conjunto de las doctrinas escatológicas cristianas, la “apocatástasis” (doctrina del padre de la Iglesia Orígenes: la reconciliación de Dios con Satanás y, como corolario, la imposibilidad de que la salvación no sea universal: todas las personas irán al cielo y el infierno dejará de existir; el final será como el principio: todo perfecto). La angelología y demonología… ¡Que cantidad de acumen gastado por la humanidad cristiana en multitud de libros y tratados para pensar y organizar las distintas clases de ángeles y diablos! (pp. 149-159).

El último capítulo está dedicado a la Biblia como el libro de los libros o “el buen libro” (163-175). El autor discute aquí brevemente los problemas inherentes a la revelación; la inerrancia del texto bíblico como doctrina y la constatación de los “burdos errores” de la Biblia (p. 164); la razón de la Biblia es un producto humano se halla en que tales errores son debidos sobre todo a los momentos en los que fueron compuestos sus diversos libros, que reflejan naturalmente las creencias de sus épocas; las cuestiones espinosas acerca de la determinación de la verdadera personalidad de los autores bíblicos y las incoherencias de las teorías al respecto defendidas por la tradición… Concluye Andrade que la Biblia es una colección muy interesante de libros y una de las joyas verdaderas de la literatura universal…, pero estudiable solo en virtud de su enorme patrimonio cultural. “Por supuesto tal estudio debe hacerse desde una perspectiva secular, libre de los dogmas promovidos por la teología. Hay que acercarse a la Biblia del mismo modo que lo hacemos al leer los mitos griegos, hindúes o los egipcios y tantas otras civilizaciones” (p. 175).

En conjunto este libro merece la pena ser leído, y mucho. El creyente no debe tener miedo a abordar su lectura, si es que está convencido de la firmeza de su fe, porque en este libro encontrará tanto las dificultades como algunas de las respuestas que han dado los defensores de esa fe, le gusten o no al autor. Además ejercitará su mente y su creencia será más conforme al viejo precepto eclesiástico de que la fe “debe buscar el entendimiento” (fides quaerens intellectum).

Personalmente he sentido mucho interés por la lectura de este libro, que me ha refrescado viejas ideas que tenía ya en el desván de antiguas polémicas, pero que siguen siendo vitales para cada generación. Mi opinión general se alinea con la conocida frase de Jorge Luis Borges que encabeza como leitmotiv el libro que comento, y que se halla impresa en la cubierta: “Creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género”. Un teólogo inteligente y socarrón me preguntó una vez con cierto humor inglés (al que le gusta reírse suavemente de sus propios problemas), si conocía la diferencia entre filosofía y teología. Como veía que iba en plan de broma, le respondí que no. “Muy fácil”, me respondió. “La filosofía es intentar capturar a un gato negro en una habitación obscura…”. E hizo una pausa para observar mi reacción. Y continuó sonriente: “Y la teología es intentar capturar a un gato negro en una habitación obscura…, pero no hay gato”. No les digo el nombre del teólogo.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Viernes, 11 de Abril 2014
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