Notas

La religión ¡vaya timo!, de Gonzalo Puente Ojea (470)

Redactado por Antonio Piñero el Viernes, 1 de Noviembre 2013 a las 08:31

Hoy escribe Antonio Piñero


Esta postal tiene dos partes: I. Resumen de la obra que indicaré a continuación (viernes, 1 octubre 2013), y II. Compleción de la síntesis y juicio persona sobre la obra (viernes 8 de noviembre 2013).

Deseo indicar también que en esta semana y las siguientes es mi propósito presentar una reseña de 4 libros de Puente Ojea (PO), tres nuevos (2012 / 2013) y otro antiguo, El mito de Cristología,o Madrid, Siglo XXI, 2000, que ha visto su tercera edición en 2013 y que incorpora un importante apéndice de unas 50 páginas con el título “¿Jesús o Pablo?”.

Los tres primeros libros son los siguientes: La religión, ¡vaya timo!, Editorial Laetoli, Pamplona 2009, 256 pp. (publicado en colaboración con la “Sociedad para el avance del pensamiento crítico”). ISBN: 978-94-92422-09-8; Crítica antropológica de la religión. Las sendas equivocadas del conocimiento humano, Signifer Libros, Salamanca-Madrid 2012, 2ª edición corregida y aumentada por el autor, 2013, col. Thema Mundi 4, 259 pp. ISBN: 978-94-941137-6-5, y, por último, Ideologías religiosas. Los traficantes de milagros y misterios. Editorial Txalaparta, Tafalla 2013, 319 pp. ISBN 978-84-15313-52-6.

Empiezo con el primero, La religión, ¡vaya timo!, que pertenece a una serie, con títulos que tienen como segunda parte el soniquete “¡vaya timo!” (por ejemplo, El creacionismo…; Los ovnis…; La sábana santa…; el yeti y otros bichos…; La parapsicología…; Las abducciones… ¡vaya timo!). Personalmente, en el caso de la religión, pienso que la segunda parte del título puede pecar de desafortunada, ya que gente religiosa y a la vez preocupada por saber o fundamentar su religión, se pueden ver repelidas por la segunda parte del título pensando que la obra es un panfleto, no digno ni de abrirse, ni menos de leerse. Y ¡es todo lo contrario! En general debo decir que toda la serie que lleva el “¡Vaya timo!”, lo es. Espero de todos modos que el mero nombre del autor, Gonzalo Puente Ojea, sirva de valladar a la idea de que pudiera tratarse de una obra superficial o apresurada. Nada de eso. Así pues, respecto al libro de PO, afirmo que se trata de una obra seria, bien argumentada, bien fundamentada con lecturas al día, ordenada y clara a pesar de que en algunos momentos la materia, como al tratar del timo ontológico y la discusión del teísmo creacionista, aborde temas de altura filosófica.

En primer lugar define PO qué entiende por “timo”, a saber, el ofrecimiento de un “producto” –en este caso, de la religión— que contiene una concepción de Dios, del mundo, del hombre, del pecado, de la redención y la salvación personal que, en opinión de PO, son entidades hueras y erróneas, y en todo caso con una base probatoria inane de la realidad de su existencia. Se trata, por tanto, de un engaño.

El libro tiene cinco partes. La primera trata del “timo antropológico”, es decir, la afirmación gratuita de que la religión nace de una revelación divina. Por el contrario, se argumenta, su base está en el hombre mismo; es decir, el ser humano crea a los dioses y no los dioses a los hombres (Jenófanes de Colofón s. V a.C.; más tarde repetido en substancia por Ludwig Feuerbach). PO estudia muy detenidamente la evolución de los homínidos hasta el homo sapiens sapiens y concluye que desde 30.000 o 40.000 años antes de Cristo hay ya indicios arqueológicos, en los restos de los enterramientos, de una creencia en la vida de ultratumba, lo que implica una cierta religión. En torno a la cuestión de cuál pudo ser su origen, estudia PO muy detenidamente las teorías principales sobre el nacimiento de la religión, por ejemplo, las de R. R. Marett, en obras diversas desde 1904 a 1914, de Fr. Schleiermacher, E. Durkheim,; Max Müller; Gustavo Bueno (El animal divino. Ensayo de una teoría materialista de la religión) de 1976, y especialmente la de E. B. Tylor, Primitive Culture / Primitive Religion, de 1871.

PO critica con extraordinaria agudeza las dos corrientes principales dentro de la investigación que intentan aclarar los orígenes de la religión: a) El terror y la admiración ante los fenómenos telúricos y celestes, en cuyo transfondo el humano primitivo percibe la acción de fuerzas o entidades cósmicas dotadas de intencionalidad dirigida a los seres vivos, entidades a quienes reconoce, venera y finamente adora; y b) El ser humano, en el ejercicio de sus comportamientos racionales, enfrentado a fenómenos extraordinarios y enigmáticos surgidos en la naturaleza exterior y en la suya propia (como los sueños en los que el cuerpo está dormido, pero aparece otra entidad, como si fuera un yo superior que vagara libremente por los aires), descubre que su propia subjetividad se compone de dos elementos asociados pero nítidamente separables: un elemento corpóreo y otro incorpóreo. A lo largo de milenios de desarrollo, la parte incorpórea se va definiendo conceptual y funcionalmente como “alma” o “espíritu”, entidades que son independientes del cuerpo mortal, y por tanto como potencialmente inmortal. Con el paso del tiempo también, y en un segundo momento, proyecta el ser humano este concepto de alma/espíritu a entidades no humanas, terrestres o celestes, a las que siente como dotadas de alma / espíritu. Luego, el terror a la muerte y la espontánea veneración, y súplica de favores del ser humano a esas entidades superiores dotadas también de alma / espíritu, forman el resto de la base suficiente para que surgiera –en tal magma-- el sentimiento religioso y luego la religión. Esta teoría b) se denomina “animismo”.

PO se declara ardoroso seguidor de E.B. Tylor, su fundador, y sostiene que la posición a) con su hincapié y defensa de la emoción y el pánico ante lo desconocido como productores de la religión se queda en el mero sentimiento, el cual no puede crear por generación espontánea contenidos de reflexión y análisis, necesarios para el surgimiento de la religión. La posición b), sin embargo, sí crea --gracias a que es un producto de la mente y de la reflexión-- las condiciones de posibilidad para el surgimiento de la religiosidad y de la religión, que se inicia cuando el ser humano se persuade de que puede ponerse en contacto con estos espíritus superiores y “negociar” con ellos. El timo surge cuando el ser humano cree que lo que ha surgido de su mente, por muy genial y reflexivo que haya sido tal proceso creativo, es totalmente real.

El timo del surgimiento de la religión consiste, pues, en que la gente no cae en la cuenta de que esta escisión “animista”, entre cuerpo y alma/espíritu, es un mero producto de la reflexión humana y, por tanto, sus referentes, el alma inmortal, o el Espíritu Supremo, también inmortal y rector del universo, no son nada en sí mismos, sino meros engendros del cerebro humano. El timo se desarticula cuando se cae en la cuenta de que la religión no es ni revelada ni se funda en la acción directa o indirecta de ningún dios o numen que exija adoración y respeto, puesto que ni la divinidad ni el alma /espíritu existen. Ello prepara para la descripción del segundo timo.

Según PO, el segundo timo, el ontológico, que está en la base de todas las religiones, es la postulación errónea de que existen dos realidades: naturaleza y sobrenaturaleza, con su rosario de falsos pares como materia y espíritu, temporal y eterno, etc.. Frente a ello sostiene PO que la ciencia de hoy obliga necesariamente a afirmar la existencia de una realidad única y universal, la de la energía física en sus inagotables formas y manifestaciones energético-materiales. Con otras palabras, PO defiende un monismo materialista muy claro, pues incluso los llamados estados mentales / espirituales sensaciones, percepciones y representaciones sólo poseen identidad existencial en el cerebro, es decir, en los estados cerebrales formalizados únicamente en el sistema nervioso central. A este principio ontológico añade PO un principio epistemológico, también básico, de la inmanencia. Ambos unidos reducen el segundo timo a la nada. El principio de inmanencia es el siguiente: El universo o naturaleza es todo lo que existe; y todo lo que puede conocerse y explicarse tiene que aclararse por lo que hay en el universo. Es decir, no hay trascendencia alguna; no existe un dualismo espíritu / materia, sino una entidad única material, la energía.

A este propósito hace PO un breve repaso por la historia de la filosofía, desde el “tiempo-eje” (de Karl Jaspers, en su obra Origen y meta de la historia, vertida al español en Madrid, Alianza, 1985). Este tiempo crucial de la humanidad es el año 500 a.C., pero puede ampliarse hacia atrás y hacia delante un tanto 800-200 a.C. En ese tiempo fue cuando se dio el “corte más profunda de la historia”. En efecto, en torno al 500 o poco antes y después, surgen Confucio, Buda, las Upanishads, Zaratustra, los filósofos griegos, de Parménides a Platón, grandes artistas y literatos,, historiadores como Tucídides, científicos etc. La indagación de PO concluye más o menos con Karl Popper, en nuestros días.

PO repasa la profunda intuición de los griegos de que todo es material, y describe luego el triunfo posterior de la metafísica espiritualista a partir de la Escolástica, los engaños de las especulaciones en torno “al ser en cuanto ser”, que son la base de una de las pruebas, la ontológica, de la existencia de Dios (que será la base del timo teológico, como veremos) y otros problemas filosóficos conexos, hasta llegar al pensamiento de nuestros días. La conclusión de PO es que, contemplando toda la historia de la filosofía y del discurrir humano, los enunciados de orden sobrenatural, como alma, Dios, Hijo de Dios, encarnación, Trinidad, etc. deben ser considerados meros enunciados, “infalsables” (terminología de K. Popper: no es científico aquello de lo que no pueda demostrarse que puede ser falso, aunque sea sólo de un modo teórico), etéreos, no identificables en realidad y sin significado alguno material o mentalmente, Según PO no existen, no son nada y sólo sirven –como timo ontológico—para preparar el suelo al mito teológico.

El tercer timo, el teológico, es un paso adelante sobre la base de la demostración del anterior y, dicho en pocas palabras, consiste en la difusión del teísmo creacionista como una verdad inapelable: un Dios que crea el mundo desde la nada. PO examina al respecto las pruebas de la existencia de Dios y el contraste entre la explicación científica del universo y las aclaraciones teológicas, desde los orígenes de la reflexión, en el libro del Génesis, hasta el denominado “diseño inteligente”. Examina luego el estado actual de la ciencia física teórica acerca del origen del mundo, el Big Bang, sus antecedentes y consecuentes. Pone de relieve PO cómo la ciencia de los últimos años es capaz de presentar, sin asomo de duda razonable y sobre una base matemática, los hitos cosmológicos que suponen el origen del universo. Expone luego PO las tres posibles teoría filosóficas que pretenden dar razón del fenómeno, teísmo, panteísmo, ateísmo, entre las que escoge la última opción. Finalmente expone las debilidades de la teoría de la “experiencia religiosa personal” como “desesperado y último recurso de la fe”, que sirve para eludir tanto el argumento metafísico (revelación histórica, dogma) como el estrictamente científico, basado en la eternidad de la energía.

Seguiremos

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Viernes, 1 de Noviembre 2013
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