Foto: William Klassen, que compuso un ácido artículo en el que contrapuso la opción celota y el pensamiento de Jesús Canadian Journal of Theology 16 (1970), 12-21.
Escribe Antonio Piñero
Continúa Fernando Bermejo con sus conclusiones. Por mi parte, no tengo otra necesidad que apostillar y ampliar las citas y la argumentación:
«Si se niega la hipótesis de un Jesús sedicioso nos topamos con una primera implicación: queda dañada la imagen recuperable del mismo Jesús. En efecto, hay muchas personas que parecen pensar que mantener a Jesús totalmente lejos de las reivindicaciones rebeldes contra Roma de gran parte de los judíos de su época es el único medio de salvaguardar una estimación más elevada de Jesús desde una perspectiva moral y espiritual.
»Pero, desde el punto de vista científico, esto no es, para empezar, en absoluto sensato. Piénsese que desde el punto de vista de un judío del siglo I, de un judío que no fuera un traidor a su Ley, al espíritu de los profetas, a la tradición religiosa del país por lo menos desde los Macabeos, no había nada moralmente censurable en la actividad de aquellos que trataban de librar a su país de la hegemonía romana. Todo lo contrario. Un judío que contemplase con unos ojos la dominación de los paganos sobre la tierra de Israel era un verdadero traidor a los ideales del fariseísmo, una de las formas más puras de vivir la ley de Dios. Esto suponía proclamar indirectamente que Yahvé no era el único rey de Israel, era poner en duda la soberanía de Dios y la elección de Israel desde Abrahán.
»Pero hay algo mucho más preocupante. Como se ha comentado, la erudición corriente, que es fuertemente confesional, plantea sin caer en la cuenta la existencia de una enorme brecha entre los anhelos y esperanzas de Jesús (totalmente pacifista; un mesías sufriente) y los de sus seguidores y discípulos (todo lo contrario: así Pedro en Mc 8,31 donde un supuesto Jesús lo denomina Satanás; y los discípulos de Emaús (Lc 24,) que esperaban la liberación de Israel (“Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel) por mano de Jesús. Y no digamos en el día mismo de la Ascensión: todos los discípulos preguntaron a Jesús si había llegado el momento de restaurar la soberanía de Israel (Hch 1,6: “Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?”). Por tanto, a menudo se sostiene que Jesús fue completamente mal entendido en un sentido político-religioso.
»Otro ejemplo: la afirmación de que el significado del abrupto final de la escena sobre las espadas (Lc. 22,38b: “Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas.» El les dijo: «Basta»”) es que Jesús interrumpió voluntariamente el diálogo, porque los discípulos estaban desbarrando. Ahora bien, esto implica que él no explicó a sus discípulos su verdadero pensamiento, lo que dio lugar a todo tipo de confusión y acciones comprometidas.
»Lo mismo podría decirse de la entrada triunfal en Jerusalén: “Hosanna al hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt 21,9); “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! (Mc 11,9-10); “«Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!” (Lc 19,38) y Jn 12,13: “«¡ Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, y el Rey de Israel!»”. Y el episodio con la multitud en Juan 6 en el que la multitud quiere hacerlo rey, y así sucesivamente.
»El corolario inevitable de todo esto es no sólo que Jesús era un maestro muy incompetente rodeado de discípulos muy incompetentes (una idea perturbadora de hecho), sino también que aumentó unas esperanzas que no esperaba satisfacer. Jesús entonces –en este supuesto– fue en realidad un engañador, ya que permitió a la gente caer en un error invencible. H. Maccoby observa críticamente que, según la opinión predominante de la exégesis confesional, es que el Nazareno estaba alimentando y haciendo crecer unas esperanzas políticas que él no tenía intención de satisfacer. En realidad estaba induciendo a su discípulos y a la gente de Galilea y de Jerusalén que participara en actos políticos por los que tendrían que sufrir una pena severísima severas” (Revolution in Judaea, p. 174).
»Incluso aunque supusiéramos que nuestras fuentes no pintan a Jesús como el mejor pedagogo de la Antigüedad, no tenemos motivo alguno para pensar –también de acuerdo con la fuentes– que Jesús fuera tan inepto como para dejar que sus discípulos, y el pueblo, no lo comprendieran al menos durante meses y meses. No podemos caracterizar a Jesús como un inepto semejante. Por tanto, algo falla en la interpretación de que Jesús era un absoluto y claro pacifista.
»Si las expectativas políticas y esperanzas fueron motivadas por Jesús mismo, pero se apartó totalmente de ellas a continuación, debería explicarse bien porque sufría de un grado de falta de realismo lindando con el autismo, o –- lo que es aún peor –- que la decepción había sido provocada conscientemente por Jesús y que él era una especie de impostor sin escrúpulos. Aunque no tenemos razones para pensar que esto fuera así, esta es la deducción inevitable que debe extraerse de las reivindicaciones imperantes en la exégesis confesional acerca de un Jesús totalmente pacífico.
No es posible, pues, mantener esta última tesis, pues pinta de muy mala manera a un Jesús que era un pésimo maestro y un irresponsable que engañó a todo el mundo».
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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