Hoy escribe Fernando Bermejo
En el conjunto de textos que componen el Nuevo Testamento no se formula concepto alguno de la pena, ni se adoptan posturas generales y explícitas en pro o en contra de la pena de muerte. Sin duda porque la presupone como práctica corriente en una sociedad en que la pena de muerte estaba sólidamente establecida, se limita a ofrecer unas coordenadas abstractas en las que uno puede estructurar su concepto de la pena en general, y brinda algunas valoraciones dinámicas acerca de la vida y la muerte, pero no formula una respuesta concreta a la pregunta sobre la licitud de la pena máxima.
A pesar de esa falta de formulaciones -o quizás precisamente por ello-, la exégesis teológica ha querido extraer del texto neotestamentario directrices para manifestarse, sea en contra de la pena de muerte, sea (lo que parece haber sucedido con mucha mayor frecuencia) a favor de ella. A continuación me referiré a los pasajes más utilizados.
Entre las perícopas citadas en apoyo de la oposición a la pena de muerte cabe citar:
a) Mt 5, 38-39: ”Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pero yo os digo: No resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra”.
b) Jn 8, 3-11: episodio de la mujer adúltera. Tras la sabia conminación de Jesús “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que arroje la primera piedra”, todos los acusadores se retiran, siendo despedida la mujer por parte de Jesús con el encargo de no volver a pecar.
Por el contrario, como respaldo neotestamentario a la legitimidad de la pena de muerte han sido aducidos con frecuencia los siguientes textos:
c) Rom 13, 1.4: “Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas [...] Pero si obras el mal, teme, pues no en vano [scil. la autoridad] lleva espada: pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra el mal”.
d) 1Cor 5, 3-7: “Yo [...] ya he resuelto, al que así tal obró, en el nombre del Señor nuestro Jesucristo [...] entregar a ese tal a Satanás para perdición de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús [...] ¿No sabéis que poca levadura fermenta toda la masa? Expurgad la vieja levadura, para que seáis una masa nueva”.
e) Hch 5, 1-11: el episodio en el que se relata que el matrimonio compuesto por Ananías y Safira, tras haber reservado para sí una parte del dinero procedente de la venta de una propiedad -en lugar de haberlo dado todo a los apóstoles- cae muerto de forma fulminante (supuestamente a manos del propio Dios).
Es importante reparar en que ninguno de estos textos enuncia un principio general del que quepa deducir directrices para el abordaje de la cuestión de la pena de muerte; de hecho, la mayor parte de ellos no se refiere directamente a la cuestión que nos ocupa. Sin embargo, resulta muy significativo apreciar las divergentes (y a veces mutuamente contradictorias) apreciaciones contenidas en los textos citados acerca de la violencia, la imagen de Dios, el castigo y el perdón, divergencias que provocarán las más dispares exégesis.
Así pues, podemos extraer ya una conclusión provisional: mientras que en una parte de las Escrituras -el Antiguo Testamento- se legitima sin ambages mediante razones religiosas la pena de muerte, en la otra -el Nuevo Testamento- no encontramos referencias explícitas al tema, aunque sí diversos textos que pueden ser y han sido interpretados en un sentido u otro. Es menester ahora formular otro interrogante: ¿qué nos dice la tradición cristiana al respecto? Lo veremos en próximos posts.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
En el conjunto de textos que componen el Nuevo Testamento no se formula concepto alguno de la pena, ni se adoptan posturas generales y explícitas en pro o en contra de la pena de muerte. Sin duda porque la presupone como práctica corriente en una sociedad en que la pena de muerte estaba sólidamente establecida, se limita a ofrecer unas coordenadas abstractas en las que uno puede estructurar su concepto de la pena en general, y brinda algunas valoraciones dinámicas acerca de la vida y la muerte, pero no formula una respuesta concreta a la pregunta sobre la licitud de la pena máxima.
A pesar de esa falta de formulaciones -o quizás precisamente por ello-, la exégesis teológica ha querido extraer del texto neotestamentario directrices para manifestarse, sea en contra de la pena de muerte, sea (lo que parece haber sucedido con mucha mayor frecuencia) a favor de ella. A continuación me referiré a los pasajes más utilizados.
Entre las perícopas citadas en apoyo de la oposición a la pena de muerte cabe citar:
a) Mt 5, 38-39: ”Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pero yo os digo: No resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra”.
b) Jn 8, 3-11: episodio de la mujer adúltera. Tras la sabia conminación de Jesús “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que arroje la primera piedra”, todos los acusadores se retiran, siendo despedida la mujer por parte de Jesús con el encargo de no volver a pecar.
Por el contrario, como respaldo neotestamentario a la legitimidad de la pena de muerte han sido aducidos con frecuencia los siguientes textos:
c) Rom 13, 1.4: “Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas [...] Pero si obras el mal, teme, pues no en vano [scil. la autoridad] lleva espada: pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra el mal”.
d) 1Cor 5, 3-7: “Yo [...] ya he resuelto, al que así tal obró, en el nombre del Señor nuestro Jesucristo [...] entregar a ese tal a Satanás para perdición de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús [...] ¿No sabéis que poca levadura fermenta toda la masa? Expurgad la vieja levadura, para que seáis una masa nueva”.
e) Hch 5, 1-11: el episodio en el que se relata que el matrimonio compuesto por Ananías y Safira, tras haber reservado para sí una parte del dinero procedente de la venta de una propiedad -en lugar de haberlo dado todo a los apóstoles- cae muerto de forma fulminante (supuestamente a manos del propio Dios).
Es importante reparar en que ninguno de estos textos enuncia un principio general del que quepa deducir directrices para el abordaje de la cuestión de la pena de muerte; de hecho, la mayor parte de ellos no se refiere directamente a la cuestión que nos ocupa. Sin embargo, resulta muy significativo apreciar las divergentes (y a veces mutuamente contradictorias) apreciaciones contenidas en los textos citados acerca de la violencia, la imagen de Dios, el castigo y el perdón, divergencias que provocarán las más dispares exégesis.
Así pues, podemos extraer ya una conclusión provisional: mientras que en una parte de las Escrituras -el Antiguo Testamento- se legitima sin ambages mediante razones religiosas la pena de muerte, en la otra -el Nuevo Testamento- no encontramos referencias explícitas al tema, aunque sí diversos textos que pueden ser y han sido interpretados en un sentido u otro. Es menester ahora formular otro interrogante: ¿qué nos dice la tradición cristiana al respecto? Lo veremos en próximos posts.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo