Notas

La invasión y conquista de Canaán. Reinados de David y Salomón (Fenómenos aéreos paranormales en la Biblia VI) (492)

Redactado por Antonio Piñero el Jueves, 27 de Marzo 2014 a las 13:12


Hoy escribe Antonio Piñero


Acabábamos la postal anterior con la siguiente pregunta: “¿Confirman los múltiples datos arqueológicos de excavaciones muy numerosas esta descripción de la conquista de Canaán?

Rotundamente no. La arqueología presenta una situación en Canaán que no corresponde en nada a esta pintura de ciudades guerreras, ampliamente fortificadas y luego destruidas por la mano de Yahvé y de los israelitas. No había nada de eso. Jericó, por ejemplo, en esta época, era un poblacho pequeño, pobre y sin fortificación alguna. Y así las demás. No hubo, pues, a tenor de datos arqueológicos incontestables, conquista de Canaán, tal como lo pinta la Biblia Se impone por tanto la formación de otra hipótesis explicativa.

Lo que ofrece la arqueología es otra visión distinta, a saber que en las colinas del interior de Canaán, en la Edad del hierro, en torno al 1200, se produce una colonización pacífica y lenta de gentes de dentro del país, también semitas o cananeos, que viniendo de otras regiones del sur del mismo país comienzan a formar pequeñas aldeas a escala muy pequeña en as zonas del norte: villas minúsculas de grupos de unos 50 habitantes, cuyo terreno apenas ocuparía media hectárea. Como la arqueología no da señales de invasión violenta, murallas abatidas, incendios y grandes destrozos de núcleos urbanos, lo único que se puede concluir es que hubo una invasión pacífica de un Canaán bastante despoblado y decaído, desde el 1200 hasta el año 1000, de una población también semita, muchos de ellos cananeos, pero de otras regiones que en total no llegaría a las 45.000 personas.

A pesar del odio contra los cananeos que respiran los relatos bíblicos de la conquista, los primero habitantes de Israel earn también cananeos, o bien “hapiru”, hebreos, cuya estirpe lengua y costumbres son casi iguales a las cananeas. Quizás por eso el odio, como suele ocurrir entre ciudades vecinas. La conclusión general acerca de la realidad de la conquista por parte de Finkelstein y Silbermann merece citarse:

“El proceso descrito en nuestro libro es, en realidad, el contrario del que encontramos en la Biblia: la aparición del primitivo Israel, los hebreos, fue el resultado del colapso natural de la cultura cananea, no su causa. La mayoría de los israelitas no llegó de fuera de Canaán, sino de su interior. No hubo, pues, una conquista violenta de Canaán. La mayoría de las personas que formaron el primer Israel eran gentes del lugar, las mismas que se ven las tierras altas a lo largo de las edades del Bronce (3.500-1150) y de la primera edad del Hierro (1550-900). En su origen los primeros israelitas fueron también –ironía de las ironías-- ¡cananeos!”.

Respecto a los reinados de David y Salomón, tan emblemáticos para los judíos y el primero, sobre todo, para el Israel actual, los resultados de la arqueología no pueden ser más decepcionantes, teniendo sobre todo en cuenta el mito del gran Israel que fue el reinado de David que es el sustento del estado del Israel moderno. Según las prospecciones arqueológicas realizadas con enorme cuidado por arqueólogos israelitas, la ciudad de David, Jerusalén, en el siglo X a.C. era una villa minúscula cuyos habitantes no llegaban al millar y medio de personas. David, por tanto, más que el rey y administrador de un imperio, el Gran Israel, era un reyezuelo de un país pequeño y pobre. Se parecía más al jefe de una cuadrilla de mercenarios que a un monarca.

Y en cuanto a Salomón, cuya riqueza era proverbial, cuyos caballos y carros de combates se contaban por miles, que había construido un templo a Yahvé con esplendor y cuya corte fastuosa había atraído la admiración de la reina de Saba, las excavaciones nos dicen que la construcción más grande de la Jerusalén de su tiempo –incluso mayor que otra que podría ser un templo minúsculo--, que debía ser el palacio real con todos sus aledaños, tenía una cuadra mínima donde apenas cabría un decena de caballos… Con otras palabras: el fasto y toda la parafernalia del reino y corte de Salomón es pura fantasía.

La conclusión en conjunto no puede ser más desoladora para la veracidad histórica de los primeros libros de la Biblia y las historias de sus reyes hasta el siglo VII a.C.: las narraciones de la creación y el diluvio están tomadas de sumerios y acadios y son míticas. Igualmente mítico es el paraíso y el pecado de Adán; míticos son los relatos de la expansión de los pueblos y de la división de las lenguas en la torre de Babel. Las leyendas sobre Abrahán y sus descendientes, muy antiguas ciertamente, se reúnen en el siglo X, 700 u 800 años después y reciben su forma primera y contundente en el siglo VII a.C. en el reinado del rey Josías. Las epopeyas del éxodo, de Moisés, de la conquista de Canaán y la exageración asombrosa sobre los reinados de David y Salomón nos llevan ineluctablemente a pensar que la Biblia comienza a montarse como libro mítico-legendario-histórico-jurídico y profético en el siglo VII a.C. y que no cesa de sufrir elaboraciones hasta bastante después del exilio de Babilonia.

Una vez asentados más o menos los textos, hacia el siglo IV hasta el III a.C., las obras principales reciben retoques y retoques en forma de nuevas recensiones. Estas fueron fundamentalmente tres: la traducción al griego denominada de los LXX, su texto hebreo básico, luego muy depurado y editado, y el Pentateuco samaritano. Llegamos al siglo II a.C. y aún no tenemos un texto bíblico absolutamente fijo; se siguen haciendo ediciones del texto hebreo y del griego, por lo menos tres, ni tampoco tenemos todavía todos los libros de la Biblia hebrea con los que contamos hoy.

Llegados al siglo I, época de Jesús y de Pablo, el texto bíblico se ha ido fijando, se han formado tres bloques de escritos sagrados, Ley, Profetas anteriores y posteriores (lo que incluye los libros históricos de 1 2 Samuel y 1 2 Reyes) y los salmos, Proverbios y Job. Tenemos que llegar a finales del siglo I d.C. para que tengamos, gracias a las obras del historiador judío Flavio Josefo, Contra Apión y las Antigüedades de los judíos, la lista de libros sagrados de los judíos…, que más o menos coincide con la actual. En la época de Jesús, desde el alumbramiento de las historias de la creación en Sumeria habían pasado más de 4.000 años de continua evolución, y de los relatos del éxodo, conquista de Canaán y los reinados de David y Salomón, más de 1.000 años, de continua edición, pulido, aumentado y abrillantado.

Como el centro del comienzo de la producción de la Biblia es el siglo VII a.C., reinado de Josías, y desde allí se escribe hacia atrás y hacia delante cronológicamente (el último libro de la Biblia hebrea es el libro de Daniel que se compuso en la época de los Macabeos hacia el 160 a.C.) debemos concluir que desde ese siglo VII a.C. hacia atrás casi todo es fantasía: se dibuja un Israel tal como se desea que hubiera sido en el pasado para fundamentar el presente, y desde el siglo VII hasta el II a.C. se dibuja un Israel tal como se desea que fuera en el futuro. La Biblia acaba convirtiéndose en un anhelo mesiánico de triunfo futuro que fundamenta esa victoria final de Israel en el cumplimiento de las promesas de Dios a Abrahán hechas casi al principio de los tiempos: “serás padre de numerosos pueblos (Gn 17,5), que traducido a román paladino significa: Israel dominará a numerosos pueblos que aceptarán de algún modo la supremacía de Yahvé sobre sus propios dioses…, lo cual se traduce en supremacía económica y guerrera del minúsculo pero poderosísimo Israel Apoyado muy efectivamente por el “Brazo de Yahvé” y sus legiones de ángeles.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Jueves, 27 de Marzo 2014
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