Escribe Antonio Piñero
Respecto a Pablo de Tarso, tampoco tenemos que gastar mucha tinta electrónica respecto a la “concepción virginal” de Jesús como mesías porque ya hemos escrito largamente sobre la naturaleza del mesías en la entrega número XIII (que tiene varias partes) de esta serie sobre la infancia de Jesús. Así que solo rememoraré, y brevemente, aquello que es válido respecto a esta noción del nacimiento extraordinario de Jesús.
Hemos indicado repetidas veces que entre Jesús de Nazaret, o mejor Jesús el Nazoreo, se interpone el pensamiento paulino. Pablo de Tarso arte del supuesto natural y universal judío de la época que Jesús era un mero hombre (nacido de mujer; de la estirpe de David según la carne). Y sabemos también que a la vez Pablo pero considera a Jesús solo al final del proceso, como el Resucitado, el Exaltado. Y hemos aclarado que, al parecer. Según Pablo hay un proceso de adopción y apoteosis que se caracteriza por no ser un mero invento de Pablo –como sostienen los hipercríticos–, sino por seguir pautas de pensamiento muy judías, aunque místicas y minoritarias.
Pablo escribe 1 Tesalonicenses hacia el año 51. Y creemos que su “llamada” divina a la proclamación de Jesús a los gentiles (“vocación”; jamás “conversión”: a nada diferente que no fuera un “judaísmo vivido en el Mesías”) tiene lugar unos dos o tres años después de la muerte de Jesús (hacia el 30 o 33 d.C.). Por tanto, si estaba ya “vigente” entre los judeocristianos de Damasco y luego Arabia y Antioquía –lugares donde se formó “cristianamente” Pablo– cualquier atisbo de aceptación de una concepción virginal, es decir, si se creía así de manera común, se lo habrían comunicado en la catequesis sobre Jesús que hubo de recibir tras su llamada, aunque él insiste en que su “evangelio” sobre Jesús como Hijo de Dios fue producto de una revelación y marchó rápidamente a Arabia. Y cuando habla de su “evangelio” no se refiere a los datos personales de Jesús, sino a su interpretación nuclear de la figura de Jesús como mesías y como salvador también de los gentiles. Jamás menciona un nacimiento extraordinario, salvo que el resultado de su existencia es que era Hijo de Dios.
Abundando en este argumento: si Pablo era judío y le catequizaban judíos aunque creyentes en Jesús, ha de suponerse que su noción del mesianismo de Jesús hacia los años 35 o 36 habría de ser aún muy judía y de acuerdo con los que seguían viviendo después de la muerte de Jesús y lo habían conocido personalmente salvo que e dijera expresamente y de modo muy claro y rotundo. Pues bien, no es esto último lo que expresa Pablo en Gal 4,4, sino la idea de un nacimiento normal: Gálatas 4,4-5: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley”. Y lo mismo, como ya sabemos, en Romanos 1,3-4: Jesús es descendiente carnal de David. Por tanto, los dos pasajes dan a entender que él, Pablo, no pensaba en ningún nacimiento virginal: “… Acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro”.
Es esta una cristología muy arcaica: Jesús mero hombre; solo Hijo de Dios por adopción tras su muerte; incluso más arcaica que la de Marcos, que –como he defendido tantas veces piensa que Jesús es adoptado como Hijo de Dios (lectura del Códice Beza) en el bautismo: “Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado: hoy te he engendrado; en ti me complazco» (1,11).
Pero hemos indicado que hay una dificultad: aquellos textos en los que parece sostener que el mesías es prexistente. Creo que los textos más claros, en apariencia, son tres: “Todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era el Mesías (1 Cor 10,4); “El cual existiendo en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios. 7 Sino que se anonadó a sí mismo tomando forma de esclavo, llegando a ser en semejanza de hombres y fue hallado en condición de hombre (Flp 2,6-7: al menos según la interpretación tradicional de este pasaje); “Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden (griego eks hoû) todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual (griego di’ hoû) somos nosotros” (1 Cor 8,6).
Y mi interpretación (Guía para entender a Pablo, Trotta 2014, 407-408), texto levemente modificado para esta postal:
“Partiendo de la base de que el Apóstol es un judío mesiánico y apocalíptico; que no abandonó su religión; que no emplea ante sus lectores gentiles la expresión “Hijo del Hombre” como título mesiánico, pero que sí acepta ese trasfondo como se prueba al dibujar a Jesús en su parusía transportado por nubes (Dn 7,13-14: un vehículo exclusivamente divino), podemos sostener que Pablo, inmerso de lleno en su ambiente judío, no parece haber sabido nada de una concepción virginal de Jesús ni haber sentido inconveniente mental alguno –como ocurría a otros judíos “monoteístas” de su misma época– en admitir la existencia de una figura mesiánica con naturaleza doble e imprecisa (a nuestros ojos). Es humana, aunque con características especiales ya en esta tierra puesto que tiene una autoconciencia muy alta; pero cuando muere, es resucitado, elevado y exaltado al cielo por Dios Padre; allí, por adopción teñida de una suerte de apoteosis, le son otorgados caracteres exclusivamente divinos” (p. 407-408).
Ahora bien, y esto es importante en esta hipótesis, Pablo retroproyecta mentalmente esta cualidad divina al estadio de la vida terrenal de agente privilegiado por la divinidad, el Mesías Jesús.
Hay un pasaje en 1 Cor 2,6-8 que sustancia el fundamento de esta última propuesta:
“Mas ahora hablamos de sabiduría entre los perfectos […] no conocida por ninguno de los príncipes de este mundo, pues si la hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la Gloria”.
El sintagma “Señor de la Gloria” se refiere sin duda al Exaltado, pero se aplica sin duda también al Jesús histórico, el único que fue crucificado. Pablo en concreto, como judío de la diáspora, alejado del Jesús de la historia aunque lo hubiera conocido fugazmente (2 Cor 5,16: texto dudoso), considera siempre a Jesús desde la óptica de su existencia actual como Resucitado, Exaltado, Hijo. La retroproyección de las cualidades del Mesías, que ya es celeste, hacia la vida terrena de Jesús de Nazaret, que lo representó en la tierra, no es en sí consecuente, puesto que es humano. Pero sí es comprensible: el ser en el que habitó la Sabiduría divina sobre la tierra y que fiel fue reflejo de ella no podía ser un hombre cualquiera, sino un ser más que excepcional, y algo de ello lo creyó probablemente el mismo Jesús, tuvo de sí mismo, al parecer, una autoestima excepcional. Algo muy parecido a Pablo hará posteriormente el autor del Cuarto Evangelio, quien pondrá los discursos de un Cristo celestial en labios del Jesús terreno”.
La retroproyección de cualidades divinas a la vida terrena de Jesús fue posible porque Pablo tendría ya en su época una mentalidad parecida a la que se trasluce en la siguiente sentencia del rabinismo tardío, que ya citamos en su momento, ppqro que debe repetirse porque s iluminadora:
“Se nos ha enseñado: las siguientes siete cosas fueron creadas antes que el mundo: la Torá, Arrepentimiento, El jardín del Edén (Paraíso), Gehenna (Gehinom) , el Trono de gloria, el Templo y el Nombre del mesías” ( bTalmud Nedarim 39 b ; Pesachim 54a).
Traducido a un lenguaje sencillo y aplicado a nuestro caso: el concepto, noción o esencia del mesías preexiste al mundo, al igual que la ley de Moisés o el Templo; y luego, en el momento oportuno ese concepto o naturaleza de mesías se “encarna” en un descendiente de David (según Pablo también). Entonces puede decirse lo que acabamos de afirmar el ser en el que habitó la Sabiduría divina /designio divino sobre la redención sobre la tierra y que fiel fue reflejo de ella no podía ser un hombre cualquiera, sino un ser más que excepcional, y algo de ello lo creyó probablemente el mismo Jesús, tuvo de sí mismo, al parecer, una autoestima excepcional.
Esta idea aclara la continuación del himno de Filipenses que emplea palabras de Isaías 45,23 referidas a Yahvé:
Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesús, el Mesías, es Señor para gloria de Dios Padre.
Recuérdese: el “nombre” (esencia del mesías) es preexistente, en la mente divina (recuérdese igualmente 1 Henoc 46,2-3): “En aquel momento fue nombrado ese hijo de hombre ante el Señor de los espíritus, y su nombre ante el «Principio de días». Antes de que se creara el sol y las constelaciones… su nombre fue evocado ante el Señor de los espíritus”. Y cuando llega el momento ese nombre o esencia “se encarna” (vocablo que no parece en Pablo, pero que vale para explicar su punto de vista) en Jesús de Nazaret que es un mero Marcos aunque especial. Por eso se le concedió (= Dios), tras su muerte, resurrección y exaltación un nombre sobre todo nombre (una naturaleza superior a la humana, que se puede denominar divina, sin romper el monoteísmo: hay “dos poderes” en el cielo pero un Dios único = mística judía coetánea con Pablo).
En síntesis: en el pensamiento de Pablo no era necesaria ni conveniente siquiera concepción alguna de nacimiento virginal por obra directa de un espíritu divino. El ser que así naciese no podría ser ya el mesías porque ha de ser de la casa de David.
En el resto del Nuevo Testamento no hay idea ninguna de la concepción virginal, y prácticamente nada del Jesús terreno En conjunto y sí abundantes textos que hablan de los hermanos de Jesús con toda tranquilidad: Mc 3,31-35; 6,3; Mt 12,46.47; 13,55; Lc 8,19.20.21; Jn 2,12; 7,3.5.10; Hch 1,14; Gal 1,19; 1 Cor 9,5 + Flavio Josefo Antigüedades XX 200; Evangelio de los hebreos (san Jerónimo, Contra Pelagio III 2, PL 23 597B-598A).
Otros textos de la historia antigua del cristianismo que niegan al menos la virginidad completa de María están en “Jesús. La vida oculta” (Madrid, Libros del Olivo, 2014 pp.; 99-100): Hegesipo; Tertuliano. Helvidio.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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