Escribe Antonio Piñero
Otra de las cuestiones que se suscitan con la lectura de los capítulos 1-2 de los evangelios de Mateo y de Lucas es la afecta al sintagma “Hijo de David” en el sentido estricto de título mesiánico. Dando por supuesto esta premisa y que la inmensa mayoría del pueblo israelita del siglo I pensaba que una de las características del mesías era la de ser descendiente del gran rey de Israel, las preguntas que pueden suscitarse en la mente del lector son: ¿En qué sentido creía Jesús de sí mismo que era el mesías? ¿Desde cuándo pensaron los discípulos que Jesús lo era? ¿Desde más o menos la mitad de su ministerio público tal como parece testimoniarlo la declaración de Pedro en Cesarea de Filipo (Mc 8,27ss)? O bien, Jesús nunca se consideró mesías y la creencia en su mesianismo solo surgió entre sus discípulos después de la creencia en su resurrección, confirmada por las apariciones? Y luego surgirán otras cuestiones, que mencionaremos.
A. Sobre que el pueblo creía que el mesías era hijo de David… no es necesaria ninguna demostración porque es evidente aunque solo tuviéramos el testimonio del Evangelio de Marcos. Es pues, inútil, una recogida penosa de citas de la literatura judía del Segundo Templo para demostrarlo.
También hemos escrito ya abundantemente que en las 39 veces que aparece en la Biblia hebrea el sustantivo “mesías” ninguna de ellas tiene el significado que posee claramente hoy día. Significa simplemente “ungido” (con aceite) y se aplica a tres figuras: el rey (es ungido en el rito de acceso al trono), el profeta, y el sumo sacerdote. Pero también observamos que a partir del siglo II a.C. la palabra va adquiriendo ese significado que conocemos hoy haciendo converger en una figura salvadora las cualidades de esas tres figuras previas: como profeta (“Un profeta al estilo de Moisés, que es demás legislador y caudillo del pueblo: Dt ) es el canal de comunicación de la voluntad divina; como rey exitoso, gracias a la ayuda del brazo poderoso de Yahvé, liberará a Israel de todos sus enemigos y hará que el pueblo elegido sea el pueblo supremo del mundo y que el resto de las naciones lo miren con respeto y temor, y como sumo sacerdote conocerá perfectamente la Ley y se la explicará al pueblo.
Sin duda alguna, hacia mediados del siglo I a.C. ya estaba formado perfectamente este concepto del mesías entre el pueblo (y entre los sacerdotes y los fariseos) como lo testimonian los salmos 17 y 18 de la colección apócrifa conocida como Salmos de Salomón (que forma parte de la Biblia griego de los Setenta) compuestos entre el 60-40 a.C., sin duda alguna). El Salmo 17 destaca que el aspecto guerrero del mesías es el dominante. He aquí la síntesis de lo que piensan los autores de estos salmos (varios y probablemente fariseos) tal como lo recojo en mi Introducción a la edición española con notas de la colección Apócrifos del Antiguo Testamento (Madrid, Cristiandad 2002, 2ª edición, pp. 26-27:
El Mesías y su reino:
En medio del lamento por la triste situación moral del pueblo elegido brilla la esperanza del Mesías. Los manuscritos de Qumrán y los SalSl son los primeros textos no apocalípticos en los que aparece claramente esta figura, que expresa la esperanza de la restauración escatológica de Israel (Isaías 27,12-13; 43,5-6; Oseas 11,11; 2 Macabeos 1,27; 2,18; Henoc (etíope) 57,1; OrSib II 170-173: Salmos de Salomón (= SalSl: 8,28; 11,2-3;) Los SalSl hablan claramente de un mesías único y de la línea de David. Dios suscitará su Ungido (17,21), como cumplimiento de su alianza y pro¬mesa (7,10; 17,4), que vendrá a poner orden en un caos pecaminoso; los reyes asmoneos/macabeos no son davídidas; por tanto a ellos nada les prometió Dios (17,5).
El Mesías es un ser humano maravilloso, recipiendario de los dones del Espíritu divino (17,37), lugarteniente de Yahvé sobre la tierra, ejecutor de su teocracia, rey (17,21.32). La fuerza, el poder, la sabiduría, el consejo, la justicia, la misericordia son el ornato de su gloria (17,23.26, etc.). Es, pues, un personaje con un doble aspecto: por un lado el descendiente de David (17,21), político, nacional y guerrero; por otro, la figura de un dirigente de alta moralidad, libre de pecado (17,36), ungido y movido por el Espíritu divino, enseñado por Dios y que confía en Él (17,32.34.37), que ha de restaurar en Israel la justicia y la observancia de la Ley. Reúne al pueblo, lo conduce, lo juzga, lo purga de la presencia de los gentiles, lo pastorea, le da la felicidad (17,26-43; 18,7-9). Su poderío se extiende físicamente sobre la tierra elegida a la que servirán, con respetuoso temor, “las naciones” (17,30). Destroza a las naciones infieles; y éstas huyen, o acaban sirviendo a Israel. Pero su poder se basa en su fuerza espiritual. No confía en guerreros ni armamento (17,33); su eficacia radica en la prestancia moral y la ayuda divina.
El Ungido o Mesías será el recipiendario legítimo del poder real y del sacerdocio, sustituyendo a la familia usurpadora —los Asmoneos—, a “los que Dios nada había prometido” (17,5b). Tras liberar al país de los enemigos (17,22), hará volver a la patria a los hijos de Jerusalén dispersos entre las naciones (17,31). Su reino tendrá un funcionamiento perfecto, pues su base la constituyen todas las virtudes (17,27).
El Mesías no tiene en los SalSl nada de divino; es un ser humano, aunque extraordinario.
He aquí la traducción de los versículos que creo más significativos sobre el mesías como caudillo guerrero y político
4 Tú, Señor, escogiste a David como rey sobre Israel; Tú le hiciste juramento sobre su posteridad, de que nunca dejaría de existir ante Ti su casa real.
Míralo, Señor, y suscítales un rey, un hijo de David,
en el momento que tú elijas, oh Dios, para que reine en Israel tu siervo.
22 Rodéalo de fuerza, para quebrantar a los príncipes injustos,
para purificar a Jerusalén de los gentiles que la pisotean, destruyéndola,
23 para expulsar con tu justa sabiduría a los pecadores de tu heredad,
para quebrar el orgullo del pecador como vaso de alfarero,
24 para machacar con vara de hierro todo su ser,
para aniquilar a las naciones impías con la palabra de su boca,
25 para que ante su amenaza huyan los gentiles de su presencia
y para dejar convictos a los pecadores con el testimonio de sus corazones.
26 Reunirá (el Rey) un pueblo santo al que conducirá con justicia;
gobernará las tribus del pueblo santificado por el Señor su Dios.
27 No permitirá en adelante que la injusticia se asiente entre ellos,
ni que habite allí hombre alguno que cometa maldad,
pues sabrá que todos son hijos de Dios.
28 Los dividirá en sus tribus sobre la tierra;
el emigrante y el extranjero no habitará más entre ellos;
29 juzgará a los pueblos y a las naciones con justa sabiduría.
Este texto es muy elocuente. Habla por sí mismo acerca de lo que esperaba el pueblo judío (y siguen esperando los más piadosos entre ellos.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com