Escribe Antonio Piñero
Seguimos con la crítica a los evangelios de la infancia. Nos situamos ahora en la discusión de los datos evangélicos sobre la fecha de Jesús. Y ofrezco en primer lugar las primeras impresiones de conjunto del lector pausado que se enfrenta a estos textos.
La primera impresión es que los datos de los evangelios canónicos acerca de la fecha de nacimiento de Jesús son contradictorios, erróneos y vagos. Pero no debemos extrañarnos. No es en absoluto raro que no tengamos datos exactos de la fecha de nacimiento de personajes importantes de la historia antigua. Ocurre con Jesús lo mismo que con muchos otros, incluidos, por ejemplo, Pitágoras. Algunos de los personajes importantes lo fueron justamente después de su muerte. Y pasaron muchos años antes de que se les ocurriera escribir una “biografía” del personaje, siguiendo los cánones de la época, a saber, no podían faltar los datos de su nacimiento e infancia, que normalmente habrían sido tan prodigiosas como lo fueron su vida y muerte.
En el caso de Jesús el interés por a biografía de Jesús, al estilo completo (incluida infancia) no se suscita sino al menos 40 o 50 años después de su muerte. Ni siquiera el primer “biógrafo”, Marcos, tuvo interés en esos datos o bien cayó en la cuenta de que no sabía nada y los obvió oportunamente. No fue así con las biografías posteriores a Marcos, la de Mateo y Lucas, que sí muestran la necesidad de corregir ese defecto de la biografía marcana y de añadir por tanto un apartado sobre el nacimiento e infancia del héroe. Pero cuando se ponen a ello (si es que fueron los autores primitivos, como veremos, los que sintieron esa necesidad), cayeron en la cuenta de que no sabían nada seguro. No tuvieron más remedio entonces que echar mano de tradiciones que se habían ido formando ya dentro del seno de su comunidad o grupo al que pertenecían, o bien de su entorno más próximo. Pero esas tradiciones se habían formado separadamente por lo que no concordaban entre sí.
Tenemos la impresión de que tales traducciones (capítulos 1 y 2 de Mateo y Lucas) se compusieron por una mano que no fue la de los autores originales de esos evangelios, es decir, desde el capítulo 3 hasta el final. Y la razón es que los personajes que intervienen en la “biografía” de Jesús, y este mismo, desde el capítulo 3 de ambos evangelios ignoran totalmente aquello que había ocurrido al principio por muy importante que hubiera sido.
Así, por ejemplo, la afirmación de que Jerusalén entera se asustó por el nacimiento del rey de los judíos, y de que muchos se enteraron de que el Mesías había nacido en Belén (Herodes, los sumos sacerdotes, escribas, las gentes de Belén misma) no concuerda con los relatos evangélicos del ministerio público de Jesús. Sabemos ya que sus hermanos, y su madre, según Marcos 3,21, piensan que Jesús está loco, fuera de sí, por sus pretensiones mesiánicas. Igualmente la gente de Nazaret se asombra de que Jesús albergue las mismas pretensiones según Marcos 6,2-3: Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía:
“¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?” Y se escandalizaban a causa de él”.
Es más: sabemos ya que la gente de Jerusalén, según el evangelio de Juan 7,40-42, no sabe que Jesús ha nacido en Belén. Según los evangelios sinópticos (Mateo-Mc-Lc: por ejemplo, Lc 9,7-9 y paralelos), el tetrarca de Galilea Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, a pesar de las medidas que se supone que su padre tomó contra Jesús, se queda perplejo ante éste y parece no haber sabido antes nada sobre Jesús” (“El nacimiento del Mesías”, Editorial Cristiandad, Madrid 1982, 188-189)
Por tanto, no es hipótesis descabellada pensar que no fueron escritos ni por Mateo ni Lucas, sino que fueron añadidos por alguien (¿discípulo?; ¿alguno de la comunidad misma a la que pertenecían los evangelistas?) distinto del autor del evangelio a partir del capítulo 3. Y ¿cuándo? No podemos saberlo.
Vayamos ahora a los pocos datos de Mateo acerca de la fecha del nacimiento de Jesús, que escribió probablemente antes que Lucas.
En 2,1 comienza así el evangelio: “Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes”. Pero ¿de qué Herodes se trata? He aquí una vaguedad imprecisa, porque la tradición sinóptica denomina también Herodes a Antipas. Así Mc 6,14. “Se enteró el rey Herodes, pues su nombre, el de Jesús, se había hecho célebre”. El lector tiene que esperar hasta Mt 2,22, “Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes…”, para saber que se trata de “El Grande”. Lucas en 3,19 precisa “Herodes, el tetrarca”
Respecto a la fecha de nacimiento, precisa también Mt 2,1 que un gran acontecimiento astronómico precisó el momento y lo hizo conocer hasta en la lejana Persia: “Unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén”. En la Antigüedad era normal que los fenómenos celestes se hicieran eco del nacimiento o la muerte de los hombres ilustres (basta pensar solo en el caso de Julio César). Entonces, se podrían hace cálculos astronómicos acerca de la misteriosa estrella de Belén… como se hicieron desde el siglo XIX en un intento de racionalizar de algún modo los datos legendarios de los evangelios (el caso más llamativo es el del racionalista Heinrich Eberhard Gottlob PAULUS, que fue catedrático de teología en diversas ciudades alemanas desde 1793 hasta 1851 y que en su Vida de Jesús intentó explicar los milagros de éste por causas meramente naturales).
Pero soy del todo escéptico a este propósito pues nos hallamos ante una leyenda imposible: ¿quién puede creer en una estrella que salió por Oriente, apareció sobre Jerusalén, que giró al sur hacia Belén, donde se detuvo sobre una casa?
Los intentos de racionalización de este hecho, para precisar la fecha del nacimiento de Jesús han llevado, como he escrito en “La vida oculta de Jesús a la luz de los evangelios canónicos y apócrifos” (Editorial Libros del Olivo, Madrid, a tres explicaciones posibles dentro del ámbito de la ciencia: la aparición por los días finales de Herodes de una supernova, de un cometa o bien de una conjunción de astros que brillaron especialmente en el firmamento.
« Una supernova es una estrella gigantesca, mucho mayor que el sol, que hace millones de años explotó al final de su existencia y produjo una luz inmensa que, tras miles de años de viaje, vemos nosotros en nuestros días. Ésta fue la explicación de la estrella de Belén del famoso astrónomo Kepler en el siglo XVII. Pero la teoría tiene el inconveniente de que no hay registro alguno en la Antigüedad que indique fenómeno semejante, por lo que no puede probarse.
»La segunda fue la aparición de un cometa. Es cosa sabida que los cometas son o bien restos de algún planeta o astro, o bien una conjunto de gases y polvo que brillan por la luz del sol al acercarse a la tierra, o ambas cosas. En concreto del famoso cometa Halley, que es visible en la tierra cada setenta y siete años, hay registros en Europa, China y Japón desde el año 240 a.C. Según los registros chinos, que se conservan hasta hoy día, el cometa Halley fue visible en la tierra el 12/11 a.C., por tanto durante el reinado de Herodes y relativamente al final de su vida. Hay muchos astrónomos que opinan que este acontecimiento, que perduraba en la memoria de las gentes, fue aprovechado por los cristianos para aplicarlo al nacimiento del Salvador. El mismo Brown opina es posible que la aparición del cometa Halley en el año 12 a.C. y la venida de embajadores extranjeros dos años más tarde a la corte del rey Herodes para felicitarle por la conclusión del gran puerto artificial de Cesarea Marítima y la remodelación de la ciudad fueron combinados por los cristianos anteriores a Mateo en la historia de la estrella y de los magos. Mateo no hizo más recoger y dar forma a una leyenda popular cristiana.
»Otros investigadores piensan, finalmente, que el acontecimiento bien pudo ser una conjunción de las órbitas de Júpiter y Saturno, que sucede cada treinta años, junto con la de Marte. La unión de las tres acaece cada 257 años. Este fenómeno se menciona en textos astronómicos tan antiguos como textos cuneiformes sumerio-acadios, del segundo milenio a.C. Se han hecho cálculos y se supone que tal conjunción se dio precisamente en el 7 a.C. y que ésta pudo ser la “estrella” de los magos. Una tesis dirigida por mí en la Universidad Complutense hace años defiende ardorosamente esta posibilidad; sostiene su autor que el fenómeno fue recordado y aplicado a Jesús por la comunidad que está detrás del Evangelio de Mateo.
»Realmente me siento muy escéptico respecto a todas estas teorías y en mi opinión creo que para inventar una historia tan inverosímil como la de una estrella que aparece y desaparece, que guía a unos personajes exóticos y que se posa encima de una casa, basta con la imaginación popular con el trasfondo general de que el cielo anuncia con signos los nacimientos de hombres ilustres sin tener que recurrir a ningún fenómeno objetivo. La imaginación es muy poderosa y los evangelios, que pretenden ser obras históricas, son ante todo literatura de propaganda, de buena fe desde luego, de una fe por lo que son aptas para recoger leyendas que les sirvan para su propósito» (pp. 84-85).
Seguiremos analizando los datos que ofrece el Evangelio de Lucas sobre la fecha del nacimiento de Jesús.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Seguimos con la crítica a los evangelios de la infancia. Nos situamos ahora en la discusión de los datos evangélicos sobre la fecha de Jesús. Y ofrezco en primer lugar las primeras impresiones de conjunto del lector pausado que se enfrenta a estos textos.
La primera impresión es que los datos de los evangelios canónicos acerca de la fecha de nacimiento de Jesús son contradictorios, erróneos y vagos. Pero no debemos extrañarnos. No es en absoluto raro que no tengamos datos exactos de la fecha de nacimiento de personajes importantes de la historia antigua. Ocurre con Jesús lo mismo que con muchos otros, incluidos, por ejemplo, Pitágoras. Algunos de los personajes importantes lo fueron justamente después de su muerte. Y pasaron muchos años antes de que se les ocurriera escribir una “biografía” del personaje, siguiendo los cánones de la época, a saber, no podían faltar los datos de su nacimiento e infancia, que normalmente habrían sido tan prodigiosas como lo fueron su vida y muerte.
En el caso de Jesús el interés por a biografía de Jesús, al estilo completo (incluida infancia) no se suscita sino al menos 40 o 50 años después de su muerte. Ni siquiera el primer “biógrafo”, Marcos, tuvo interés en esos datos o bien cayó en la cuenta de que no sabía nada y los obvió oportunamente. No fue así con las biografías posteriores a Marcos, la de Mateo y Lucas, que sí muestran la necesidad de corregir ese defecto de la biografía marcana y de añadir por tanto un apartado sobre el nacimiento e infancia del héroe. Pero cuando se ponen a ello (si es que fueron los autores primitivos, como veremos, los que sintieron esa necesidad), cayeron en la cuenta de que no sabían nada seguro. No tuvieron más remedio entonces que echar mano de tradiciones que se habían ido formando ya dentro del seno de su comunidad o grupo al que pertenecían, o bien de su entorno más próximo. Pero esas tradiciones se habían formado separadamente por lo que no concordaban entre sí.
Tenemos la impresión de que tales traducciones (capítulos 1 y 2 de Mateo y Lucas) se compusieron por una mano que no fue la de los autores originales de esos evangelios, es decir, desde el capítulo 3 hasta el final. Y la razón es que los personajes que intervienen en la “biografía” de Jesús, y este mismo, desde el capítulo 3 de ambos evangelios ignoran totalmente aquello que había ocurrido al principio por muy importante que hubiera sido.
Así, por ejemplo, la afirmación de que Jerusalén entera se asustó por el nacimiento del rey de los judíos, y de que muchos se enteraron de que el Mesías había nacido en Belén (Herodes, los sumos sacerdotes, escribas, las gentes de Belén misma) no concuerda con los relatos evangélicos del ministerio público de Jesús. Sabemos ya que sus hermanos, y su madre, según Marcos 3,21, piensan que Jesús está loco, fuera de sí, por sus pretensiones mesiánicas. Igualmente la gente de Nazaret se asombra de que Jesús albergue las mismas pretensiones según Marcos 6,2-3: Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía:
“¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?” Y se escandalizaban a causa de él”.
Es más: sabemos ya que la gente de Jerusalén, según el evangelio de Juan 7,40-42, no sabe que Jesús ha nacido en Belén. Según los evangelios sinópticos (Mateo-Mc-Lc: por ejemplo, Lc 9,7-9 y paralelos), el tetrarca de Galilea Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, a pesar de las medidas que se supone que su padre tomó contra Jesús, se queda perplejo ante éste y parece no haber sabido antes nada sobre Jesús” (“El nacimiento del Mesías”, Editorial Cristiandad, Madrid 1982, 188-189)
Por tanto, no es hipótesis descabellada pensar que no fueron escritos ni por Mateo ni Lucas, sino que fueron añadidos por alguien (¿discípulo?; ¿alguno de la comunidad misma a la que pertenecían los evangelistas?) distinto del autor del evangelio a partir del capítulo 3. Y ¿cuándo? No podemos saberlo.
Vayamos ahora a los pocos datos de Mateo acerca de la fecha del nacimiento de Jesús, que escribió probablemente antes que Lucas.
En 2,1 comienza así el evangelio: “Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes”. Pero ¿de qué Herodes se trata? He aquí una vaguedad imprecisa, porque la tradición sinóptica denomina también Herodes a Antipas. Así Mc 6,14. “Se enteró el rey Herodes, pues su nombre, el de Jesús, se había hecho célebre”. El lector tiene que esperar hasta Mt 2,22, “Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes…”, para saber que se trata de “El Grande”. Lucas en 3,19 precisa “Herodes, el tetrarca”
Respecto a la fecha de nacimiento, precisa también Mt 2,1 que un gran acontecimiento astronómico precisó el momento y lo hizo conocer hasta en la lejana Persia: “Unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén”. En la Antigüedad era normal que los fenómenos celestes se hicieran eco del nacimiento o la muerte de los hombres ilustres (basta pensar solo en el caso de Julio César). Entonces, se podrían hace cálculos astronómicos acerca de la misteriosa estrella de Belén… como se hicieron desde el siglo XIX en un intento de racionalizar de algún modo los datos legendarios de los evangelios (el caso más llamativo es el del racionalista Heinrich Eberhard Gottlob PAULUS, que fue catedrático de teología en diversas ciudades alemanas desde 1793 hasta 1851 y que en su Vida de Jesús intentó explicar los milagros de éste por causas meramente naturales).
Pero soy del todo escéptico a este propósito pues nos hallamos ante una leyenda imposible: ¿quién puede creer en una estrella que salió por Oriente, apareció sobre Jerusalén, que giró al sur hacia Belén, donde se detuvo sobre una casa?
Los intentos de racionalización de este hecho, para precisar la fecha del nacimiento de Jesús han llevado, como he escrito en “La vida oculta de Jesús a la luz de los evangelios canónicos y apócrifos” (Editorial Libros del Olivo, Madrid, a tres explicaciones posibles dentro del ámbito de la ciencia: la aparición por los días finales de Herodes de una supernova, de un cometa o bien de una conjunción de astros que brillaron especialmente en el firmamento.
« Una supernova es una estrella gigantesca, mucho mayor que el sol, que hace millones de años explotó al final de su existencia y produjo una luz inmensa que, tras miles de años de viaje, vemos nosotros en nuestros días. Ésta fue la explicación de la estrella de Belén del famoso astrónomo Kepler en el siglo XVII. Pero la teoría tiene el inconveniente de que no hay registro alguno en la Antigüedad que indique fenómeno semejante, por lo que no puede probarse.
»La segunda fue la aparición de un cometa. Es cosa sabida que los cometas son o bien restos de algún planeta o astro, o bien una conjunto de gases y polvo que brillan por la luz del sol al acercarse a la tierra, o ambas cosas. En concreto del famoso cometa Halley, que es visible en la tierra cada setenta y siete años, hay registros en Europa, China y Japón desde el año 240 a.C. Según los registros chinos, que se conservan hasta hoy día, el cometa Halley fue visible en la tierra el 12/11 a.C., por tanto durante el reinado de Herodes y relativamente al final de su vida. Hay muchos astrónomos que opinan que este acontecimiento, que perduraba en la memoria de las gentes, fue aprovechado por los cristianos para aplicarlo al nacimiento del Salvador. El mismo Brown opina es posible que la aparición del cometa Halley en el año 12 a.C. y la venida de embajadores extranjeros dos años más tarde a la corte del rey Herodes para felicitarle por la conclusión del gran puerto artificial de Cesarea Marítima y la remodelación de la ciudad fueron combinados por los cristianos anteriores a Mateo en la historia de la estrella y de los magos. Mateo no hizo más recoger y dar forma a una leyenda popular cristiana.
»Otros investigadores piensan, finalmente, que el acontecimiento bien pudo ser una conjunción de las órbitas de Júpiter y Saturno, que sucede cada treinta años, junto con la de Marte. La unión de las tres acaece cada 257 años. Este fenómeno se menciona en textos astronómicos tan antiguos como textos cuneiformes sumerio-acadios, del segundo milenio a.C. Se han hecho cálculos y se supone que tal conjunción se dio precisamente en el 7 a.C. y que ésta pudo ser la “estrella” de los magos. Una tesis dirigida por mí en la Universidad Complutense hace años defiende ardorosamente esta posibilidad; sostiene su autor que el fenómeno fue recordado y aplicado a Jesús por la comunidad que está detrás del Evangelio de Mateo.
»Realmente me siento muy escéptico respecto a todas estas teorías y en mi opinión creo que para inventar una historia tan inverosímil como la de una estrella que aparece y desaparece, que guía a unos personajes exóticos y que se posa encima de una casa, basta con la imaginación popular con el trasfondo general de que el cielo anuncia con signos los nacimientos de hombres ilustres sin tener que recurrir a ningún fenómeno objetivo. La imaginación es muy poderosa y los evangelios, que pretenden ser obras históricas, son ante todo literatura de propaganda, de buena fe desde luego, de una fe por lo que son aptas para recoger leyendas que les sirvan para su propósito» (pp. 84-85).
Seguiremos analizando los datos que ofrece el Evangelio de Lucas sobre la fecha del nacimiento de Jesús.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com