Escribe Raúl González Salinero
La última idea de nuestra comunicación del viernes pasado fue “que el número de actas de cuya historicidad no se duda es --según la crítica histórica y hagiológica (“estudio científico de la vidas de santos) moderna-- realmente reducido.
Con el triunfo de la Iglesia comienzan a proliferar textos hagiográficos en los que se recrea falsamente la época de las persecuciones con martirios inventados o con fraudulentas intervenciones sobre textos antiguos que quedan casi irreconocibles respecto de su estado original y que resultan casi imposibles de recuperar. Y en igual medida prolifera a partir de estos momentos la veneración de las reliquias de los santos y mártires cristianos. Sobre el particular, ha escrito G. Noga-Banai, The Trophies of the Martyrs. An Art Study of Early Christian Silver Reliquaries, Oxford University Press, Oxford, 2008, esp. pp. 130ss.
Es cierto que no debe desestimarse de plano la información prosopográfica (del griego “prósopon”, “rostro”, y de ahí “persona” = ciencia que estudia los nombres en la Antigüedad, por ejemplo, en las inscripciones funerarias y de ellos obtiene datos históricos y sociológicos) que contienen las Actas de los Mártires como ha escrito el Prof. Gonzalo Bravo, a quien citamos la semana pasada, pero resulta infructuoso todo intento de incorporar a la prosopografía de la época el nombre de muchos personajes que hacen su aparición en este tipo de textos de dudosa autenticidad. De hecho, como ha demostrado recientemente T. D. Barnes, el estudio de los Acta Martyrum con rigurosos criterios historicistas revela en muchos casos la invención de personajes que en realidad nunca existieron (Early Christian Hagiography..., pp. 316ss). Esto es lo que sucede, por ejemplo, con algunas «leyendas» como la de los mártires de Palestina, los cuales fueron en su mayoría producto de la imaginación o exageración admirativa y propagandística de Eusebio de Cesarea (Historia Eclesiástica, VIII, 7, 1.).
Debe tenerse presente, en efecto, que las narraciones hagiográficas (tanto los acta propiamente dichos como las passiones) no dejan de ser textos literarios cuya construcción retórica altera considerablemente el sustrato histórico subyacente y condiciona el modo de pensar de los fieles cristianos en la dirección de la sublimación espiritual. Así lo sostiene N. Kelly, en un artículo titulado «Philosophy as Training for Death. Reading the Ancient Christian Martyr Acts as Spiritual Exercises», en la revista Church History, 75, 2006, pp. 730-731 y 734. Mostrando como ejemplo las actas de Perpetua y Felicidad, A. Carfora, a quien citamos también la semana pasada, sitúa la dimensión mediática –propagandística-- del martirio no solo a nivel de los documentos o a nivel literario, sino también en el estrato previo del acontecimiento mismo del martirio, es decir, en los momento previos en los que presentan actuando a los protagonistas históricos. Este hecho complica la reconstrucción de los sucesos históricos, pues dependemos en todo momento del andamiaje retórico para poder reconstruir históricamente, con mayor o menor fortuna, lo que verdaderamente ocurrió.
Por ello, incluso aquellos documentos cuya primera redacción se encuentra más cercana a los acontecimientos históricos, tales como las actas del martirio de Policarpo, las de los mártires escilitanos o la carta de las iglesias de Lyon y Vienne (que según Daniel Boyarin, Dying for God. Martyrdom and the Making of Chistian and Judaism, Stanford University Press, Stanford, 1999, p. 115, en estos casos, no debe cuestionarse la autenticidad en esencia de los acontecimientos, sino el propio discurso de la narración (p. 120), adolecen de alteraciones condicionadas por el éthos (en este caso las circunstancias pasionales del momento) y el lenguaje metafórico propios de este género literario Tales visiones servían, como en el caso de las actas del martirio de Perpetua, como “antiguos ejemplos de la fe”…, por tanto se ensalzaban todo lo posible.
Ningún texto hagiográfico carece, en mayor o menor medida, de los elementos subjetivos e incluso fantásticos que caracterizan a este tipo de literatura: sueños y visiones, milagros y revelaciones divinas, conversiones en masa, sádicas y exquisitas torturas, etc. No cabe duda que todos estos recursos retóricos propiciaban la creación de una atmósfera dramática que, asentada en la memoria colectiva, contribuía supuestamente al fortalecimiento de la fe e identidad cristianas y constituyen así una literatura de “incitación a la fe”. Por medio de tales prodigios, los cristianos debían comprender que la divinidad estaba de su lado. Es más, la «preciosista» descripción de las escenas de martirio pretendía provocar en igual medida horror y esperanza en los fieles cristianos.
El primer sentimiento parecía sustentarse en la recreación de las más crueles y espectaculares formas de ejecución, entre las que figuraban principalmente las condenas a la hoguera o a las fieras; el segundo quedaba reflejado, a modo de la imitación de Cristo, que ya aparece en las Cartas de san Pablo, en la fortaleza misma de la fe del mártir, amparada en la promesa de la resurrección y de la gracia divina. Este tipo de propaganda no es un invento de los cristianos, sino que se utilizó ya en los escritos en defensa del judaísmo: así la promesa de la vida eterna para los mártires aparecía ya en el contexto de la revuelta macabea (4 Macabeos 16, 25; 17, 15ss).
No ha de extrañar, por tanto, que, en su construcción literaria, la figura del «héroe» cristiano reaccione con valentía ante la pavorosa perspectiva de tanto sufrimiento; de hecho, el mártir que, según la truculenta narración, debería estar padeciendo una agonía atroz, parece quedar como «anestesiado» e insensible, percibiéndose en no pocas ocasiones una actitud inexplicable de alegría y placer, como parece en el Martirio de Policarpo 2 (edición y traducción de D. Ruiz Bueno, Actas de los Mártires, BAC, Madrid, 20035, pp. 266-267) o en Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, VIII, 3, 1; 6, 2-3; 7, 1; 9, 5; 10, 5; 12, 1-2; 12, 6; etc.
Un pasaje de las actas del martirio de Policarpo resulta, en este sentido, revelador:
b[Pues ¿quién no se llenará de admiración de que les fueran dulces los azotes de los terribles látigos, gratas las llamas bajo el caballete, amable la espada del verdugo, suaves los tormentos de hoguera crepitante? Corríales la sangre por ambos costados y, descubiertas sus entrañas, estaban de manifiesto todos los miembros internos, de suerte que el pueblo mismo que los rodeaba en corro lloraba ante el horror de tanta crueldad y no podía contemplar sin lágrimas lo mismo que él había querido se hiciera. Sin embargo, los mártires que sufrían no exhalaban un gemido, ni la fuerza del dolor lograba arrancarles un quejido; antes bien, pues cada tormento era de buena gana aceptado, todos lo soportaban con paciencia. Y en efecto, presente con ellos el Señor, aceptada tan fiel obligación de sus siervos, no solo los encendía en el amor de la vida eterna, sino que templaba la violencia de aquel dolor de manera que el sufrimiento del cuerpo no quebrantara la resistencia del alma. Y es que el Señor conversaba con ellos y Él era espectador y fortalecedor de sus ánimos y con su presencia moderaba los sufrimientos y les prometía, si perseveraban hasta lo último, los imperios de la celeste paciencia [...] : (ed. y trad. D. Ruiz Bueno arriba mencionada).]b
En las actas del martirio de Carpo, Papilo y Agatónica, el primer mártir protagonista se muestra incluso irónico al responder a los que le habían visto sonreír en tan dramático trance:
Clavado seguidamente Carpo, se le vio sonreír. Los circunstantes, sorprendidos, le preguntaron:
―¿Qué te pasa que ríes?
Y el bienaventurado respondió:
―He visto la gloria del Señor y me he alegrado, y no menos porque me voy a ver libre de vosotros y no tendré parte en vuestras maldades (38-39 ed. y trad. D. Ruiz Bueno, Actas..., p. 381).
Fue tal el valor que la literatura apologética concedió al martirio como medio de fortalecimiento y difusión de una doctrina cristiana sustentada cada vez más por el testimonio de fe a través del heroico sacrificio (según escribe Tertuliano en su Apologético 50, 13) y el salvífico sufrimiento (De hecho, el martirio fue considerado como una especie de segundo bautismo con el que se alcanzaba la corona en el Paraíso (Martirio de Perpetua y Felicidad, XVIII, 3), que autores como Tertuliano no dudaron en afirmar que, en contra del ánimo de los perseguidores, la muerte de los mártires suscitaba un gran número de conversiones:
Y no sirve de nada vuestra más refinada crueldad: es más bien un acicate para la comunidad. Es más: crecemos en número cada vez que nos segáis: ¡semilla es la sangre de los cristianos! (Traducción de C. Castillo García, Tertuliano. Apologético. A los gentiles, Gredos (BCG 285), Madrid, 2001, p. 190).
En opinión de A. Carfora, esta afirmación tertulianea tiene poca credibilidad desde el momento en que, situada al final de su obra, constituye el cenit retórico dentro de una argumentación a partir de la cual trata de voltear artificiosamente la situación, es decir, que los cristianos perseguidos y aparentemente derrotados por las autoridades paganas han de ser considerados en realidad como los auténticos vencedores (para una época muy posterior se puede consultar a san Basilio, en su Epistola, 164). Haciéndose eco de estas y otras palabras parecidas que surgían de la pluma de los apologistas cristianos, la historiografía tradicional sostuvo también que el comportamiento heroico de los mártires había propiciado la conversión de muchos paganos y, por tanto, constituía una vía de extraordinaria importancia para la difusión de la creencia cristiana en el Imperio romano a partir del siglo II A. D. Nock, en su famoso libro Conversion. The Old and the New in Religion from Alexander the Great to Augustine of Hippo, University Press of America, Lanham/London, 1988 (orig. Oxford, 1933), passim, y Gustav Bardy, La conversión al cristianismo durante los primeros siglos (trad. L. Aguirre), Cristiandad, Madrid, 1990 (orig. Paris, 1961), pp. 151-153.
Sin embargo, esta hipótesis no encuentra corroboración suficiente en las fuentes conservadas, las cuales, salvo muy escasas y controvertidas excepciones (Justino, II Apología, XII, 1; Pasión de Perpetua et Felicidad, IX, 1; XVI, 4; XXI, 1-5; Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, II, 9, 2-3), no hacen referencia a conversiones motivadas por la supuesta admiración que despertaba el martirio entre los paganos. Será la propia Iglesia, una vez que logró unirse al poder, la que divulgaría y promocionaría la idea del mártir como sujeto de propaganda de la doctrina cristiana.
Muy al contrario, hubo filósofos, según afirma Clemente de Alejandría, que habían rehusado convertirse en cristianos por temor a ser condenados a muerte (Stromata o “Tapices”, VI, 67). De hecho, el mismo temor al castigo provocó numerosas apostasías en el seno de las comunidades cristianas, incluso mucho antes de la persecución de Decio, como sostienen historiadores modernos de esta época como K. Hopkins, J. Mélèze-Modrzejewski, G. Clark, y R. Carcano y A. Orioli. Fueron estos los tiempos en que los “lapsi” (los errados”, los que abjuraron de la fe cristiana) proliferaron de forma tan alarmante que este emperador habría tenido éxito en su propósito de erradicación de la religión cristiana si no hubiera sido porque le faltó tiempo antes de morir.
En efecto, ya en época de Trajano, Plinio el Joven (Epistola, X, 96, 10) informaba al emperador sobre los benéficos resultados para la recuperación de la religión tradicional en Bitinia que se obtenían gracias al temor de los cristianos a la pena capital:
Ciertamente, es un hecho comprobado que los templos, que ya se encontraban prácticamente abandonados, han comenzado a ser frecuentados de nuevo, que las ceremonias sagradas, interrumpidas durante largo tiempo, vuelven a ser celebradas, y que por todas partes se vende la carne de las víctimas sacrificiales, para la que hasta hace poco se encontraban muy escasos compradores. De ello se deduce fácilmente qué gran cantidad de personas podrían ser alejadas de esa superstición, si se les ofreciese el perdón en el caso de que se arrepintiesen.
Ahora, en nuestros días, está ocurriendo exactamente al revés, pues los asesinatos de cristianos, muy numerosos a cargo del fanatismo islámico del Daesh no recibe en la mayoría de las ocasiones, el eco y la respuesta que se merece.
Saludos cordiales de Raúl González Salinero
y de A. Piñero
La última idea de nuestra comunicación del viernes pasado fue “que el número de actas de cuya historicidad no se duda es --según la crítica histórica y hagiológica (“estudio científico de la vidas de santos) moderna-- realmente reducido.
Con el triunfo de la Iglesia comienzan a proliferar textos hagiográficos en los que se recrea falsamente la época de las persecuciones con martirios inventados o con fraudulentas intervenciones sobre textos antiguos que quedan casi irreconocibles respecto de su estado original y que resultan casi imposibles de recuperar. Y en igual medida prolifera a partir de estos momentos la veneración de las reliquias de los santos y mártires cristianos. Sobre el particular, ha escrito G. Noga-Banai, The Trophies of the Martyrs. An Art Study of Early Christian Silver Reliquaries, Oxford University Press, Oxford, 2008, esp. pp. 130ss.
Es cierto que no debe desestimarse de plano la información prosopográfica (del griego “prósopon”, “rostro”, y de ahí “persona” = ciencia que estudia los nombres en la Antigüedad, por ejemplo, en las inscripciones funerarias y de ellos obtiene datos históricos y sociológicos) que contienen las Actas de los Mártires como ha escrito el Prof. Gonzalo Bravo, a quien citamos la semana pasada, pero resulta infructuoso todo intento de incorporar a la prosopografía de la época el nombre de muchos personajes que hacen su aparición en este tipo de textos de dudosa autenticidad. De hecho, como ha demostrado recientemente T. D. Barnes, el estudio de los Acta Martyrum con rigurosos criterios historicistas revela en muchos casos la invención de personajes que en realidad nunca existieron (Early Christian Hagiography..., pp. 316ss). Esto es lo que sucede, por ejemplo, con algunas «leyendas» como la de los mártires de Palestina, los cuales fueron en su mayoría producto de la imaginación o exageración admirativa y propagandística de Eusebio de Cesarea (Historia Eclesiástica, VIII, 7, 1.).
Debe tenerse presente, en efecto, que las narraciones hagiográficas (tanto los acta propiamente dichos como las passiones) no dejan de ser textos literarios cuya construcción retórica altera considerablemente el sustrato histórico subyacente y condiciona el modo de pensar de los fieles cristianos en la dirección de la sublimación espiritual. Así lo sostiene N. Kelly, en un artículo titulado «Philosophy as Training for Death. Reading the Ancient Christian Martyr Acts as Spiritual Exercises», en la revista Church History, 75, 2006, pp. 730-731 y 734. Mostrando como ejemplo las actas de Perpetua y Felicidad, A. Carfora, a quien citamos también la semana pasada, sitúa la dimensión mediática –propagandística-- del martirio no solo a nivel de los documentos o a nivel literario, sino también en el estrato previo del acontecimiento mismo del martirio, es decir, en los momento previos en los que presentan actuando a los protagonistas históricos. Este hecho complica la reconstrucción de los sucesos históricos, pues dependemos en todo momento del andamiaje retórico para poder reconstruir históricamente, con mayor o menor fortuna, lo que verdaderamente ocurrió.
Por ello, incluso aquellos documentos cuya primera redacción se encuentra más cercana a los acontecimientos históricos, tales como las actas del martirio de Policarpo, las de los mártires escilitanos o la carta de las iglesias de Lyon y Vienne (que según Daniel Boyarin, Dying for God. Martyrdom and the Making of Chistian and Judaism, Stanford University Press, Stanford, 1999, p. 115, en estos casos, no debe cuestionarse la autenticidad en esencia de los acontecimientos, sino el propio discurso de la narración (p. 120), adolecen de alteraciones condicionadas por el éthos (en este caso las circunstancias pasionales del momento) y el lenguaje metafórico propios de este género literario Tales visiones servían, como en el caso de las actas del martirio de Perpetua, como “antiguos ejemplos de la fe”…, por tanto se ensalzaban todo lo posible.
Ningún texto hagiográfico carece, en mayor o menor medida, de los elementos subjetivos e incluso fantásticos que caracterizan a este tipo de literatura: sueños y visiones, milagros y revelaciones divinas, conversiones en masa, sádicas y exquisitas torturas, etc. No cabe duda que todos estos recursos retóricos propiciaban la creación de una atmósfera dramática que, asentada en la memoria colectiva, contribuía supuestamente al fortalecimiento de la fe e identidad cristianas y constituyen así una literatura de “incitación a la fe”. Por medio de tales prodigios, los cristianos debían comprender que la divinidad estaba de su lado. Es más, la «preciosista» descripción de las escenas de martirio pretendía provocar en igual medida horror y esperanza en los fieles cristianos.
El primer sentimiento parecía sustentarse en la recreación de las más crueles y espectaculares formas de ejecución, entre las que figuraban principalmente las condenas a la hoguera o a las fieras; el segundo quedaba reflejado, a modo de la imitación de Cristo, que ya aparece en las Cartas de san Pablo, en la fortaleza misma de la fe del mártir, amparada en la promesa de la resurrección y de la gracia divina. Este tipo de propaganda no es un invento de los cristianos, sino que se utilizó ya en los escritos en defensa del judaísmo: así la promesa de la vida eterna para los mártires aparecía ya en el contexto de la revuelta macabea (4 Macabeos 16, 25; 17, 15ss).
No ha de extrañar, por tanto, que, en su construcción literaria, la figura del «héroe» cristiano reaccione con valentía ante la pavorosa perspectiva de tanto sufrimiento; de hecho, el mártir que, según la truculenta narración, debería estar padeciendo una agonía atroz, parece quedar como «anestesiado» e insensible, percibiéndose en no pocas ocasiones una actitud inexplicable de alegría y placer, como parece en el Martirio de Policarpo 2 (edición y traducción de D. Ruiz Bueno, Actas de los Mártires, BAC, Madrid, 20035, pp. 266-267) o en Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, VIII, 3, 1; 6, 2-3; 7, 1; 9, 5; 10, 5; 12, 1-2; 12, 6; etc.
Un pasaje de las actas del martirio de Policarpo resulta, en este sentido, revelador:
b[Pues ¿quién no se llenará de admiración de que les fueran dulces los azotes de los terribles látigos, gratas las llamas bajo el caballete, amable la espada del verdugo, suaves los tormentos de hoguera crepitante? Corríales la sangre por ambos costados y, descubiertas sus entrañas, estaban de manifiesto todos los miembros internos, de suerte que el pueblo mismo que los rodeaba en corro lloraba ante el horror de tanta crueldad y no podía contemplar sin lágrimas lo mismo que él había querido se hiciera. Sin embargo, los mártires que sufrían no exhalaban un gemido, ni la fuerza del dolor lograba arrancarles un quejido; antes bien, pues cada tormento era de buena gana aceptado, todos lo soportaban con paciencia. Y en efecto, presente con ellos el Señor, aceptada tan fiel obligación de sus siervos, no solo los encendía en el amor de la vida eterna, sino que templaba la violencia de aquel dolor de manera que el sufrimiento del cuerpo no quebrantara la resistencia del alma. Y es que el Señor conversaba con ellos y Él era espectador y fortalecedor de sus ánimos y con su presencia moderaba los sufrimientos y les prometía, si perseveraban hasta lo último, los imperios de la celeste paciencia [...] : (ed. y trad. D. Ruiz Bueno arriba mencionada).]b
En las actas del martirio de Carpo, Papilo y Agatónica, el primer mártir protagonista se muestra incluso irónico al responder a los que le habían visto sonreír en tan dramático trance:
Clavado seguidamente Carpo, se le vio sonreír. Los circunstantes, sorprendidos, le preguntaron:
―¿Qué te pasa que ríes?
Y el bienaventurado respondió:
―He visto la gloria del Señor y me he alegrado, y no menos porque me voy a ver libre de vosotros y no tendré parte en vuestras maldades (38-39 ed. y trad. D. Ruiz Bueno, Actas..., p. 381).
Fue tal el valor que la literatura apologética concedió al martirio como medio de fortalecimiento y difusión de una doctrina cristiana sustentada cada vez más por el testimonio de fe a través del heroico sacrificio (según escribe Tertuliano en su Apologético 50, 13) y el salvífico sufrimiento (De hecho, el martirio fue considerado como una especie de segundo bautismo con el que se alcanzaba la corona en el Paraíso (Martirio de Perpetua y Felicidad, XVIII, 3), que autores como Tertuliano no dudaron en afirmar que, en contra del ánimo de los perseguidores, la muerte de los mártires suscitaba un gran número de conversiones:
Y no sirve de nada vuestra más refinada crueldad: es más bien un acicate para la comunidad. Es más: crecemos en número cada vez que nos segáis: ¡semilla es la sangre de los cristianos! (Traducción de C. Castillo García, Tertuliano. Apologético. A los gentiles, Gredos (BCG 285), Madrid, 2001, p. 190).
En opinión de A. Carfora, esta afirmación tertulianea tiene poca credibilidad desde el momento en que, situada al final de su obra, constituye el cenit retórico dentro de una argumentación a partir de la cual trata de voltear artificiosamente la situación, es decir, que los cristianos perseguidos y aparentemente derrotados por las autoridades paganas han de ser considerados en realidad como los auténticos vencedores (para una época muy posterior se puede consultar a san Basilio, en su Epistola, 164). Haciéndose eco de estas y otras palabras parecidas que surgían de la pluma de los apologistas cristianos, la historiografía tradicional sostuvo también que el comportamiento heroico de los mártires había propiciado la conversión de muchos paganos y, por tanto, constituía una vía de extraordinaria importancia para la difusión de la creencia cristiana en el Imperio romano a partir del siglo II A. D. Nock, en su famoso libro Conversion. The Old and the New in Religion from Alexander the Great to Augustine of Hippo, University Press of America, Lanham/London, 1988 (orig. Oxford, 1933), passim, y Gustav Bardy, La conversión al cristianismo durante los primeros siglos (trad. L. Aguirre), Cristiandad, Madrid, 1990 (orig. Paris, 1961), pp. 151-153.
Sin embargo, esta hipótesis no encuentra corroboración suficiente en las fuentes conservadas, las cuales, salvo muy escasas y controvertidas excepciones (Justino, II Apología, XII, 1; Pasión de Perpetua et Felicidad, IX, 1; XVI, 4; XXI, 1-5; Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, II, 9, 2-3), no hacen referencia a conversiones motivadas por la supuesta admiración que despertaba el martirio entre los paganos. Será la propia Iglesia, una vez que logró unirse al poder, la que divulgaría y promocionaría la idea del mártir como sujeto de propaganda de la doctrina cristiana.
Muy al contrario, hubo filósofos, según afirma Clemente de Alejandría, que habían rehusado convertirse en cristianos por temor a ser condenados a muerte (Stromata o “Tapices”, VI, 67). De hecho, el mismo temor al castigo provocó numerosas apostasías en el seno de las comunidades cristianas, incluso mucho antes de la persecución de Decio, como sostienen historiadores modernos de esta época como K. Hopkins, J. Mélèze-Modrzejewski, G. Clark, y R. Carcano y A. Orioli. Fueron estos los tiempos en que los “lapsi” (los errados”, los que abjuraron de la fe cristiana) proliferaron de forma tan alarmante que este emperador habría tenido éxito en su propósito de erradicación de la religión cristiana si no hubiera sido porque le faltó tiempo antes de morir.
En efecto, ya en época de Trajano, Plinio el Joven (Epistola, X, 96, 10) informaba al emperador sobre los benéficos resultados para la recuperación de la religión tradicional en Bitinia que se obtenían gracias al temor de los cristianos a la pena capital:
Ciertamente, es un hecho comprobado que los templos, que ya se encontraban prácticamente abandonados, han comenzado a ser frecuentados de nuevo, que las ceremonias sagradas, interrumpidas durante largo tiempo, vuelven a ser celebradas, y que por todas partes se vende la carne de las víctimas sacrificiales, para la que hasta hace poco se encontraban muy escasos compradores. De ello se deduce fácilmente qué gran cantidad de personas podrían ser alejadas de esa superstición, si se les ofreciese el perdón en el caso de que se arrepintiesen.
Ahora, en nuestros días, está ocurriendo exactamente al revés, pues los asesinatos de cristianos, muy numerosos a cargo del fanatismo islámico del Daesh no recibe en la mayoría de las ocasiones, el eco y la respuesta que se merece.
Saludos cordiales de Raúl González Salinero
y de A. Piñero