Hoy escribe Antonio Piñero
La ética de Jesús está unida indisolublemente a la moral del Reino de Dios proclamado por Jesús y es un tanto complicada: predica valores absolutos, propios del judaísmo de su momento y en plena consonancia con la Biblia, por ejemplo, el valor absoluto del Decálogo, el mandamiento del amor fundado en el texto del Levítico 19,18 (“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”), la imitación de Dios que es bueno tanto para los justos como para los perfectos (cf. Mt 5,48: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”) y lo que eran los preceptos del judaísmo común de su época, etc.
Pero lo que más destaca en esta moral es una serie de normas que afectan al seguimiento de Jesús y la preparación para la venida del Reino de Dios que están pensadas para unos instantes determinados. Como veremos simplemente por su exposición estas normas son absolutamente interinas, exigentes y quizás imposibles de cumplir, válidas sólo quizás para las vísperas inmediatas de la llegada del Reino, que no podía prolongarse durante mucho tiempo.
En líneas generales puede afirmarse que la proclama del Reino de Dios pide obediencia absoluta: la exigencia del seguimiento a lo que predica Jesús es radical y total: "El que echa mano al arado y sigue con la vista atrás no vale para el Reino de Dios" (Lc 9,62; cf. 12,46). El reconocimiento de la validez de la predicación de Jesús y la respuesta adecuada a ella constituyen la moral del Reino: la base es la Ley; lo específico, la moral del seguimiento a lo proclamado para prepararse a la venida de aquél.
Son tres estas normas:
1. Desprendimiento absoluto de todos los bienes necesarios para el sustento, unido a ataques violentos contra los ricos. Es más Jesús exige a los que quieren ir tras él la venta de estos bienes: “Mat 19:21 Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme” = Lc 18, 25 con el añadido de “¡Cuán difícil es que entren los que tienen riquezas en el Reino de Dios”).
Las invectivas contra los ricos son variadas. Pongamos sólo un par de ejemplos: Lc 16,19-31: parábola del pobre Lázaro, que va al cielo y el rico epulón, que va al infierno o los ayes contra los adinerados como el de Lc 6,25: “Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto”.
2. En segundo lugar, la no exaltación del valor del trabajo como creatividad necesaria en este mundo. En Lc 12,22 se lee que Jesús dijo a sus discípulos: “Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis [...] fijaos en los cuervos que ni siembran ni cose¬chan; que no tienen ni bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!".
El comunismo de consumo de bienes que practicó la comunidad primitiva jerusa¬lemita, tal como nos lo transmiten los Hechos (2,42-47; 4,32-35), tuvo su fundamento en los dichos de Jesús que basaban la perfección del discípulo en la venta de sus bienes y la entrega de éstos a los pobres (Lc 18,22; Lc 12,33; 14,33; Mc 10,17-26), esperando -sin trabajar, sólo preocupados de la oración- la venida del Juez.
3. El poco aprecio por los vínculos familiares. Esto se muestra en ciertos dichos auténticos de Jesús. En Mc 3,31-35 se lee: "Éstos son mi madre y mis hermanos: quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". En Lc 9,60 se halla la dura sentencia de que "los muertos deben enterrar a sus muertos", lo que suponía algo insólito en el ambiente palestino del s. I.
El desligamiento de los vínculos familiares en el seguimiento de Jesús está expresado con mayor claridad aún en Lc 14,15: "Caminaba con él mucha gente y volviéndose les dijo: Si alguno viene donde mí y no odia (es decir, "se desprende", "estima en menos") a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida no puede ser discípulo mío".
Como se puede observar fácilmente, estos preceptos, o consejos -que prescinden de los bienes de la tierra, que no exhortan precisamente al trabajo, que no fomentan los lazos familiares- distan mucho de poder ser cumplidos en un mundo que dura y continúa: están evidentemente pensados para el interim, para esos momentos anteriores a la irrupción del Reino, con su cambio total de valores. Tal ética no puede elevarse a categoría de ley intemporal. Por ello Albert Schweitzer la denominó “ética interina”.
La ética de Jesús puede considerarse sin ambages como profética, encardinada en la exigente predicación de los profetas de Israel que deseaban preparar al pueblo para la "visita" divina, es decir, la llegada del reino de Dios.
A pesar de lo extrema que es, parece evidente que esta ética especial de Jesús no representa ninguna oposición a la ley de Moisés, sino todo lo contrario. De ningún modo podemos obtener de la ética de Jesús ninguna idea o impresión de que estamos ante un personaje que implícita o explícitamente esté pregonando alguna ética novedosa con la autoridad de un poder personal divino. Más bien tenemos la impresión de que Jesús predica una ética del reino divino al servicio del Dios de Israel de quien es un heraldo obediente y sumiso.
Saludos cordiales de Antonio Piñero .
La ética de Jesús está unida indisolublemente a la moral del Reino de Dios proclamado por Jesús y es un tanto complicada: predica valores absolutos, propios del judaísmo de su momento y en plena consonancia con la Biblia, por ejemplo, el valor absoluto del Decálogo, el mandamiento del amor fundado en el texto del Levítico 19,18 (“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”), la imitación de Dios que es bueno tanto para los justos como para los perfectos (cf. Mt 5,48: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”) y lo que eran los preceptos del judaísmo común de su época, etc.
Pero lo que más destaca en esta moral es una serie de normas que afectan al seguimiento de Jesús y la preparación para la venida del Reino de Dios que están pensadas para unos instantes determinados. Como veremos simplemente por su exposición estas normas son absolutamente interinas, exigentes y quizás imposibles de cumplir, válidas sólo quizás para las vísperas inmediatas de la llegada del Reino, que no podía prolongarse durante mucho tiempo.
En líneas generales puede afirmarse que la proclama del Reino de Dios pide obediencia absoluta: la exigencia del seguimiento a lo que predica Jesús es radical y total: "El que echa mano al arado y sigue con la vista atrás no vale para el Reino de Dios" (Lc 9,62; cf. 12,46). El reconocimiento de la validez de la predicación de Jesús y la respuesta adecuada a ella constituyen la moral del Reino: la base es la Ley; lo específico, la moral del seguimiento a lo proclamado para prepararse a la venida de aquél.
Son tres estas normas:
1. Desprendimiento absoluto de todos los bienes necesarios para el sustento, unido a ataques violentos contra los ricos. Es más Jesús exige a los que quieren ir tras él la venta de estos bienes: “Mat 19:21 Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme” = Lc 18, 25 con el añadido de “¡Cuán difícil es que entren los que tienen riquezas en el Reino de Dios”).
Las invectivas contra los ricos son variadas. Pongamos sólo un par de ejemplos: Lc 16,19-31: parábola del pobre Lázaro, que va al cielo y el rico epulón, que va al infierno o los ayes contra los adinerados como el de Lc 6,25: “Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto”.
2. En segundo lugar, la no exaltación del valor del trabajo como creatividad necesaria en este mundo. En Lc 12,22 se lee que Jesús dijo a sus discípulos: “Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis [...] fijaos en los cuervos que ni siembran ni cose¬chan; que no tienen ni bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!".
El comunismo de consumo de bienes que practicó la comunidad primitiva jerusa¬lemita, tal como nos lo transmiten los Hechos (2,42-47; 4,32-35), tuvo su fundamento en los dichos de Jesús que basaban la perfección del discípulo en la venta de sus bienes y la entrega de éstos a los pobres (Lc 18,22; Lc 12,33; 14,33; Mc 10,17-26), esperando -sin trabajar, sólo preocupados de la oración- la venida del Juez.
3. El poco aprecio por los vínculos familiares. Esto se muestra en ciertos dichos auténticos de Jesús. En Mc 3,31-35 se lee: "Éstos son mi madre y mis hermanos: quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". En Lc 9,60 se halla la dura sentencia de que "los muertos deben enterrar a sus muertos", lo que suponía algo insólito en el ambiente palestino del s. I.
El desligamiento de los vínculos familiares en el seguimiento de Jesús está expresado con mayor claridad aún en Lc 14,15: "Caminaba con él mucha gente y volviéndose les dijo: Si alguno viene donde mí y no odia (es decir, "se desprende", "estima en menos") a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida no puede ser discípulo mío".
Como se puede observar fácilmente, estos preceptos, o consejos -que prescinden de los bienes de la tierra, que no exhortan precisamente al trabajo, que no fomentan los lazos familiares- distan mucho de poder ser cumplidos en un mundo que dura y continúa: están evidentemente pensados para el interim, para esos momentos anteriores a la irrupción del Reino, con su cambio total de valores. Tal ética no puede elevarse a categoría de ley intemporal. Por ello Albert Schweitzer la denominó “ética interina”.
La ética de Jesús puede considerarse sin ambages como profética, encardinada en la exigente predicación de los profetas de Israel que deseaban preparar al pueblo para la "visita" divina, es decir, la llegada del reino de Dios.
A pesar de lo extrema que es, parece evidente que esta ética especial de Jesús no representa ninguna oposición a la ley de Moisés, sino todo lo contrario. De ningún modo podemos obtener de la ética de Jesús ninguna idea o impresión de que estamos ante un personaje que implícita o explícitamente esté pregonando alguna ética novedosa con la autoridad de un poder personal divino. Más bien tenemos la impresión de que Jesús predica una ética del reino divino al servicio del Dios de Israel de quien es un heraldo obediente y sumiso.
Saludos cordiales de Antonio Piñero .