Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos esta semana con el propósito de sustanciar la idea de que un conocimiento general de la formación de la Biblia hebrea, en especial el Pentateuco y los primeros libros históricos nos ayuda para situar en su justo marco la propuesta de algunos de que la Biblia contiene descripciones de fenómenos aéreos paranormales que podrían definirse como ovnis.
Comenzamos por el éxodo, que supone la siguiente historia de base: un asentamiento de hebreos muy grande en Egipto, que es esclavizado por las autoridades locales hasta una situación de verdadera esclavitud. El pueblo hebreo es liberado por Dios por la mano de un hombre llamado Moisés. Guiados por Dios a través de este personaje, el pueblo hebreo huido no toma el camino directo de Israel sino que se retira hacia el sur, el mar Rojo y atraviesa el desierto del Sinaí. El itinerario está cuidadosamente señalado por la Biblia aunque no dice cuando sucede. ¿En qué momento? La Biblia no indica el nombre de faraón alguno, pero al señalar que los hebreos trabajaban en la edificación de Pitom y Rameses, ciudades almacenes, probablemente grandes silos para almacenar excedentes de grano, del faraón, apunta a la construcción de Pi-Ramsés, es decir la época de Ramsés II (siglo XIII: 1279-1212 a.C.) momento en el que Egipto se hallaba en un momento esplendoroso de poder y autoridad.
Según la Biblia, los israelitas vagaron 40 años por el Sinaí antes de pasar a Transjordania y de ahí a la tierra prometida. Pues bien, después de numerosos intentos de prospecciones arqueológicas por toda la península, sobre todo alrededor del monte Sinaí y en las ciudades, bien identificadas de Cadés Barne y Esión Guéber, no se ha encontrado ni un solo fragmento ni restos de campamentos de nómadas (el número según la Biblia era de 600.000 hombres sin contar mujeres y niños), correspondientes a los siglos XIII y XII a.C. Ningún resto en absoluto. El desierto del Sinaí estuvo deshabitado en esa época; por allí no pasó nadie. Y eso con total seguridad porque la arqueología tiene técnicas muy avanzadas capaces de detectar la menor huella de restos de pastores nómadas, cazadores o recolectores. El resultado de la tenaz investigación arqueológica, conducida sobre todo por profesionales israelíes, es que “los lugares mencionados en el relato del éxodo son reales”… pero todos esos lugares “se hallaban despoblados precisamente en los momentos en los que se cuenta que tuvieron un papel relevante en el paso de los hijos de Israel por el desierto”. ¿Qué significa esto? Que el éxodo, tal como lo cuenta la Biblia, no ha existido nunca.
La arqueología ha avanzado más y ha llegado a la conclusión de que lo que se pinta en este relato, a saber una gran masa de población semita asentada en el delta del Nilo y un movimiento de gentes por el desierto del Sinaí, más restos notables de asentamientos en Cadés Barne (donde se edifica una gran fortaleza), corresponde al siglo VII a.C., al período de la dinastía XXVI gobernada por el faraón Psamético I (664-610) y su hijo Necó II (610-595): exactamente la época del rey Josías de Judá, cuando el país de Israel pasaba por una situación de paz y relativa prosperidad, estaba fuerte y pudo atraer a israelitas asentados en Egipto en duras condiciones hacia su país de origen.
Conclusión: “Parece claro que el relato bíblico del éxodo extrae toda su fuerza no sólo de tradiciones antiguas junto con detalles geográficos y demográficos contemporáneos al siglo VII, sino de manera aún más directa de las realidades políticas… de la época del rey Josías”. Se puede afirmar, pues, que el relato fundacional del éxodo es una construcción mítica hacia atrás, hacia los siglos precedentes, elaborada conscientemente para establecer los fundamentos gloriosos de un pueblo, el israelita del siglo VII a.C., que con su rey Josías a la cabeza comenzó a soñar, en un momento en el que el imperio asirio estaba hundido y los egipcios se mantenían tranquilos y sin pretensiones hegemónicas, que se establecería en Judá una monarquía gloriosa, un estado grande y unificado, expandido hacia el norte hasta Galilea, hacia los restos del Israel dejados por los asirios, y formaría “un pueblo que veneraría a un solo Dios, con una capital clara, Jerusalén y un solo templo”.
Los fundamentos de ese pueblo serían: Yahvé cumplió la promesa de tierra, descendencia y poder hechas por Dios al patriarca fundacional, Abrahán, siglos atrás por medio de la epopeya del éxodo, la liberación del pueblo de la servidumbre de Egipto por la mano de Moisés, la conquista de Canaán y la continuación de la gloriosa monarquía de David y Salomón. Esta construcción gloriosa, que se revela literaria y mítica por obra de la arqueología, literaria y mítica –que puede ser que guarde algunos recuerdos antiguos--, fue luego adornada y pulida, aumentada con nuevos elementos en siglos posteriores, durante el exilio en Babilonia (que duró 580-500 a.C.), e incluso más tarde, durante la época de Esdras y Nehemías, que comienza en torno al 460 a.C. (hay muchas dudas), y en años posteriores, por redactores que se fueron encargando de la última recogida y edición de materiales aptos para servir y dar sustento al nuevo intento de restablecer el reino de Judá en Israel.
Naturalmente si falla la veracidad de todo el aparato del éxodo, se cuestiona también la historicidad de su figura principal, Moisés. Hoy día el sentir medio de la investigación se debate entre admitir algún que otro rasgo de historia en la epopeya de Moisés –por ejemplo que fue él el que introdujo la veneración a Yahvé, una divinidad de Madián, no israelita, en competencia con el dios cananeo ’El y su príncipe Baal-- o declarar que es más bien un extraordinario montaje literario. Ya su nacimiento y primeras vicisitudes, como el rescate de las aguas del río están montadas sobre la leyenda del nacimiento del rey asirio Sargón II (722-705).
Sobre la vida posterior de Moisés se dividen también los estudiosos: unos creen que la imagen de este personaje figura ha sido delineada tomando datos de la figura de un gran visir egipcio, anterior al siglo XIII, que había sustentado la candidatura a faraona de una reina madre, cuyo hijo, el faraón, había muerto de niño, un visir que fracasó en su empeño y hubo de huir con sus gentes de Egipto; y otros piensan que el mito de Moisés está montado sobre vagos recuerdos históricos de la acción reformadora religiosa del faraón Akhenatón, en la que se coadunan tres elementos fundamentales: a) reforma religiosa; b) grandes plagas, o enfermedades, que cayeron sobre el pueblo egipcio, y c) la salida de poblaciones orientales, semitas, que huyen del país.
En realidad no sabemos, ni sabremos qué hay de verdad en la historia de Moisés. Lo que sí sabemos es que de la reunión, elaboración y montaje final de leyendas, sagas y epopeyas de héroes con nebulosos y vagos recuerdos históricos se puede aprender mucho no de la historia, sino de la autocomprensión del pueblo de Israel y de sus relaciones con los pueblos vecinos. Israel deseaba, y debía, fundarse sólidamente, siendo como era un pueblo pequeño en un país pobre pero apetecido por las grandes potencias porque era paso obligado de Egipto hacia el norte, Siria, Asia Menor o Mesopotamia; y por parte de los imperios mesopotámicos Israel tenía una franja costera apetecible para salir libremente hacia el Mediterráneo.
El segundo acontecimiento que debemos examinar es la conquista de Canaán, es decir del territorio de Israel, por los hebreos hambrientos y diezmados después de 40 años de vagar por el desierto. Este hecho presenta problemas histórico-arqueológicos aún mayores que el éxodo: ¿cómo un pueblo pobre, andrajoso, mal armado pudo conquistar un país, Canaán-Israel, que según lo que se cuenta en los relatos bíblicos tenía grandes fortalezas en el siglo XIII-XII a.C. y además estaba totalmente controlado por los egipcios, en concreto el paso desde el desierto del Sinaí al territorio del Néguev donde comienza Israel? Según la Biblia, la conquista fue fulgurante de la mano de Josué, el sucesor de Moisés. Uno tras otro, fueron cayendo los reyes de las diversas ciudades de Canaán y sus poderosas ciudades fortificadas: Jericó, Hai, Laquis, Jasor: las ciudades del sur y sus reyes quedaron derrotados, aniquilados, en Gabaón; y los reyes del norte fueron igualmente barridos por las tropas israelitas y conquistados todos sus territorios,… todo ello también en el siglo XIII entre 1230-1220 a.C.
Como en el caso del éxodo, nos hacemos la misma pregunta: confirman los múltiples datos arqueológicos de excavaciones muy numerosas esta descripción de la conquista de Canaán? Parece ser que no.
Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Seguimos esta semana con el propósito de sustanciar la idea de que un conocimiento general de la formación de la Biblia hebrea, en especial el Pentateuco y los primeros libros históricos nos ayuda para situar en su justo marco la propuesta de algunos de que la Biblia contiene descripciones de fenómenos aéreos paranormales que podrían definirse como ovnis.
Comenzamos por el éxodo, que supone la siguiente historia de base: un asentamiento de hebreos muy grande en Egipto, que es esclavizado por las autoridades locales hasta una situación de verdadera esclavitud. El pueblo hebreo es liberado por Dios por la mano de un hombre llamado Moisés. Guiados por Dios a través de este personaje, el pueblo hebreo huido no toma el camino directo de Israel sino que se retira hacia el sur, el mar Rojo y atraviesa el desierto del Sinaí. El itinerario está cuidadosamente señalado por la Biblia aunque no dice cuando sucede. ¿En qué momento? La Biblia no indica el nombre de faraón alguno, pero al señalar que los hebreos trabajaban en la edificación de Pitom y Rameses, ciudades almacenes, probablemente grandes silos para almacenar excedentes de grano, del faraón, apunta a la construcción de Pi-Ramsés, es decir la época de Ramsés II (siglo XIII: 1279-1212 a.C.) momento en el que Egipto se hallaba en un momento esplendoroso de poder y autoridad.
Según la Biblia, los israelitas vagaron 40 años por el Sinaí antes de pasar a Transjordania y de ahí a la tierra prometida. Pues bien, después de numerosos intentos de prospecciones arqueológicas por toda la península, sobre todo alrededor del monte Sinaí y en las ciudades, bien identificadas de Cadés Barne y Esión Guéber, no se ha encontrado ni un solo fragmento ni restos de campamentos de nómadas (el número según la Biblia era de 600.000 hombres sin contar mujeres y niños), correspondientes a los siglos XIII y XII a.C. Ningún resto en absoluto. El desierto del Sinaí estuvo deshabitado en esa época; por allí no pasó nadie. Y eso con total seguridad porque la arqueología tiene técnicas muy avanzadas capaces de detectar la menor huella de restos de pastores nómadas, cazadores o recolectores. El resultado de la tenaz investigación arqueológica, conducida sobre todo por profesionales israelíes, es que “los lugares mencionados en el relato del éxodo son reales”… pero todos esos lugares “se hallaban despoblados precisamente en los momentos en los que se cuenta que tuvieron un papel relevante en el paso de los hijos de Israel por el desierto”. ¿Qué significa esto? Que el éxodo, tal como lo cuenta la Biblia, no ha existido nunca.
La arqueología ha avanzado más y ha llegado a la conclusión de que lo que se pinta en este relato, a saber una gran masa de población semita asentada en el delta del Nilo y un movimiento de gentes por el desierto del Sinaí, más restos notables de asentamientos en Cadés Barne (donde se edifica una gran fortaleza), corresponde al siglo VII a.C., al período de la dinastía XXVI gobernada por el faraón Psamético I (664-610) y su hijo Necó II (610-595): exactamente la época del rey Josías de Judá, cuando el país de Israel pasaba por una situación de paz y relativa prosperidad, estaba fuerte y pudo atraer a israelitas asentados en Egipto en duras condiciones hacia su país de origen.
Conclusión: “Parece claro que el relato bíblico del éxodo extrae toda su fuerza no sólo de tradiciones antiguas junto con detalles geográficos y demográficos contemporáneos al siglo VII, sino de manera aún más directa de las realidades políticas… de la época del rey Josías”. Se puede afirmar, pues, que el relato fundacional del éxodo es una construcción mítica hacia atrás, hacia los siglos precedentes, elaborada conscientemente para establecer los fundamentos gloriosos de un pueblo, el israelita del siglo VII a.C., que con su rey Josías a la cabeza comenzó a soñar, en un momento en el que el imperio asirio estaba hundido y los egipcios se mantenían tranquilos y sin pretensiones hegemónicas, que se establecería en Judá una monarquía gloriosa, un estado grande y unificado, expandido hacia el norte hasta Galilea, hacia los restos del Israel dejados por los asirios, y formaría “un pueblo que veneraría a un solo Dios, con una capital clara, Jerusalén y un solo templo”.
Los fundamentos de ese pueblo serían: Yahvé cumplió la promesa de tierra, descendencia y poder hechas por Dios al patriarca fundacional, Abrahán, siglos atrás por medio de la epopeya del éxodo, la liberación del pueblo de la servidumbre de Egipto por la mano de Moisés, la conquista de Canaán y la continuación de la gloriosa monarquía de David y Salomón. Esta construcción gloriosa, que se revela literaria y mítica por obra de la arqueología, literaria y mítica –que puede ser que guarde algunos recuerdos antiguos--, fue luego adornada y pulida, aumentada con nuevos elementos en siglos posteriores, durante el exilio en Babilonia (que duró 580-500 a.C.), e incluso más tarde, durante la época de Esdras y Nehemías, que comienza en torno al 460 a.C. (hay muchas dudas), y en años posteriores, por redactores que se fueron encargando de la última recogida y edición de materiales aptos para servir y dar sustento al nuevo intento de restablecer el reino de Judá en Israel.
Naturalmente si falla la veracidad de todo el aparato del éxodo, se cuestiona también la historicidad de su figura principal, Moisés. Hoy día el sentir medio de la investigación se debate entre admitir algún que otro rasgo de historia en la epopeya de Moisés –por ejemplo que fue él el que introdujo la veneración a Yahvé, una divinidad de Madián, no israelita, en competencia con el dios cananeo ’El y su príncipe Baal-- o declarar que es más bien un extraordinario montaje literario. Ya su nacimiento y primeras vicisitudes, como el rescate de las aguas del río están montadas sobre la leyenda del nacimiento del rey asirio Sargón II (722-705).
Sobre la vida posterior de Moisés se dividen también los estudiosos: unos creen que la imagen de este personaje figura ha sido delineada tomando datos de la figura de un gran visir egipcio, anterior al siglo XIII, que había sustentado la candidatura a faraona de una reina madre, cuyo hijo, el faraón, había muerto de niño, un visir que fracasó en su empeño y hubo de huir con sus gentes de Egipto; y otros piensan que el mito de Moisés está montado sobre vagos recuerdos históricos de la acción reformadora religiosa del faraón Akhenatón, en la que se coadunan tres elementos fundamentales: a) reforma religiosa; b) grandes plagas, o enfermedades, que cayeron sobre el pueblo egipcio, y c) la salida de poblaciones orientales, semitas, que huyen del país.
En realidad no sabemos, ni sabremos qué hay de verdad en la historia de Moisés. Lo que sí sabemos es que de la reunión, elaboración y montaje final de leyendas, sagas y epopeyas de héroes con nebulosos y vagos recuerdos históricos se puede aprender mucho no de la historia, sino de la autocomprensión del pueblo de Israel y de sus relaciones con los pueblos vecinos. Israel deseaba, y debía, fundarse sólidamente, siendo como era un pueblo pequeño en un país pobre pero apetecido por las grandes potencias porque era paso obligado de Egipto hacia el norte, Siria, Asia Menor o Mesopotamia; y por parte de los imperios mesopotámicos Israel tenía una franja costera apetecible para salir libremente hacia el Mediterráneo.
El segundo acontecimiento que debemos examinar es la conquista de Canaán, es decir del territorio de Israel, por los hebreos hambrientos y diezmados después de 40 años de vagar por el desierto. Este hecho presenta problemas histórico-arqueológicos aún mayores que el éxodo: ¿cómo un pueblo pobre, andrajoso, mal armado pudo conquistar un país, Canaán-Israel, que según lo que se cuenta en los relatos bíblicos tenía grandes fortalezas en el siglo XIII-XII a.C. y además estaba totalmente controlado por los egipcios, en concreto el paso desde el desierto del Sinaí al territorio del Néguev donde comienza Israel? Según la Biblia, la conquista fue fulgurante de la mano de Josué, el sucesor de Moisés. Uno tras otro, fueron cayendo los reyes de las diversas ciudades de Canaán y sus poderosas ciudades fortificadas: Jericó, Hai, Laquis, Jasor: las ciudades del sur y sus reyes quedaron derrotados, aniquilados, en Gabaón; y los reyes del norte fueron igualmente barridos por las tropas israelitas y conquistados todos sus territorios,… todo ello también en el siglo XIII entre 1230-1220 a.C.
Como en el caso del éxodo, nos hacemos la misma pregunta: confirman los múltiples datos arqueológicos de excavaciones muy numerosas esta descripción de la conquista de Canaán? Parece ser que no.
Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com