Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos con lo anunciado en la postal 548
El donatismo es un movimiento de renovación eclesial, apenas herético, pero sí fuertemente separador –es decir, “cismático” (del griego schísma, “división”)-, que prosperó sobre todo en el norte de África en el siglo IV. El donatismo se rebelaba en concreto contra la concesión por parte de la Iglesia de una nueva ocasión de penitencia a los que hubieren caído en pecado grave después del bautismo, en especial en ciertas faltas, y proclamaba una dureza y un rigor extremos como condiciones necesarias de la vida cristiana.
Los donatistas se denominaron a sí mismos expresamente “cátaros” (del griego katharós, “puro”), la Iglesia de los “puros”. Pero no fueron los primeros en hacerlo adelantándose a los famosos cátaros de los siglos XI al XIV, como veremos en seguida. La crisis del donatismo ha de encuadrarse –como el priscilianismo- entre los movimientos cristianos de renovación, que muestran una tendencia a mirar hacia los orígenes, buscando restaurar en el presente el rigor, la pobreza y la pureza de vida que caracterizó los primeros momentos de la cristiandad.
El movimiento de Novaciano es el precedente inmediato de los donatistas, al menos en la concepción que tenían de sí mismos como “puros”. Vamos a prestar unos momentos de atención a este personaje. Novaciano era un sacerdote nacido y activo en Roma antes de la mitad del siglo III. Poco después de la primera gran persecución general anticristiana del Imperio, la emprendida por el emperador Decio (poco antes del 250), quedó vacante la sede episcopal romana. Se postularon dos candidatos: Cornelio, destacado presbítero de la diócesis, y Novaciano.
Cuentan nuestras fuentes que resultó elegido el primero y que Novaciano protestó creyéndose más capacitado. Acusó a Cornelio de moral relajada. Dentro de esta disputa, Novaciano con sus seguidores constituyó un grupo intraeclesial que se denominó “Iglesia de los puros”, o de los “cátaros”, siendo así los primeros en usar este vocablo que más tarde se haría célebre. La principal preocupación de Novaciano fue manifestar que la Iglesia se corrompía al ser indulgente con los pecados graves. La Iglesia no tenía poder para perdonar lo pecados especialmente enormes, sobre todo la apostasía. La vez que la rigidez doctrinal con las malas prácticas éticas, la iglesia de los novacianistas fomentaron la práctica del ayuno y se exigió unas costumbres más ascéticas, pobres y rigurosas en general. Se trataba de volver a los orígenes. El grupo de los novacianistas tuvo cierto éxito y llegó a ser numeroso. Sus ideas rigoristas se extendieron, junto con sus escritos, desde Hispania hasta Siria, y su movimiento de restauración religiosa duró por lo menos dos siglos.
El donatismo o la “crisis donatista” tuvo un origen –dentro de la política eclesiástica-- parecido al movimiento de Novaciano: disputas internas por una sede episcopal, en concreto la de Cartago, ciudad prestigiosa, hacia el 311. El enfrentamiento entre dos bandos clericales de la ciudad dio como resultado el nombramiento de dos obispos, una de moral más relajada, de nombre Ceciliano y otro muy rigorista llamado Donato. Los dos grupos se enfrentaron, y se produjo una suerte de cisma en la iglesia del norte de África con epicentro en Cartago.
Las doctrinas fundamentales de Donato no eran propiamente herejía alguna, pero sí rigoristas. En lo que aquí nos interesa pueden resumirse en dos puntos: 1. No hay que contemporizar con los que en períodos de persecuciones se han apartado de la Iglesia. Para ser readmitidos necesitan una purificación especial. La Iglesia consta sólo de elementos buenos, puros, no de malos. La Iglesia es perfecta o no es Iglesia. 2. Los sacramentos, en especial el bautismo y la penitencia, administrados por miembros malos de la Iglesia no tienen valor alguno. Por ello, los donatistas exigieron un nuevo bautismo a los apóstatas si querían volver al seno de la “iglesia de los buenos”. Esta actitud cismática y rigorista iba acompañada, al igual que en el novacianismo, de una tendencia claramente ascética, amante de la pobreza y el apartamiento de lo mundano.
Pero a diferencia del movimiento de Novaciano, más bien pacífico, los donatistas se mostraron belicosos y defensores de sus ideas por la fuerza, sobre todo por haber aceptado tiempo atrás dentro del grupo a unos fanáticos que la practicaban. En efecto, en época anterior a las persecuciones existían ciertos personajes que formaban grupo propio y que aceptaban denominarse circumcelliones. Estos personajes ardorosos habían sido convencidos propagandistas del martirio en defensa y confesión de la fe. Y no sólo habían engrosado la lista de mártires involuntarios, sino que impulsaban a sus miembros al martirio voluntario: provocaban osadamente a las autoridades paganas para así conseguir “la palma de la victoria”. El vocablo circumcelliones hacía alusión a las vueltas que daban en torno a las casas de los que consideraban traidores a la fe, a los que, si podían, molían a bastonazos. Los circumcelliones que habían engrosado las filas donatistas persiguieron a los fieles de la Iglesia mayoritaria y en algunos casos llegaron a asesinar a algunos.
El gran éxito del donatismo se explica también por evidentes causas sociales y políticas. La Gran Iglesia estaba ya al lado del Imperio, mientras que los donatistas eran más bien la iglesia de los desarrapados, de los antirromanos, de los no constantinianos, de los que se sentían abrumados por las imposiciones fiscales romanas promulgadas desde la época de Diocleciano y cuya vida no era fácil económicamente. La iglesia donatista era, pues, la iglesia de los buenos, de los no traidores, de los pobres, de los que no habían dudado arrostrar el martirio, de los que abogaban por la eliminación práctica, aun por la fuerza, de toda corrupción. Es evidente que para ellos la Iglesia oficial estaba ya corrupta, incluso monetariamente, vendida al poder imperial. Estas características explican también la eficacia de su proselitismo entre las masas. Este grupo duró en el norte de África hasta la invasión de los vándalos en el norte de África, que supuso un gran golpe tanto para los cristianos mayoritarios como para los donatistas.
El próximo día hablaremos del movimiento anticorrupción de Prisciliano.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Seguimos con lo anunciado en la postal 548
El donatismo es un movimiento de renovación eclesial, apenas herético, pero sí fuertemente separador –es decir, “cismático” (del griego schísma, “división”)-, que prosperó sobre todo en el norte de África en el siglo IV. El donatismo se rebelaba en concreto contra la concesión por parte de la Iglesia de una nueva ocasión de penitencia a los que hubieren caído en pecado grave después del bautismo, en especial en ciertas faltas, y proclamaba una dureza y un rigor extremos como condiciones necesarias de la vida cristiana.
Los donatistas se denominaron a sí mismos expresamente “cátaros” (del griego katharós, “puro”), la Iglesia de los “puros”. Pero no fueron los primeros en hacerlo adelantándose a los famosos cátaros de los siglos XI al XIV, como veremos en seguida. La crisis del donatismo ha de encuadrarse –como el priscilianismo- entre los movimientos cristianos de renovación, que muestran una tendencia a mirar hacia los orígenes, buscando restaurar en el presente el rigor, la pobreza y la pureza de vida que caracterizó los primeros momentos de la cristiandad.
El movimiento de Novaciano es el precedente inmediato de los donatistas, al menos en la concepción que tenían de sí mismos como “puros”. Vamos a prestar unos momentos de atención a este personaje. Novaciano era un sacerdote nacido y activo en Roma antes de la mitad del siglo III. Poco después de la primera gran persecución general anticristiana del Imperio, la emprendida por el emperador Decio (poco antes del 250), quedó vacante la sede episcopal romana. Se postularon dos candidatos: Cornelio, destacado presbítero de la diócesis, y Novaciano.
Cuentan nuestras fuentes que resultó elegido el primero y que Novaciano protestó creyéndose más capacitado. Acusó a Cornelio de moral relajada. Dentro de esta disputa, Novaciano con sus seguidores constituyó un grupo intraeclesial que se denominó “Iglesia de los puros”, o de los “cátaros”, siendo así los primeros en usar este vocablo que más tarde se haría célebre. La principal preocupación de Novaciano fue manifestar que la Iglesia se corrompía al ser indulgente con los pecados graves. La Iglesia no tenía poder para perdonar lo pecados especialmente enormes, sobre todo la apostasía. La vez que la rigidez doctrinal con las malas prácticas éticas, la iglesia de los novacianistas fomentaron la práctica del ayuno y se exigió unas costumbres más ascéticas, pobres y rigurosas en general. Se trataba de volver a los orígenes. El grupo de los novacianistas tuvo cierto éxito y llegó a ser numeroso. Sus ideas rigoristas se extendieron, junto con sus escritos, desde Hispania hasta Siria, y su movimiento de restauración religiosa duró por lo menos dos siglos.
El donatismo o la “crisis donatista” tuvo un origen –dentro de la política eclesiástica-- parecido al movimiento de Novaciano: disputas internas por una sede episcopal, en concreto la de Cartago, ciudad prestigiosa, hacia el 311. El enfrentamiento entre dos bandos clericales de la ciudad dio como resultado el nombramiento de dos obispos, una de moral más relajada, de nombre Ceciliano y otro muy rigorista llamado Donato. Los dos grupos se enfrentaron, y se produjo una suerte de cisma en la iglesia del norte de África con epicentro en Cartago.
Las doctrinas fundamentales de Donato no eran propiamente herejía alguna, pero sí rigoristas. En lo que aquí nos interesa pueden resumirse en dos puntos: 1. No hay que contemporizar con los que en períodos de persecuciones se han apartado de la Iglesia. Para ser readmitidos necesitan una purificación especial. La Iglesia consta sólo de elementos buenos, puros, no de malos. La Iglesia es perfecta o no es Iglesia. 2. Los sacramentos, en especial el bautismo y la penitencia, administrados por miembros malos de la Iglesia no tienen valor alguno. Por ello, los donatistas exigieron un nuevo bautismo a los apóstatas si querían volver al seno de la “iglesia de los buenos”. Esta actitud cismática y rigorista iba acompañada, al igual que en el novacianismo, de una tendencia claramente ascética, amante de la pobreza y el apartamiento de lo mundano.
Pero a diferencia del movimiento de Novaciano, más bien pacífico, los donatistas se mostraron belicosos y defensores de sus ideas por la fuerza, sobre todo por haber aceptado tiempo atrás dentro del grupo a unos fanáticos que la practicaban. En efecto, en época anterior a las persecuciones existían ciertos personajes que formaban grupo propio y que aceptaban denominarse circumcelliones. Estos personajes ardorosos habían sido convencidos propagandistas del martirio en defensa y confesión de la fe. Y no sólo habían engrosado la lista de mártires involuntarios, sino que impulsaban a sus miembros al martirio voluntario: provocaban osadamente a las autoridades paganas para así conseguir “la palma de la victoria”. El vocablo circumcelliones hacía alusión a las vueltas que daban en torno a las casas de los que consideraban traidores a la fe, a los que, si podían, molían a bastonazos. Los circumcelliones que habían engrosado las filas donatistas persiguieron a los fieles de la Iglesia mayoritaria y en algunos casos llegaron a asesinar a algunos.
El gran éxito del donatismo se explica también por evidentes causas sociales y políticas. La Gran Iglesia estaba ya al lado del Imperio, mientras que los donatistas eran más bien la iglesia de los desarrapados, de los antirromanos, de los no constantinianos, de los que se sentían abrumados por las imposiciones fiscales romanas promulgadas desde la época de Diocleciano y cuya vida no era fácil económicamente. La iglesia donatista era, pues, la iglesia de los buenos, de los no traidores, de los pobres, de los que no habían dudado arrostrar el martirio, de los que abogaban por la eliminación práctica, aun por la fuerza, de toda corrupción. Es evidente que para ellos la Iglesia oficial estaba ya corrupta, incluso monetariamente, vendida al poder imperial. Estas características explican también la eficacia de su proselitismo entre las masas. Este grupo duró en el norte de África hasta la invasión de los vándalos en el norte de África, que supuso un gran golpe tanto para los cristianos mayoritarios como para los donatistas.
El próximo día hablaremos del movimiento anticorrupción de Prisciliano.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com