Escribe Antonio Piñero
Como escribí en una postal anterior, un personaje desconocido, pero a quien se denomina Pseudo Abdías, escribió –dentro de una obra muy amplia sobre milagros de los Apóstoles, una sección dedicada a “Milagros (en latín “virtutes”) del “apóstol Juan”. El Pseudo Abdías vivió en el siglo VI. Sin embargo, su obra no se publicó hasta 1531, y fue editada por F. Nausea en Colonia. Desde entonces se propagó con cierta rapidez, aunque hoy ha quedado prácticamente en el olvido. Creo que puede parecer interesante, o al menos curioso, leer texto que han servido de alimento espiritual de generaciones de cristianos durante siglos, pero que hoy nos parecen cuentecitos casi de niños. Partes de estas historias han pasado a la Leyenda Áurea" de Jacobo de la Vorágine en el siglo XII, de ahí al Breviario Romano (texto que –dividido en partes– antes debían leer todos los sacerdotes todos los días…, y de ahí a veces al sermón de los domingos cuando venía bien contar milagros de los apóstoles.
Estos Hechos apócrfios, Las Virtutes o “Milagros de Juan”, repiten al principio –casi al pie de la letra, pero en resumen– las historietas que eran conocidas por los cristianos desde el final del siglo II, recogidas en los primeros y más importantes Hechos de Juan, como son:
1. La muerte de una casta mujer casada porque no podía resistir los asaltos amorosos de un joven –de nombre Calímaco– que pretendía a toda costa acostarse con ella. Sigue el relato comentando cómo, mientras Juan pronunciaba una exhortación ante la tumba, el enamorado preparaba con el apoyo de su cómplice Fortunato, el administrador de Andrónico, el marido de la joven muerta, la violación del cadáver de la difunta.
Ya no quedaba en el cuerpo de Drusiana otra prenda que el paño que cubría sus genitales, cuando apareció de pronto una serpiente que mató al mayordomo de un mordisco y derribó al enamorado, Calímaco, al que mordió igualmente. El joven cayó en tierra presa del terror y perdidas las fuerzas por efecto del veneno. Éste fue el cuadro que encontraron Juan y Andrónico –el marido de Drusiana– cuando entraron en el monumento. Iban a celebrar la eucaristía al tercer día después de la muerte de Drusiana cuando advirtieron que no encontraban las llaves. Juan prometió que las puertas se abrirían solas y avanzó el dato de que la fallecida no estaba en su sepulcro. Continúa el relato describiendo la visión de un joven sonriente, un ángel, que anunció la resurrección de Drusiana y cómo había ascendido al cielo.
Cuando Andrónico vio el espectáculo de Drusiana semidesnuda y el de los dos cadáveres, hizo ante Juan una exégesis precisa de lo sucedido. Suplicó al Apóstol que resucitara a Calímaco para que diera su versión de los hechos. Una voz misteriosa, procedente del “Hermoso”, Jesús, había anunciado: “Calímaco, muere para que vivas”. Siguió luego la resurrección de Drusiana, quien rogó para que el mismo Fortunato fuera también resucitado. Cosa que logró la piadosa mujer. Pero el traidor era árbol malo y de mala raíz y huyó despavorido, pues no quería saber nada de la religión. Una solemne eucaristía puso fin a la historia. Juan supo en espíritu que Fortunato estaba para morir, lo que confirmó un joven enviado para informarse.
Después el libro de los “Milagros de Juan” narra la “metástasis” del apóstol es decir, la traslación de su cuerpo al cielo después de su muerte. Según el autor, todo sucedió en domingo. Juan tuvo una alocución a los “consiervos, coherederos y copartícipes del reino de Dios”, y enumera las obras realizadas por su medio como apóstol o enviado: “signos, carismas, descansos, servicios, glorias, fe, comuniones, gracias, dones”.
Terminada la oración pidió a un ayudante suyo que tomara consigo a dos hermanos con cestas y azadones. Cuando llegaron al lugar don había ya otra tumba de uno de los hermanos en la fe, les dijo: “Cavad, hijitos”. Y les urgía para que cavaran más profundamente. Terminado el trabajo, se despojó de su manto y lo extendió en la fosa. Y en pie, vestido con una túnica de lino, extendiendo las manos, pronunció una larga oración. En ella agradecía al Señor que lo conservara limpio de todo contacto con mujer y le pusiera repetidas trabas para que no pudiera contraer matrimonio. Tras un tercer intento por casarse, Jesús le había dicho: “Juan, si no fueras mío, te hubiera permitido casarte”. El final de la Metástasis es sorprendentemente breve: “Con el rostro vuelto hacia oriente, se persignó, se puso en pie y dijo: «Tú conmigo, Señor Jesucristo». Se tumbó sobre la fosa en la que había extendido sus vestidos. Nos dijo: «La paz sea con vosotros, hermanos». Y entregó su espíritu”. Del sepulcro comenzó a manar un maná “hasta el día de hoy”, cuya virtud curaba todas las enfermedades y hacía realidad toda clase de deseos y plegarias.
3. El suceso de la caldera de aceite hirviendo
El primer capítulo de los “Milagros de Juan” recoge la tradición de la prueba que hubo de soportar el apóstol cuando fue arrojado en una caldera de aceite hirviente. El texto de los “Milagros de Juan” parece suponer que el episodio tuvo lugar en Éfeso. El procónsul quiso obligar a Juan a que renegara de Cristo y cesara de predicar. Juan repitió la respuesta que dio Pedro al Sumo Sacerdote en similares circunstancias: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). El procónsul consideró tal actitud como un acto de rebeldía contra el emperador. Para castigar al atrevido ordenó que fuera arrojado en una caldera de aceite hirviente. De ella salió Juan “como un fuerte atleta ungido, no quemado”. El procónsul, estupefacto ante tal prodigio, quiso dejarlo libre, pero no lo hizo por temor a contravenir la orden imperial. Según el relato de los “Milagros de Juan”, los hechos ocurrían durante el reinado del emperador Domiciano.
La tradición, de venerable antigüedad, era ya conocida y testificada por Tertuliano (hacia el 220). Roma podía presumir de haber sido honrada con la doctrina y la sangre de los apóstoles: Pedro murió allí crucificado; Pablo, decapitado; “el apóstol Juan fue desterrado a una isla después de que, sumergido en aceite hirviente, nada padeció”[[1]]url:#_ftn1 . San Jerónimo se hace eco del testimonio de Tertuliano comentando que “Juan, arrojado por Nerón (PL “en Roma”) dentro de una caldera de aceite hirviente, salió más fresco y lozano de lo que entró”[[2]]url:#_ftn2 . Aunque la versión de los “Milagros de Juan” parece suponer que el acontecimiento tuvo lugar en Éfeso, el capítulo 11 de los Hechos de Juan de Prócoro (de los hablamos en la postal anterior) localiza los hechos en Roma, junto a la Puerta Latina, por donde sale de la ciudad la Vía Latina, al este de la puerta de San Sebastián y de la Vía Apia antigua.
La tradición del “martirio” de Juan en la caldera de aceite queda bien plasmada en la sección latina de los Hechos de Juan, escritos por su discípulo Prócoro (8-12). La descripción del suceso recuerda cómo salió de la caldera ileso y libre de daño, de la misma manera que durante su vida había quedado libre de la corrupción de la carne. No era la única ocasión en la que la integridad de Juan venía relacionada con su virginidad. Por lo demás, la prueba de la caldera de aceite es el núcleo del capítulo primero de los “Milagros de Juan”, donde se recuerda la muerte de Santiago bajo la autoridad de Herodes Agripa I. Juan, su hermano, sufrió y superó la prueba del aceite hirviente. Su éxito en aquella prueba es la ocasión de su destierro en la isla de Patmos. El procónsul se vio en un dilema. Juan era rebelde a las órdenes del emperador, por lo que merecía el correspondiente castigo. Pero su categoría de hombre de Dios, garantizada por el milagro de la caldera, le impedía tomar una decisión que iría contra el poder divino. Adoptó en consecuencia una solución de compromiso…, es decir, el destierro.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com
Como escribí en una postal anterior, un personaje desconocido, pero a quien se denomina Pseudo Abdías, escribió –dentro de una obra muy amplia sobre milagros de los Apóstoles, una sección dedicada a “Milagros (en latín “virtutes”) del “apóstol Juan”. El Pseudo Abdías vivió en el siglo VI. Sin embargo, su obra no se publicó hasta 1531, y fue editada por F. Nausea en Colonia. Desde entonces se propagó con cierta rapidez, aunque hoy ha quedado prácticamente en el olvido. Creo que puede parecer interesante, o al menos curioso, leer texto que han servido de alimento espiritual de generaciones de cristianos durante siglos, pero que hoy nos parecen cuentecitos casi de niños. Partes de estas historias han pasado a la Leyenda Áurea" de Jacobo de la Vorágine en el siglo XII, de ahí al Breviario Romano (texto que –dividido en partes– antes debían leer todos los sacerdotes todos los días…, y de ahí a veces al sermón de los domingos cuando venía bien contar milagros de los apóstoles.
Estos Hechos apócrfios, Las Virtutes o “Milagros de Juan”, repiten al principio –casi al pie de la letra, pero en resumen– las historietas que eran conocidas por los cristianos desde el final del siglo II, recogidas en los primeros y más importantes Hechos de Juan, como son:
1. La muerte de una casta mujer casada porque no podía resistir los asaltos amorosos de un joven –de nombre Calímaco– que pretendía a toda costa acostarse con ella. Sigue el relato comentando cómo, mientras Juan pronunciaba una exhortación ante la tumba, el enamorado preparaba con el apoyo de su cómplice Fortunato, el administrador de Andrónico, el marido de la joven muerta, la violación del cadáver de la difunta.
Ya no quedaba en el cuerpo de Drusiana otra prenda que el paño que cubría sus genitales, cuando apareció de pronto una serpiente que mató al mayordomo de un mordisco y derribó al enamorado, Calímaco, al que mordió igualmente. El joven cayó en tierra presa del terror y perdidas las fuerzas por efecto del veneno. Éste fue el cuadro que encontraron Juan y Andrónico –el marido de Drusiana– cuando entraron en el monumento. Iban a celebrar la eucaristía al tercer día después de la muerte de Drusiana cuando advirtieron que no encontraban las llaves. Juan prometió que las puertas se abrirían solas y avanzó el dato de que la fallecida no estaba en su sepulcro. Continúa el relato describiendo la visión de un joven sonriente, un ángel, que anunció la resurrección de Drusiana y cómo había ascendido al cielo.
Cuando Andrónico vio el espectáculo de Drusiana semidesnuda y el de los dos cadáveres, hizo ante Juan una exégesis precisa de lo sucedido. Suplicó al Apóstol que resucitara a Calímaco para que diera su versión de los hechos. Una voz misteriosa, procedente del “Hermoso”, Jesús, había anunciado: “Calímaco, muere para que vivas”. Siguió luego la resurrección de Drusiana, quien rogó para que el mismo Fortunato fuera también resucitado. Cosa que logró la piadosa mujer. Pero el traidor era árbol malo y de mala raíz y huyó despavorido, pues no quería saber nada de la religión. Una solemne eucaristía puso fin a la historia. Juan supo en espíritu que Fortunato estaba para morir, lo que confirmó un joven enviado para informarse.
Después el libro de los “Milagros de Juan” narra la “metástasis” del apóstol es decir, la traslación de su cuerpo al cielo después de su muerte. Según el autor, todo sucedió en domingo. Juan tuvo una alocución a los “consiervos, coherederos y copartícipes del reino de Dios”, y enumera las obras realizadas por su medio como apóstol o enviado: “signos, carismas, descansos, servicios, glorias, fe, comuniones, gracias, dones”.
Terminada la oración pidió a un ayudante suyo que tomara consigo a dos hermanos con cestas y azadones. Cuando llegaron al lugar don había ya otra tumba de uno de los hermanos en la fe, les dijo: “Cavad, hijitos”. Y les urgía para que cavaran más profundamente. Terminado el trabajo, se despojó de su manto y lo extendió en la fosa. Y en pie, vestido con una túnica de lino, extendiendo las manos, pronunció una larga oración. En ella agradecía al Señor que lo conservara limpio de todo contacto con mujer y le pusiera repetidas trabas para que no pudiera contraer matrimonio. Tras un tercer intento por casarse, Jesús le había dicho: “Juan, si no fueras mío, te hubiera permitido casarte”. El final de la Metástasis es sorprendentemente breve: “Con el rostro vuelto hacia oriente, se persignó, se puso en pie y dijo: «Tú conmigo, Señor Jesucristo». Se tumbó sobre la fosa en la que había extendido sus vestidos. Nos dijo: «La paz sea con vosotros, hermanos». Y entregó su espíritu”. Del sepulcro comenzó a manar un maná “hasta el día de hoy”, cuya virtud curaba todas las enfermedades y hacía realidad toda clase de deseos y plegarias.
3. El suceso de la caldera de aceite hirviendo
El primer capítulo de los “Milagros de Juan” recoge la tradición de la prueba que hubo de soportar el apóstol cuando fue arrojado en una caldera de aceite hirviente. El texto de los “Milagros de Juan” parece suponer que el episodio tuvo lugar en Éfeso. El procónsul quiso obligar a Juan a que renegara de Cristo y cesara de predicar. Juan repitió la respuesta que dio Pedro al Sumo Sacerdote en similares circunstancias: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). El procónsul consideró tal actitud como un acto de rebeldía contra el emperador. Para castigar al atrevido ordenó que fuera arrojado en una caldera de aceite hirviente. De ella salió Juan “como un fuerte atleta ungido, no quemado”. El procónsul, estupefacto ante tal prodigio, quiso dejarlo libre, pero no lo hizo por temor a contravenir la orden imperial. Según el relato de los “Milagros de Juan”, los hechos ocurrían durante el reinado del emperador Domiciano.
La tradición, de venerable antigüedad, era ya conocida y testificada por Tertuliano (hacia el 220). Roma podía presumir de haber sido honrada con la doctrina y la sangre de los apóstoles: Pedro murió allí crucificado; Pablo, decapitado; “el apóstol Juan fue desterrado a una isla después de que, sumergido en aceite hirviente, nada padeció”[[1]]url:#_ftn1 . San Jerónimo se hace eco del testimonio de Tertuliano comentando que “Juan, arrojado por Nerón (PL “en Roma”) dentro de una caldera de aceite hirviente, salió más fresco y lozano de lo que entró”[[2]]url:#_ftn2 . Aunque la versión de los “Milagros de Juan” parece suponer que el acontecimiento tuvo lugar en Éfeso, el capítulo 11 de los Hechos de Juan de Prócoro (de los hablamos en la postal anterior) localiza los hechos en Roma, junto a la Puerta Latina, por donde sale de la ciudad la Vía Latina, al este de la puerta de San Sebastián y de la Vía Apia antigua.
La tradición del “martirio” de Juan en la caldera de aceite queda bien plasmada en la sección latina de los Hechos de Juan, escritos por su discípulo Prócoro (8-12). La descripción del suceso recuerda cómo salió de la caldera ileso y libre de daño, de la misma manera que durante su vida había quedado libre de la corrupción de la carne. No era la única ocasión en la que la integridad de Juan venía relacionada con su virginidad. Por lo demás, la prueba de la caldera de aceite es el núcleo del capítulo primero de los “Milagros de Juan”, donde se recuerda la muerte de Santiago bajo la autoridad de Herodes Agripa I. Juan, su hermano, sufrió y superó la prueba del aceite hirviente. Su éxito en aquella prueba es la ocasión de su destierro en la isla de Patmos. El procónsul se vio en un dilema. Juan era rebelde a las órdenes del emperador, por lo que merecía el correspondiente castigo. Pero su categoría de hombre de Dios, garantizada por el milagro de la caldera, le impedía tomar una decisión que iría contra el poder divino. Adoptó en consecuencia una solución de compromiso…, es decir, el destierro.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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[[1]]url:#_ftnref1 TERTULIANO, De praescriptione, XXXVI 3. Habla Tertuliano de las ventajas de las iglesias apostólicas. Roma las tenía repetidas.
[[2]]url:#_ftnref2 JERÓNIMO, Contra Jov., I 26. La versión de la PL trae la lección “en Roma” en lugar de “por Nerón”.