Hoy escribe Antonio Piñero
Los métodos de la Historia de las formas tras 1945 habían dado ya sus frutos principales y la investigación estaba un tanto estancada. La Historia de las formas había considerado a los escritores del Nuevo Testamento, especialmente los evangelistas, como meros “coleccionistas, compiladores y transmisores de tradiciones”, descuidando el conjunto del evangelio. Pensaba la Historia de las formas que la totalidad de la obra era un producto secundario respecto a las unidades de base que la formaban y, por tanto, de menor importancia.
Se opinaba que –para llegar a los productos más originales y primarios del movimiento cristiano sólo interesaban las tradiciones orales, pues ellas nos reflejaban la mentalidad de la Iglesia o comunidad primitiva. Entonces, se paraban normalmente ahí los críticos y deducían las consecuencias: como sabemos, en general muy negativas en cuanto la historicidad de esas tradiciones, y se pensaba que escribir una “biografía” de Jesús era imposible.
Esta conclusión no importaba mucho a los teólogos de la Historia de las formas, porque según ellos -casi todos luteranos o protestantes en general- eran “fideístas”: la historia no era imprescindible para “situarse ante Dios” por medio del mediador, Jesús, y dar una respuesta, conforme a la fe, a la llamada y al compromiso que ese mismo Dios planteaba a través de la figura de Jesús, conocida sobre todo por la fe. Para la salvación –no para la ciencia histórica- lo importaba era la fe, la gracia que permite esa fe y el compromiso con Jesús y con Dios Padre.
Como en un movimiento pendular, la nueva generación de críticos del Nuevo Testamento –profesores de teología –la mayoría laicos- y normalmente creyentes- enfocó su atención no ya hacia las “formas” que componían las obras del Nuevo Testamento, sobre todo los Evangelios, sino hacia estas obras como un todo, hacia la personalidad de sus autores como escritores conscientes de su tarea, con su peculiar teología. Eso era muy importante porque la Iglesia primitiva no eran sólo las primerísimas comunidades que transmitían pequeñas unidades orales, sino también las comunidades de la segunda generación que habían elaborado, reelaborado y reinterpretado la fe en Jesús que vehiculaban esas tradiciones orales sobre el Maestro.
Así pues, insisto, la idea principal de la Historia de la redacción, la que le hace sobrepasar a la Historia de las formas, es, la consideración del todo –en especial de los Evangelios- y cómo la agrupación y ordenamiento del material (“formas”) dentro de un determinado marco geográfico-espacial y cronológico por parte del autor o redactor final se correspondía y se debía a unas perspectivas teológicas determinadas sobre Jesús.
Si para Rudolf Bultmann la composición en sí de los Evangelios completos, editados y publicados, no ofrecía nada primariamente nuevo (todo estaba en las “formas” anteriores), para los defensores del progreso de la metodología, la Historia de la redacción, parecía ilógico que tras separar y diseccionar el material, las “formas” por separado, su unión en un conjunto (el evangelio terminado) no ofreciera nada nuevo e interesante.
Pues bien, sí había cosas interesantes por descubrir, si se apartaba la mirada de la primera tradición y se concentraba el foco de la atención en cómo se organizaban esas formas por cada autor del Nuevo Testamento, en especial de los evangelios. Por suerte, este trabajo se podía hacer muy bien en los escritos evangélicos, porque ya se habían elaborado las Sinopsis de los cuatro principales, y porque pronto se consideró –en cuanto estuvo disponible que como paralelo- había que tener también en cuenta el Evangelio gnóstico de Tomás y algún que otro apócrifo (Evangelio de Pedro; Pap. Egerton; algunos papiros de la colección de Oxirrinco).
Concluiremos el próximo día
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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