Notas

Juan de Zebedeo en la literatura apócrifa (VJ)

Redactado por Antonio Piñero el Lunes, 20 de Diciembre 2010 a las 06:51

Hoy escribe Gonzalo del Cerro


Historia del joven recomendado por Juan (VJ, c. 3)

La obra del Pseudo Abdías recoge ejemplos de la actividad de Juan hallados en fuentes muy dispares y presentadas con una conmovedora riqueza de detalles. Ya hemos visto las páginas tomadas de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles. El c. 3 de las VJ es una copia prácticamente literal de la historia narrada por Clemente de Alejandría en su Quis diues saluetur y reproducida por Eusebio de Cesarea (Clemente de Alejandría, Quis diues saluetur 42; Eusebio, H. E., III 23, 6-19), calificada así por los autores que la transmiten. “Toma una historia, dice Clemente, luego no una leyenda, sino una historia real”.

Éstos son los detalles comunes a Clemente, Eusebio y las VJ, que forman parte de los recuerdos sobre Juan. Vuelto el apóstol de Patmos a Éfeso, visitaba las poblaciones vecinas, en las que nombraba sacerdotes y obispos “señalados por el Espíritu Santo”. En una “ciudad no lejana” encontró a un joven que encomendó con insistencia a los cuidados del obispo, quien lo recibió en su casa, lo mantuvo, lo educó, lo cuidó y finalmente lo bautizó. El joven frecuentó malas compañías y acabó organizando una banda de ladrones de la que fue nombrado jefe. Llamado Juan para resolver un problema surgido en la comunidad, preguntó al obispo por su recomendado. Cuando se enteró de lo sucedido, rasgó sus vestiduras y solicitó un caballo para salir en busca del joven. Los centinelas de la banda lo detuvieron. Pero Juan les dijo: “Llevadme a vuestro jefe, pues para eso he venido”.

El joven, avergonzado, pretendió huir, pero el anciano apóstol lo persiguió y lo hizo entrar en razón dándole seguridades de perdón y de salvación. El joven arrojó las armas y abrazó llorando al apóstol. Los tres textos explican cómo las lágrimas le sirvieron de segundo bautismo El suceso en sí tiene una práctica independencia y autonomía, sin otra conexión con el texto de las VJ que la mención de Éfeso como lugar de la residencia del apóstol. Una nueva y rápida referencia a la ciudad de Éfeso sirve de tránsito al referido episodio de Drusiana. Pero con el detalle de que Juan regresaba a Éfeso porque presentía que estaba ya cerca el fin de sus días. Sin embargo, la continuación del relato del Pseudo Abdías no vuelve a recordar el tema hasta el c. 9, que es una versión bastante fiel de los capítulos finales de los HchJn (106-115).

Resurrección de Drusiana (1 parte)

El capítulo 4 de las Virtudes de Juan es el más largo de todo el conjunto y recoge y enriquece la historia de Drusiana, que conocemos por los HchJn. La protagonista del acontecimiento es la esposa del gobernador de Éfeso, conocido también por los HchJn, en los que aparece en primer lugar como hostil a Juan y a su ministerio. Las razones de su cambio radical, de abierta hostilidad a incondicional amistad, queda en los rincones oscuros de las lagunas de los textos. Es de suponer que escuchó la predicación de Juan y se convirtió a la fe, aceptando incluso la actitud de su esposa de abstención de la vida marital. El cristiano Andrónico mantuvo encerrada en un sepulcro a Drusiana por no avenirse a convivir con él maritalmente. Lo sabían los compañeros y conocidos de Calímaco, el otro protagonista del episodio. El joven Calímaco vio la belleza de Drusiana y se enamoró de ella hasta perder todo sentimiento de dignidad y sensatez.

Cuenta el autor del apócrifo que Juan regresó a Éfeso, donde su taumaturgia tuvo destellos de esplendor como para que se convirtiera en referencia de enfermos y necesitados. Acudían a él los que sufrían de cualquier dolencia, con la seguridad de que si lograban tocar su vestido, quedarían curados. El diablo tuvo celos del éxito de Juan y trató de poner dificultades a su actividad misionera. Encontró una ocasión propicia en la conducta del joven Calímaco, que se enamoró de la hermosa mujer del gobernador. Sus amigos trataron de disuadirle recordando cómo la mujer había resistido a los intentos de su marido que le reclamaba algo tan natural y legal como el débito conyugal. Pero ella, convertida a la vida de castidad absoluta, prefirió la muerte antes de renunciar a su nueva vida. Tampoco cedería ahora a las insinuaciones de un extraño que no buscaba otra cosa que el adulterio. Mucho menos cuando la piadosa mujer había atraído a su propio marido a la observancia de la castidad (c. 4,3). Practicaban ambos esposos la convivencia conyugal con un amor exlusivamente espiritual.

Al no poder conseguir el joven lo que pretendía, cayó en una profunda tristeza. Drusiana, conocedora de la situación, contrajo unas fiebres provocadas por la sensación de haberse convertido en ocasión de escándalo. Se consideraba culpable de alguna manera y “causa de una herida tan grande para un alma débil” (c.4,4). Por ello, pedía al Señor Jesús que la librara de esta vida para poner fin a la situación creada. En efecto, a los pocos días falleció dejando a su marido sumido en la más amarga tristeza. Juan le reprendía porque daba la impresión de que ignoraba adónde había ido su piadosa mujer, “la santa y fiel Drusiana”. Respondía Andrónico que ya conocía las ventajas de los que mueren en la gracia del Señor, pero lamentaba las circunstancias por las que había caído en la tristeza su “hermana Drusiana”, como él la llamaba.

Cuando Andrónico expuso a Juan las razones básicas de su pesadumbre, Juan dirigió a los presentes una alocución de carácter teórico. Nadie puede gloriarse de ningún resultado antes de haber llegado al final de su misión. Ni el timonel hasta llegar a puerto sano y salvo, ni el labrador hasta recoger la cosecha en sus graneros, y así los profesionales de un arte cualquiera. Solamente entonces, acabada la carrera, pueden saber si han acertado o se han equivocado. Lo mismo pasa con los hombres de fe. Cuando cumplen el curso de la vida, se ven libres de los numerosos impedimentos que acechan su marcha.

Aludía el apóstol en su discurso al enamorado de Drusiana, que en la belleza de la piadosa mujer encontró un tropiezo que no supo superar. Al contrario, buscó en el administrador de Andrónico, de nombre Fortunato, un cómplice para el crimen que pensaba cometer en el cuerpo difunto de Drusiana. Ofreció dinero al administrador para que le facilitara la entrada al panteón donde yacía el cadáver, lo que consiguió sin demasiadas dificultades. El enamorado, Calímaco de nombre, se dirigía a Drusiana con una buena dosis de cinismo diciendo: “Ya que no quisiste en vida tener contactos conmigo, te haré esta afrenta ahora que estás muerta” (c. 4,10). La muerte, en opinión de Calímaco, había acabado con toda clase de resistencia.

El administrador de Drusiana le facilitó las llaves de acceso al panteón. Entraron, pues, y cerraron la puerta. Sigue el apócrifo contando cómo “empezaron a despojar de sus ropas el cuerpo de la difunta. Mientras lo desnudaban, decían: «¿Qué te ha aprovechado, infeliz Drusiana, negar en vida lo que muerta tendrás que soportar? No hubieras recibido afrenta alguna si hubieras consentido voluntariamente». De este modo, cometían su crimen acompañando las obras con palabras. Quitados ya casi todos los vestidos del cadáver, cuando sólo quedaba el velo de las partes genitales, el joven, loco de salvaje pasión, se disponía a realizar la unión infame” (c. 4,11).

Llegó entonces lo que suelen denominar los técnicos “la salvación en el último momento”. Apareció una enorme serpiente que se interpuso entre los agresores y el cadáver de Drusiana, mordió mortalmente al administrador, derribó a Calímaco y se subió sobre él. Es el cuadro con que se encontraron Juan y Andrónico cuando fueron a celebrar la eucaristía a los tres días del fallecimiento de la mujer. El cadáver de Drusiana, fuera del sepulcro y casi desnudo, Fortunato en tierra mortalmente herido y Calímaco derribado con la serpiente encima. Y como presidiendo la escena, un joven hermoso y sonriente.

Cuando iban de camino, Juan comentó a Andrónico que habían desaparecido las llaves del panteón. Supo también lo que estaba pasando dentro y cómo Drusiana no se encontraba ya en el sepulcro. Pero como sucede en otros pasajes similares, las puertas se abrieron solas a una palabra de Juan. El relator, hablando en primera persona como testigo ocular de los sucesos, escribe: “Junto al sepulcro de Drusiana, vimos a un hermoso adolescente que sonreía” (c. 4,13). Juan comprendió que se trataba del Señor y le preguntó los motivos de su venida. Sonó una voz que declaró el sentido de lo que estaba sucediendo. Era por Drusiana, a la que Juan tenía que resucitar y por Calímaco, que acabaría siendo motivo de honor a Dios. Dicho esto, el joven subió al cielo a la vista de todos.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


Nota de Antonio Piñero, Gonzalo del Cerro y Fernando Bermejo


Con la de hoy llegamos a la "postal" o "nota" 700. Realmnente se nos olvidó señalar cuando llegamos a la cifra semi mítica de 500. Como falta poco para el cumplimiento de "dos años de blog" diario, o al principio casi diario, queremos dar las gracias a los lectores por su notable, tremenda diríamos, paciencia con nosotros y por los ánimos que nos han dado en diversos comentarios.

Agradecemos nosotros también a la Dirección de esta revista excelente, que es "Tendencias21" su hospitalidad para gente de "letras" en medio de una publicación cuyo fuerte son las ciencias naturales y empíricas. Gracias de verdad.

De nuevo, muchas gracias a todos y saludos cordiales
Lunes, 20 de Diciembre 2010
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