Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Liberación del destierro de Juan. Composición y lectura del evangelio
Al final de su estancia en Patmos el apóstol Juan había conseguido la conversión de todos los habitantes de la isla a la fe cristiana. Entretanto había muerto el emperador que desterrara a Juan y había sido nombrado uno nuevo que permitía sin problemas la práctica de la nueva fe. La versión latina de L especifica que había muerto Domiciano, que era quien había enviado a Juan al destierro. Le sucedió el emperador Nerva, que tuvo un corto reinado del año 96 al 98. Parece la versión más aceptable. Informado el emperador sobre la situación de Juan y su exquisita conducta personal, emitió un decreto que lo libraba de la pesadumbre del destierro.
Los hermanos de la isla tuvieron conocimiento de las intenciones de Juan de regresar a Éfeso, lo que les produjo la lógica desolación. El Apóstol los consolaba recordándoles la necesidad que tenían los efesios de su presencia y apoyo. Les recordaba, además, que ya les había contado de los prodigios y las palabras de Jesús. Pero ellos le exigieron que les dejara por escrito la vida del Señor Jesús. Era una solución que parecía complacer a todos.
El autor cuenta con todo detalle la historia de la composición del evangelio. Dice que salieron él y Juan de la ciudad hasta llegar a una milla de distancia. Se trataba de un lugar solitario denominado Katástasis (Restauración). Allí permanecieron tres días, que Juan pasó ayunando. El tercer día envió Juan a Prócoro a comprar papel y tinta, que Prócoro dejó en el lugar donde esperaba Juan. Le ordenó volver a la ciudad y regresar de nuevo dos días después. Cuando lo hizo, encontró a Juan en pie y orando. Mandó Juan a Prócoro que tomara el papel y la tinta y se sentara a su derecha. Un relámpago y un fuerte trueno hicieron estremecerse el monte. De pie y con el rostro vuelto hacia el cielo, Juan empezó a dictar el evangelio que Prócoro escribía: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” (c. 46,3). Así sucesivamente hasta concluir la vida de Jesús. La tarea duró dos días y seis horas.
Cuando terminaron la escritura, regresaron a la ciudad y se dirigieron a la casa de Procliana y Sosípatro. “Al día siguiente” pidió Juan a Sosípatro que le procurara unos pergaminos finos para hacer una copia elegante del santo evangelio. Cuando los tuvo, encargó a Prócoro que hiciera una copia especialmente clara de aquel santo evangelio. Mientras Prócoro se dedicaba a transcribir la nueva copia con sumo cuidado, Juan continuó ejerciendo su ministerio “predicando y nombrando obispos, diáconos y presbíteros por toda la isla” (c. 46,4).
Después de que Prócoro transcribiera en una copia elegante el santo evangelio, lo llevaron al templo del Señor. Juan mandó que se reunieran todos los fieles para escuchar su lectura. Una vez más fue Prócoro el encargado de hacer la lectura del evangelio delante de la asamblea (c. 47). Una vez que el pueblo quedó particularmente gozoso y edificado, el Apóstol ordenó que se hicieran copias completas para distribuirlas en las iglesias. Luego dispuso que la copia elegante en pergamino se conservara en Patmos, mientras que la copia en papiro debía guardarse en Éfeso. Una tradición bastante extendida entre los autores cristianos, basada en el texto del Apocalipsis (1,9) y en otros escritos como estos Hechos de Juan, cuenta que fue en Patmos donde Juan tuvo las visiones recogidas en las páginas del Apocalipsis.
Hechas todas esas diligencias, Juan quiso hacer una gira por toda la isla antes de zarpar (c. 48). En ella emplearon no menos de seis meses. En una aldea encontraron a un sacerdote de Zeus, de nombre Eucares, que tenía un hijo ciego. Escuchaba el ciego a Juan con particular agrado, por lo que le pidió a gritos que le devolviera la vista. Juan se la devolvió con la fórmula acostumbrada: “En el nombre de Jesucristo, ve”. Al ver Eucares el milagro, se postró a los pies de Juan pidiéndole para él y para su hijo el sello en Cristo. Entraron en su casa, donde Juan los bautizó en el nombre de la Trinidad. A continuación regresaron a la ciudad.
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Liberación del destierro de Juan. Composición y lectura del evangelio
Al final de su estancia en Patmos el apóstol Juan había conseguido la conversión de todos los habitantes de la isla a la fe cristiana. Entretanto había muerto el emperador que desterrara a Juan y había sido nombrado uno nuevo que permitía sin problemas la práctica de la nueva fe. La versión latina de L especifica que había muerto Domiciano, que era quien había enviado a Juan al destierro. Le sucedió el emperador Nerva, que tuvo un corto reinado del año 96 al 98. Parece la versión más aceptable. Informado el emperador sobre la situación de Juan y su exquisita conducta personal, emitió un decreto que lo libraba de la pesadumbre del destierro.
Los hermanos de la isla tuvieron conocimiento de las intenciones de Juan de regresar a Éfeso, lo que les produjo la lógica desolación. El Apóstol los consolaba recordándoles la necesidad que tenían los efesios de su presencia y apoyo. Les recordaba, además, que ya les había contado de los prodigios y las palabras de Jesús. Pero ellos le exigieron que les dejara por escrito la vida del Señor Jesús. Era una solución que parecía complacer a todos.
El autor cuenta con todo detalle la historia de la composición del evangelio. Dice que salieron él y Juan de la ciudad hasta llegar a una milla de distancia. Se trataba de un lugar solitario denominado Katástasis (Restauración). Allí permanecieron tres días, que Juan pasó ayunando. El tercer día envió Juan a Prócoro a comprar papel y tinta, que Prócoro dejó en el lugar donde esperaba Juan. Le ordenó volver a la ciudad y regresar de nuevo dos días después. Cuando lo hizo, encontró a Juan en pie y orando. Mandó Juan a Prócoro que tomara el papel y la tinta y se sentara a su derecha. Un relámpago y un fuerte trueno hicieron estremecerse el monte. De pie y con el rostro vuelto hacia el cielo, Juan empezó a dictar el evangelio que Prócoro escribía: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” (c. 46,3). Así sucesivamente hasta concluir la vida de Jesús. La tarea duró dos días y seis horas.
Cuando terminaron la escritura, regresaron a la ciudad y se dirigieron a la casa de Procliana y Sosípatro. “Al día siguiente” pidió Juan a Sosípatro que le procurara unos pergaminos finos para hacer una copia elegante del santo evangelio. Cuando los tuvo, encargó a Prócoro que hiciera una copia especialmente clara de aquel santo evangelio. Mientras Prócoro se dedicaba a transcribir la nueva copia con sumo cuidado, Juan continuó ejerciendo su ministerio “predicando y nombrando obispos, diáconos y presbíteros por toda la isla” (c. 46,4).
Después de que Prócoro transcribiera en una copia elegante el santo evangelio, lo llevaron al templo del Señor. Juan mandó que se reunieran todos los fieles para escuchar su lectura. Una vez más fue Prócoro el encargado de hacer la lectura del evangelio delante de la asamblea (c. 47). Una vez que el pueblo quedó particularmente gozoso y edificado, el Apóstol ordenó que se hicieran copias completas para distribuirlas en las iglesias. Luego dispuso que la copia elegante en pergamino se conservara en Patmos, mientras que la copia en papiro debía guardarse en Éfeso. Una tradición bastante extendida entre los autores cristianos, basada en el texto del Apocalipsis (1,9) y en otros escritos como estos Hechos de Juan, cuenta que fue en Patmos donde Juan tuvo las visiones recogidas en las páginas del Apocalipsis.
Hechas todas esas diligencias, Juan quiso hacer una gira por toda la isla antes de zarpar (c. 48). En ella emplearon no menos de seis meses. En una aldea encontraron a un sacerdote de Zeus, de nombre Eucares, que tenía un hijo ciego. Escuchaba el ciego a Juan con particular agrado, por lo que le pidió a gritos que le devolviera la vista. Juan se la devolvió con la fórmula acostumbrada: “En el nombre de Jesucristo, ve”. Al ver Eucares el milagro, se postró a los pies de Juan pidiéndole para él y para su hijo el sello en Cristo. Entraron en su casa, donde Juan los bautizó en el nombre de la Trinidad. A continuación regresaron a la ciudad.
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro