Hoy escribe Antonio Piñero
Creo que el argumento máximo, como hemos apuntado ya, de que Jesús no predicó el amor a los enemigos (públicos) del Dios de Israel y del Reino –y por tanto suyos- es que él no practicó tal amor.
Jesús es consecuente con su proclamación de las exigencias éticas de la inminencia del reino de Dios: abandonó a su familia por predicar el Reino; se negó a sí mismo y a sus deseos por dedicarse exclusivamente a la proclamación; se desprendió de todos sus bienes; vivió una vida dura, peligrosa e itinerante por ser fiel a su misión de proclamador, profeta anunciador; dejó de lado el trabajo que le podía ofrecer un sustento honorable por cumplir esa tarea que creía le había impuesto la divinidad.
En suma, da todo la impresión de que Jesús fue absolutamente consecuente con la exigente ética impuesta por la esperanza del Reino y la debida apertura de la mente y del corazón a los designios del Dios de Israel. Pero no practicó el amor a los enemigos (públicos) de ese Dios (no necesito citar textos en abundancia; los lectores los conocen de memoria):
1. No practicó el amor a sus “colegas”, por así decirlo, del fariseísmo, a los que calificó durísimamente y pronosticó un final desastroso. A cada uno de los lectores les vendrán a la mente un buen puñado de textos evangélicos al respecto.
2. Jesús no predicó el amor a los paganos, ni se interesó por ellos en general, ni les anunció la salvación de Reino, ni los recibió cuando desearon verlo…, o al menos nada claro queda el episodio narrado por el Cuarto Evangelio (). No valen en contra otros episodios puntuales como el de la curación de la hija de la mujer sirofenicia (Mc 7,24-30, a la que por cierto llama despectivamente “perra”; ni vale tampoco el ejemplo aislado de la curación del siervo del centurión, por cuya salvación eterna no se interesa (Mt 8,5-13).
3 Jesús no proclamó ni practicó el amor a los saduceos.
4. Jesús no proclamó ni practicó el amor a los altos sacerdotes y oficiales del Templo; ni tampoco a los cambistas, ni a los vendedores de animales, ni a cualesquiera otros comerciantes en el famoso episodio de la “purificación” del Templo (Mc 11,15-17 y paralelos). No hay en ese acto de violencia expresa ningún acto de amor al estilo al menos del mahatma Ghandi. Tampoco sus reticencias a apagar el impuesto al Templo (el didracma: episodio narrado) es un ejemplo de amor por los dirigentes del Templo (Mt 17,24ss).
5. Jesús no proclamó el perdón a sus enemigos en el momento cumbre de su inminente muerte en cruz. No conozco ningún exegeta serio, incluso católico, que diga que la frase “perdónalos porque no saben lo que hacen”, cuyo único testimonio está en el Evangelio de Lucas (23,34) que considera que esta exclamación sea auténtica. Como mínimo carece del sustento del “testimonio múltiple” y pertenece con absoluta claridad a la “tendencia” del evangelista. Es absolutamente sospechosa en cuanto a su autenticidad e historicidad porque tiene todos los visos de ser un añadido redaccional de Lucas para exonerar a los romanos de las consecuencias de haber participado tan activamente en la muerte de Jesús.
6. Jesús no proclamó ni practicó el amor a Herodes Antipas y a los herodianos, que aparecen como sus enemigos mortales desde Mc . Desde luego Antipas gozaba de la antipatía más cordial de parte de Jesús (“Id y decidle a ese zorro…: Lc 13,31-32 ; véase también Mc 8,15: “Guardaos de la levadura de Herodes…, etc.)
7. Jesús no practicó el amor a los romanos. Jamás condenó la violencia en contra de ellos (aquí no vale el “argumentum ex silentio”, porque Jesús hizo notables proclamaciones públicas de todo tipo, y una tan necesaria como nada menos el amor a los romanos está clamorosamente ausente de sus palabras. El amor si restricciones a los enemigos romanos hubiera sido una novedad tan absoluta en la ética de los rabinos del momento histórico de Jesús, que hubiese sido absolutamente necesario sustanciarla con alguna defensa explícita. No la hay. Más bien, como ya se ha expuesto en este blog, los consideró “enemigos” irreconciliables de Jerusalén y de sus gentes (Lc 19,43).
El amor incondicional a los romanos era absolutamente incompatible con las exigencias del reino de Dios proclamado por Jesús. La entrada mesiánica en Jerusalén (Mc 11,5ss y par.), de tintes mesiánicos absolutamente judíos, la aclamación a Jesús como “Hijo de David” (Mt 21,9) con todo lo que eso significaba y que explicitaremos más detenidamente en otra postal), el reproche de los fariseos, según Lucas, y la encendida defensa de Jesús de esta entrada mesiánica en la que es aclamado como “rey” (Lc 19,38-40), lo que supone –en la implantación del reino de Dios- la inmediata expulsión de los romanos y otros extranjeros… todo este conjunto hacen radicalmente imposible el amor a los romanos por parte de Jesús. Éste ciertamente no lo practicó.
8. Jesús no practicó el amor a aquellos judíos connacionales suyos que se le habían opuesto tenazmente. Sobre ellos anunció –si es que son verdad sus palabras en el denominado Apocalipsis sinóptico y sentencias conexas: Mc 13 y paralelos- un terrible e inmisericorde castigo.
9. Jesús no practicó el amor a los ricos y poderosos de su tiempo a quienes fustigó de tal modo por anteponer el amor de las riquezas a las exigencias del Reino, que los condena –por el mero hecho de haber gozado ya en esta vida de la felicidad proporcionada por el dinero- a la condenación eterna. Considérense las palabras de la parábola del “rico epulón y el pobre Lázaro” (Lc 16, 25, en donde Jesús hace hablar a Abrahán que se dirige al rico que está en el infierno: “Hijo, acuérdate que (ya) recibiste tus bienes en tu vida…”. Jesús no amaba a los ricos.
Ciertamente, la conclusión se impone: Jesús no practicó el amor incondicional a los que consideraba enemigos públicos del designio del Dios de Israel. Y, por lo tanto, no lo predicó. El precepto de Mt 5, 38-41 hay que entenderlo en el ámbito de las relaciones privadas, una amor incondicional al enemigo (público) de Dios,sólo en el ámbito privado. Ahí puede y debe ser amado, uno a uno, no colectivamente, porque se perciben en tal enemigo atisbos de una conversión posible y de una también posible apertura al reino de Dios.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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