Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos con el punto de vista de Samuel G. F. Brandon al respecto.
El Evangelio de Lucas trae también un pasaje que, según Brandon, debe interpretarse como una velada alusión a dos episodios, cuyo exacto contenido no es posible saber, pero en los que estaban involucrados muy probablemente celotas:
"En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo»" (Lc 13,1-5).
Es cierto que nada dice el texto de la imbricación de discípulos del Nazareno en el incidente, ni hay por qué suponerlo. Pero parece importante el que Jesús se muestre compasivo con esos galileos, no sólo compatriotas, sino probablemente celotas como decimos pues el Prefecto acabó con ellos, lo que indica en Jesús un espíritu afín o al menos simpatizante.
La entrada en Jerusalén (Mc 11,7-10) fue un acto claramente mesiánico en el sentido más verdaderamente judío, que implica un mesianismo con tintes de monarca guerrero, naturalmente enemigo de los dominadores romanos:
"Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!»"
Parece bastante claro que Jesús deseaba mostrar de una manera ostentosa su condición de mesías de Israel. Durante el desarrollo de la escena las gentes, incluidos los discípulos, aclaman a Jesús como “hijo de David” y consecuentemente, rey de Israel. En la época de Jesús se sabía muy bien que un mesías “hijo de David” suponía ser un político y un guerrero. Lo mínimo que las masas esperaban de él era que expulsara a los romanos del país, de modo que éste quedara libre de impurezas y pudiera practicar sin impedimentos la ley divina. Tal acogida, como muestra la escena, jamás habría sido dispensada a Jesús si el pueblo hubiera sabido que él era en lo más mínimo favorable a los romanos.
Además es claro que, según el Evangelio de Lucas (19,30-40), Jesús no contradice a quienes así lo aclaman, sino todo lo contrario:
"Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos.» Respondió: «Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras»".
El Evangelio de Juan, generalmente no fiable desde el punto de vista histórico, pero con lagunos datos interesantes, después de narrar el milagro de la multiplicación de los panes, que enfervorizó a las gentes y les hizo pensar que Jesús era el mesías, trae una noticia en el capítulo 6 que parece atendible:
“Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarlo por la fuerza para hacerlo rey, huyó de nuevo al monte él solo”. (6,14-15).
Naturalmente, “hacerlo rey” supone lo que antes indicábamos: un monarca político y de algún modo guerrero, de acuerdo con el pensamiento que el pueblo albergaba como posible en Jesús. Según el evangelista, el que éste lo rechazara supone que el Nazareno tenía otra idea muy diferente del mesianismo. Sin embargo, esto es algo en verdad improbable, pues de haber sido así no habría dado pábulo ni siquiera a que le hicieran la propuesta. Al parecer Jesús no había hecho ninguna manifestación pública de que él albergaba ideas respecto al mesianismo radicalmente diferentes a la tradición profética. ¿Estaba dejando conscientemente Jesús que la plebe albergarse sobre él ideas erróneas? No parece probable.
Aclararemos, cuando sea oportuno, con textos de la época o del entorno de Jesús qué significaba ser “Hijo de David”, título que Jesús acepta. Desde luego su significado no es en absoluto pacífico.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
Seguimos con el punto de vista de Samuel G. F. Brandon al respecto.
El Evangelio de Lucas trae también un pasaje que, según Brandon, debe interpretarse como una velada alusión a dos episodios, cuyo exacto contenido no es posible saber, pero en los que estaban involucrados muy probablemente celotas:
"En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo»" (Lc 13,1-5).
Es cierto que nada dice el texto de la imbricación de discípulos del Nazareno en el incidente, ni hay por qué suponerlo. Pero parece importante el que Jesús se muestre compasivo con esos galileos, no sólo compatriotas, sino probablemente celotas como decimos pues el Prefecto acabó con ellos, lo que indica en Jesús un espíritu afín o al menos simpatizante.
La entrada en Jerusalén (Mc 11,7-10) fue un acto claramente mesiánico en el sentido más verdaderamente judío, que implica un mesianismo con tintes de monarca guerrero, naturalmente enemigo de los dominadores romanos:
"Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!»"
Parece bastante claro que Jesús deseaba mostrar de una manera ostentosa su condición de mesías de Israel. Durante el desarrollo de la escena las gentes, incluidos los discípulos, aclaman a Jesús como “hijo de David” y consecuentemente, rey de Israel. En la época de Jesús se sabía muy bien que un mesías “hijo de David” suponía ser un político y un guerrero. Lo mínimo que las masas esperaban de él era que expulsara a los romanos del país, de modo que éste quedara libre de impurezas y pudiera practicar sin impedimentos la ley divina. Tal acogida, como muestra la escena, jamás habría sido dispensada a Jesús si el pueblo hubiera sabido que él era en lo más mínimo favorable a los romanos.
Además es claro que, según el Evangelio de Lucas (19,30-40), Jesús no contradice a quienes así lo aclaman, sino todo lo contrario:
"Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos.» Respondió: «Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras»".
El Evangelio de Juan, generalmente no fiable desde el punto de vista histórico, pero con lagunos datos interesantes, después de narrar el milagro de la multiplicación de los panes, que enfervorizó a las gentes y les hizo pensar que Jesús era el mesías, trae una noticia en el capítulo 6 que parece atendible:
“Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarlo por la fuerza para hacerlo rey, huyó de nuevo al monte él solo”. (6,14-15).
Naturalmente, “hacerlo rey” supone lo que antes indicábamos: un monarca político y de algún modo guerrero, de acuerdo con el pensamiento que el pueblo albergaba como posible en Jesús. Según el evangelista, el que éste lo rechazara supone que el Nazareno tenía otra idea muy diferente del mesianismo. Sin embargo, esto es algo en verdad improbable, pues de haber sido así no habría dado pábulo ni siquiera a que le hicieran la propuesta. Al parecer Jesús no había hecho ninguna manifestación pública de que él albergaba ideas respecto al mesianismo radicalmente diferentes a la tradición profética. ¿Estaba dejando conscientemente Jesús que la plebe albergarse sobre él ideas erróneas? No parece probable.
Aclararemos, cuando sea oportuno, con textos de la época o del entorno de Jesús qué significaba ser “Hijo de David”, título que Jesús acepta. Desde luego su significado no es en absoluto pacífico.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com