Escribe Antonio Piñero
En la postal de ayer mencionábamos diversos detalles de la vida de Jesús que dejan de ser enigmáticos si se aplica el trasfondo procurado por la hipótesis de que los romanos miraban a Jesús como un auténtico sedicioso. Otros detalles pueden ser:
· El que Jesús no predicara nunca en ciudades de importancia como Séforis o Tiberíades. He indicado repetidas veces que el motivo podría ser la idea de Jesús de que el reino de Dios solo está abierto a los pobres de espíritu, a aquellos que son igualmente pobres de verdad. Por tanto que Jesús podría pensar que la necesaria disposición de ánimo para recibir su mensaje podría esperarse solo de las gentes del campo, imposibilitadas por su pobreza misma para tener sus mentes dedicadas a las preocupaciones de la riqueza. Esto me parece cierto. Pero también es posible la posibilidad apuntada por el Prof. Bermejo de que Jesús “las evitó programáticamente… y no solo por ser ciudades helenísticas y gentiles porque en términos de indicadores religiosos y étnicos, la arqueología revela la gran continuidad entre las villas pequeñas de Galilea, como Cafarnaúm y Nazaret, y la ciudad de Séforis”.
Es posible que hubiera también motivos políticos: esas dos ciudades “albergaban el aparato administrativo de Herodes Antipas” (enemigo a muerte de Jesús, recordemos) y en donde “este tenía la mayor parte de sus tropas. Al menos mientras que Jesús no estuviera totalmente persuadido de que Dios iba a intervenir en su favor, no tendría deseos de poner voluntariamente su cabeza en la boca del león”.
En concreto el que Jesús hubiera evitado Séforis es extrañísimo, ya que la arqueología ha demostrado que la inmensa mayoría de los habitantes de Séforis eran judíos y entre los restos se han encontrado baños lustrales, o de purificación (miqwaot), restos de vasijas de piedra que podían servir para lo mismo y enterramientos totalmente judíos con osarios. Además, en su vida como carpintero-maestro de obra (tékton) debió de ir a buscar trabajo a Séforis muchas veces.
· Otra escena, muy conocida, que se explica mejor con la hipótesis propuesta es la del pago del “tributo al César”. Parece imposible que un judío religioso, fervoroso, celoso del cumplimiento de la ley de Moisés, que albergaba ideas mesiánicas, según las cuales Israel era la tierra exclusiva de Yahvé estuviera de acuerdo con la idea de que había que pagar ese tributo al César (el llamado impuesto persona o de capitación: todos los israelitas adultos debían pagarlo independientemente de su condición). Y eso por dos razones: 1. Porque arrebataba indirectamente el producto de la tierra sagrada, propiedad de Yahvé; 2. Porque en el fondo y en la forma era reconocer que el señor de Israel era Tiberio y no Yahvé. Así que a priori se podría esperar que Jesús se opusiera al tributo. Y por una razón más: según los evangelistas mismos Jesús arrastraba las multitudes. Por tanto si Jesús hubiera proclamado públicamente que estaba de acuerdo con el pago del tributo, hubiese perdido de inmediato el favor de las gentes.
Sin embargo, si leemos el Evangelio de Marcos –y así se ha entendido por siglos– es claro que su autor presenta a un Jesús de acuerdo pragmático con el Imperio y aceptando el pago del tributo. Po el contrario, la hipótesis de un Jesús sedicioso interpreta la perícopa de Mc 12,15-17:
“Traedme un denario, que lo vea». 16 Se lo trajeron y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Ellos le dijeron: «Del César». 17 Jesús les dijo: «Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios». Y se maravillaban de él”,
Como un auténtico truco de prestidigitación retórica por parte de Jesús: hace confundir a sus oyentes la moneda concreta, el denario que le presentan, con el tributo… y naturalmente dice en realidad: “Este denario que lleva la efigie de su dueño, Tiberio, devolvédselo a su dueño, pero lo que es de Dios (la tierra, sus frutos y las personas israelitas que la habitan) dádselo a Dios. Así que como buen argumentador de la escuela farisea, Jesús dijo clara pero indirectamente que no era lícito pagar el tributo. Su ideología religiosa quedaba intacta; la gente lo entendió y los adversarios quedaron frustrados, que entendieron perfectamente la treta. Jesús no perdió el favor del pueblo. Por eso, según Lucas 23,2, lo acusaron de revolucionario y seductor del pueblo: “«Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es el mesías rey». Todo ¡queda meridianamente claro si se acepta la hipótesis del Jesús sedicioso… pero no para los judíos…, sino para los romanos invasores.
Nada costaría aceptar esta hipótesis de un Jesús sedicioso desde el punto de vista romano, si la educación recibida no nos hubiera marcado a fuego en el alma la idea de un Jesús totalmente indiferente y despreocupado de la situación política del Israel de su tiempo. Eso es imposible casi a priori, porque ya hemos indicado repetidas veces que religión y política en el judaísmo de la época iban indisolublemente unidas. Y, en segundo lugar, estamos ante un caso en el que no se obtienen las consecuencias necesarias de una idea sobre Jesús que se ha abierto camino entre todos los intérpretes, estudiosos del Nuevo Testamento: Jesús era judío y consecuentemente judío, y además al menos al final de su vida, se proclamó rey-mesías de Israel. Pero muchos se quedan solo en lo primero. Ahora bien, ser judío religioso en el siglo I y en Israel comportaba necesariamente una mentalidad.
Seguiremos mañana con la discusión suscitada por algunos pasajes evangélicos en los que Jesús parece apartarse radicalmente de la violencia y de la política de Israel.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com
En la postal de ayer mencionábamos diversos detalles de la vida de Jesús que dejan de ser enigmáticos si se aplica el trasfondo procurado por la hipótesis de que los romanos miraban a Jesús como un auténtico sedicioso. Otros detalles pueden ser:
· El que Jesús no predicara nunca en ciudades de importancia como Séforis o Tiberíades. He indicado repetidas veces que el motivo podría ser la idea de Jesús de que el reino de Dios solo está abierto a los pobres de espíritu, a aquellos que son igualmente pobres de verdad. Por tanto que Jesús podría pensar que la necesaria disposición de ánimo para recibir su mensaje podría esperarse solo de las gentes del campo, imposibilitadas por su pobreza misma para tener sus mentes dedicadas a las preocupaciones de la riqueza. Esto me parece cierto. Pero también es posible la posibilidad apuntada por el Prof. Bermejo de que Jesús “las evitó programáticamente… y no solo por ser ciudades helenísticas y gentiles porque en términos de indicadores religiosos y étnicos, la arqueología revela la gran continuidad entre las villas pequeñas de Galilea, como Cafarnaúm y Nazaret, y la ciudad de Séforis”.
Es posible que hubiera también motivos políticos: esas dos ciudades “albergaban el aparato administrativo de Herodes Antipas” (enemigo a muerte de Jesús, recordemos) y en donde “este tenía la mayor parte de sus tropas. Al menos mientras que Jesús no estuviera totalmente persuadido de que Dios iba a intervenir en su favor, no tendría deseos de poner voluntariamente su cabeza en la boca del león”.
En concreto el que Jesús hubiera evitado Séforis es extrañísimo, ya que la arqueología ha demostrado que la inmensa mayoría de los habitantes de Séforis eran judíos y entre los restos se han encontrado baños lustrales, o de purificación (miqwaot), restos de vasijas de piedra que podían servir para lo mismo y enterramientos totalmente judíos con osarios. Además, en su vida como carpintero-maestro de obra (tékton) debió de ir a buscar trabajo a Séforis muchas veces.
· Otra escena, muy conocida, que se explica mejor con la hipótesis propuesta es la del pago del “tributo al César”. Parece imposible que un judío religioso, fervoroso, celoso del cumplimiento de la ley de Moisés, que albergaba ideas mesiánicas, según las cuales Israel era la tierra exclusiva de Yahvé estuviera de acuerdo con la idea de que había que pagar ese tributo al César (el llamado impuesto persona o de capitación: todos los israelitas adultos debían pagarlo independientemente de su condición). Y eso por dos razones: 1. Porque arrebataba indirectamente el producto de la tierra sagrada, propiedad de Yahvé; 2. Porque en el fondo y en la forma era reconocer que el señor de Israel era Tiberio y no Yahvé. Así que a priori se podría esperar que Jesús se opusiera al tributo. Y por una razón más: según los evangelistas mismos Jesús arrastraba las multitudes. Por tanto si Jesús hubiera proclamado públicamente que estaba de acuerdo con el pago del tributo, hubiese perdido de inmediato el favor de las gentes.
Sin embargo, si leemos el Evangelio de Marcos –y así se ha entendido por siglos– es claro que su autor presenta a un Jesús de acuerdo pragmático con el Imperio y aceptando el pago del tributo. Po el contrario, la hipótesis de un Jesús sedicioso interpreta la perícopa de Mc 12,15-17:
“Traedme un denario, que lo vea». 16 Se lo trajeron y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Ellos le dijeron: «Del César». 17 Jesús les dijo: «Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios». Y se maravillaban de él”,
Como un auténtico truco de prestidigitación retórica por parte de Jesús: hace confundir a sus oyentes la moneda concreta, el denario que le presentan, con el tributo… y naturalmente dice en realidad: “Este denario que lleva la efigie de su dueño, Tiberio, devolvédselo a su dueño, pero lo que es de Dios (la tierra, sus frutos y las personas israelitas que la habitan) dádselo a Dios. Así que como buen argumentador de la escuela farisea, Jesús dijo clara pero indirectamente que no era lícito pagar el tributo. Su ideología religiosa quedaba intacta; la gente lo entendió y los adversarios quedaron frustrados, que entendieron perfectamente la treta. Jesús no perdió el favor del pueblo. Por eso, según Lucas 23,2, lo acusaron de revolucionario y seductor del pueblo: “«Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es el mesías rey». Todo ¡queda meridianamente claro si se acepta la hipótesis del Jesús sedicioso… pero no para los judíos…, sino para los romanos invasores.
Nada costaría aceptar esta hipótesis de un Jesús sedicioso desde el punto de vista romano, si la educación recibida no nos hubiera marcado a fuego en el alma la idea de un Jesús totalmente indiferente y despreocupado de la situación política del Israel de su tiempo. Eso es imposible casi a priori, porque ya hemos indicado repetidas veces que religión y política en el judaísmo de la época iban indisolublemente unidas. Y, en segundo lugar, estamos ante un caso en el que no se obtienen las consecuencias necesarias de una idea sobre Jesús que se ha abierto camino entre todos los intérpretes, estudiosos del Nuevo Testamento: Jesús era judío y consecuentemente judío, y además al menos al final de su vida, se proclamó rey-mesías de Israel. Pero muchos se quedan solo en lo primero. Ahora bien, ser judío religioso en el siglo I y en Israel comportaba necesariamente una mentalidad.
Seguiremos mañana con la discusión suscitada por algunos pasajes evangélicos en los que Jesús parece apartarse radicalmente de la violencia y de la política de Israel.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com